𝗖𝗼𝗻𝘀𝗽𝗶𝗿𝗮𝗻

Hasta la fecha muchos creen que los ataques a las Torres Gemelas y el Pentágono fueron perpetrados por el gobierno de EU para tener un pretexto justificatorio de las guerras que siguieron y/o para implantar en el mundo el estado de excepción y terror.
Se ha dicho que las explicaciones técnicas oficiales son falsas, que el derrumbe de las torres fue una demolición controlada, o que los aviones fueron estrellados por órdenes de las propias autoridades de Washington; que lo que impactó en el Pentágono fue un misil y no un avión;
o bien, que la Casa Blanca conocía de antemano la conspiración y que no hizo nada para detenerla. Las variaciones son casi infinitas y sobre ellas se han escrito libros y artículos y hay miles de páginas web consagradas a explicar por qué los gringos se atacaron a sí mismos.
A mi modo de ver, los atentados del 11 de septiembre de 2001 se cocinaron en el siniestro caldo de las intervenciones estadunidenses en el mundo islámico, fueron una bárbara venganza por las atrocidades y traiciones de Occidente en Palestina, Líbano, Irak y el propio Afganistán.
Está documentado que los ataques fueron urdidos y ejecutados por Al Qaeda, un grupo armado fundamentalista que en sus orígenes recibió el apoyo de la CIA para combatir a los soviéticos en suelo afgano.
Si quieren ver claramente las raíces del 11S, analicen, por ejemplo, los atentados del 23 de octubre de 1983 en Beirut, muy semejantes en su concepción y diseño a los que ocurrirían años después en Nueva York y Washington, incluida una “innovación tecnológica”: pilotos suicidas.
En venganza, el acorazado New Jersey bombardeó con proyectiles de 406 milímetros poblaciones drusas y chiítas en las colinas del Chouf, matando a centenares de civiles. Colin Powell, quien era en ese tiempo asistente del secretario de Defensa, escribió:
“Cuando los proyectiles comenzaron a caer sobre los chiítas, éstos asumieron que el ‘árbitro’ estadunidense había tomado partido” en la guerra civil libanesa favor de los cristianos y en contra de los musulmanes.
El propio Bin Laden confirmó más tarde esa impresión.
Son interminables las discusiones en las que se invocan peritajes, grados de fusión de los metales, velocidades de impacto y presunta falsedad de testimonios. No intervengo en ellas porque, al igual que los partidarios de la conspiración, no soy experto ni investigador policial.
Mi punto es simple: la exasperación del integrismo extremista, el poder que ha alcanzado (gracias, en parte, al propio gobierno de EU) y su conocimiento de la modernidad occidental fueron más que suficientes para concebir, programar y ejecutar los atentados del 11 de septiembre.
Para perpetrarlos bastaban menos de 30 individuos bien disciplinados e indoctrinados en una conjura que resulta bastante simple: enviar un manojo de fanáticos a territorio estadunidense, ocho de los cuales tomarían cursos de pilotaje, más unos cuantos enlaces y personal de apoyo.
En efecto: para estrellar los aviones, Bin Laden requería 16 militantes dispuestos a morirse, cuatro por avión (los planes originales eran para cinco aviones, pero el secuestro del quinto se frustró accidentalmente), un ejecutor/orquestador (Jalid Sheij Mohammed) y ya.
Pero si los ataques hubieran sido lanzados desde el gobierno de EU, se habría necesitado a decenas de miles de personas en una conspiración extremadamente complicada que habría requerido muchas habilidades técnicas, además de la total disposición de todos a guardar silencio.
El gobierno necesitaba a los secuestradores/pilotos suicidas (no preguntemos de dónde los iba a sacar) o, en su defecto, sistemas de control remoto tipo dron (que en 2001 estaban muy verdes) y la complicidad de decenas de empleados de varias aerolíneas y de cuatro aeropuertos.
Habría requerido, además, de un equipo de ingenieros que colocaran las cargas explosivas de demolición en el edificio, de un grupo de comando para coordinar la operación y de miles de peritos dispuestos a emitir falsos dictámenes.
Tenía que tener un vasto equipo de control de daños actuando en medios informativos, archivos públicos, oficinas policiales, etc. Todos ellos, dispuestos a guardar silencio.
Y habría necesitado, adicionalmente, persuadir a los familiares de los fallecidos en los atentados de que no se sumaran a cualquier versión distinta a la oficial y que ninguno de ellos exigiera esclarecimiento y justicia.
Otra cosa: en muchas variantes de las teorías de la conspiración se encuentra, implícita o explícita, la idea de que los integristas islámicos eran demasiado brutos, primitivos y carentes de medios como para armar una cosa así. Esa noción es equivocada por partida doble.
Veamos: en realidad, el terrorismo fundamentalista aparece en el mundo musulmán como un fenómeno eminentemente moderno, surgido de las intervenciones de Occidente en países y sociedades predominantemente islámicas.
Pero también es una idea racista: “qué van a entender los árabes y los musulmanes de aviones”. “No conocen ni el mapa de Nueva York”.
Básicamente, ese pensamiento está emparentado con esas teorías fantasiosas sobre europeos, egipcios o extraterrestres como “verdaderos” constructores de los templos mesoamericanos. “Cómo podrían unos indios salvajes edificar esos portentos”.
Finalmente: sin duda, los atentados del 11S fueron un regalo para el gobierno de Bush junior, que hasta ese momento, y después del fraude electoral que lo llevó a la Casa Blanca, no tenía ni idea de qué hacer con el poder. Los ataques le dieron un rumbo y un programa.
Pero, en una concatenación histórica, las incursiones subsecuentes de Washington en Afganistán e Irak acabaron fortaleciendo a las organizaciones terroristas islámicas.
Son muchos los ejemplos de acciones contraproducentes que acaban favoreciendo al bando contrario. Como lo de Pearl Harbor (que tampoco fue una operación de falsa bandera) y como los atentados de ETA, que hicieron abominable a ojos de muchos españoles el independentismo vasco.
El terrorismo de inspiración islámica (no confundirlo con el Islam) es tan detestable como cualquier otro. Es un fenómeno político e ideológico complejo que debe analizarse.
Pero si quieren ahorrarse la chamba, piensen que EU se atacó a sí mismo, y no hay pleito con nadie.

F I N

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