Tal día como hoy, 21 de octubre de 1805, frente al cabo de Trafalgar, se enfrentaban la escuadra franco-española y la británica. Aunque la batalla se vendió como una gran victoria británica que cambio la historia, no fue tal. Fue una victoria coyuntural, táctica y pírrica. Hilo.
En el contexto de las Guerras Revolucionarias Francia se había atraído a España a su bando con varios tratados, entre ellos el de San Ildefonso, enfrentándose a la mayoría de potencias monárquicas. Sin embargo, posteriormente se firmaría la Paz de Amiens.
Esta paz fue muy frágil, y todas las potencias procuraban armarse y prepararse para la guerra que estaba por venir. Así, tras una serie de desencuentros diplomáticos, una escuadrilla de fragatas atacaba y hundía la fragata Nuestra Señora de las Mercedes frente al cabo Santa María
Este acto de piratería provocó que España declarara la guerra a Reino Unido en diciembre de 1804, que hasta entonces estaban en paz. Por su parte, Napoleón había estado preparando un ambicioso plan para invadir Inglaterra y así dejar fuera a uno de sus principales enemigos.
El plan no era otro que agrupar una gran fuerza de infantería en las costas del norte de Francia, en Boulogne-sur-mer, unos 150.000 hombres, y cruzar el canal de la Mancha en barcas para desembarcar en las costas del sur de Inglaterra. Un plan ambicioso y complejo.
Las razones eran varias: por un lado, el canal de la Mancha tiene una serie de corrientes y meteorología dudosa y cambiante; por otro, la Royal Navy era la fuerza más numerosa, con unos 100 navíos de línea; y además, todos los intentos desde Guillermo I había fracasado.
Para ese momento, Reino Unido había seguido una estrategia de bloqueo marítimo a sus rivales aprovechando su superioridad numérica, estando embotelladas las flotas españolas y francesas en sus puertos, sin poder reunirse. Sin embargo, si se sumaban la cosa cambiaba.
El plan de Napoleón, por lo tanto, dependía mucho de la Real Armada española, la que había sido flor y nata del Atlántico y gran fuerza naval, pero que ahora estaba en declive en navíos y hombres. Sin embargo, los navíos españoles todavía eran de los mejores.
Desde 1790, por causas de finanzas, la inversión en la nueva construcción de buques, mantenimiento y reparación había disminuido, y los marineros de matrícula igualmente. Aunque curiosamente en 1796 la Real Armada tenía su mayor número de navíos de línea, unos 76.
Había sido famosos la serie Santa Ana, de 112 cañones, y San Ildefonso, de 74, posteriores al sistema Gautier y joya del Romero Landa. Se decía que estos dos fueron los mejores de su tiempo, por delante de los ingleses y los franceses. Esto se demostraría en la propia batalla.
En cambio, el mantenimiento era deficiente, y lo mismo pasaba con las dotaciones, donde se tuvo que recurrir a levas, reclutas forzadas y a chusma y condenados, a pesar de que éstos últimos habían sido desestimados legalmente por orden del teniente general José de Mazarredo.
Mazarredo consideraba que no eran gente de fiar y que poco aportaban, por ello, se procuró completar las dotaciones con tropas de tierra y voluntarios embarcados, es decir, soldados. Sin embargo, como ya veremos, esta chusma no funcionó en la lucha tan mal como se esperaba.
Por otro lado, la paradoja estuvo en que los que eran los mejores oficiales navales del mundo, que eran teóricos, exploradores, cartógrafos, matemáticos y científicos, se encontraron mandando posiblemente a las peores dotaciones de su siglo, con barcos necesitados de carena.
En este contexto, al frente de la flota francesa de Tolón estaba el vicealmirante Charles de Villeneuve, un oficial muy cumplidor como mandado pero que adolecía de ciertos problemas como líder, como falta de carisma. La flota francesa, casi no tenía oficiales experimentados.
La razón era que la mayoría de buenos oficiales había sido asesinados por su dotaciones durante la Revolución Francesa, y ahora quedaban jóvenes inexpertos, arribistas y advenedizos. Las dotaciones, incluso peor, ya que estaban completadas por soldados, escaseaban los marineros y
En su condición de revolucionarios no aceptaban órdenes de sus oficiales, además de negarse en gran medida a aprender el oficio o adiestrarse. En cambio, los británicos tenía muy buena disciplina, oficiales eficientes y navíos muy cuidados y abastecidos.
Según el plan de Napoleón, la escuadra de Villeneuve debía burlar el bloqueo de Tolón, cruzar el Mediterráneo sin que la escuadra de Nelson le interceptara, recibir apoyo en Cartagena y Cádiz y poner rumbo a Francia para romper el bloqueo de los puertos atlánticos franceses.
Esto lo consiguió en cierta forma, aunque en Cartagena el jefe de escuadra Justo Salcedo se negó a reforzarle. Villeneuve continuó hasta Cádiz, donde se le unió la escuadra del teniente general Gravina y partieron hacia las Antillas como medida de arrastre contra Nelson.
Según el plan de Napoleón, un golpe de mano en las Antillas obligaría a las flotas británicas a correr en ayuda de sus colonias, dejando los puertos sin bloquear y apartando del canal de la Mancha una o dos escuadras claves. Al volver la flota francesa se protegería el desembarco
El plan funcionó parcialmente, ya que Nelson tardó en posicionar a Villeneuve en el Caribe y fue a su encuentro. El problema estuvo en que Villeneuve se entretuvo casi un mes atacando posiciones menores británicas, perdiendo tiempo y perdiendo parte de su ventaja inicial.
Tras conocer que Nelson había llegado a las Antillas, Villeneuve ordenó volver a Europa y romper el bloqueo británico en Ferrol, Rocherfort y Brest, según lo estipulado. El plan de Napoleón en este punto iba más o menos bien, pero no contaba con las dudas de Villeneuve.
Una serie de vientos y mala mar terminado haciendo que se encontrar la escuadra de Calder con la de Villeneuve produciéndose el combate del cabo Finisterre, en que los españoles sostuvieron el combate, y los franceses apenas participaron. Esto causó malestar entre los españoles.
Tras pasar un tiempo en Coruña haciendo reparaciones, la escuadra aliada recibió orden inmediata de salir hacia Brest, pero al encontrarse con unas velas, Villeneuve consideró que era una gran flota británica y ordenó retirarse hacia Cádiz, donde fueron bloqueados.
Aquí, a Napoleón se le terminaba la paciencia y ordenó a Villeneuve salir inmediatamente hacia Brest o apoyar desde el mar en Nápoles, negándose el almirante francés. Cansado de su actitud, Napoleón envió al almirante Rosily para deponer a Villeneuve lo que desencadenó los hechos
Anclados en Cádiz, Villeneuve se había escudado para salir de puerto en los españoles, donde Federico Gravina y Antonio de Escaño eran partidarios de esperar a que el invierno hiciera mella en la escuadra británica, lo que estaba ocurriendo ya. Lo que vino muy bien a Villeneuve.
Sin embargo, muchos de los cacareados oficiales revolucionarios franceses, especialmente el contraalmirante Magon, le exigían salir de puerto. Esto dio lugar a un consejo de guerra en el navío Bucentaure, insignia de Villeneuve, donde los españoles volvieron a exponer los hechos.
Antonio de Escaño, uno de los mejores marinos de su tiempo, expuso que los barómetros bajaran, lo que indicaba marejada y no recomendaba una salida de puerto. Magon insinuó que lo que bajaba era el valor de los españoles, insulto que no dejó pasar el brigadier Alcalá-Galiano.
La cuestión casi terminó en un duelo en La Caleta. Finalmente, en la votación se decidió permanecer en puerto. Sin embargo, días después llegaba una misiva a Villeneuve: Rosily ya estaba en Madrid. Villeneuve volvió a tratar con Gravina para escudarse.
Aquí Gravina, ya cansado de sus juegos de pasillo, se plantó, y le dije que si había que salir los españoles saldrían los primeros. Villeneuve, a punto de ser depuesto, ordenó salir. El 20 de octubre, una flota de 33 navíos, de los que 15 eran españoles, salía de Cádiz.
Al amanecer del día 21, ambas escuadras se avistaban y a las 8:00 h, los británicos estaban formando en dos columnas, con el HMS Victory de Nelson de cabeza de una, y el HMS Royal Sovereign de la otra. En total, 27 navíos de línea. Villeneuve, al ver esto, dio la orden de virada.
De tal suerte que unos viraron por avante y otro en redondo, desordenando la ya de por sí caótica línea franco-española, donde unos navíos estaban caídos a sotavento, dejando grandes huecos en la línea. O al menos, es lo que se dice pues hay otra versión.
Ya hace poco se han encontrado anotaciones de Antonio de Escaño en varios de sus informes y memorias, explicando que precisamente era algo buscado: una trampa para Nelson. Sabiendo que Nelson trataría de acometer, la idea era emparedarse entre dos líneas, la segunda a sotavento.
Así, cruzar la primera línea le sería fácil, pero quedaría atascado con la segunda. Cierto o no, la realidad es que en la primera hora de combate Nelson ya era baja, el Victory y el Royal Sovereign estaban muy dañados, y los españoles pensaron que iban ganando la batalla.
Sea como fuere, el combate muy pronto se generalizó, batiéndose con valentía los españoles desde todas las posiciones, con mención al Santa Ana y Santísima Trinidad, que estaban en el centro, forzando la vela la retaguardia para llegar para apoyarles. El combate fue largo.
Así, según fueron llegando los navíos británicos, los españoles como el Santa Ana, Santísima, Bahama, Nepomuceno, Montañés y Príncipe de Asturias se tuvieron que batir cada uno hasta con 5 navíos enemigos. El Bucentaure lo estaba pasando mal en el centro, apoyado por el Redoutabl
Pero el combate era igualado, incluso en números: la vanguardia francesa del contraalmirante Dumanoir hacía como que la batalla no iba con ellos y se alejaba del combate sin dar un cañonazo. Solo dos navíos, el Neptuno y el Rayo, españoles, ignoraron esta orden y acudieron.
El resto es bien conocido, los británicos ganarían el combate y sería un gran desastre para franceses y españoles, perdiendo España su Real Armada. Pero esto no es cierto, ni mucho menos. Ahora vamos a contar lo que realmente ocurrió en la batalla de Trafalgar.
Los franceses habría sufrido 2.218 muertos, entre ellos 1 contraalmirante y 6 comandantes, y 1.155 heridos, con 500 hombres hechos prisioneros; mientras que 12 de sus 18 navíos fueron capturados o naufragaron en la batalla o tras ella, ya que la división de Dumanoir también.
Para España, unos 1.022 muertos y 1.383 heridos, quedando unos 2.500 hombres como prisioneros y que fueron posteriormente puestos en libertad, y perdidos inicialmente 10 de sus 15 navíos, aunque finalmente serían recuperados, dándose por perdidos 7, la mayoría en el temporal.
En cambio, los británicos, siempre relativos sus datos de bajas, sufrieron 449 muertos, entre los que estaba Nelson y otros 13 oficiales superiores, 2 de ellos comandantes, y 1.241 heridos, sin haber perdido, al menos a priori, ninguno de los navíos de la escuadra.
Aquí es donde los datos no se sostienen. Ya que, se sabe que al menos 11 navíos de línea quedaron en estado ruinoso, y 21 en mal estado. De hecho, cuando la escuadra entró en Gibraltar, sus gentes pensaron que habían perdido la batalla al ver el estado de sus navíos.
Y no iban desencaminados. Pues en las crónicas relataron los pescadores andaluces que había visto hundirse en la marejada de 3 a 5 navíos con pabellón británico. Algunos podrían ser navíos hechos presa, pero otros no. La fuerza del viento era de 8, unos 70 km/h.
Esto quiere decir, que con esa fuerza no es descartable que hubiera algún barco de esos 11 ruinosos y no aptos para la navegación se hubiera hundido. Otro dato interesante, estima en 3.000 los cuerpos arrojados a las playas por el temporal y hundimiento de varias naves.
Muchos de ellos llevaban uniforme británico. También muchos heridos ingleses fueron acogidos por pescadores y curados en hospitales españoles. Además, el cálculo de bajas para una gran batalla naval está entorno al 20%. Es decir, en ningún caso las cifras británicas se sostienen.
Por otro lado, cuando se cerraron las listas oficiales de bajas, heridos y muertos, no estaban sumados los 27 heridos que informó posteriormente el cirujano del HMS Victory o los 43 desaparecidos que declaró tener el capitán del HMS Temeraire durante el temporal posterior.
Son ejemplos puntuales, pero que indican claramente la tendencia británica. Algunos historiadores ingleses incluso asumen que las bajas oficiales británicas siempre rondan el 60% de la realidad, es decir, casi la mitad. Así, algo más realista daría 950 muertos y 2.150 heridos.
Además, sería algo sostenible ya que los combates fueron individuales, al asalto, y muy vivos. No es casualidad que el comandante en jefe británico, Nelson, hubiera muerto en la primera hora de los combates. Lo mismo ocurre en cierto modo con los daños materiales.
La reparación de un navío aproximadamente tenía el 60-65% del coste de la construcción de uno nuevo. Si los británicos tuvieron 11 navíos ruinosos y 21 en mal estado, es cuestión de hacer cuentas. Por otro lado, de los navíos capturados, solo 3-4 llegarían a Gibraltar.
De hecho, cuando entró la escuadra británica en Gibraltar no hubo marcha triunfar ni homenajes, como se podría pensar, sino, al contrario, un silencio sepulcral; esto nos da a entender que en absoluto se percibió en el Peñón la batalla como una gran victoria.
Si además atendemos al resto de cuestiones, la Real Armada, ese mismo invierno todavía tenía 42 navíos de línea, y otras tantas fragatas y seguía siendo sino la segunda al menos la tercera fuerza naval. Por lo tanto, obviando las pérdidas humanas, que sí fueron irremplazables...
Supuso entre poco y nada. Francia sí fue la gran perjudicada, aunque posteriormente Napoleón variaría la estrategia y sería el señor de los campos de Europa cerca de una década. Eso sí, por tierra. Además, la invasión difícilmente hubiera triunfado aun siendo decisiva Trafalgar.
Por el lado británico, perder la escuadra hubiera sido calderilla, y hubiera puesto otra igual o mayor en las mismas aguas meses más tarde. Sin embargo, las pérdidas materiales y humanas sí fueron importantes, y no muy distintas a las españolas o francesas.
Estratégicamente, tampoco supuso gran avance ni ventaja, y difícilmente se puede considerar una gran victoria perder al comandante en jefe en la primera hora de combate. Por ello, cada vez más historiadores navales consideran que Trafalgar fue una victoria pírrica y táctica.
Sin embargo, para Reino Unido la defensa marítima siempre ha sido considerada una cuestión de estado, y rápidamente pusieron toda su propaganda a funcionar. Algo que es legítimo. Pero desde luego, nosotros, como españoles no debemos obviar los hechos y comprar su relato.
No por nacionalismo ni patrioterismo, sino en honor a la verdad y por respeto a la memoria de esos grandes marinos que combatieron y murieron en Trafalgar, resignados a su destino por cumplir con su deber, con su rey y con su patria. Y eso sí que se lo debemos.
Dicho esto, sería la Guerra de Independencia la que llevara a la ruina a la Real Armada, por una cuestión puramente económica: falta de mantenimiento e inversión, al desplazarse los gastos en pagar y mantener los ejércitos de tierra y abandonar la estrategia naval reinante.
Y además, de esto se encargaría Francia, al destruir el tejido comercial española al abandona el país, y el coyuntural aliado Reino Unido, que favoreció que la Real Armada se pudriera. La razón sigue siendo sencilla, tras la paz, no querían volver a medirse contra España por mar.
Hasta aquí mi visión e interpretación de la batalla de Trafalgar, otro día haré un pequeño hilo sobre los combates y maniobras.

La bibliografía es prácticamente todo lo publicado sobre el tema.

La mayoría de las obras son de Carlos Parilla.

Gracias por leer.

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