Siempre que pensamos en Granada pensamos en algo único. En algo que ha hecho de la ciudad nazarí un destino universal, un emblema de la civilización, una cima en la comprensión del mundo:
A mediados del XIX, Chicago instaló su alcantarillado y, para ello, tuvo que elevar su trazado urbano. Sus calles y sus aceras. Y TAMBIÉN SUS EDIFICIOS.
En 1978, el arquitecto italiano Aldo Rossi comenzó la construcción de la que, para muchos, sería su obra maestra: el cementerio de San Cataldo.
En San Cataldo, Rossi formalizaba un edificio que daría la vuelta al mundo: un bloque cúbico de significado perfectamente hermético. Un hexaedro hiératico, inconsiderable, inmarcesible y todos los adjetivos pomposos del posmodernismo que se os apetezcan...
A mediados de 1957, el ayuntamiento del pueblo de Boaru, en el Pirineo oscense, pidió al Instituto para la Conservación de la Naturaleza que les ayudase a sacar a la luz su vieja iglesia.
En mayo de 1976, Francisco Gilardi se acercó a la casa-estudio de Luis Barragán para pedirle que le construyera su casa.
Barragán tenía ya 74 años y comenzaba a notar unos temblores no deseados en su mano derecha, pero aceptó el encargo. Por supuesto que aceptó el encargo.