Una jueza cosmopaleta ha desempolvado la frase «Galicia profunda» y a mí no me parece ofensiva sino todo lo contrario, pues me aburre la feísta Galicia urbanita y añoro la Galicia de antaño —oscura, mágica, medieval— que ya casi sólo pervive en las fotos de Ruth Matilda Anderson.
En la foto anterior, una mujer y sus cerdos en la feria de Betanzos, en 1926.
En esta foto, unos niños descalzos en Muros, A Coruña, el municipio de la polémica sentencia donde, en la actualidad —un siglo después— hay muchos menos niños pero, eso sí, perfectamente calzados.
También en Muros, en 1920, la genial Ruth Matilda Anderson inmortalizó a estas dos ancianas de luto cuando regresaban de la iglesia, cada una con su rosario entre las manos. La Galicia profunda, santa, católica, de credos incombustibles y milagros cotidianos.
Acompañada por su padre, la fotógrafa estadounidense Ruth Matilda Anderson recorrió la Costa da Morte entre 1920 y 1926, desarrollando un proyecto de toma de imágenes en Galicia —encargo de la Hispanic Society of America, Nueva York— que acompañó con apuntes de ella y de su padre
Ciertamente, la destrucción de la tradición y la decadencia del mundo rural hace que existan menos salidas laborales para los jóvenes hogaño que antaño, pero haberlas haylas. En la foto, un niño pastor con un abrigo de paja con capucha para la lluvia, en Lalín, Pontevedra, 1926.
Una anciana meditando en el cementerio el día de Todos los Santos, en Muros (A Coruña), en el año 1924, cuando la muerte todavía no era un terrorífico tabú y aún era costumbre popular visitar las tumbas de los muertos para llevarles flores, rezarles oraciones y honrar su memoria.
El legendario pan gallego tradicional, que duraba una eternidad, alimentaba a los cinco sentidos, y que venía, como puede apreciarse, con el peso marcado en cada bollita. La foto la sacó Ruth Matilda en Pontevedra, año 1926.
La Cruz permanece en pie mientras Galicia gira.
Costa da Morte, años veinte.
Foto de Ruth Matilda Anderson.
Una de las fotografías más contemplativas de Ruth Matilda Anderson, sacada el 22 de noviembre de 1924 a su paso por la villa marinera de Camariñas, A Coruña. El nombre de la villa viene de la 'caramiña', el singular arbusto de bolitas blancas que crece en la playa del Trece.
Una de las niñas lecheras que, descalzas y con ropa oscura, repartían productos lácteos a domicilio. (Ruth Matilda Anderson, Noia, A Coruña, 1924)
Grupo de mujeres sacando las redes en la playa de Ézaro, Dumbría, A Coruña.
Fotografía sacada por Ruth Matilda Anderson en 1924.
Una de las fotos más célebres de Ruth Mathilda Anderson: las bravas lecheras de la Costa da Morte, que recorrían más de cinco kilómetros a pie, con la leche a cuestas, sobre caminos de cabras formados por ásperos pedruscos.
Imagen tomada en Carnota, el 5 de noviembre de 1924.
Lugo, años 20. Ruth Matilda inmortaliza uno de los oficios más nobles y contemplativos de la tradición gallega: el zapatero de casta, sabio escultor de zuecos de madera que protegerían los pies de muchos gallegos de las inclemencias topográficas y meteorológicas.
Para terminar, un icono de la Galicia profunda: el hórreo, o 'celeiro', donde se conserva el grano. Sobre su techo, antaño se colocaba un símbolo fálico pagano que protegía la cosecha y más tarde fue sustituido por la Cruz. El hórreo —dicen los labriegos— SIEMPRE ha estado ahí.
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Ahora que quieren castrar y amaestrar —también— a los pocos hombres de campo que quedan, es momento de reivindicar la espectacular Rapa das Bestas de Sabucedo (A Estrada, Pontevedra), en la que, a lo largo de tres jornadas, se marca y se corta las crines a los caballos salvajes.
La rapa de Sabucedo destaca especialmente por haber conservado la pureza de esta tradición: en ella, los 'aloitadores', en su mayoría muy jóvenes, se enfrentan con los caballos de igual a igual, sin cuerdas ni palos, para inmovilizarlos y raparles las crines.
Como toda tradición, la rapa se transmite de padres a hijos, y supone asimilar desde niños todo un código de conducta, basado en la acción y colaboración de tres 'aloitadores': la nobleza de la lucha y el peligro que suponen constituyen una experiencia que curte cuerpo y espíritu
HILO CONTRA EL PROGRESO
Como últimamente he tenido rifirrafes con adalides del progreso, de la ciencia y de la modernidad, voy a montar un hilo sobre el asunto para insistir en lo obvio: vivimos en el Kali Yuga y el devenir humano no se desarrolla de forma lineal, sino cíclica.
Todavía hoy, todavía en esta miserable situación a la que nos ha traído el progreso ese, existen personas que siguen creyendo que la humanidad avanza hacia sus más altas cotas de perfección, que siguen creyendo que nunca se ha vivido mejor, que siguen creyendo en el [super]hombre
Todavía hay quien cree que 'juntos lo conseguiremos', quien cree en su ombligo, en la técnica y en los medios y en la democracia y hasta en todos y cada uno de los miembros del gobierno y la presunta oposición y sus respectivas y reptantes parentelas buscando piso en Alcobendas.
San Antonio de Padua (1195-1231) predicó contra los abusos sociales, mostrándose muy duro con los ricos avaros y con los usureros, a quienes tachaba de «pajarracos rapaces», «reptiles al acecho», «gentuza maldita» o «raza de ladrones que roba y despoja a los pobres indefensos».
En cuanto a ciertos leguleyos y abogados, los calificó Antonio de Padua de «sanguijuelas que chupan la sangre de los pobres (...) Como los que trabajan en la lana, cardan y tejen sutilezas y argucias» para engañar a sus clientes.
Contra los banqueros, dijo San Antonio de Padua que «no tienen corazón en el pecho. No ven la angustia de las lágrimas. Carecen de piedad. Sus manos chorrean sangre de los pobres, viudas y huérfanos. Aplastad a esos ladrones infames bajo las piedras de la maldición».