RECUERDOS DE BESMAYAH. EPÍLOGO.
Hace ya tiempo que no saco un rato para escribir un hilo y alguno pensará, “Pedro, ya huele…” Y tiene razón. Así que hoy me he sentado, y me puesto a escribir el que será el epílogo a la serie “Nada es fácil en Besmayah”. ¡Va por ustedes!
El tiempo pasa y el trajín de los despachos sepulta cada vez más los días en los que me vestía de “mimeta” y tocaba pisar barro. Sí, cada cosa tiene su momento –ahora estoy donde me toca–, pero reconozco que aquella vida “me ponía”.
Por su intensidad y cercanía, recuerdo especialmente los meses de despliegue en Irak como jefe de Instructores de Brigada del contingente Alfa-India III. Legionarios, paracaidistas y después, nosotros, la “Panzerbelloten”, como cariñosamente llaman a la Brigada “Extremadura” XI.
Fue una responsabilidad y un reto continuar el trabajo de unidades de tanta solera. Pero sin complejos, que de “cardar la lana” sabemos un rato largo la “Infantería de línea”. Muchos de los componentes de A/I-III volvían a Irak después de pegar unos “tiritos” en 2004.
Este texto, epílogo de los cuatro hilos anteriores sobre nuestra misión en Irak, va dedicado, como casi todo lo que escribo, a los militares que trabajan más duro que yo, pero que no salen en las redes y, 18 años después de su muerte, a mi amigo Carlos Baró, al que tanto admiro.
“¡Joder!”, –exclamé al golpearme, por enésima vez, el casco con la puerta del Pathfinder. “No sé cómo coño se mete Jimmy en el coche sin partirse el cuello”. En realidad dije “el puto cuello”, porque cuando estoy de misión me “asilvestro” un poco y hablo peor de lo habitual.
Jimmy era uno de mis capitanes. Un “armario empotrado” de 2x2 de los que dan yu-yu. Instruía a la compañía Ranger de la Brigada 72 iraquí y, a su lado, la mayoría de los “yundis” –soldados iraquíes en árabe– parecían de juguete.
Pero volvamos al vehículo. Poco después del relevo, llegaron a la base “Gran Capitán” dos Nissan Pathfinder de la Guardia Civil que reforzaron nuestra limitada capacidad de transporte y, en mi caso, me permitieron salir cada día a ver a mis chicos sobre el terreno.
Les despedía a primera hora y, después de organizarme un poco la mañana, salía a ver cómo iban las cosas. Intentaba no interrumpir. Un apretón de manos, un poco de charla y, si se terciaban, unas risas. Me gustaba que supieran que “estaba”, en toda la amplitud de la palabra.
Aprovechaba también para hablar con los jefes de las unidades iraquíes, oír sus problemas y dejar claro que todas las decisiones que tomaban los instructores, con su criterio pero siguiendo el propósito del jefe, estaban respaldadas por mí. “Mission Command” lo llaman ahora.
¡Instructores! Ojalá les hubierais podido ver. Profesionales que sintetizaban la esencia del soldado español. Un orgullo para cualquier jefe. Ellos…, y ellas. Porque una capitán mandaba el equipo de adiestradores de la unidad de Artillería iraquí, con una teniente en sus filas.
"Vámonos, Joaquín, dale caña” –dije. El cabo 1º Joaquín era mi conductor, mi ángel guardián y mi amigo. Nos conocemos desde mis tiempos de teniente en el Tercio Don Juan de Austria, 3º de la Legión. Después de mi madre, no hay nadie que haya estado más pendiente de mí que él.
Jamás le vi una mala cara, un mal gesto, por duras que fueran las circunstancias. Es de los que aprendió bien el espíritu de disciplina: “Cumplirá su deber, obedecerá hasta morir”. Si me hubiera pasado algo, habría sido capaz de bajar al mismísimo infierno a sacarme de allí.
Eso, si otro cabo 1º, José –también conocido del 3º Tercio–, no se le hubiera adelantado. José es un “best seller” andante. “¿Te has tomado la pastilla, José?” –le decía con una sonrisa cómplice cuando le veía. “Bajo la lengua está, mi teniente coronel” –me respondía socarrón.
La última vez que no se la tomó, tembló la tierra… Un tío frío, calmado, pero con una resolución que asusta al que no le conoce. Su fusil, su pistola y el LAG-40 del LMV “Lince” del coronel, siempre “niquelaos”. No, ningún “maquina” pillaría a este “badass” en fuera de juego.
Le propuse al coronel que José fuese su escolta y no me arrepentí en absoluto. Con formas de ser muy diferentes, supo acoplarse a la perfección a su jefe. Hasta le acompañaba casi a diario a misa… ¡Y no es católico practicante! En esa misión se ganó el cielo, sin duda.
La verdad es que fui afortunado por tenerles a mi lado. Cuentan con mi cariño y respeto más allá del uniforme, las divisas o las circunstancias. Y ellos, encima, me honran con su amistad. Los conocí de legionarios y, ahora, son ya cabos mayores. Imagínense mi alegría y orgullo.
En el coche, Joaquín estiró la mano y encendió la radio, como si fuera lo más normal del mundo –la primera vez que salimos intenté sintonizar alguna emisora, pero fracasé y me olvidé de ella.
“Cuando aprendí a tragar fuego, el circo ya se había ido de Albacete a Nueva York”.
Sabina sonó, genial, como siempre. “Vinagre y rosas”. “Coño, Joaquín, tu tocayo. ¡Qué grandeza! ¿De dónde has sacado el CD?” –le pregunté. “Estaba dentro, mi teniente coronel. Ni idea de cómo ha llegado ahí. Se lo habrá dejado el último guardia civil que lo usó en España”.
Joaquín no dijo “ni puta idea” porque él no dice tacos. Ni siquiera de misión y menos delante de su teniente coronel. Es un tío “matizao” hasta para eso. Inmediatamente, la imagen de Carlos Baró vino a mi mente y una sonrisa asomó en mi boca. “¡Goliardo!” –musité.
Recordé aquello que leí una vez, una carta dirigida a sus familiares escrita el 6 de octubre de 2003, un mes y pico antes de su muerte: “
Querida familia: aquí todo sigue normal, es decir, todo lo normal que puede ser la vida de un espía en Irak.
Lo recordaré como el año que comí arroz con pollo unos días y pollo con arroz, otros; que compré un taxi de 1979; perseguí espías del legendario y temible servicio secreto Mujabarat; compré voluntades entre los jeques de una tribu;
hice fotografías a los miembros de Al Qaeda desde mi taxi, cuando salían de la mezquita; me entrevisté clandestinamente con líderes chiitas radicales; traté con traficantes de armas, asesinos a sueldo; recorrí Bagdad a ritmo de Sabina;
compré un coche de los fedayines de Sadam con varias matrículas; confeccioné la documentación de mi propio coche; desayuné higaditos de pollo con huevos duros y pan; bebí cerveza camuflada en latas de refresco; fotografié casas seguras de leales al régimen desde un helicóptero;
vestí como un árabe; conduje peligrosamente y sin matrículas; merendé dátiles con Coca Cola; viví a 57ºC; bebí cinco litros de agua al día sin mear ni gota; aprendí lo importante que es tener electricidad; viajé siempre con las armas preparadas...”
Sabina le correspondió y le dedicó una poesía, llamada “Baracoa” –su nombre clave– en su libro “A vuelta de correo”. Empieza así:
“Tuve un hermano secreto en Irak,
el más audaz, el más noble, el más fuerte.
Cuando la suerte le dijo tic tac,
corte de mangas le hizo a la muerte”.
Sí, a Carlos le encantaba Sabina…, y a mí también. Posiblemente sea en lo único en lo que pueda igualarme a él. Es curioso cómo las canciones de alguien, aparentemente tan distanciado de las formas y valores militares, nos “toquen” tanto a muchos de los que vestimos de caqui.
Seguramente sea porque hoy debemos de ser la institución de espíritu más genuinamente democrático. Apreciamos lo bueno, venga de donde venga; respetamos, con disciplina, aquello que no nos gusta; y no lo emponzoñamos todo poniéndolo bajo la lupa podrida de la política.
La verdad es que Carlos estuvo muy presente desde que aterricé en Irak. Besmayah está a unos 80 kilómetros de donde cayó. Las dos unidades que nos precedieron en la misión fueron sus unidades de referencia: La Legión y la Brigada Paracaidista. Ambas honraron allí su memoria.
De hecho, el coronel Julio Salom, jefe del primer contingente español, propuso el suyo como nombre para la Base de Besmayah. No salió adelante. También tenemos las excepciones que confirman la regla a lo que acabo de escribir sobre la lupa. Sí, “Gran Capitán” es más…, “neutral”.
En cualquier caso, un “T-wall” con su retrato me despedía todas las noches cuando me iba a dormir. Me santiguaba y le soltaba un “Goliardo, hasta mañana”. Junto a él, el nombre de todos los caídos españoles en Irak, que velaban por nosotros desde Arriba.
A ritmo de Sabina seguimos nuestro camino hacia los campos de instrucción para ver el progreso de las unidades iraquíes bajo nuestra tutela. Llegaron a buen puerto, y en parte fue por el esfuerzo, la ilusión y la profesionalidad de los instructores. ¡Qué gente más excepcional!
Implicándose hasta las cachas… Por eso es un trabajo tan difícil. Por naturaleza, el soldado español conecta enseguida. Lo llevamos en los “gérmenes”. Pero esa conexión es la misma que nos puede impedir reaccionar con la rapidez necesaria si sale cara en la moneda de la suerte.
Porque allí, esa jodida moneda estaba constantemente dando vueltas en el aire. Chinto, otro de mis capitanes, me lo recordaba a menudo. La cruz roja al mérito en combate que se ganó en Nayaf en 2004, pegando tiros y rescatando salvadoreños, le daba bastante credibilidad.
Otro “tough guy” que “mola” tener cerca. Soldados españoles, con todas las letras, defectos y virtudes. Las fuerzas a las que instruimos por ahí fuera no suelen crear ese vínculo. Si se rompiera el equilibrio en el que trabajamos, no dudarían un segundo en quitarnos de en medio.
Y lo harían sin mediar explicación. Un giro rápido en la línea de tiro o en un ejercicio y, con suerte, a probar el Celox. Para ellos sería normal y justificado. Él encarando y el instructor, dudando si desenfundar o no –“¡Con lo majo que es Ahmed, no irá a disparar…!”
A no ser que nuestros “ángeles guardianes” de la Unidad de Protección lo evitasen… Ellos eran nuestro seguro de vida. Puede que no llegaran al primer disparo –es casi imposible por la ratio y el tipo de ejercicios– pero estoy seguro de que antes del segundo estaría neutralizado.
A más tiempo, más difícil será que el instructor reaccione instintivamente ante una amenaza cierta. Esa vulnerabilidad la trabajamos en la preparación hasta la saciedad. Sé que alguno pensará que se me va la pinza. Otro “Rambo pirao”... Puede, pero no juego con mi gente en esto.
Porque lo tenía claro y la experiencia de los “green on blue” en Afganistán me reforzaba en mi opinión. Mi principal misión allí no era otra que mis 43 chicos volvieran a casa con la suya cumplida. Y no escatimé esfuerzos. “Remaba” como un loco de día…, pero rezaba de noche.
El general de los US Marines “Mad dog” Mattis, que pasó entre Afganistán e Irak sus empleos de teniente coronel a general, tenía una frase muy ilustrativa al efecto: “Be polite, be professional, but have a plan to kill everybody you meet”. No es fácil, ni siquiera pensarlo.
Hacerlo, matar a un hombre cara a cara, menos. Y si encima has estado tomando té y bromeando con él, ni te cuento. En estas situaciones prepararse para morir es fácil. Simplemente, no hagas nada. Lo difícil es prepararse para matar, hacerlo y no salir tocado.
Y en ello seguiremos. “Donde le mandan, va. Jamás cansado”. Aportando nuestro granito de arena a la defensa avanzada de España. Pequeño granito táctico –o grande, el que nuestro Gobierno decida– pero que nos llena de orgullo. No nos midan por resultados políticos o estratégicos.
Desplegamos durante 6 meses y, directa o indirectamente, mantenemos ocupados a los malos. En Irak, Afganistán, Mali o donde estén. Ganamos un poco más de seguridad en casa y echamos un cable a la gente de bien. Luego, el relevo. Y a prepararse para la siguiente.
Somos el puto imán que atrae allí juramentados del DAESH&Co para que los golpes aquí sean los mínimos. No me hablen de exportar democracia o reconstruir Estados. Exportamos esperanza. Reconstruimos y protegemos rutas, colegios, aldeas… Y, sí, si es necesario, matamos malos.
Esa es la grandeza de nuestra misión. Invisible e intangible, pero que se enfrenta a una realidad tan cruda y descarnada que la sociedad, cada vez más infantil, es incapaz de digerir. Esa es nuestra vocación: ser el perro pastor capaz de mirar al lobo a los ojos.
Un saludo.
¿DÓNDE ESTÁ EL OJO DE MILLÁN ASTRAY? He decidido aprovechar el magnifico hilo de @MCMLXVI_2 sobre la historia del sábado legionario para contarles algo que, de alguna forma, tiene relación: qué pasó con el ojo del fundador de La Legión. Como decía “Goliardo”, ¡Vamos, al turrón!
Ascendido a coronel, Millán Astray vuelve a hacerse cargo del Tercio. El 4 de marzo de 1926, al mando de una columna, entra de nuevo en combate y toma Loma Redonda. Bajo el fuego aún, ordena su fortificación y cuando está revistando las obras, recibe un disparo en pleno rostro.
La bala le rompe la mandíbula, le destroza la mayoría de los dientes y el ojo derecho y le afecta la mejilla izquierda en la trayectoria de salida. Secuela de esta herida, le acompañará el resto de su vida un vértigo que, al girar bruscamente la cabeza, le hace perder el sentido.
Ha llegado el momento de poner fin a la narración de mi despliegue con la Brigada “Extremadura” XI en Irak. Me ha costado, la vida dicta el tempo, pero aquí va el epílogo de nuestra historia con la brigada 72 iraquí. Así que… NADA ES FÁCIL EN BESMAYAH. INSTRUYENDO A LA 72 (IV).
Nuestro BPC –Building Partner Capacity– como el resto de los centros de instrucción de la Coalición, dependía del Combined Joint Force Land Component Command – Iraq (el Mando Componente Terrestre, de acrónimo CJFLCC-I, que los anglófonos incompresiblemente pronuncian “siflic”).
Pues bien, casi cada semana nos llegaba de ahí arriba nuevas variaciones sobre la instrucción de la 72. Son las desconexiones que muchas veces existen entre un cuartel general y sus unidades. Unos en los mundos del Power Point y las grandes estrategias y otros en el jodido barro.
La vida manda y, gracias a Dios, Twitter no es mi prioridad. Eso no quita que sienta mi forzada desaparición de estos días. Sobre todo por perder mis momentos de escritura. Pero hoy toca, así que aquí va el siguiente NADA ES FÁCIL EN BESMAYAH. INSTRUYENDO A LA 72 (III).
El Programa de Instrucción de la 72 tenía 2 pilares básicos: las tácticas, técnicas y procedimientos de aproximación a una población y el combate dentro del núcleo urbano. Todo iba enfocado a incrementar tanto su letalidad como su posibilidad de supervivencia en esos escenarios.
La anterior agrupación, BRIPAC, creó una sección de zapadores en cada batallón. Fue una buena idea a la luz del campo de batalla iraquí, pero no perduró más allá de la 72. Las instruían nuestros ingenieros británicos y americanos y se especializaron en la apertura de brechas.
NADA ES FÁCIL EN BESMAYAH. INSTRUYENDO A LA 72 (I).
Toca cambiar de escenario. Dejo atrás mi paseo por tierras afganas del segundo semestre de 2012 y voy a intentar contarles qué fue eso de instruir al ejército iraquí en su guerra, que era también la nuestra, contra el DAESH.
Pero antes voy a explicar por qué uso DAESH y no ISIS (Islamic State of Iraq and Syria) o, simplemente, Estado Islámico. DAESH es el acrónimo árabe de al-Dawla al-Islamiya al-Iraq al-Sham (Estado Islámico de Irak y Levante). Hasta aquí, podrían parecer iguales las denominaciones.
Pero la pronunciación de DAESH, en árabe y en francés, da pie a juegos de palabras con un significado más correcto sobre lo que estos mierdas son. En árabe significaría “algo que pisotear” o “persona intolerante”. Leve matiz que, con gente que rebana cuellos por menos, es válido.
JESUSITO DE MI VIDA, ¡JESÚS, QUÉ VIDA LLEVO! CAPÍTULO 8.
Bossie es negro. Negro y grande de cojones. Sergeant Mayor, cabeza afeitada, boca grande llena de dientes blanquísimos y unas manos que como te aplaudan te falta cielo para dar vueltas. Es clavado a Morpheus, el de Matrix.
Eso y sus 7 misiones, contando sólo las de Irak y Afganistán, son razones más que suficientes para tenerle respeto. Nos sentamos mesa con mesa. Cada mañana me suelta "Salam aleikum, sir". Yo, le respondo "Aleikum salam, Bossie. How's it going?". "Scandalous" –me contesta.
Pues ese pedazo de negro, con un prestigio que hace que se le acerquen coroneles americanos sólo para saludarle, ha decidido que soy su amigo. Lo sospechaba, pero ahora lo sé porque, el otro día, me dio una onza de su Toblerone. Del de kilo. Y eso no lo hace con cualquiera.
Los Tercios españoles también eran expertos en “encamisadas”, también denominadas “alboradas” o “trasnochadas”. Consistían en un golpe de mano al campo contrario, normalmente dado en la penúltima y última “imaginaria” (guardia nocturna), que es cuando más cuesta vencer el sueño.
Se atacaba aprovechando la sorpresa de la noche y se ajustaba para replegarse al alba, facilitando el regreso. Para distinguirse en la noche, los españoles se ponían la camisa sobre el resto de la vestimenta, de ahí el nombre.
Algunos reprochaban la ejecución de estas acciones, cortas y de una violencia explosiva, por no ser muy caballeroso eso de dar “matarile” al enemigo mientras dormía. Las posibilidades de distinguirse en combate que proporcionaba la encamisada apartaba cualquier remilgo.