Thread by @JFitzEdwards

Tal día como hoy, pero de 1773, se produjo en Boston, Massachusetts, uno de los mayores escándalos de la historia mundial. Un acto indigno que permanece y permanecerá en la memoria. La traición de un puñado de colonos. El vergonzante «Motín del té». Va hilo de #efemérides 👇

Aquella mañana, un grupito de colonos hartos de bourbon -que ni siquiera saben destilar whisky y lo hacen con maíz, como los kikos- se vistieron de indios e hicieron el indio, algo para lo que tampoco tenían que esforzarse mucho. Ni entonces, ni ahora. Las cosas como son.

Ellos le llaman «Boston Tea Party», pero lo suyo es «Motín del té». ¿O cómo llamarían a que unos tipos disfrazados se suban a tres mercantes, cojan las cajas de té y las tiren al mar? Que ya hay que ser inútiles, que el té ni se disuelve en agua fría, ni se le adereza con sal.

Y que sería un acto de protesta, pero en plan Huelga de los Muñequitos de Garzón. Tiraron el té y salieron pitando. Sin dar la cara, ni pagar los gastos. Y eso no es de caballeros. Que tío Ramón le derramó el té a una señora y la compensó con un mes de lujuria y pasión en París.

De todos modos, yo comprendo que estuvieran un poquito enfadados porque la Ley del Té de 1773 les obligaba a pagar impuestos por el té que compraban en Inglaterra, pero no olvidemos que ellos, muy cucos, y para no pagarlos, se lo compraban a los holandeses. Y eso está muy feo.

Aunque, y no es en su descargo, la cosa venía de lejos. Ya en 1765, la aprobación de la Ley del Sello y las Townshend Act de 1767 los tenía encocoradillos. Porque era muy poco inglés lo de imponer tributos a las colonias sin previa consulta en el Parlamento de Westminster.

Y eso estuvo mal. Más, cuando el mismo día, pero de 1689, el Bill of Rights recibió el Asentimiento Real, lo que sí es una #efeméride al sentar el concepto de Monarquía Constitucional, pues establece límites al poder del monarca, elecciones libres y derechos parlamentarios.

Que dice muy clarito que el Rey no puede crear o eliminar leyes o impuestos sin la aprobación del Parlamento. Y lo había hecho. También es verdad que el rey Jorge III no andaba todavía cogiendo bulanicos, como decía Otilia, pero ya había dado muestras su alma locuela y volandera.

La cuestión es que ni unos, ni otros. Porque imponer tributos saltándose el principio de «No taxation without representation» está muy feo, pero organizar el Carnaval de Cádiz en Boston, sin coros, ni chirigotas y con cuatro colonos haciendo de comparsas tampoco es de recibo.

Entre los disfrazados de indios estaba John Hancock, primer presidente de los EE.UU. El por qué lo es él y no George Washington, que es el primer presidente constitucional, se lo cuento otro día. Un patriota para los yanquis y un prenda dedicado al contrabando para los ingleses.

En 1768, un barco de Hancock, al que había bautizado como Liberty -ya se le veía venir al muchacho- fue retenido por los aduaneros británicos. Y lo pillaron con el maletero hasta las trancas de té holandés. Hasta debajo de la peluca llevaba. Y claro, le acusaron de contrabando.

El caso es que se agenció un abogado muy apañado que se llamaba John Adams y que les sonará porque fue el primer vicepresidente y el segundo presidente de los Estados Unidos. Y como los tribunales eran independientes se escapó esta vez. Aunque lo detenían más que al Vaquilla.

Hancock organizó un boicot al té chino que vendía la Compañía Británica de las Indias Orientales. Y lo consiguió. Pasaron de 145 toneladas, que ya son bolsitas, a sólo 240 kg. Y mientras el patriota pilluelo se ponía las botas, la Compañía acababa más tiesa que la mojama.

¿Y qué hizo la Compañía? Lo que hacen todas las empresas grandes. Llorarle al gobierno. Que si no vendo ni una bolsita de té, que si los contrabandistas importan sin pagar aranceles y que si hay que ver, Maribel. ¿Y qué hizo el gobierno? Lo que hacen todos. Empeorar el problema.

En vez de quitar los aranceles y apostar por el libre comercio, la lió. Aprobó la Tea Act. Permitió a la Compañía vender té en América sin pagar aranceles en Gran Bretaña, a cambio de pagar el colonial, que era mucho menor. Trato de favor perjudicó a los comerciantes americanos.

En fin, que se armó la de Dios es Cristo y la gente se echó a la calle a organizar disturbios, que es algo que siempre nos ha gustado a los seres humanos. En Filadelfia y Nueva York hubo baile, pero en Boston ya fue una verbena que ni la de la Paloma. La gente se olía lo peor.

Porque ellos eran colonos, pero tenían su autonomía y no estaban dispuestos a que se la quitaran y en eso, les doy la razón. Que la tradición británica es la del parlamentarismo, que para algo le habían cortado la cabeza al rey Carlos I cuando se puso flamenco con el parlamento.

Otra cosa es que actuaron con los representantes y consignatarios de la Compañía Británica de las Indias Orientales como cuenta Elia Kazan en «La ley del silencio» que hacían los mafiosos, pero sin Marlon Brando. Y eso le quitaba mucho interés, sobre todo para las señoras.

A finales de noviembre de 1773, el HMS Dartmouth atracó en el puerto de Boston con sus cajitas de té. Pero de esas bonitas de lata con dibujos, no de las de cartón que hacen ahora para los supermercados. Que se ha perdido todo. Y que en las de cartón no puedes guardar nada.

Samuel Adams y sus compañeros de los Hijos de la Libertad fueron encizañando por los pueblos y cada vez había más gente enfadada por lo del té. Hasta los que desayunaban EKO. Y ya se vinieron arriba y gritaban que abajo el Parlamento, la Compañía y el gobernador Hutchinson.

El gobernador se empeñó en que se desembarcaran los fardos. El hombre se llamaba Thomas y estaba harto de los colonos que lo invitaban tomar café y le preguntaban, «Gobernador, ¿qué tomas?» Así que dijo «por la gloria de mi mare, que se descarga el té» En inglés, pero lo dijo.

La asamblea de protesta de la madrugada del16 en la Old South Meeting House de Boston fue la más grande vista. Según los Hijos de la Libertad, aquello estaba «abarrotao» que decían los del Dúo Pencilsharpener pero eran entre 60 y 150 personas. Y luego, que si los andaluces.

Así que se fueron a un chino, se compraron unos disfraces, se vistieron de indios mohicanos y se dirigieron al muelle de Griffin, donde estaba el HMS Dartmouth junto al Beaver y al Eleanour que acababan de llegar. Los marineros, que estarían hartitos de ginebra los dejaron subir.

Y al amanecer, 45 toneladas de té flotaban sobre las aguas del puerto de Boston. Si llega a ser tila, acaban las gambas hibernando. Pero lo malo es que aquello era un capitalito; diez mil libras esterlinas. Y eso en marisco da para dos congresos de UGT y Comisiones Obreras.

El aquelarre enfadó a los británicos y a los funcionarios de la colonia. Benjamin Franklin, que el hombre era un señor, dijo que había que pagar los daños y cuando vie que hasta el último indio miraba al cielo silbando, se ofreció a pagarlo de sus ahorrillos y sacó su cartilla.

Pero a Londres le salió el genio. Le pusieron un candado al puerto de Boston, declararon el estado de excepción e instauraron las Intolerable Acts. Y ya la cosa se puso calentita. Los ingleses quemaron el barco Peggy Stewart y los colonos se empecinaron en sus cosillas locas.

En fin, que ya no hubo vuelta atrás y vino la Guerra de la Independencia de los Estados Unidos y el pobre Rip van Winkle -ídolo de mi padre- se encontró con que al despertarse ya no era un fiel súbdito del rey Jorge III, sino un ciudadano de los estados Unidos de América.

La gran consecuencia del «Motín del té» fue que como los yanquis se juramentaron para no beberlo, se pasaron al café. Por eso, Estados Unidos es hoy el mayor consumidor del mundo. Porque independizarse fue un pegolete y un error muy grande. Y hasta aquí, la #efeméride de hoy. Ea.