En 1800, todos los venezolanos éramos españoles. Decir «venezolanos» era como decir margariteños o falconianos. En otras palabras, provincianos. ¿Pero quién si no algunos engreídos muchachitos afrancesados podían sentirse disminuidos por ello?
Venezuela era una decentísima y próspera provincia española que, justo en los 27 años previos a la atroz revolución bolivariana (la original), había triplicado su economía gracias al libre comercio de sus puertos, decretado por el rey Carlos III.
Nada justificaba la retórica
independentista, sólo la resentida ambición de un oportunismo mantuano (muy minoritario, valga subrayarlo).
En 1810, con esta revolución pseudo-patriota nuestra envidiable prosperidad se detuvo por completo. Venezuela, que no era una colonia sino una provincia del reino,
aquella que algunos sobrevivientes al desastre revolucionario luego recordaron como «la más feliz del universo», pasó a ser una tierra arrasada, triste y abusada.
Si alguna vez fue la provincia del crecimiento y la abundancia, es porque la nación por cual fue fundada
y desarrollada no era otra que España, la más grande, emprendedora y rica del planeta. Y ya irreductible a la península ibérica.
Nuestra moneda, el «Real de a 8», era la divisa internacional por excelencia. Hacía las veces del dólar actual y era la referencia incluso en el
comercio asiático.
Los venezolanos éramos parte de la nación más extensa de la Tierra. En el continente americano íbamos desde Argentina hasta Canadá. Llegamos incluso a poseer Alaska. Estados Unidos era pequeñísimo, su expansión ulterior
se produjo sobre lo que habían sido tierras españolas.
Pero España fue objeto de una conspiración múltiple. Fue atacada simultáneamente por Francia, Holanda y Gran Bretaña, y desde dentro por gente como Bolívar y San Martín, ambos en alianza con dichos países, con
los que negociaron ingentes cantidades de riquezas del continente. Así montaron sus ejércitos, llenos de mercenarios y tropas extranjeras. Se enfrentaron a una población local orgullosa y leal a la Corona, compuesta por las clases populares, incluyendo la aborigen y la esclava.
Y es que antes que venezolanos TODOS éramos españoles, tanto los nacidos en Europa como los nacidos en América. Esto fue así desde la conquista, aquella gran alianza geopolítica indígeno-ibérica. Con los mismos derechos gentilicios. Los esclavos traídos ulteriormente eran también
españoles, estaban protegidos por leyes que les permitían comprar su libertad por el mérito y el trabajo, a condición de que asumiesen los deberes del nuevo estatus. Por eso no sólo había negros voluntarios en el ejército español, sino incluso negros Oficiales. Igualmente pasaba
con los indios, eran tan españoles como el resto de los venezolanos y tenían aun más leyes protectoras. Nadie podía tocarles sus tierras. Eran realistas, y muchos también Oficiales.
Los ejércitos de la Corona en el continente apenas contaban con ibéricos, estaban conformados
casi totalmente por americanos. Pero fuimos traicionados por un grupo de mantuanos oportunistas que quisieron apoderarse de la región para proseguir con sus prácticas de contrabando, en un momento en que debieron defender nuestro reino, potencia del mundo gracias a la cual
habíamos alcanzado ser la próspera civilización que éramos.
Nuestra región fue descrita en 1800 –esto es, 10 años antes de la revolución– por el sabio naturalista alemán Alexander Von Humboldt como «la región más próspera y apacible del planeta». La legendaria crueldad del
imperio español es, pues, una leyenda. Es la gran mentira con que todos en la Venezuela republicana posterior fuimos adoctrinados, incluso antes de ir a la escuela. Curiosamente, a nuestro himno le ocurre tener un aire de canción de cuna, y es que al parecer de hecho era una, a
la cual cambiaron el nombre y la letra.
La propaganda anti española fue brutal, con ella se borró nuestro gran pasado. Fue orquestada y difundida en Europa por los reinos rivales y utilizada en las provincias por los separatistas. La historia que conocemos fue escrita
enteramente por los actores triunfales de la conspiración. Una que no dejó nada en pie y que habiendo logrado la desintegración del continente vendía entonces un proyecto de integración tan ridículo como el de la Gran Colombia, una integración que ya existía ampliamente y había
sido, precisamente, la gran obra del reino.
El caso es que con la mal llamada «independencia» el continente quedó balcanizado en 20 republiquetas pobres y rivales, disputándose tierras y poder, en una región ahora completamente arrasada por las guerras y el pillaje.
Los republicanos robaron todo, hasta las iglesias. Y también asesinaron a los curas como en la revolución francesa. Las élites que tomaron el poder reconstruyeron las ciudades y pueblos a base de expropiaciones. Los indios perdieron sus tierras. Fueron subastadas por los
«patriotas» entre sí, únicos que podían comprarlas. Y por supuesto las disputas mantuanas intestinas por el poder se sucedieron de una generación a otra a lo largo del siglo XIX. Las guerras continuaron, pero entonces entre republicanos, como es típico entre codiciosos. Con
ellas se condenó la región al atraso.
Después de la «independencia» estas guerras se hicieron terribles hacia el finales del siglo. Luego, en el XX, apareció el petróleo, preciado fósil que le dio a Venezuela la impresión de que finalmente todo tuvo sentido, de que había un
futuro a pesar del desastre. Pero con dicho rubro milagroso sólo aumentaron las pugnas domésticas y la corrupción, no precisamente la riqueza del nuevo país. En otras partes del mundo se produjo siempre con mucho menos recursos infinitamente más bienestar que en Venezuela.
Todas las élites empoderadas desde la «independencia» le deben, pues, a Bolívar el poder que detentan. Y las «grandes familias» sus riquezas. De allí el culto al «padre de la patria», que es sólo el culto al padre de sus patrimonios en envuelto en parafernalia de orgullo patrio.
Después del más reciente y último Estado forajido bolivariano, Venezuela debe, pues, ser fundada sobre la base de un proyecto hispánico enteramente nuevo y deslastrado de toda simbología independentista decimonónica; es decir, no refundarse sino fundarse por primera vez como
República. Si una reintegración al reino originario es anacrónica, también lo es volver a la 4ta. Venezuela no debe refundarse como 6ta, sino como 1ra. La 1ra República verdadera. Tal es la coherente misión a cumplir por quienes venzan en la guerra a la actual tiranía.
Pero… ¿tendrán suficiente consciencia histórica quienes venzan…? Me temo que no, pasarán muchos años antes de que sospechen siquiera quiénes originalmente somos; seguirán adorando a Bolívar en sus plazas y en un santiamén brotará el mismo bárbaro protagonismo.
En 1800, a 300 años de la conquista, el imperio español había cristalizado la obra civilizadora más grande de la historia y su preeminencia mundial desataba la envidia de los reinos de Europa. Este odio noroccidental contra él adquiría
unos ribetes de frustración absolutamente singulares: España era retrógrada —y por ende indigna de tal poderío— ya que en el proceso de colonización devenía mestiza. ¡Osaba mezclarse con salvajes, fundar familias impuras! Y ello por voluntad Real, por política de Estado.
¡Así no se coloniza a una especie inferior, así se barbariza a una superior!
La propaganda anti española estuvo pues basada en dicho verso. Con lo cual es muy curioso que hoy los hijos de la mentada mezcla, los hispanoamericanos, defiendan la tesis del atraso español.
Algunos se preguntan por qué Iberoamérica es tan pendeja que teniéndolo todo sólo termina produciendo tiranillos y miseria. Y enumeran muy bien los ejemplos. Pero se quedan en la pregunta, no nos dan la respuesta. Les diré algo, me pueden linchar por inmodesto, pero creo saberla:
nuestra «independencia» del imperio español (del cual éramos parte y no precisamente como colonias, sino como dignísimas provincias) fue una farsa injustificable, montada por potencias rivales como Gran Bretaña, Francia, Holanda, etc. a partir de una propaganda anti española con
la cual fueron armando una leyenda negra y captando ricos hacendados a quienes se les hizo ver que el continente les pertenecería tras una revolución. Hoy llamamos a dichos criollos libertadores, pero es gracias a ellos que el continente dejó de ser un imperio para convertirse
Mientras Vzla facturaba en petróleo más de $260 mil millones —¡18 planes Marshall!—, el comunismo infiltraba nuestra academia y nos convertía en PAÍS-BURBUJA. Apenas 26 días antes del Caracazo, 285 profesores (197 de la UCV —incluyendo decanos como @eliaspino—) firmaron ESTO:👇
MANIFIESTO DE BIENVENIDA A FIDEL CASTRO
1º de febrero de 1989
Nosotros, intelectuales y artistas venezolanos al saludar su visita a nuestro país, queremos expresarle públicamente nuestro respeto hacia lo que usted, como conductor fundamental de la Revolución Cubana, ha logrado
en favor de la dignidad de su pueblo y, en consecuencia, de toda América Latina.
En esta hora dramática del Continente, sólo la ceguera ideológica puede negar el lugar que ocupa el proceso que usted representa en la historia de la liberación de nuestros pueblos. Hace treinta
Basta con ver sus aliados, el chavismo es un neo-antisemitismo de Estado. Y como Hitler hace 8 décadas, pero sobre todo como Bolívar hace 20, piensa también en una solución final. La razón de todos los males, el enemigo único, tampoco le falta: ese judío de siempre, el imperio…
Auto elegido siempre y según él para siempre, el Estado chavista RIGE como una raza dinástica vitalicia sobre Vzla. La primera misión cumplida en el secuestro fue darle rango constitucional a la franquicia «bolivariana», agregándola al nombre de la República. Algo que el mismo
Bolívar habría soñado y que sin empacho osó con ese grotesco detallazo de inmodestia suya que hoy se llama «Bolivia». Los escuálidos son los «Untermenschen» (subhumanos); los colectivos son las SA nazis o «camisas pardas» (Sturmabteilung); las FAES son las SS (Saal-Schutz,
Así como doy por sentado que la liberación de Venezuela pasa exclusivamente por una Intervención Militar Extranjera, así doy por imposible que ello se logre a través de la ONU (R2P) ni la OEA (TIAR). También es infantil pensar que una Fuerza Armada express en el exilio derroque
al régimen (o sea a China, Rusia, Cuba, FARC, etc). Una Intervención Militar Extranjera ocurrirá sólo por decisión unilateral de EEUU, y en ello los venezolanos SOLAMENTE PODRÍAMOS INFLUIR «POR FUERA DE LA CAJA», es decir de la ONU y la OEA (y por ende del interinato, los
partidos y las plataformas, pues TODOS mueren por igual en esos organismos internacionales). Lo único, pues, que podemos hacer los venezolanos es expresarnos «POR FUERA» de ese terreno minado, y no hay 36 formas de hacerlo. Yo propongo que sea a través de un MANIFIESTO a firmarse
Cada vez que constates la ruina de Vzla ten presente que no es un error del régimen: en el plan de destronar la hegemonía mundial de EEUU el chavismo tiene la misión comunista de destruir a Vzla para hipotecarla, junto con sus recursos y geografía estratégica, a China y a Rusia.
Quienes piensan que EEUU ignora esto, y que su intervención en Vzla es una opción fantasiosa, propia del realismo mágico, demuestran una ingenuidad grotesca. Creerlo no es un acto de fe y para EEUU es una realidad ineludible, porque Vzla no es una isla azucarera ni tabacalera.
Muchas de las figuras públicas de la resistencia que niegan esta opción, y que tienen aspiraciones políticas (calladas o confesas), en realidad parecen más bien temerla, porque tras una intervención sus chances al poder no dependen de sus amistades e influencias, sino de la CIA.