Los momentos más humanos de nuestra vida están regidos por impulsos.
Aquel día que nos acercamos esa persona por primera vez, las lágrimas por una perdida, el primer beso.
Todo son impulsos.
El pensamiento irracional nos arrasa y solo podemos obedecer a nuestro yo animal.
Eso fue lo que sintió Arnold Kabe la noche del 12 de abril de 1974.
Estaba solo en su habitación, aburrido, sin nada que hacer, cuando de repente una idea se instaló en su mente:
Saltar el muro.
Cada día lo veía frente a su casa, en cada lugar, en cada esquina... da igual donde fuera, siempre estaba ahí.
El muro.
Quizá por eso su impulso, su único impulso era... saltarlo.
Solo había un problema.
Kabe no necesitaba saltarlo.
Kabe vivía en la parte occidental, y desde 1971, los berlineses del oeste podían cruzar a Berlín del este siempre que quisieran.
Solo necesitaban un visado y esperar una cola.
Es verdad que muchos occidentales no lo podían pedir, pero no era el caso de Kabe.
Pero es que él no quería pasar al otro lado.
Él quería saltarlo.
Así que se dirigió a Marianneplatz, la zona más cercana al muro.
Lo había subestimado, es demasiado alto.
Ve unos desechos en la plaza.
Los apila junto al muro.
Toma carrerilla.
Se impulsa y...
Por fin.
La tranquilidad.
Su mente se libera y se siente uno con el muro.
Así, Arnold Kabe, subido sobre varios metros de hormigón armado, encuentra su lugar en el mundo.
Por desgracia, su lugar en el mundo dura solo unos minutos.
En seguida aparecen patrullas de soldados occidentales que le gritan que se está equivocando de lado, que el oeste está hacia ellos, que no baje hacia el otro lado.
Pero Kabe no tiene intención de bajar.
Sin embargo, los soldados del este no son tan delicados.
Le encañonan y lo hacen bajar.
El pobre Kabe pasa un día en Berlín oriental entre preguntas y amenazas.
"¿Qué haces aquí? ¿Renuncias al oeste? ¿Quién te envía? ¿Sabemos quién eres? ¿Quieres que te lo vuelva a preguntar? ¿Dónde está tu pasaporte?"
Pero Kabe solo tiene una respuesta para todas esas preguntas:
"No me gusta detenerme ante una puerta cerrada"
"No me gusta detenerme ante una puerta cerrada"
.....................
................
..........
......
Después de un día horrible en el este, Kabe es devuelto al oeste.
Se encierra en su casa y solo puede pensar en una cosa: la tranquilidad, la tranquilidad del muro.
Lo intenta evitar, recuerda el trato recibido en el este y no quiero volver a sufrirlo.
Pero ¿cómo controlar un impulso?
Así, tan solo dos semanas después, ya está otra vez subido sobre el muro.
Disfrutando de la tranquilidad.
Esta vez, su aventura dura un poco más, ha elegido una zona menos transitada por los soldados occidentales.
Sin embargo, los soldados del este no tardan en descubrirlo.
Bajan a Kabe por la fuerza y comienzan los problemas.
Si la vez anterior el interrogatorio le pareció duro, ahora es un infierno.
Le llevan directamente a la central de la Stasi.
Allí pasa horas.
Sus respuestas son cada vez menos lógicas, menos entendibles.
En menos de un día, los chicos de la Stasi tienen claro el diagnóstico:
- Está loco.
Sin embargo, lo que no sabía es que aquella locura acababa de empezar.
Kabe es ingresado en el sanatorio de Buch, en Berlín oriental. Allí los médicos le diagnostican una enfermedad extraña:
"El síndrome del muro"
Kabe está en sus cabales, pero sufre una extraña obsesión con el muro.
Solo siente tranquilidad entre los dos países, en tierra de nadie.
Como si Kabe solamente pudiera existir, allí donde nada puede existir.
Kabe es internado tres meses en el sanatorio de Buch, en Berlín Este.
Durante su tratamiento se comporta de manera normal.
Los médicos aseguran que lo único que necesitaba Kabe era reposo.
Ya puede volver a su vida normal.
La noche siguiente, ya está subido al muro otra vez.
Los soldados del este reconocen a Kabe en seguida:
- ¿Tú otra vez?
Pero no son los únicos que empiezan a cansarse de la situación.
Las autoridades del este comienzan a estar muy enfadadas, pero no con Kabe, sino con Berlín oeste.
Consideran que no se están ocupando como se debería de un enfermo mental (lo cual, es totalmente cierto).
Así que envían de vuelta a Kabe a Berlín, pero esta vez lo acompaña una carpeta con los informes médicos del sanatorio de Buch.
Por primera vez, el Senado de Berlín toma cartas en el asunto.
Realizan un examen a Kabe y cuando le preguntan por qué se empeña en colgarse del muro una y otra vez, aquel hombre les sorprende con una respuesta:
"Cuando todo está tranquilo en casa, me da por pensar: Vamos, ve y salta el muro otra vez"
Los médicos occidentales llegan a una conclusión: Hay que alejarlo del muro.
Así que toman las cosas de Kabe y le llevan al sur de Alemania, a un sanatorio con vistas a campos verdes y vacas blancas.
"Aquí estarás tranquilo, Arnold".
Kabe disfruta unas semanas de la serenidad de las montañas.
Parece que todo va bien.
O quizás, no.
La noche de Carnaval, los empleados se unen a la fiesta de disfraces de los pacientes.
Uno de ellos se deja una ventana abierta.
Una ventana abierta.
Kabe la ve y sabe perfectamente cómo acabará todo.
La noche siguiente ya está en Berlín, encaramado por cuarta vez al muro.
El este se toma aquello como una afrenta. Así que toma una medida drástica:
El oeste pagará por los costos de los saltadores del muro.
Sí, ya sé que no parece algo muy dramático, pero en realidad lo a simple vista era un problema burocrático, escondía una manzana envenenada:
Una factura 15.649 Marcos alemanes por infringir las leyes fronterizas de la República Democrática Alemana.
Esto es un problema y gordo.
Alemania del Oeste nunca había reconocido el muro de Berlín como frontera estatal.
Hacerlo, sería reconocer que sus ciudadanos no podían circular libremente por toda ciudad.
Cosa que no podían hacer, pero una cosa es la realidad y otra reconocerla.
Era un muro, sí.
Separaba dos países, sí.
Dividía la capital en dos, sí.
Nadie podía traspasarlo, sí.
Pero, una frontera... No, por dios, una frontera, no.
De esta forma, Berlín del oeste acepta el pago por Kabe, pero sin reconocer el muro como una frontera.
Mientras se iniciaba una guerra diplomática por él (los dos ministros de exteriores llegaron a reunirse para estudiar el caso) Kabe seguía saltando al muro.
Por lo menos 18 veces fue atrapado por ello, aunque seguramente lo consiguiera muchas más veces y no haya quedado documentado.
Durante tres años fue un dolor de cabeza para las dos Alemanias, hasta que un día de 1977, simplemente dejó de saltar.
Quiero pensar que quizás encontró otro lugar donde poder disfrutar de la tranquilidad y huir de la locura... no de la suya, sino la de aquellos señores que habían puesto un muro en mitad de la ciudad y habían olvidado para qué sirve un muro.
Y por supuesto, nos despedimos de la semana laboral con una sonrisa porcina y un deseo de que paséis un buen fin de semana.
Hasta la semana que viene.
Por cierto número 1:
Me estáis preguntado mucho qué paso con Kabe... y me gustaría contároslo, pero no se sabe.
Os cuento:
Esta historia forma parte de la novela "El saltador del muro" donde se cuentan varias historias del muro, entre ellas la de Kabe.
Durante años se pensó que la historia de Kabe era ficción, era "demasiado buena".
Pero el investigador Martin Schaad realizó una investigación para su libro "Dann geh doch rüber" en la que utilizaba los documentos de la Stasi para rastrear los saltos de gente del oeste al este.
Allí encontró los registros de Kabe, dando validez a la historia de la novela.
El problema es que una vez se acaban los documentos de la Stasi, es decir, cuando dejó de saltar. No sabemos nada más de él.
Por eso decía que quiero pensar que encontró un lugar donde sentirse tranquilo, aunque no lo sé.
Por cierto número 2:
Todas las fotos (maravillosas) las he sacado de las revistas Life, TIME y la agencia Magnum. Todos tienen unos especiales increíbles sobre el muro.
Muchos estáis comentando que esta historia se merece una película, bueno, pues la tiene. No la he visto... y no sé si quiero verla, porque tiene muy poco que ver con la historia real.
Si alguien la ha visto, que comente, por favor.
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