—Vale, de acuerdo —te contesta.
—¿Cómo dices?
—Me gustaría conocer tu peso. ¿Puedes subirte aquí?
—N-no te entiendo...
—Ven, Venancio.
—Aquí todos somos inocentes —te contesta—. ¿No lo sabías?
—Yo no. Un hombre murió por mi culpa.
—¿Cuánto pesas?
—Bien, perfecto —dice Reno.
Reno te ayuda a bajar del colchón y te introduce en el asiento trasero del coche. Él sube delante. Al volante, otro enano.
—Por robo de obras de arte.
—¿C-cómo dices?
—¡Pero cómo...!
—Sí, estoy vivo. Pero tranquilízate. Deja que te expliquemos.
—Tenemos malas noticias.
Miras por la ventana. La sangre del cuerpo de Venancio ha dibujado una figura reconocible. Sonríes.