Una de las muchas cosas que he aprendido con los alemanes es que hay muchas formas de disfrutar de la vida. No es tan obvio. Lleva tiempo revisar los dogmas propios.
Con ellos he aprendido a vivir como extraordinarias muchas cosas pequeñas y a hacer lo que me apetece sin temor a que me salga regular.
Mis vecinos pasan la tarde de un martes a la orilla del canal con una tabla de cortar, un queso y dos copas de cava de las que allí sólo usamos en Nochevieja.
En primavera, sí tienen ventana o balcón soleado, o incluso al lado de árboles de la calle, plantan tomates, calabacines, fresas... Los cuidan y recolectan con superilusión, hablan de ello.
Les da igual mancharse o tener mal aspecto si se están divirtiendo. Hacen las cosas sin parafernalia, para estar lo más a gusto posible, y lo logran a menudo.
Usan la calle como nosotros la terraza de casa. Si hace bueno sacan unas sillas y ya tienen una medio fiesta (soy de Madrid, en España sólo lo he visto como turista y parecían rajar del vecino).
Si hace frío, les gusta estar en sitios con luz cálida, llevar ropa cariñosita, pisar alfombras... Es más importante sentirse bien que el plan en sí.
Las mujeres llevan bragotas, tanto si son la encarnación del canon como si no. Tienen otros registros, pero por defecto tranquis con la ropa interior.
Si van con chavales, pan, fruta y a correr. En verano en bolas y descalzos, en invierno con un mono impermeable. Les dejan embarrarse y levantarse solos cuando se caen. Todos contentos.
¿Hay un eclipse? Van a verlo. Sin dramas, a la esquina. Muchos. Esperan con paciencia porque mola. Lo disfrutan a tope porque han dedicado 10 minutos a enterarse de por qué es especial.
¿Es el mundial? Las tiendas 24 horas del barrio sacan teles a la calle. Ven también los partidos de los otros países y aplauden las jugadas ajenas.
Cocinan para los demás a menudo. Cuando celebran o se juntan, la comida suele ser sencilla, pero hecha por ellos. Hablan de ella, la prueban, se la piropean.
Vacaciones puede ser un viajazo a la conchinchina o un camping a 20 km de casa porque la naturaleza es un lujo siempre. Se dice. Se repite. Da igual que hayan hecho eso mismo mil veces.
Si les mola la salsa se apuntan a un curso. Y van. No lo dejan. Aunque sepan de sobra que el profesor latino se mofa de ellos en secreto. Les importa una mierda ser arrítmicos porque se lo pasan guay.
La fruta se celebra. Una tarde top puede ser comprar unas ciruelas de la hostia y comértelas en un parque con una amiga. Puede ser con champán y un porro. Pero lo que tiene de especial es la fruta.
Se curran el ocio. Obviad Mallorca. Muchísimos (!) hacen cursos de idiomas para aprender a decir cosas básicas en el idioma del sitio al que van.
Aprenden cosas de mayores. A tocar la guitarra con 50 años. A hacer cerámica. A cocinar vietnamita. Francés. Kickboxing. La edad no los apalanca.
Compran menos. Arreglan más. Le dan vueltas a cómo sacar partido a lo que ya tienen. La creatividad no es una cosa de vagos y maleantes, sino una virtud que se valora. Incluso en el trabajo (!).
Hacen chistes sobre la pereza de hacer deporte, pero no se rigen por ellos. Lo hacen porque sienta bien y mola estar sanas y en forma. Tampoco lo dejan.
Y ya. Que mi corazón es mediterráneo, pero que otras vidas buenas y otros disfrutes son posibles. ❤
