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Alex Riveiro @alex_riveiro
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La flecha del tiempo nos empuja al futuro. Los seres humanos, como todas las criaturas de este planeta, nacemos, vivimos y morimos. La entropía siempre aumenta, pero una verdad tan profunda y tan fundamental sobre nuestra naturaleza, también nos permite comprender quienes somos.
Mira a tu alrededor. Según en qué lugar del mundo estés, en el momento en que escribo este hilo, 29 de diciembre, es invierno en el hemisferio norte y verano en el hemisferio sur. Sabes, perfectamente, que la próxima estación será la primavera, en el norte, y el otoño en el sur.
De la misma manera, también sabes que a las 14 de la tarde le siguen las 15. A las 15, las 16... El tiempo nos empuja hacia adelante. Nos movemos hacia el futuro a una velocidad de una hora por hora. Imparables, caminando hacia ese destino último de toda criatura en el universo.
Es la alegría y la tragedia de nuestra existencia. Estamos aquí gracias al cosmos, pero nuestro tiempo es limitado. Sin embargo eso es, probablemente, lo que hace que seamos tan únicos, tan especiales. Aunque en una escala diferente, compartimos el mismo destino de las estrellas.
Ellas también nacen, crecen y mueren. Sus restos, también, sirven para permitir la aparición de nueva vida. Nuevas estrellas, nuevos planetas, en los que la vida se pueda abrir camino y, como nosotros, preguntarse cuál es su papel en el universo. Todo tiene un principio y final.
Aunque pueda apenarte pensarlo así, en el fondo, quizá sea bueno. Si fuésemos eternos, ¿cuál sería nuestra motivación para empezar una nueva jornada? ¿Por qué hacer algo mañana, o dentro de diez años, si tienes toda la eternidad por delante? Tampoco podemos ser egoístas...
Piénsalo. En este planeta, somos unos 7.000 millones de personas. En total, calculamos que sobre la Tierra han vivido unos 100.000 millones de seres humanos. Parece un número gigantesco. Y, sin embargo, nada dice que tú o yo debiésemos existir. Ganamos la lotería de la vida.
Muchos otros seres humanos. Muchas otras posibles combinaciones de genes, de átomos y moléculas, no tuvieron ni tendrán esa oportunidad. Simplemente, nunca llegarán a existir. Nunca. ¿Y vamos a lamentarnos por la muerte? ¿o porque el tiempo solo fluya hacia delante, irreversible?
Hacerlo sería tremendamente egoísta por nuestra parte. No solo no estamos contentos con el mero hecho de existir, a pesar de que la combinación exacta que hizo que el conjunto de moléculas, átomos, genes... que nos forman sea único y especial. También queremos la inmortalidad.
La flecha del tiempo nos cuenta una verdad fundamental sobre el universo y sobre nosotros mismos. El universo siempre cambia y, una vez se ha hecho un cambio, nunca puede ser desecho. Por eso no vemos secuencias fuera de orden, ni el mundo funcionando marcha atrás. No es posible.
Aunque, irónicamente, no hay nada, en el funcionamiento de las leyes de la física, que impida que el agua de tu vaso se reagrupe en forma de cubo y vuelva a congelarse. Lo mismo nos sucede a nosotros. Celebramos aniversarios, siempre sumando años, nunca restándolos…
Así que, sí, somos un suspiro en la vida del universo. Nuestra existencia no es, ni siquiera, un porcentaje significativo de la vida de nuestro Sol. E incluso él, con toda su majestuosidad, con toda esa capacidad de dar vida... tiene los días contados. 10.000 millones de años.
Una cifra que, aunque a nosotros nos parece muy grande, también palidece ante la vida del cosmos, que será muchísimo más mayor. En la escala cósmica, incluso la vida de nuestro poderoso Sol será apenas comparable a la duración de un pestañeo. Así que... ¿cuál es el lamento?
La otra posibilidad es nunca haber existido. Muchos posibles seres humanos tendrán ese destino. Porque hay trillones de combinaciones posibles. Solo unos miles de millones han sucedido y, según lo que viva nuestra especie, ni siquiera lleguen a ser billones los que existan...
Por eso es importante no resignarse y no pasar por esta vida sin más propósito que vivir. ¿Por qué esperar la promesa de una vida eterna cuando ya tenemos esta y sabemos que es extremadamente única? ¿Es que no es suficiente regalo y motivo para empujarnos adelante?
Tenemos el lujo, el privilegio, y quizá hasta el honor, de preguntarnos por qué existe el universo. Compartimos este mismo momento temporal con otros seres humanos a los que admiramos de una manera u otra. Ya sean nuestros familiares, personajes famosos o grandes investigadores.
En una perspectiva cósmica, la posibilidad de que te encontrases en tu camino con esa persona a la que quieres, o con tu familia, o que existieses al mismo tiempo que tu ídolo, era algo extremadamente improbable. Todo eso hace que nuestra existencia sea única. Debemos valorarla.
No solo eso, también debemos hacer que los que vengan, después de nosotros, puedan vivir y disfrutar del planeta que nosotros mismos conocemos. Y, quién sabe, quizá incluso de los que todavía no conocemos o podemos llegar a imaginar cómo son ni qué depararán a nuestra especie.
Porque, un día, estoy seguro, un ser humano abrirá los ojos en Marte, o quizá en la Luna. Será su mundo natal. Formará parte de una sociedad que se habrá expandido a otros planetas. Tendrá el privilegio de existir en un momento que muchos otros seres humanos ni imaginaban.
Del mismo modo que nosotros. ¿O acaso crees que, ya no los antiguos romanos, sino nuestros abuelos o bisabuelos, podían alcanzar a imaginar toda la tecnología que tendríamos al alcance de nuestras manos? Pero si la tenemos fue gracias a ellos y a los que vinieron antes.
Porque el universo siempre cambia, y el cambio es irreversible. En nuestra mano está hacer que este planeta siga siendo el hogar de muchas generaciones de seres humanos... o convertirlo en un lugar que no pueda volver a albergar seres inteligentes que piensen sobre sus orígenes.
Hay cambios que, incluso para nosotros, con la tecnología de la que disponemos hoy en día, serían irreversibles. ¿Seremos tan egoístas como para hacer que nuestro planeta sea inhabitable para los que tendrían que venir después de nosotros? La respuesta a esa pregunta da miedo.
Vivimos en una sociedad que nos empuja al individualismo. Nos lleva cada vez más al “yo, yo, yo”, a olvidar que hay otros seres humanos compartiendo con nosotros este mismo lugar en este mismo momento. Como si no entendiésemos que nunca fue sobre nosotros como individuos.
En su lugar, es sobre nosotros como especie. Porque es posible que la aparición de vida inteligente en este planeta fuese inevitable. No lo sabemos, es algo que todavía se está investigando. Lo que sí sabemos es que la aparición de nosotros, como individuos, era más improbable.
Es triste pensar que un día nuestras vidas acabarán, por supuesto. A veces nos comportamos como si fuésemos criaturas inmortales. Pero, es esa fecha de caducidad la que nos hace únicos. Podemos dejar una huella en este mundo que vaya más allá de nuestra propia existencia.
Ya sea en forma de descendencia, con nuestros hijos, nietos... Pero también de otra manera. Ayudando a los que, por ejemplo, no han tenido tanta fortuna en la vida como nosotros. Aprendiendo a respetar al resto de seres humanos. Porque no somos de primera y de segunda clase.
Solo un necio pensaría que una persona es menos persona por tener un color diferente. Para el universo, su existencia es tan improbable como la tuya. El mero hecho de existir, de pisar la superficie de este planeta, es algo que nos debería hacer sentir igualmente afortunados.
Porque tú existes en la Tierra. Eres una consecuencia del cosmos. Un golpe de fortuna. La combinación de átomos y moléculas adecuada que da como resultado tú. Existes gracias al Sol y la Tierra. No al revés. Estás aquí gracias al cosmos. No es el cosmos el que está aquí para ti.
Así que si eres de los que miran a otros hombres con desprecio porque no tienen tu mismo color de piel, pregúntate por qué importa. ¿Qué más da? Tu vida es igual de efímera que la de ellos, y está igual de vacía de significado, salvo que tú se lo des. ¿Solo vas a dejar odio?
Lo mismo sucede si eres de los que creen que las mujeres son inferiores a ti, o que solo están aquí para servirte o ser tus juguetes. Son seres humanos, como tú y como yo. Merecen el mismo respeto y trato. Porque el cosmos no está aquí para servirte, y ellas tampoco.
Decía Carl Sagan que hacemos que nuestra vida sea significativa por nuestras acciones, por la valentía de nuestras preguntas y el coraje de nuestras respuestas. No se puede luchar contra la muerte, el cambio es inevitable en el universo. Así que... ¿por qué tirarla por la borda?
Si queremos ser especiales, como seres humanos, no lo conseguiremos realizando demostraciones de poder. Ni oprimiendo a los débiles o tratando sin respeto a las mujeres o a quienes no tienen nuestro mismo color de piel. Tenemos que buscar un objetivo mayor, una sociedad mejor.
Porque la flecha del tiempo nos enseña que el cambio es irreversible. Incluso el universo mismo nace, crece y muere. No sabemos si morirá en un sentido literal, pero sí que llegará un momento en el que ni siquiera producirá estrellas. No habrá luces que alumbren la oscuridad.
En realidad, no solo tenemos la suerte y el privilegio de existir como individuos en esta especie. Podríamos no haber existido nunca, o que nuestros conjuntos de átomos y moléculas hubiesen existido como un puñado de rocas o un árbol... sin ser conscientes de nuestra existencia.
Además, existimos en un momento en el que el universo, a pesar de parecernos increíblemente viejo, es todavía muy joven. Por las noches, podemos observar un cielo repleto de estrellas. En billones de años, otros seres inteligentes, si los hay, no verán lo mismo desde sus mundos.
Es la alegría y tragedia de la existencia. El tiempo se mueve hacia delante, inexorable, mientras el universo cambia de manera irreversible. Nuestra especie también lo hace. A fin de cuentas, hace siglos se quemaba a las mujeres pelirrojas por considerarlas peligrosas brujas...
Nuestros descendientes más lejanos también tendrán que enfrentarse a cambios irreversibles. Un día la Tierra dejará de ser habitable. Quizá en unos 1.100 millones de años. Será necesario buscar un nuevo hogar en otros mundos de este pequeño rincón de la Vía Láctea, y habrá más.
Porque, en 4.500 millones de años, el Sol morirá. La humanidad deberá buscar un nuevo hogar lejos del Sistema Solar. Si no tenemos la tecnología para cubrir grandes distancias en un tiempo breve, será un viaje muy largo y dificultoso, que pondrá en peligro nuestra supervivencia.
Si no queda otro remedio, tendrán que viajar en algo llamado nave generacional. Una nave pensada para viajar por el espacio durante decenas de miles de años. Allí, los seres humanos nacerán, vivirán y morirán conociendo solo ese amasijo de hierros, en busca de una esperanza.
¿Te parece ahora tan malo existir en este momento? ¿Aunque solo podamos imaginar la posibilidad de vivir en otros planetas o en colonias orbitales? No podemos elegir el momento en el que nos toca vivir. Lo que sí podemos hacer es aprovecharlo al máximo, todo lo posible.
Pero no podemos imaginar constantemente. Para que ese futuro pueda llegar, para que un día haya seres humanos en otros mundos, o en colonias orbitales, hace falta la voluntad de avanzar y de querer proteger nuestro mundo. Porque la Tierra es el único hogar que conocemos.
Sin esta pequeña canica azul, estaremos completamente perdidos. No sé si hay vida en otros mundos, pero lo que sí está claro es que no van a venir a ayudarnos. Si queremos que la Tierra siga siendo el hogar de la Humanidad, somos nosotros los que tenemos que actuar y protegerla.
Hay que luchar contra el cambio climático, contra los egoístas, los charlatanes y aquellos que solo quieren pensar en sí mismos. O aquellos que se creen por encima de mujeres y hombres. Porque construir una sociedad mejor es responsabilidad de todos los que estamos aquí.
Tenemos el privilegio y la suerte de existir. Podemos preguntarnos por qué existe el universo, por qué estamos aquí, cómo apareció el ser humano... pero no podemos olvidar que, para que existiésemos, muchas otras criaturas, no solo seres humanos, tuvieron que aparecer antes.
El cosmos o la Tierra no están aquí para servirnos. No quiero promesas de una vida eterna, porque no tengo motivos para creer que haya algo después de esta vida. Y porque, en el fondo, esta vida es lo suficientemente única y maravillosa para valorarla por sí misma.
Y todo es posible gracias a la flecha del tiempo. Porque si el ser humano fuese inmortal, quizá muchos menos seres humanos habrían existido en toda la historia de la Tierra. Quizá incluso seguirían viviendo en cuevas. Después de todo, ¿qué prisa habría? Todo podría esperar.
Nuestra propia mortalidad es la que nos empuja a vivir. ¿Quieres saber cuál es el propósito de la vida? La respuesta no está en el cosmos. Está en tu propio interior. Es vivir. Simple y llanamente. Ayudar a que el mundo sea un lugar mejor, para ti, y para todos.
Somos hijos de la Tierra, del Sol, del universo. Somos una consecuencia de su propia existencia. Un conjunto de moléculas que existe de manera efímera en la superficie de una pequeña canica azul, una nave espacial perdida en algún lugar de una galaxia en un rincón olvidado.
Somos los custodios de la vida. Así que actuemos como tal. Si queremos que nuestras vidas tengan sentido, podemos dárselo con nuestras propias acciones. Ayudando a quienes nos rodean, llegando a quienes no han tenido tanta suerte. Porque somos afortunados. Existimos y no es poco.
Así que no te lamentes porque la vida tenga un principio y un final. Todo en el universo lo tiene. Está en nuestra naturaleza, y esa mortalidad es parte de nosotros mismos, es lo que hace que el ser humano sea tan sorprendente. Quizá el mismo cosmos tenga un principio y un final.
Aprecia lo que tienes y el mundo en el que estás. Otros nunca tendrán la suerte de abrir los ojos y ver este planeta, esta estrella, este universo. Nunca llegarán a preguntarse por qué existimos, o de dónde viene el ser humano, ni cómo podría ayudar a hacer un mundo mejor…
¡Fin del hilo!
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