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Hutou fue la última batalla de la mayor guerra librada desde los albores de la civilización
Como sucedía con la mayoría de las regiones dominadas por Japón que atacaron en su largo y brutal recorrido a través del Asia, pocos occidentales habrán oído hablar nunca de Hutou.
Houtou significa "cabeza de tigre", y, efectivamente, por aquel entonces aún podían verse algunos de esos felinos en las montañas de Wanda, donde se alza Hutou junto al imponente río Ussuri en la frontera este de Manchuria.
Doce años antes de su invasión por las fuerzas soviéticas, el Ejército de Quantung erigido allí el sistema defensivo más elaborado de toda Asia y al que los mandos de aquel, de forma precipitada, no dudaron en llamar su "Línea Maginot".
Hutou había despertado el interés de los líderes militares de japoneses quienes ordenaron la construcción de cuatro fuertes sobre colinas vecinas y que llegaban a alcanzar una altura de ciento veinte metros desde la ribera del río.
Los japoneses diseñaron edificaciones que contaban con techos y muros de hormigón con un grosor de dos metros y acogían bajo tierra almacenes y habitáculos que contaban con generadores eléctricos propios y que estaban conectados entre sí por túneles.
El epicentro del sistema defensivo de Houtou tenía una extensión de casi ocho kilómetros y una profundidad de hasta seis y medio
Fue en se donde se puso a trabajar al grueso de los treinta mil trabajadores forzados chinos que participaron en la construcción de las fortificaciones y que fueron pasados por las armas tan pronto acabaron su obra
Varios historiadores y observadores militares han señalado que Hutou constituía para los japoneses un destino impopular, por hallarse muy alejado de cualquier tipo de distracciones y placeres.
Según los informes japoneses, ese sistema defensivo resultaba manifiestamente insalubre, con una humedad que se filtraba por los muros de hormigón y que oxidaba las armas y echaba a perder los alimentos
Las dotaciones japonesas destinadas en un Hutou habían ido viéndose reemplazadas por un elemento humano que imponía cualquier cosa menos respeto.
Según cuentan algunos, pese a la evidencia de patrullas soviéticas merodeando por las inmediaciones , el comandante de la guarnición de Hutou se hallaba en paradero desconocido la noche en que se inició el ataque contra ella.
Con el transcurso del día la tensión se agudizó y como quiera que aquel regresaba a su puesto, el comandante de la artillería local, el capitán Masao Oki, tuvo que dirigir la defensa de Hutou
Mientras un enemigo invisible aguardaba pacientemente en su intrincada guarida, las primeras explosiones, además de cortar toda comunicación por carretera con el exterior, sembraron el pánico entre los pocos cientos de infortunados civiles que moraban detrás de la fortaleza.
Los soviéticos habían participado en misiones similares en Europa y no esperaban que ésta fuese muy distinta de las demás. Se equivocaban.
Los japoneses respondieron con fuego de mortero, lo que, a pesar de provocar algunas bajas, no pudo impedir que los soviéticos acabaran estableciendo una cabeza de puente al cabo de tres horas.
Durante todo aquel día y el siguiente las tropas soviéticas continuaron franqueando el río
El comandante local del ejército nipón de la zona, el teniente general Noritsune Shimuzua ordenó a la guarnición luchar hasta el último aliento y afrontar su sino, cuando hubiere de llegar, con coraje y entereza, mereciendo así ser considerados pilares de la Patria
Lo que no sabían los planificadores soviéticos era que los japoneses contaban con un laberinto de fortificaciones y túneles subterráneos interconectados.
Los soviéticos lanzaron sucesivos ataques contra el sistema de búnkeres.
Pero los japoneses contaban posiciones de artillería y mortero de apoyo mutuo, inmunes a los mayores proyectiles y bombas del arsenal soviético y camufladas hasta el punto de la invisibilidad, incluso a sólo unos metros de distancia.
Los japoneses parecían inmunes a cualquier tipo de fuego a discreción.
Basándose en unos primeros informes de patrullas que rastreaban las posiciones japonesas, los mandos soviéticos hicieron hincapié en la cautela y aceptaron posponer su ataque total.
Durante los días siguientes, la artillería soviética se empleó a fondo, para evitar que las tropas japonesas pudieran reaccionar mientras la infantería y los zapadores rusos se internaban en las posiciones niponas, avanzando centímetro a centímetro por entre las trincheras.
Los minutos fueron desgranándose mientras los distintos los puestos de observación artillera de los japoneses eran destruidos, lo que complicaba decididamente las condiciones en las que estos últimos habrían de proseguir el combate.
Los comandantes soviéticos se sorprendieron del grado de disciplina y organización que mantenían los japoneses en unas condiciones cada vez más adversas.
Creían que, a esas alturas del combate, muchas de las tropas japonesas estarían al límite y que tal vez aceptarían la posibilidad de entregarse.
Pero ningún soldado japonés aceptó la rendición
El 13 de agosto, las tropas soviéticas dejaron caer gasolina por las rendijas de respiración y le prendieron fuego, tras lo cual centenares de defensores y sus familiares perecieron abrasados.
Pese a todo, la resistencia japonesa se recrudeció y los golpes de mano siguieron dando sorpresas a los soviéticos, quienes, en ocasiones, se vieron obligados a desalojar las posiciones que acababan de ocupar.
Hutou estaba defendida por una fuerza enemiga formidable. Los altos de la fortaleza llegaron a cambiar hasta nueve veces de manos.
Un joven oficial japonés inició una carga blandiendo una espada de samurai y cayó víctima del impacto de una granada.
Los artilleros nipones, incapaces de utilizar sus armas pesadas, acabaron destruyéndolas con cargas de demolición y formando patrullas suicidas, mientras una pieza de artillería acabó fuera de combate después de que otra hiciera fuego sobre ella a bocajarro.
Los desdichados defensores de Hutou no habían llegado a tener conocimiento de que, a las 2.45 del 6 de agosto, un B-29, a las órdenes del coronel Paul W. Tibbets, había despegado de un aeródromo norte de Tinian para emprender el vuelo de 1.100 kilómetros hasta Japón.
El objetivo era Hiroshima, un centro industrial de 350.000 habitantes situado al suroeste de Honshu, la isla más grande de Japón. Era una de las dos ciudades japonesas importantes —la otra era Kioto— que todavía no habían sido atacadas con fuerza por los B-29.
Sin embargo, durante las semanas anteriores, miles de bombarderos estadounidenses habían sobrevolado Hiroshima, ya que se encontraba en un punto de encuentro clave para los aviones.
Las sirenas de ataque aéreo sonaban día y noche en la ciudad, lo cual ponía nerviosos a los ciudadanos. Más de 100.000 residentes evacuaron la ciudad durante jubo y principios de agosto, y sólo quedaban 240.000 cuando cayó la bomba A.
La bomba estalló a las 8.15. La mitad de la población murió en el acto o sufrió lesiones espantosas que acabaron resultando mortales.
El horror de Hiroshima convenció a los máximos lideres civiles, incluido Hirohito, de que Japón no tenía otra elección que aceptar las condiciones de la Declaración de Potsdam, aunque no consiguió hacer mella en la determinación de los partidarios de la línea dura japoneses.
El ministro de Asuntos Exteriores encabezó la lucha por la paz, pero él y otros pacifistas del Gobierno tuvieron que actuar con cautela.
Los señores de la guerra y sus esbirros no habían vacilado a la hora de asesinar a disidentes en el pasado, y sin duda volverían a hacerlo en nombre del honor, incluso a riesgo de destruir el país entero.
Truman dio a los japoneses tres días para responder. Cuando no se recibió una aceptación oficial de las condiciones de paz desde Tokio en ese período, el presidente ordenó el lanzamiento de una segunda bomba, todavía más potente.
El blanco seleccionado en un principio fue la ciudad de Kokura, pero unas gruesas nubes obligaron al B-29 que debía llevar la bomba, pilotado por el comandante Charles W. Sweeney, a desviarse hacia un segundo objetivo, la ciudad de Nagasaki
Esta segunda bomba, que respondía al nombre en clave de Fat Man, estalló recién tocadas las once de la mañana del 9 de agosto
Unos 35.000 japoneses murieron al instante, y otros 10.000 perecerían por causa de las radiaciones en los días siguientes. Miles de personas más resultaron heridas, pero sobrevivieron.
Los partidarios de la linea dura se quedaron helados, casi tanto por las acciones de los soviéticos como por las bombas, pero se negaron a capitular.
Una reunión imperial de los «seis grandes» del gabinete de guerra japonés, celebrada en un refugio antiaéreo situado bajo al palacio imperial y a la que asistió el emperador, se prolongó hasta la tarde del 9 de agosto y buena parte de la noche.
El jefe del estado mayor de la Armada, el almirante Soemu Toyoda, y el jefe del Ejército, el general Korechika Anami, se opusieron con firmeza a la propuesta del ministro de Asuntos Exteriores Togo de aceptar la Declaración de Potsdam.
Toyoda y Anami sostenían que sus fuerzas podían derrotar a los estadounidenses en Kyushu y conseguir mejores condiciones.
Poco antes de medianoche, momento en que el gabinete se hallaba en un punto muerto de tres contra tres, el primer ministro Suzuki recurrió a Hirohito, y comunicó con pesar que el gabinete era incapaz de llegar a un consenso y pidió al emperador que diera un paso sin precedentes.
"Solicitamos la decisión de Su Majestad Imperial", dijo Suzuki.
Hirohito se levantó y habló con voz temblorosa por la emoción: "Ya no soporto ver sufrir más a mi pueblo inocente... ¿Cómo podemos repeler a los invasores?... Me trago mis propias lágrimas y doy mi autorización a la propuesta para aceptar la proclamación aliada...".
El día 10 de agosto, el gobierno de Estados Unidos y sus aliados recibían la notificación de que Japón aceptaría las condiciones de la Declaración de Potsdam, dando por sentado que se permitiría al emperador seguir cumpliendo sus funciones como gobernante soberano del país.
La paz estaba tentadoramente cerca pero todavía no se había materializado.
Un grupo de jóvenes oficiales fanáticos trataron de perpetrar un golpe de Estado para derrocar al gabinete y continuar la guerra.
En un esfuerzo por calmar la situación, Hirohito recurrió a altos mandos clave del Ejército y la Armada para asegurarse de que sus tropas obedecían la orden de alto el fuego.
El general Korechika Anami, ministro de Guerra, convocó a todos los altos mandos del rango de teniente coronel o superior, y les apeló a mantener el control y a que no intentaran frustrar abiertamente la decisión de paz.
El almirante Yonai, ministro de la Armada, dedicó una advertencia similar al personal naval.
El 11 de agosto Truman ordenó frenar todas las operaciones estratégicas contra Japón por parte de la XX Fuerza del Aire. Tres días después, por motivos que todavía no se han esclarecido, la orden fue revocada el tiempo suficiente para que más de mil B-29 despegaran
Una acción que pudo ser catastrófica para el proceso de paz si los aviones no se hubiesen retirado antes de alcanzar sus objetivos.
Finalmente, sólo aparecerían siete B-29 más sobre Tokio y otras ciudades japonesas antes de que la segunda guerra mundial finalizara. No portaban bombas, sólo panfletos —cinco millones—, que contenían el texto de la aceptación japonesa de la Declaración de Potsdam
Cuando se repartieron los folletos durante la noche del 13 al 14 de agosto, el pueblo japonés tuvo su primer indicativo de lo que estaba ocurriendo en su país.
Se mostró al emperador uno de los folletos a la mañana siguiente, y el primer ministro Suzuki le advirtió que hiciera pública su declaración de paz lo antes posible. De lo contrario, corría el riesgo de perder el control de las fuerzas armadas.
La noche siguiente, un grupo de jóvenes oficiales intransigentes se enfrentaron al general Takeshi Mori, comandante de la Guardia Imperial, exigiendo que él y sus hombres desobedecieran la orden de rendición del emperador.
Cuando Takeshi se negó, le asesinaron. Los conspiradores también irrumpieron en los estudios de Radio Tokio e intentaron hacerse con la grabación maestra del anuncio de paz de Hirohito y destruirlo, un anuncio que debía retransmitirse a la nación unas horas más tarde.
Al fracasar su plan y una tentativa de asesinar al primer ministro Suzuki, la mayoría de los conspiradores se practicaron el haraquiri, como también lo hicieron el ministro de Guerra Anami, el almirante Takijiro Onishi y otros altos mandos militares.
Desde primera hora del 15 de agosto, las radios de todo Japón repitieron el mismo mensaje: un anuncio de suma importancia sería emitido a mediodía.
Pocos o ninguno de los millones que se congregaron en torno a los altavoces de ciudades armiñadas a la hora señalada se esperaban que fuera el propio emperador el que realizara el anuncio, y mucho menos que fuera un reconocimiento de la derrota de Japón.
Por primera vez en la historia, el pueblo japonés oía la voz de su emperador. Eso era de por sí increíble, pero todavía resultó más asombroso el ominoso significado de sus palabras.
El término «rendición» nunca se mencionó en el comunicado de Hirohito, pero su significado estaba más que claro
"Hemos ordenado a nuestro Gobierno que comunique a los Ejecutivos de Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Soviética que nuestro Imperio acepta las disposiciones de su declaración conjunta... Os instamos, nuestros fieles súbditos, a que cumpláis fielmente nuestra voluntad..."
"Guardaos de la manera más estricta de cualquier arrebato de emoción que pueda conllevar complicaciones innecesarias o que os lleve a perder la confianza en el mundo... "
"Cultivad las sendas de la rectitud; fomentad la nobleza del espíritu; y trabajad con resolución para que podamos potenciar la gloria del Estado Imperial..."
Pero ¿qué sucedía en Hutou?. Resulta que todo contacto de los defensores con el mundo exterior había quedado cortado desde los primeros ataques soviéticos.
Por ello, los defensores no habían llegado a tener conocimiento ni del mensaje de su emperador ni de la subsiguiente rendición nipona, así que rechazaron toda invitación a deponer las armas.
El día 17, un grupo integrado por cinco prisioneros chinos y japoneses portando una bandera blanca, salió de posiciones soviéticas con la misión de anunciar a las tropas de la guarnición de Hutou que la guerra había terminado.
El oficial que les recibió rechazó displicente la mera noción de rendirse y, desenvainando su sable, cortó de un tajo la cabeza del ya maduro campesino chino encargado de comunicar esas noticias.
Tras ello, afirmó: "No tenemos nada que decirle al Ejército Rojo", y se retiró camino de su búnker. El fuego de artillería soviética prosiguió, haciendo las condiciones de vida en el subsuelo del fuerte insoportables.
Muchos de los que se hallaban en las defensas de artillería y en los túneles perecerían intoxicados por monóxido de carbono.
El 19 de agosto, un buen número de soldados japoneses intentó romper el cerco desde la fortaleza, pero se vieron interceptados por el fuego de ametralladoras soviéticas.
El día 22 de agosto la situación en los búnkeres subterráneos se había hecho insostenible. Las tropas soviéticas que decidieron descender cautamente hacia ellos no pudieron dejar de percibir un pestilente hedor a humanidad, cordita y muerte.
En un búnker, los cuerpos sin vida de hombres, mujeres y hasta ochenta niños de entre uno y doce años yacían unos junto a otros, mientras que en una caverna situada bajo el fortín "cortante" se apilaba un gran número de cadáveres de mujeres.
Tras ello procedió a declararse bajo control la región fortificada de Hutou, si bien no fue hasta el día 26 de agosto cuando una última compañía aislada de soldados japoneses que seguía oponiendo resistencia se viera completamente barrida.
El gigantesco conflicto instigado en Asia por los señores de la guerra japoneses había terminado por fin. Japón había perdido.
En Hutou se había librado la última gran batalla de la Segunda Guerra Mundial. En ella perdieron la vida, dentro de la fortaleza y en sus alrededores, casi dos mil japoneses, entre hombres, mujeres y niños, mientras el resto del mundo hacía días que festejaba la paz.
Y así llega a su final esta triste historia, espero que haya sido de su interés.
Coda: esta historia la descubrí gracias a la labor que están realizando los chicos de @CasusBelliPod (un abrazote para @antogom1 y Dani Caran)
@VALENTURIEGANO, @Zahorin1 , @buzoramon , @hoplitaXIX , @FOLGORESI

Gracias
Gran saludo
🖤📚
@BraveMiKeV2 , @exper72,

Gracias
Gran saludo
🖤📚
@anun65, @ivangich ,

Gracias
Gran saludo
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@DomRamz

Gracias
Gran saludo
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