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Y bueno, mepa que soy la primera participante de #VeranoDeRelatos, me inspiré en las fotos 2, 4, 6 y "8".
Agradecimientos especiales a Nia, Rebe y Sandra por betearme esta cosa.
Ahora sí, presento "Invierno", escrito por mí.
Nota: pondré ~FIN~ para que quede claro.
Frío. El bosque de Pliwick estaba frío desde hacía años. Alya caminaba lentamente, cada una de sus patas dejaba una gran huella sobre la nieve sin que pareciera importarle mientras los copos se amontonaban sobre su pelaje grisáceo hasta confundirla con uno de los arbustos.
Su semblante seguía inmutable. Tenía los ojos fijos en el gran roble que dominaba la zona y no podía detenerse hasta comprobar si la noticia era cierta.
Las guardianas habían llegado a la misma conclusión: sin las ninfas, el bosque no despertaría nunca. Poco a poco fueron desapareciendo, transformándose definitivamente en elementos naturales hasta sumirse en un profundo sueño.
A ninguna ninfa le importaba, estaban más cómodas en esas pieles de roca, madera u hojas, pero las guardianas dependían de ellas. Con Pliwick dormido, la energía desaparecía de sus cuerpos y, con ella, la vida. Ninguna guardiana quería morir.
Alya no era la excepción. Era la mayor, la guía del bosque, y no había nadie mejor que ella para confirmar el rumor. Se paró en sus patas traseras y se apoyó en el tronco del roble hasta asomar la cabeza sobre la rama más baja.
Nemea le sonrió con ternura. La guardiana aulló y dejó que el viento llevara su mensaje sin quitarle un ojo de encima a la ninfa, por fin una había abierto los ojos.
A su lado, Nemea parecía un juguete. La gran loba gris, más grande que cualquier oso común, miraba seria a la pequeña ninfa que apenas tenía la altura de sus patas. Se suponía que ella iba a salvarlas a todas.
—¿Ahora qué hago? —preguntó Nemea inocente.
—¿Cómo que qué haces? Las despiertas a todas, por supuesto.
—Pero yo no sé hacer eso.
—¿Cómo que no? Eres una ninfa, por amor de Pliwick. Claro que sabes.
—No… Si las demás están dormidas no puedo hacer nada.
—Vamos. —gruñó Alya. —Hay que hablarlo con las demás.
Nemea correteaba alegre, jugaba con la nieve y se veía rodeada de pájaros que acudían a su llamado, el olor de su piel oscura era su perfume favorito. El cabello verde caía por su espalda cubriéndola hasta las rodillas y su mirada brillaba de emoción, era bonito volver a la vida.
Cuando llegaron al consejo, las guardianas susurraron entre ellas en un idioma incomprensible, dando una excusa a la ninfa para distraerse y practicar canto. Las cinco llegaron a un acuerdo y se giraron para verla acariciando una liebre, que se espantó con el gruñido de Alya.
—Vas a venir conmigo al mundo espiritual y hablarás con las tuyas. Tienes que hacer que despierten, luego serás libre.
—¿Y cómo hago eso? ¿Qué les digo?
—Mi problema es llevarnos y traernos vivas de un mundo en el que nunca nadie ha estado, tu problema es hacer una charla motivacional. Andando, ninfa, no tengo vida que perder.
El consejo se disgregó dejando a las dos elegidas junto al lago, aquel de aguas cantarinas y susurros extraños que se mantenía tibio a pesar del invierno. Cuatro patas y dos piernas se sumergieron, una hasta las garras y la otra hasta la cadera.
Rodeadas por el divertido sonido del agua, unieron las frentes en silencio casi solemne. Nemea se quedó muy quieta, le costaba procesar todo lo que estaba pasando y temía los colmillos de la loba, aunque sabía que su vida dependía de ella.
Alya, por el otro lado, rasgaba la tierra del lago en llamado a los espíritus mientras escuchaba atenta la respiración de la ninfa, si ella no volvía estaban perdidas.
Pronto se vieron rodeadas de luces blanquecinas y Dyevia apareció ante los ojos atónitos de Nemea, era oficialmente la primera no guardiana en entrar a aquel lugar. Una gran luna iluminaba el prado de césped suave como plumas dándole un aspecto sobrecogedor al lugar.
Nunca se había sentido tan cómoda en su vida. Se respiraba magia por todas partes, miles de espíritus paseaban, jugaban o disfrutaban tumbados, todos saludando con respeto a Alya cuando pasaban por su lado,
y el cielo resplandecía con estrellas multicolor allá hasta donde alcanzaba la vista. La ninfa no salía de su asombro, ese lugar sin duda era único.
Alya la guió hasta sus hermanas, estaban acurrucadas formando una colonia de ninfas de latidos sincronizados, dormían en paz.

—¿Tengo que despertarlas? Están tan tranquilas…
—Adelante, por algo serás la elegida. —Nemea carraspeó indecisa y dio un paso al frente.
—¿Hola? ¿Mistise? ¿Rethia? Tenéis que despertar, por favor. Eletea, ¿puedes oírme? Pliwick nos necesita, las guardianas tenían razón. El bosque se está muriendo y no podemos dejarlo así, ¿verdad?
»Llevamos muchos años aquí y la vida es maravillosa, el invierno se siente tan refrescante y la nieve es tan ligera que tenéis que disfrutarlo también. Incluso aparecieron pájaros a mi alrededor, hasta acaricié una liebre.
»Venga, no os lo podéis perder, tenemos que estar juntas ahora. Hermanas, por favor…
Sin respuesta, Nemea se dejó caer junto a Ione y la miró con cariño, su cabello floreado parecía tan real que no pudo evitar acariciarlo. Su mano rozó los mechones como si estuvieran ahí, como si fueran sólidos.
Alya se acercó para ver la escena incrédula, nunca había conocido un espíritu corpóreo. El alma de Ione poco a poco desapareció de vuelta a Pliwick. Guardiana y ninfa se miraron y comprendieron al instante.
Nemea se movía veloz entre sus hermanas tocando el hombro, rodilla o pie de cada una, las almas se esfumaban como espejismos mientras despertaban. La ninfa paró cuando se encontró sola en medio de un claro vacío antes repleto a rebosar de otras como ella.
Se giró satisfecha y miró a Alya sonriente, pero en vez de alivio en los ojos de la loba encontró confusión.

—¿Qué pasa? ¿Por qué esa cara? —la ninfa bajó la vista y vio las grietas que surgían en el césped. —Alya, ¿qué está pasando?
—Por eso eras la elegida. Dyevia te ha adoptado y ahora le perteneces. —unía cabos cada vez más rápido sin apartar la vista de ella. —Te ha nombrado guardiana de Dyevia, Nemea.
»Ahora eres la guía de los espíritus. —Alya se inclinó ante el gran roble de hojas verdes y olor dulce que había crecido en medio del prado.
—¿Eso significa que puedo ir y venir cuando quiera? —dijo Nemea mientras se sacudía de entre las ramas y bajaba a tierra.
—Sí, supongo que sí.
—¡Genial! Te sacaré de aquí sin problemas entonces. Vamos, quiero ver a mis hermanas.
—Vamos…
Aún sopesando lo que esto significaba, Alya la siguió hasta el lago, donde juntaron las frentes para volver a un bosque cuya nieve se derretía.

~FIN~
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