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¡Y tal como se decidió en la votación de hace unos días, hoy tenemos un hilo sobre cultura hitita! En particular, vamos a hablar de los dioses y su culto, de lo que, como verán, hay mucho para decir. ¡Comencemos!
En primer lugar, los hititas se caracterizaban, como otras civilizaciones de la época, por su politeísmo. Pero la multitud de dioses hititas se volvía una plenitud de dioses; todo en el cosmos tenía una conciencia divina que inspiraba respeto: desde el sol hasta una simple roca.
Y si este politeísmo era claramente extremo, las cosas se complicaron aún más con la expansión del poderoso imperio. Y es que la conquista de un pueblo suponía también desposeerlo de sus dioses. Si una ciudad sucumbía, los hititas le arrebataban las imágenes de sus dioses...
...para llevárselas a su propio país. Si consideramos además que en el antiguo oriente era común la idea de que la estatua de un dios era de hecho el cascarón donde este residía, los hititas literalmente desposeían a los vencidos incluso de favores y protección celestial.
En Hatti, entonces, comenzaron a cohabitar innumerables dioses del sol, de las tormentas, de la guerra. Los hititas, lejos de hacer de esto un problema, afirmaban con orgullo que Hatti era “la tierra de mil dioses”. La asimilación de cultos extranjeros era algo muy común.
Pero uno de sus efectos fue la inexistencia de un panteón más o menos jerarquizado, como los que se podía apreciar en Egipto y Mesopotamia. Este evidente desorden evidentemente dificultaba la comunicación entre un dios y su pueblo, y no debe extrañarnos que...
...a finales del periodo imperial aparecieran intentos de reformas religiosas para dar un orden a este caos politeísta. Uno de los intentos más exitosos fue el emprendido por la alta sacerdotisa y esposa de Mursili III, la reina Puduhepa.
Lo que ella hizo fue concretizar un sincretismo que ya venía dándose entre los dioses hititas originales y los hurritas. Así, el gran dios de la tormenta, que pronto ocupó un rol principal, fue identificado con el hurrita Teshub. Su consorte, la diosa solar Arinna, con Hepat.
El hijo de Puduhepa, el rey Tudhaliya IV, seguiría los caminos reformistas de su madre, y encargó al confección de un censo de todos los templos y los dioses existentes en su reino, ordenando la reconstrucción de aquellos santuarios venidos a menos.
Los dioses hititas eran muy parecidos a los hombres. Tenían emociones, se divertían, se enfurecían, se emborrachaban y yacían juntos. Pero eran señores absolutos, a quienes los humanos debían obediencia y devoción total. Los dioses velaban sobre las acciones de los mortales...
...y, más importante aún, las juzgaban. Una vida de buen comportamiento equivalía a una vida de favor divino. Un acto impuro, como el parricidio o la negligencia religiosa, no tardaba en despertar la ira y la venganza de los dioses, que tarde o temprano arribaba.
Este rol de supremo juez lo cumplía muy particularmente el Dios del Sol, el Señor de Justicia, que desde el cielo continuamente controlaba los actos humanos, pero también los de los perros, cerdos y las bestias del campo, como afirmaba una plegaria dirigida a él.
Los numerosos dioses solares ocupaban un papel privilegiado en la maraña de divinidades hititas. De hecho, la ya mencionada Arinna era la patrona del estado hitita y de la monarquía, y era la figura femenina suprema de todo el panteón.
Al final, de toda esta miríada de dioses sabemos muy poco. De la mayoría, apenas el nombre. Pero estos son algunos de los más conocidos: Wurunkatte (dios de la guerra), Arma (de la luna; en la imagen), Inara (patrona de Hattusa) y Kamrusepa (diosa de la magia y los rituales).
¿Un hitita se preguntaba sobre si todos los dioses de un mismo elemento eran en realidad advocaciones de un mismo gran ser? Es posible, pero también poco probable, porque la religión hitita era ante todo práctica e inmediata. La especulación filosófica parece no haber jugado...
...un rol muy importante. Se trataba, pues, de obtener el favor de un determinado dios en busca de beneficio propio. La conexión entre dios y adorador era, pues, de interés. Sin embargo, esta falta de especulación fue justamente lo que permitió la continuidad de...
...un sistema politeísta de este tipo. Es muy probable que una indagación mayor hubiese generado prontamente doctrinas contrarias, y el enfrentamiento de diferentes posturas no se hubiese hecho esperar.
Decíamos que la comunicación con el dios era central. ¿Cómo hablaba un dios? A través de presagios y oráculos. Los mensajes divinos podían observarse en fenómenos naturales, como el rayo y el color de la luna, o deducirse a partir de sueños, o leerse en las entrañas de una oveja.
Los interpretes de estos mensajes eran personas altamente entrenadas, muchas de ellas mujeres, llamadas las “Ancianas”. Este oficio era sumamente importante, porque decisiones tan vitales como emprender una guerra o no se tomaban a partir de consultas oraculares.
Pero el gran intérprete de la voluntad divina era el rey mismo, gran Labarna, como era conocido. Su figura era sacrosanta, ya que su cargo le había sido otorgado por voluntad de los dioses y cumplía el rol de ser su representante en la tierra. Representante y ejecutor, porque...
...si un dios hablaba, el rey cumplía. Muchos castigos quedaban de esta forma en sus manos. Aunque él mismo no podía a veces escapar de la tentación y cometer actos indebidos. En tal caso, era todo el reino el que pagaba la culpa.
La comunicación con los dioses venía de los dos lados. Los hombres también debían mostrar su devoción religiosa a sus supremos señores, y por eso no sorprende que el calendario oficial contuviese por lo menos 165 festivales religiosos estatales (sin contar los locales).
Eran actos sumamente estructurados: tenemos amplios testimonios de liturgias y modos de proceder en la celebración en tales ocasiones, con pautas precisas para los tiempos, lugares, animales sacrificados, alimentos y plegarias que debían ser elevadas.
Las ocasiones de festivales eran, como dijimos, numerosas. La temática era variada, pero es lógico que muchas estén asociadas con la vida del agricultor, sostén básico del imperio. Sobresale la fiesta primaveral de AN.TAH.SUM, dedicada a la diosa Arinna y que duraba 38 días.
Un lugar recurrente para las celebraciones era el complejo de Yazılıkaya, muy cerca de Hattusa. En este santuario natural de roca se celebraba el año nuevo hitita, ocasión en la que la vida y la muerte se yuxtaponían, señal del renacer del mundo, del año, y de la sociedad.
Sobresale en las paredes el ya clásico relieve de los doce dioses en procesión. En los últimos tiempos del imperio, Yazılıkaya habría servido también como un complejo fúnebre para la familia real.
¡Queda mucho para decir de la religión hitita, pero este hilo llega hasta aquí! Próximamente veremos otros aspectos de esta antiquísima cultura. Como siempre, todo like y rt ayudan mucho ¡Se agradece toda difusión!
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