[Hilo] Quisiera ahora tratar un tema más complejo, que para mi es el debate crucial entre las personas que suscribimos la idea de convocar a una Asamblea Constituyente para destrabar, en parte, nuestra crisis política y, específicamente, la trampa constitucional en la que vivimos
No me cabe duda que, desde un punto de vista descriptivo, vivimos un momento constituyente, es decir, estamos en medio de un proceso en que el pueblo de manera desarticulada ha demostrado su descontento con el pacto que subyace a nuestra sociedad política
Frente a este descontento generalizado que gatilló, por ejemplo, una marcha absolutamente inédita en nuestra historia, reuniendo a millones de personas a lo largo del país, hay dos caminos posibles: a) considerar que ese clamor debe ser conducido a través de medidas legislativas
y administrativas para ocuparse de los problemas concretos de la gente, restituyendo el orden lo más pronto posible; y b) sostener que este malestar es más profundo y que requiere, en cierta medida, no solo un diálogo político transversal y profundo, sino que ese diálogo sea
reconducido institucionalmente para darnos una nueva constitución, ya que varias de las trabas que impiden que la política se despliegue sin trampas son los candados que la propia constitución contempla. Quienes compartimos el diagnóstico b) podemos diferir respecto del mecanismo
adecuado para acordar esa nueva Carta Fundamental. Incluso aquellos que consideramos que el mejor y más legítimo camino es una AC, tenemos diferencias respecto del modo en que ésta debe constituirse, pero sobre todo cómo se vincula con los procesos más o menos espontáneos que la
ciudadanía ha ido impulsando a través de cabildos. La forma en que esos cabildos sean considerados en la AC depende, en mi opinión, de la diferencia que hice entre el momento constituyente que vivimos y la AC como mecanismo que canaliza institucionalmente ese momento.
Que la ciudadanía se reúna, converse, discuta, debata sobre las causas y modos de superar la crisis es muy loable y meritorio, pero ello no ALTERA que la AC DEBE SER una instancia soberana, sin agendas previas ni temas impuestos. ¿Por qué? Porque la AC es elegida por voto
popular y no hay mecanismo de legitimidad del poder político mejor que ese. ¿Y qué hacemos con el pueblo autoconvocado en cabildos? Las posibilidades son muchas: desde considerarlo como un insumo para la AC, que la AC decida escuchar a quienes sistematizaron los cabildos, que
parte de la AC esté constituida por candidatos elegidos que participaron de dichos cabildos, que parte de la AC esté conformada por personas que participaron en esos cabildos y sean representantes de asociaciones y gremios que, previamente, se consideren al momento de diseñar la
AC como representativos, etc. Lo que no es posible, o al menos yo no comparto, es que esos cabildos impongan ni siquiera temas generales a la AC. ¿Cómo aseguramos la representatividad de esos cabildos? ¿Cómo sabemos que la información sistematizada es fidedigna? ¿Acaso vamos a
transmitir en vivo cada cabildo de país? ¿Cómo aseguramos que cada cabildo hecho sea representativo? ¿Acaso habrá ministros de fe que lo aseguren? Y tenemos una restricción epistémica severa ¿cómo podemos cuadrar, si los cabildos no son representativos, lo que se acuerde en el
cabildo de, por ejemplo, Cerro Navia y el de Vitacura? ¿Qué texto constitucional podría surgir de ahí? De hecho, la lista que anda circulando de chilecracia.org muestra que ese tipo de trabajo es bien inútil o, en el mejor escenario, solo sirve como insumo para discutir.
En definitiva, no hay atajos. La AC debe ser elegida -al menos en una mayoría muy alta que, en ningún caso, debe ser menor al 2/3- por elección directa popular. Es la única forma de asegurar procedimentalmente lo que todos queremos, que la AC sea representativa de Chile ¿o no?
Recuerden que una constitución de revancha solo asegurará que la nueva constitución fracase tan estrepitosamente como la del '80 para erigirse como la casa común en la que vivimos todos. Invito a participar en el debate. Siempre abierto a escuchar razones para cambiar de opinión.
