Es una petición extraña. Estás en internado, y aunque es el tiempo de aprender todo lo posible, la oportunidad de descansar nunca se desperdicia.
Te respondo con duda:
- Bueno, te puedes quedar si quieres.
Es mi manera de decirte que mejor descanses.
Miro alrededor buscando descubrir aquello que te mueve.
En el momento solo hay un sitio donde las alarmas alumbran sin cesar, porque ya su sonido lo hemos silenciado. Lo demás es calma, para mi, aunque el llanto resuene.
Y mientras silencio el ruido, hemos explicado ya a una familia que lo único que queda es esperar a que todo termine.
La “morida”, en cambio, es un proceso
Y de repente comprendo.
No tu necesidad, ni tu valentía al enfrentarla.
Porque no la conocemos.
Pero es cierto, no vi morir a alguien sino cuando ya tenía que ser quien manejaba la escena.
Porque ver morir te hace infinitamente humilde.
Porque tememos a lo desconocido.
Porque los médicos -y muchísimos humanos- ya no sabemos cómo es morir.
Reconocemos la muerte pero desconocemos la morida.
Te acercas a la habitación, sin interrumpir la privacidad de los que están ahí para acompañar y despedirse, mientras yo me quedo viendo el monitor central.
Tú aprendiste algo hoy, y yo también.
Debo enseñar acerca de la vida, incluso hasta el último minuto.
Porque conocer la morida es algo fundamental para aquellos que trabajaremos con la vida.
Me has enseñado eso.