Hay combates en toda la ciudad. A las emisoras se les ordena conectarse a la transmisión de Radio Cuscatlán. Al aire, empiezan a llegar llamadas en las que se ataca con virulencia a la oposición política, sindicatos y organizaciones sociales (1/3)
Los ataques verbales también se dirigen contra los jesuitas. Ignacio Ellacuría es uno de los más nombrados. "Ellacuría es un guerrillero. ¡Que le corten la cabeza!", dijo uno; "deberían sacar a Ellacuría para matarlo a escupidas", decía otro (2/3)
El vicepresidente Merino acusa a Ellacuría de envenenar las mentes de la juventud salvadoreña con sus enseñanzas en la UCA y en el Colegio Externado de San José (3/3)
Los comandantes del área metropolitana deciden llamar a la capital a parte del batallón Atlacatl para incorporarlo a un “comando de seguridad”
Ignacio Ellacuría llega a la Universidad acompañado de los jesuitas Amando López y Francisco Estrada, quienes habían ido a buscarle al aeropuerto de Comalapa. El rector regresaba de España, donde recibió un premio concedido a la UCA (1/3)
Estando en Europa, Ellacuría también asistió a la reunión del Consejo Superior Universitario de la Asociación Universitaria Iberoamericana de Postgrado, en la que resultó elegido presidente del organismo. Además, pronunció un discurso ante el Parlamento alemán (2/3)
Estrada recuerda que López le comentó a Ellacuría las amenazas de muerte transmitidas en la cadena nacional de radio. "Ellacuría estaba tenso y callado durante el viaje de regreso a la ciudad", comentó Estrada. "Apenas si hablaba" (3/3)
Los comandos del Atlacatl ya están en la capital. Llegan a la Escuela Militar y allí se les ordena efectuar un registro en la residencia de los jesuitas (1/5)
Unos 135 soldados rodean el campus de la UCA para efectuar el registro de la residencia de los jesuitas y del Centro Monseñor Romero. Unos veinte hombres entran al campus rompiendo el candado del portón peatonal. Algunos soldados trepan por un muro (2/5)
Los soldados entran a la planta baja del edificio por una ventana y empiezan a abrir a patadas las puertas de las oficinas que quieren registrar y que encuentran cerradas. El P. Juan Ramón Moreno se ofrece a abrirles las puertas para que no las rompan (3/5)
Ellacuría pregunta por el objetivo de la requisa y pide al oficial al mando que se identifique. Este se niega. El rector, en cambio, sí dice quién es él, aunque parece que el oficial ya conoce a Ellacuría, Montes y Martín-Baró, pues los llama por sus nombres (4/5)
Unos ciento veinte hombres del batallón Atlacatl llegan al Centro Loyola, la casa de retiro de los jesuitas, que había sido registrada tres días antes por la Policía de Hacienda (1/3)
El cuidador abre las puertas a los soldados, quienes examinan rápidamente las cuarenta y cinco habitaciones del Centro. Uno de los soldados dice “Esto pertenece a la UCA, ¿verdad?". Y acusa: "Aquí es donde planean la ofensiva” (2/3)
Los soldados ocuparon el Centro durante toda la tarde. Muchos permanecieron sentados, descansando y esperando órdenes. La encargada del Centro Loyola les sirvió pan y café a unos ochenta y cinco de ellos (3/3)
Llega un capitán y se lleva aparte a los oficiales. Despliega un papel muy grande, que al P. Sainz, director del Centro Loyola, le pareció un plano o un mapa, y señaló hacia abajo, hacia el campus de la Universidad
Los soldados salen del Centro Loyola y se encaminan lentamente hacia la UCA. Antes de dejar el Centro, un oficial comenta: “Ya vamos a buscar a Ellacuría y a los jesuitas. ¡No queremos extranjeros!” (1/2)
Otro soldado le dice a un empleado del Centro: “Esta noche va a haber mucha bulla por aquí. Métanse adentro y no asomen la cabeza”. Otro añade “Vamos a buscar a Ellacuría, y si lo encontramos, nos van a dar un premio” (2/2)
Los tenientes José Ricardo Espinoza y Yusshy Mendoza Vallecillos se reúnen con el coronel Benavides en la Escuela Militar, donde él les da la orden de proceder con un operativo en la UCA (1/5)
Espinoza, Mendoza y sus hombres salen de la Escuela en dos vehículos y llegan a unos edificios de apartamentos que están abandonados, a medio construir, al costado oeste de la UCA (2/5)
Lo soldados entran por el acceso peatonal de la Universidad y esperan un rato. Luego fingen un primer ataque, dañan los vehículos estacionados y lanzan una granada (3/5)
Uno de los vigilantes de la Universidad, que dormía en uno de los edificios enfrente del estacionamiento, escucha las frases “Ahí no vayan, que solo hay cubículos" y "Es hora de ir a matar a los jesuitas" (4/5)
Un grupo de soldados permanece en zonas distantes a la residencia de los jesuitas; otros rodean el edificio y algunos de ellos se suben a los tejados de las casas vecinas. Un grupo más pequeño, "selecto", está encargado directamente de los asesinatos (5/5)
La casa está rodeada. Los soldados comienzan a golpear las puertas. Simultáneamente, entran en la planta baja del Centro Monseñor Romero y destruyen y queman lo que van encontrando a su paso (1/17)
Los que rodean la casa de los jesuitas gritan que abran las puertas. Ellacuría aparece frente a la hamaca que cuelga en el corredor y les dice: "Espérense, ya voy a ir a abrirles, pero no estén haciendo ese desorden" (2/17)
Martín-Baró va con un soldado a abrir la puerta que comunica la residencia con la capilla. En ese momento, Lucía Cerna ve a cinco soldados y escucha a Martín-Baró decir: “Esto es una injusticia. Ustedes son carroña” (3/17)
Otro soldado golpea una puerta con un tronco. Segundo Montes abre el portón y les pide que dejen de golpear las puertas y ventanas. Se llevan a Montes al jardín, en la parte de enfrente de la residencia, opuesta a la fachada del Centro (4/17)
Cuando llega Montes al jardín, ya estaban ahí Amando López, Ellacuría, Martín-Baró y Juan Ramón Moreno. Los soldados les dan la orden de tirarse al suelo. Continúa el registro de la casa. Joaquín López y López está escondido en uno de los cuartos (5/17)
Los vecinos escuchan cuchicheos, sin entenderlos. Una vecina oye una especie de cuchicheo acompasado, como salmodia de un grupo en oración (6/17)
El teniente Espinoza llama al soldado Antonio Ávalos y le pregunta: “¿A qué horas va a proceder?”. El subsargento entiende esa frase como “una orden para eliminar a los señores que tenían boca abajo". Ávalos se acerca al soldado Amaya y le dice: “Procedamos” (7/17)
Comienzan los disparos. Ávalos se ensaña con Juan Ramón Moreno y Amando López. Amaya disparó a Ellacuría, Martín-Baró y Montes (8/17)
La entrada y la trayectoria de las balas hacen pensar que algunos de los padres trataron de incorporarse al comenzar la ejecución. Otros, como Martín-Baró, parecen no haberse movido para nada, manteniendo incluso los pies cruzados hasta el final (9/17)
Mientras ocurre la masacre, el soldado Tomás Zarpate escucha la voz de mando que dice: “¡Ya!”, y dispara a Elba y Celina, hasta estar seguro de que estaban muertas (10/17)
Cesan los tiros y aparece en la puerta de la residencia Joaquín López y López. Los soldados lo llaman, él les pide que no lo maten. Al ver los cuerpos en el jardín, entra de nuevo a la casa. Cuando casi llega a una habitación, le disparan (11/17)
El soldado Pérez Vásquez ve caer al P. López y se acerca a inspeccionar el lugar. Al pasar por encima de López y López, siente que este le agarra los pies. Pérez retrocede y le tira cuatro disparos (12/17)
El crimen ha terminado. Se lanza una bengala en señal de retirada. Algunos soldados no se mueven, por lo que se vuelve a disparar una segunda bengala. El soldado Ávalos Vargas pasa frente a la sala de visitas y oye jadear a unas personas (13/17)
Inmediatamente piensa en heridos a quienes hay que rematar. Enciende un fósforo, observando, y ve a Elba y Celina tiradas en el suelo, abrazadas, pujando. Le ordena al soldado Sierra Ascencio rematarlas (14/17)
Sierra dispara una ráfaga de unas diez balas contra las dos mujeres, hasta silenciarlas (15/17)
Como despedida, los soldados fingen un ataque al Centro Monseñor Romero y escriben mensajes relacionados con el FMLN en algunas de las puertas, paredes y portones del campus (16/17)