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Algunos de vosotros me pedisteis hace unos meses un pequeño análisis de esta obra. Así que, aunque con un poco de retraso, voy a ello.
El libro es un maravilloso ensayo sobre cómo las primeras ideas acerca de la biomecánica ya estaban presentes en los mitos griegos, en donde se encuentran las primeras expresiones de ese impulso humano por crear vida artificial, antes de que la tecnología pudiera hacerlo posible.
Es más, la enorme cantidad de textos y fragmentos de poesía, mito, historia, arte y filosofía de la época relacionados con la vida artificial permite a la autora afirmar sin tapujos que las gentes de la Antigüedad estaban fascinadas con estos relatos de ciencia ficción temprana.
Así, Mayor nos propone un viaje por las formas de vida artificial que salieron de la mente y las manos de inventores míticos de gran talento, tanto dioses (Hefesto, Prometeo) como humanos (Medea, Dédalo).
Además, aunque la autora se centra especialmente en el mundo mediterráneo de los siglos V a. C. y I d. C., también se incluyen en el libro varios ejemplos de las China e India antiguas.
El libro viene ordenado en nueve capítulos (con rigurosas notas al término de cada uno) y un epílogo, sin olvidar un completo glosario final de términos específicos. Asimismo, se incluyen numerosas imágenes de las piezas y fuentes que se mencionan a lo largo del texto.
En el primer capítulo (El robot y la bruja: Talos y Medea) se nos narra el épico duelo que la tecno-bruja Medea mantuvo con Talos, el gigante de bronce animado creado por Hefesto, dios de la forja, que protegía Creta contra el ataque de los piratas.
De Talos existían representaciones ya desde principios del s. V en monedas, cerámicas, piezas de teatro, etc., pero su versión más icónica es la que narró Apolonio de Rodas (¿quizá inspirándose en el Coloso que guardaba el puerto de su ciudad de origen?)
en la parte final de las Argonáuticas (siglo III a. C.), cuando la tripulación de Jasón se dispone a regresar al hogar con el vellocino de oro en su poder y fondea el Argos en una bahía cretense.
Por fortuna, tras ayudar a Jasón a conseguir su trofeo, la bruja Medea también había embarcado en el Argos en compañía de sus potentes drogas y artefactos. Es ella quien decide enfrentarse al gigante de bronce desorientando sus emociones y atacando su punto débil:
el tobillo que alberga el clavo que impide que el icor divino escape de la única arteria de su cuerpo «como plomo derretido». Así, ante la mirada de Jasón y sus argonautas, Talos se desploma «desangrado» sobre la playa.
Hay cierto aire trágico, sin embargo, en la caída del heroico gigante, y así lo vieron (y representaron) etruscos y cretenses, donde podemos ver a un Talos mucho más humanizado.
En el segundo capítulo (Medea y su caldero del rejuvenecimiento), seguimos los pasos de la propia Medea para acercarnos al caso de Esón, padre del héroe tesalio, a quien la bruja consiguió devolver el vigor juvenil gracias a sus avanzados conocimientos (Ovidio, s. I a. C.).
Para ello, Medea le aplicó una de las primeras transfusiones de sangre que se conocen, mediante un mejunje secreto a base de plantas medicinales y otros ingredientes. Cuando el malvado Pelias elimina a Esón forzándolo a beber sangre de buey, la pareja idea un plan para engañarlo.
Así, Medea consigue que las hijas de Pelias sigan sus instrucciones y descuarticen a su padre, con la promesa de «recomponerlo» después en su caldero de oro. Una dura advertencia para todos aquellos que se dejen llevar por la soberbia y el ansia de poder ilimitado.
Este anhelo de superar a la muerte es precisamente el tema del tercer capítulo (La búsqueda de la inmortalidad y la eterna juventud). Pero ¿de qué sirve vivir eternamente si acabas convertido en un anciano senil y balbuceante?
La mayoría de héroes y heroínas de la mitología grecorromana tenían claro que más valía una vida corta y llena de gloria que una larga y sin dignidad ―«Por eso los dioses nos envidian», que diría el Aquiles de Brad Pitt en Troy (2004)―.
Sin embargo, esto es lo que ocurrió con Titono, un joven cantante que tuvo la desgracia de atraer la atención de Eos, diosa del amanecer (Himnos homéricos, ss. VII-VI a. C.), y al que esta convirtió en su amante allá en sus lejanos dominios celestiales.
Temerosa de que este pudiese morir algún día, Eos pidió a Zeus que le concediese la inmortalidad de los dioses, pero se le olvidó pedir también que pudiera mantenerse joven al mismo tiempo.
De modo que el desgraciado Titono acabó sucumbiendo a la vejez y repudiado por la diosa, sin memoria ni fuerzas para moverse de su encierro mientras suplicaba la muerte con el canto de la cigarra en que acabó convertido.
El cuarto capítulo (Más allá de la naturaleza) comienza con un encargo de los dioses a los titanes Prometeo y Epimeteo, quienes debieron supervisar la distribución de capacidades entre humanos y animales antes de lanzar sus creaciones a la Tierra.
En ausencia del primero, Epimeteo gastó las capacidades más asombrosas de forma negligente con las criaturas irracionales, dejando desnudos e indefensos a los humanos.
Así es como Prometeo se decidió a robar a los dioses los poderes de la destreza técnica, el habla y el fuego para ellos, de forma que los humanos pudieran compensar su absurda fragilidad.
A partir de la hazaña de Prometeo, muchos otros mitos exploraron la réplica o mejora de las capacidades humanas por medio de la técnica aderezada por el ingenio; como las prótesis y artefactos de maravilla creados por Dédalo, otro de los grandes inventores míticos.
En el quinto capítulo (Dédalo y las estatuas vivientes), tras la trágica muerte de su hijo Ícaro al intentar escapar del Laberinto del Minotauro con sus alas de cera y plumas, Dédalo consigue ponerse a salvo de la cólera del rey Minos y refugiarse en Sicilia.
Durante sus viajes por el Mediterráneo dejó tras de sí la invención de legendarias estatuas móviles, entre los cuales destacan los llamados «gigantes de piedra» de Cerdeña (¿estás ahí C3PO? 😅).
El sexto capítulo del libro (La muñeca viviente de Pigmalión) nos habla del primer sexbot (femenino) de la historia occidental, que sólo a partir del siglo XVIII tomó el nombre de Galatea.
En Las Metamorfosis de Ovidio se nos cuenta así el mito de Pigmalión, un joven escultor que, desencantado con las «vulgares» mujeres de carne y hueso, termina creando una asombrosa estatua femenina de marfil en su taller de la que se enamora perdidamente.
Deseando tener relaciones sexuales más satisfactorias con ella, implora a la diosa Afrodita que le insufle vida, convirtiéndola en una «simulación superior».
Galatea, además, es capaz del milagro del nacimiento biológico de una hija llamada Pafos, tal y como ocurre en el caso de Rachael, la replicante huida de Blade Runner: 2049 (2017).
El séptimo capítulo (Hefesto: artefactos divinos y autómatas) nos remite a las abundantes creaciones del maestro supremo de la forja, la artesanía y la invención, quien con el sudor de su frente atendía los encargos tecnológicos de sus hermanos olímpicos:
relámpagos pavorosos, águilas torturadoras, palacios de oro y mármol, sirvientes de bronce y hasta panoplias míticas, como la que Tetis pidió para su hijo Aquiles, cuyas escenas parecían estar «vivas».
Pero como nos cuenta Hesíodo en torno al siglo VIII a. C., la creación más conocida, por funesta, del herrero cojo fue Pandora, la bella joven artificial encargada por Zeus para causar la perdición de la humanidad (Pandora: hermosa, artificial, malvada).
Modelada en arcilla y colmada de dones por gracia de los dioses, fue enviada a la Tierra como prometida del titán Epimeteo. Con la única misión de destapar la vasija que contenía todos los males, es el precedente directo de la perversa María de Metropolis (Fritz Lang, 1927).
El último capítulo (Entre el mito y la historia) nos remite a los autómatas y artefactos realistas que podemos rastrear en las fuentes históricas; entre los cuales distinguimos, a grandes rasgos, dos grandes grupos: los utilizados para castigar y los exhibidos para entretener.
Sin tratarse de un repaso exhaustivo, se rescatan en especial las invenciones en época helenística y periodo ptolemaico, así como varios ejemplos del lejano Oriente.
Con este libro, Adrienne Mayor vuelve a presentar una monumental combinación de fuentes históricas, arqueología, mitología y cultura popular contemporánea para crear un relato sobre cómo el mundo clásico imaginó conceptos de robótica e IA hace más de dos milenios.
Libro, en resumen y para terminar, de OBLIGADA LECTURA para todo amante tanto de la Antigüedad como de la ciencia ficción.
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