A todos les pareció extraño y lejano, y a algunos curioso y divertido. La mayoría no se preocuparon y siguieron con sus vidas.
Algunos conversaron y especularon y temieron, y otros desestimaron, rieron y siguieron. Algunos advirtieron, y los demás no escucharon. Y la vida continuó y los trabajadores siguieron trabajando, y los niños jugando, y los amantes amando.
Los profesores siguieron creyendo que preparaban a los estudiantes para el futuro, y los estudiantes siguieron preguntándose qué es el futuro. Los curas siguieron hablando, los creyentes creyendo y los investigadores dudando.
Las autoridades siguieron creyendo que tenían autoridad. Los científicos siguieron creyendo que tenían la verdad. Los políticos siguieron peleando y los ladrones siguieron robando y viceversa. Los ricos siguieron siendo ricos y los pobres siguieron siendo pobres.
Y de pronto aparecieron señales, más cercanas y certeras. Y un día ya no fue allá sino aquí. Y ya no fue curioso ni divertido, ni extraño ni lejano. Y nos dijeron que nos metamos en casa y que nos alejemos y que no nos demos la mano. Se prohibieron los abrazos.
Y los que pudieron se metieron en sus casas, y los que no quisieron o no pudieron fueron castigados y repudiados.
Y los profetas se vanagloriaron de sus profecías, y los escépticos siguieron sin querer creer, pero en el fondo creyeron. Algunos creyentes ya no creyeron. Y todos tuvieron miedo.
Y los políticos se escondieron, temiendo que su inutilidad se vuelva evidente. Y los ladrones tuvieron que buscar otras formas de robar. Y viceversa.
Los científicos se dedicaron a fondo, aterrados por la precariedad de su ciencia, pero no lo dijeron. Los reporteros se afanaron en entender a los científicos, pero encontraron que cada uno tenía una respuesta diferente.
Y los profesores se empeñaron en seguir enseñando, o creyendo que enseñaban, aterrados de que el futuro ya estaba aquí y no era lo que esperaban, y que de pronto parecían menos imprescindibles y poderosos. Los estudiantes siguieron preguntándose qué es el futuro.
Y los ricos tuvieron miedo de morir si se contagiaban. Y los pobres tuvieron miedo de morir de cualquier manera. Y los viajeros se quedaron, y los deportistas se detuvieron, y los cines se vaciaron.
Y ya no era el placer de comprar sino el temor de salir. O el temor de no tener para comprar.
Los vendedores dejaron de vender, y los obreros de construir, y los guías de guiar, y los pilotos de volar, y los fiesteros de bailar. Algunos ladrones dejaron de robar y algunos políticos dejaron de gritar, pero ambos volvieron a lo suyo y viceversa.
Y casi todos estaban confundidos, esperanzados un minuto y aterrados al siguiente. Y muchos aprendieron a estar confinados. Algunos descubrieron los libros, otros a su familia, otros incluso a ellos mismos. Otros aprendieron a cocinar y a planchar.
Se hicieron propósitos. La mayoría no se cumplieron.
Otros, o más bien dicho otras, se dieron cuenta que estaban atrapadas, sin la anterior posibilidad de escapar, aunque sea unas horas al día, del puñetazo y la patada. Algunas murieron, sin ser contabilizadas como víctimas de otra epidemia presente desde hace mucho.
Los médicos siguieron curando, temerosos, exhaustos, abrumados. Los recogedores de basura siguieron recogiendo la basura, temerosos, exhaustos, abrumados, preguntándose todos los días cómo llegarán al trabajo y cómo regresarán a casa.
Los repartidores siguieron repartiendo y los agricultores siguieron cultivando. Los emprendedores se adaptaron y nuevas ideas florecieron. Cambió el orden de importancia de las cosas y algunos entendieron. Muchos pensaron y algunos escribieron.
continuará... (?)
