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#CosasQuePasanPorSerMédica #20. Cinco y media de la mañana. Suena la alarma del teléfono y quiero estamparlo contra la pared. Lo pospongo cinco minutos y, a los cinco, otros tantos más. Me levanto seis menos veinte demasiado dormida como para prender la luz. (+)
(-) Piso algo suave, de una textura extraña y avanzo intentando no pensar demasiado en qué habrá sido. Avanzo hasta el baño. Normalmente me ducho a la noche, y ayer no fue la excepción. De hecho, me duché a la mañana al entrar del hospital, (+)
(-) a la tarde porque sentía que seguía contaminada, y después de cenar, por las dudas, para no llevar peste a mi cama. Decido hacerlo una vez más. Abro la canilla caliente, me meto y repito el proceso. No me importa que me queme. (+)
(-) Dejo que arrastre los restos de la guardia nefasta de anteayer. Cierro los ojos, alzo la cara hacia el techo y ruego porque esta sea algo mejor. Me refriego el jabón como si fuera clorhexidina. Me pongo shampoo en la mano y sale poco. Abro el envase, (+)
(-) lo relleno con agua, lo agito y echo una parte directo sobre el pelo. Economizo. No sé cuándo vaya a poder ir a comprar más. Masajeo el cuero cabelludo y esparzo lo que sobra por el resto: ya está bastante más largo, y quisiera volver a cortármelo, (+)
(-) aunque sola no me animo. Me pregunto qué estará haciendo mi peluquera ahora que su lugar de laburo está cerrado. Extraño la terapia con ella. Paso a la crema de enjuague. El frasco tiene más de la mitad. A lo sumo me lavaré con jabón y me pondré bastante crema, pienso. (+)
(-) Me hago masajes con ella también. Dejo que el agua chorree y me mime. Me paso la piedra pómez por los talones que hace un buen tiempo nadie ve. Sigo por el cepillito en mis uñas al ras. Una ya van semanas que se me descama y se parte. La acaricio. (+)
(-) Salgo, me seco y me pongo crema en las manos en las que ya se engancha mi ropa. Demasiado lavado, alcohol, guante y más lavado. Voy para el cuarto. Ahora sí que prendo la luz. Veo junto a mi cama el cadáver de la polilla que no logré matar anoche cuando intentaba leer en la(+
(-)cama. La dejé ganar y me fui a dormir y ahora, ya muerta, parece que es lo que pisé. Pienso que tal vez la maté de un infarto, pero ni con eso me río. Agarro una hoja de rollo de cocina y levanto sus restos. (+)
(-) Voy al baño, los tiro en el inodoro y los veo irse. Vuelvo a mi habitación. Digo “mi” como si hubiera alguna otra en casa, como si viviera todavía en lo de mis viejos. Me visto con ropa de calle, de esa que ahora solo uso para ir y volver del hospital; (+)
(-) en casa me lo paso en jogging y remera rotosa o en pijama, que es casi lo mismo. Elijo un pantalón negro y una remera rosa de esas que nunca creí usar (odio el color, pero me la regalaron y es fresca y cómoda). Me pongo sandalias y meto todo lo que necesito (+)
(-) en la mochila a la que le agregué un candado. Ambo, estetoscopio, saturómetro, medias, suecos de goma, billetera, plata aparte, tarjeta sube, celular, muestras médicas, termómetro, alcohol en gel trucho que compré online y vino demasiado aguado, (+)
(-) pero es el único que conseguí, repelente, pañuelos de papel, caramelos, una barrita de cereal de las pocas que me quedan, lapicera y recetario de esos que casi tampoco tengo más (los visitadores médicos dejaron de venir al hospital con la cuarentena). (+)
(-) Tomo un vaso de agua, salgo, y cierro con doble llave. Antes no lo hacía, pero ahora me agarró el miedo. Aprieto el botón del ascensor con el codo y abro la manija con un pañuelo de papel como si eso fuera a achicar el riesgo de contagio al que me enfrento. (+)
(-) Hago lo mismo para cerrarla, abrirla en la planta baja, volverla a cerrar y abrir la puerta de calle. Tiro el pañuelo en el tacho de mi cuadra que nunca estuvo tan vacío y camino hasta la parada. Son las seis y cuarto y la calle está como el tacho. (+)
(-) Un hombre duerme en el zaguán de un edificio del que en un rato lo van a echar. Le dejo los caramelos, la barrita de cereal y el intento de alcohol en gel –para que se limpie las manos antes de comerlos– y sigo viaje. En la parada hay tres personas, (+)
(-) todas separadas por casi un metro. A los veinte minutos llega el colectivo. Nuca lo esperé tanto. Extendemos la mano, pero no para. El choffer nos hace señas de que esperemos al de atrás. Lo agarra el semáforo. Corro y me acerco. No me abre la puerta y repite el gesto. (+)
(-) Miro los asientos. Tres cuartos están vacíos. El conductor mira al frente y hace caso omiso a mis protestas. Vuelvo a la vereda justo antes de que cambie el semáforo y me sumo a la fila que acabo de abandonar al que se añadió una mujer de cincuenta y pocos (+)
(-) Habla por celular con el barbijo puesto. Me trago las ganas de retarla. Saco mi teléfono y contesto mensajes de twitter. Lo tengo cerca de mi cuerpo por miedo a los motochorros que no sé si harán cuarentena. Viene otro colectivo. (+)
(-) Son siete y cinco. Espero que los de la fila avancen. No arrancan. La señora de adelante mío sigue hablando por celular. Le toco el hombro a ver si se mueve y me mira con cara de odio. Voy a la puerta de adelante. El choffer me hace que no con el índice en alto. (+)
(-) Estoy a punto de putearlo como al que nos dejó clavados cuando veo que los de adelante en la fila están subiendo por la puerta del medio. Me sumo. Se sientan sin pagar. Yo hago lo mismo, pero en mi caso corresponde, según me dijo el choffer del colectivo (+)
(-) que me llevó a casa anteayer a la mañana. Dijo que mostrara la matrícula y listo, que los médicos no tenemos que pagar.
–El boleto –grita este conductor de éste.
(+)
(-)
El colectivo sigue parado, aunque ya cerró la puerta. Los que entraron adelante mío se levantan dubitativos y avanzan alejando sus cuerpos unos de los otros. Yo me acerco última.
(+)
(-)
–Disculpe, me dijeron que por ser médica no tengo que pagar –le digo mientras le enseño la matrícula.
–Aléjeme eso –ladra.
Le hago caso y giro para volver a mi asiento.
(+)
(-)
–El boleto –grita, esta vez, dirigiéndose expresamente hacia mí.
Vuelvo.
–¿Tengo que pagar, entonces? –pregunto sin entender demasiado.
–Claro. Como todos. ¿Que se creen? ¿Héroes? Es su trabajo. Y hasta que no haya nada reglamentado, pagan, como todos.
(+)
(-)
Noto la bronca en su voz. Bronca probablemente por tener que estar trabajando sin medidas de seguridad adecuadas, o, simplemente, por no poder quedarse en casa con su familia cumpliendo la cuarentena. Bronca de esa que yo tantas veces tengo y que se (+)
(-) mezcla con la angustia que ya arranqué a sentir.
–No sabía que no había nada reglamentado –le contesto mientras saco la sube y pago.
El visor marca saldo negativo. Me pregunto dónde voy a cargar para volver pasado mañana (+)
(-) (el kiosco que lo hacía por casa está cerrado).
Me siento. Miro la hora. Son las siete y diez pasadas. Abro el whatsapp y aviso que llego tarde. Ya tengo un nudo en la garganta y todavía no empecé la guardia.
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