My Authors
Read all threads
#CosasQuePasanEnLaGuardia #95. Ocho y siete minutos de la mañana y ya terminamos de hacer el pase. Hay cuatro pacientes nomás. En el consultorio uno hay una mujer que se tomó un blister entero de ansiolíticos. El marido alegó que la veía angustiada (+)
(-) por no poder ver a la madre que está enferma y que seguro fue por eso, pero el nochero que la revisó le encontró múltiples hematomas –de distintos colores– en tórax y abdomen y, en las placas, callos en diversas costillas de fracturas antiguas. Dio aviso a la policía y (+)
(-) al hombre –que no se despegaba de ella supuestamente porque tenía miedo de que se muriera y que le acariciaba la mano haciéndose el amoroso– se lo llevaron a la comisaría, aunque no sé por cuánto vaya a estar ahí. La mujer por suerte está estable, sin órganos rotos, (+)
(-) durmiéndose los ansiolíticos y en seguimiento por salud mental. En el dos, hay un hombre de unos cincuenta y largos con diarrea y vómitos desde anoche que, por lo que me contaron, armó tremendo quilombo para que le pusieran un suero porque aseguraba que sin eso no se iba (+)
(-) a mejorar. En tres, dejaron a una paciente de salud mental que grita que los ángeles la van a liberar –una y otra vez– pese a los sedantes que le administraron. Espero que la psiquiatra de hoy sea un poco más generosa al medicarla, porque si no nos va a tener que dar (+)
(-) ansiolíticos a nosotros para pasar la guardia. El último consultorio con paciente adentro es el cuatro, en el que hay un detenido traído por la policía para evaluación por traumatismos múltiples en cara, cráneo y tórax. (+)
(-) Uno de los oficiales les informó a los nocheros que se lo hicieron los vecinos luego de que tratara de abusar de una chica de catorce años que había ido a la panadería mandada por su madre. El detenido, sin embargo, se queja constantemente de brutalidad policial.(+)
(-) No quedó ningún covid en los consultorios, por suerte. Todos pasaron a la sala de clínica o a las que se usan para dicho fin. Falta que limpien donde se atendió el último, que es uno de los consultorios del fondo, así que, por las dudas, ni nos acercamos.
(+)
(-)
Vamos para nuestro estar y esperamos al jefe para la reunión matutina sobre cómo vamos a trabajar; las normas cambian día a día. Dos compañeros volvieron de aislamiento y, por suerte, ambos dieron negativos y están sanos. Nos damos codazos, aunque, en realidad, (+)
(-) querríamos abrazarnos. También nos regalamos sonrisas que quedan retenidas en el barbijo. Es que ahora la cosa va a tener que ser así. Barbijo para todos y todo el tiempo, si no, nos contagiamos entre nosotros.
(+)
(-)
Tiro los mocos para arriba. La Flaca se aprieta la nariz por encima del barbijo, levanta la mano, se la mira, maldice y se la lava. Busco para hacer café. Queda poco y es del barato ese que no tiene mucho gusto, pero ir al supermercado con el ambo no es una opción, y (+)
(-) cambiarme para cruzar, hacer la fila eterna que se arma, volver y cambiarme otra vez, menos. Lo pongo a hacerse con lo que hay –con un poco menos de agua de lo habitual para que no parezca té– y miro mientras va cayendo. Termina de prepararse y el jefe no apareció. (+)
(-) Pregunto si alguien sabe dónde está y caemos en cuenta de que nadie lo vio desde que arrancó la guardia. El emergentólogo copado –uno de los que volvieron de la cuarentena, por suerte sano y con un hisopado negativo– dice que va a buscarlo. Yo sirvo el café (+)
(-) por partes iguales en los vasos descartables que tenemos acovachados y los reparto.
–¿Andamos codito hoy? –me pregunta el pediatra de los anteojos cuadrados mientras señala lo poco que le serví.
–Es lo que hay –le respondo y sigo la ronda.
(+)
(-)
–Es como con los EPP: no pidas más porque no te van a dar nada –le dice el pediatra más grande haciéndose el gracioso.
Me río para no llorar.
(Los EPP son los Equipos de Protección Personal que el personal de salud debe usar para (+)
(-) examinar a los casos sospechosos. Incluyen un barbijo N95 que se debe usar máximo ocho horas de corrido, pero que nos exigen que “estiremos” su uso a un mes, un barbijo quirúrgico arriba para protegerlo (que se debería recambiar por cada paciente evaluado, (+)
(-) aunque eso rara vez pasa), un camisolín repelente a fluidos (que hay un día sí y al otro no), antiparras (que por suerte nos vienen dando), máscaras faciales que nos compramos nosotros o nos donaron (por desgracia se rompen fácil, sobre todo la parte transparente), (+)
(-) guantes y cofia (de esos sí hay todavía) y botas para cubrir el calzado (que son difíciles de conseguir).
Se abre la puerta y entra el emergentólogo seguido por un médico añoso –con la cara desprovista de barbijo– que creo haber visto un par de veces en la guardia, (+)
(-) aunque no logro dilucidar a qué día pertenece.
–Les traigo al jefe suplente –sonríe el emergentólogo y le palmea la espalda al otro médico.
Yo me muerdo la mejilla por dentro porque solo le guardé café al primero. (+)
(-) No digo nada y le doy el vaso que le correspondía; al jefe nuevo le entrego el mío del que todavía no di ni un sorbo.
–Olfa –se burla el pediatra de los anteojos cuadrados en medio de una tos falsa.
No le hago caso y miro al jefe tratando de dilucidar de dónde me suena. (+)
(-) Él me gana de mano y se presenta.
–Para los que no me conocen, soy de los martes. Hice obstetricia, la amé, la odié y circunstancias de la vida me hicieron alejarme. Ahora me dedico a mi segundo amor, la emergencia, y a veces juego a ser jefe. Hoy me toca con (+)
(-) ustedes, por lo menos hasta la tarde que vuelva el suyo –sonríe.
Me gustan su presentación, su sonrisa y su franqueza.
–No sé cómo estén acostumbrados a trabajar, pero en mi guardia trabajamos en equipo y no espero menos acá.
(+)
(-)
Los clínicos se miran con algo de miedo. Mis ojos se cruzan con los del emergentólogo que se nota que están sonriendo. Yo también sonrío por detrás del barbijo. El orientador entra y nos informa que hay dos pacientes con sospecha de covid esperando para ser atendidos. (+)
(-)
Estoy a punto de pedirle al jefe los EPP cuando él recorre al orientador de arriba abajo y le larga:
–Soy el jefe de guardia de hoy, mucho gusto. ¿Usted quién es?
–El orientador –contesta el chico con las cejas juntas.
(+)
(-)
–Bueno. Infórmeles, si es tan amable, que van a tener que aguardar un momento hasta que tengamos el equipamiento adecuado para examinarlos –le indica el jefe con voz suave, pero firme y le hace con la mano que vaya yendo.
El orientador gira y (+)
(-) me lo imagino revoleando los ojos. El jefe sale atrás de él y vuelve a la media hora.
–Ni que fueran de oro –se queja mientras nos muestra dos barbijos N95 y dice que, por ahora, no le quieren dar nada más.
(+)
(-)
Nos hace anotarnos en una lista a todos con nuestro puesto respectivo y el material que necesitamos y aclara que, sin eso, no se trabaja. Además, y pide un par de manos que lo ayuden. El emergentólogo va con él y pregunta si va a ligar caramelos de premio.
(+)
(-)
Yo enfilo para los consultorios y arranco a atender lo que no es respiratorio. El primero en la lista está anotado como CB, una sigla nueva que no sé qué significa. Voy para el sucucho del orientador.
–¿Qué pasa ahora? –me larga antes de que le diga nada.
(+)
(-)
–Tus abreviaturas de siempre pasan. Tiraste una nueva…
–¿Una nueva?
–CB –le contesto mientras bajo y subo la cabeza lento, casi cual rebote.
–Cólico biliar, obvio. No es nueva esa.
(Un cólico biliar es el dolor por piedras en la vesícula)
(+)
(-)
–Sí que es nueva. Siempre ponés DA que ya aprendí que es dolor abdominal, o si tenés muchas ganas le agregás un HD, pero hasta ahí llegué…
(HD es de hipocondrio derecho, que es el lugar donde se ubica la vesícula, es donde duele cuando la gente (+)
(-) que no es del mundo de la salud habla de que le duele el hígado).
–Bueno, CB es un clásico mío. Se ve que no prestás atención.
Me dan ganas de decirle que no se va a herniar por escribir las palabras completas y que nosotros no tenemos que aprendernos (+)
(-) su diccionario ni andar adivinando, pero pienso en que no quiero arrancar el día con una pelea y me callo.
Voy para los consultorios y llamo al señor CB. Mientras camina hacia mí acompañado por una mujer unos veinte o, por lo menos, quince años menor –que le tomó la mano (+)
(-) izquierda, la arrastró en torno a sus hombros y lo levantó de la cintura con una fuerza interesante para lo menuda que parece– pispeo la sala de espera. Al fondo se concentran –aunque con la separación de metro y medio correspondiente– los posibles covid, que ya son tres. (+)
(-) Por el medio hay un hombre con un pie envuelto en gasas entre verdosas y amarronadas cuyos gusanos se huelen desde donde estoy. Más adelante, una chica que se agarra la cabeza, lo mira cada tanto como si quisiera hacerlo evaporarse con la mirada. El hombre CB y (+)
(-) la mujer forzuda se levantaron de la primera fila en la que un hombre que no supera los cuarenta se agarra la espalda y se mece de dolor. Lo haría pasar primero si no fuera porque al señor CB se lo nota sumamente pálido y sudoroso. Me acerco a la mujer que lo sostiene (+)
(-) y estoy a punto de ayudarla cuando el orientador, acompañado por un camillero vestido casi de astronauta, se me adelanta.
–Usté no está protegida, doqui. Déjeme a mí –me dice el camillero mientras acomoda al hombre en la silla de ruedas y lo entra al consultorio uno.
(+)
(-)
–Se me tiene que cuidar, dotorcita. Usté tiene que estar bien sana para atenderme si me enfermo –agrega una vez depositado el paciente sobre la camilla de enfrente de la mujer de los ansiolíticos.
(+)
(-)
–Todos son covid hasta que se demuestre lo contrario –sentencia el orientador repitiendo la frase que unas guardias atrás dijo uno de los clínicos. La usa, esta vez, a modo de reto hacia mi persona.
No sé si agradecerle o cachetearlo, pero sí, es cierto, casi me pongo a (+)
(-) cargar al señor sin antiparras, sin camisolín y ni siquiera atiné a sacar un par de guantes. Les agradezco, cierro la puerta del consultorio y le pido al orientador que busque a alguno de mis compañeros para que vea al que está partido de dolor de ahí afuera.
(+)
(-)
–Parece un cólico renal –le informo.
Él asegura que no, que el tipo tiene un tirón y que es para tráumato. Le digo que entonces busque a los traumatólogos y lentamente se aleja de mi vista.
(+)
(-)
Paso a interrogar al señor CB y a la mujer forzuda que se presenta como su esposa. Les calculo unos cincuenta y cinco años a él y treinta y cinco a ella, y suelo ser bastante buena con el tema de las edades. Me pregunto cómo resultará la pareja cuando ella tenga sesenta (+)
(-) y él ochenta; ella queriendo coger y él con sus millones de pastillas para la presión, para el colesterol, para la diabetes, para el corazón y la próstata entre otras. Trato de imaginarme en la cama, unos cuantos años atrás, con un tipo con media cabeza pelada –y no (+)
(-) por haberse rapado– y el vello púbico canoso. Se me sacuden los hombros de forma espontánea y me río de mi estupidez detrás del barbijo. Inmediatamente me obligo a espantar esas imágenes de mi cabeza, al igual que mis prejuicios, y me concentro en el paciente (+)
(-) al que le pregunto sus datos filiatorios. Me contesta la mujer forzuda y resulta que el hombre tiene nombre de prócer. Ella aclara que sí, que es pariente lejano del benemérito, antes de que se lo pregunte. En cuanto a la edad, le pifié por dos años. O sea que, si le (+)
(-) calculé bien a ella, le lleva veintidós, pienso y de nuevo me fuerzo a concentrarme en el paciente.
–¿Con qué le puedo ayudar? –arranco.
–Me duele la vesícula –responde sosteniendo su abdomen del lado derecho.
(+)
(-)
–¿Tiene piedras? –le pregunto.
–Dos muy grandes –se mete la mujer forzuda.
Lo dice con ímpetu, como si el tamaño las volviera peores. Le regalo un “Ahá” y sigo con el marido.
–¿Y desde cuándo está así? –indago.
(+)
(-)
–¿Una semana? –mira a su mujer.
–Cinco días –lo corrige ella.
–¿Y tomó algo en esos días para calmar el dolor? –le pregunto esta vez a ambos.
–De todo. Yo te voy a explicar –comienza la mujer–. Te puedo tutear, ¿no? Tenés cara de buena… –sigue sin esperar respuesta. (+)
(-)
–Resulta que su ex se cree que, porque es enfermera, no tiene responsabilidades. Porque es cierto que nosotros no estamos yendo al negocio, sí, es verdad, porque está cerrado, pero también necesitamos paz. Y no, no tuvimos paz, ni un poco. Y a él se le irrita (+)
(-) la vesícula cuando no tiene paz. A ella no le importa, claro. Vino, dejó a los chicos y no los buscó más. Y ellos pelean que la pelota, que la tele, que las piñas… Y a mí no me hacen caso, no, porque me dicen todo el tiempo que ellos tienen madre. ¿Pero dónde está (+)
(-) la madre? ¿Dónde? Porque a buscarlos no vino. No. Y él estaba mal, pero no quería dejar de cuidarlos, porque es un buen padre, uno excelente, no como ella. Así que se tomó todo lo que encontró. Y si aceptó venir es porque no da más. Explotó del estrés. Y ahora sigue (+)
(-) estresado, estoy segura, y solo piensa en volver porque los chicos quedaron con la vecina que vaya a saber si se lava las manos o si les toca la cara, yo lo sé, lo conozco. Él hizo todo para estar bien y cuidarlos, tomó los remedios, se acostó cuando le dije, y hasta comió(+)
(-) bastante sano salvo por la pizza…
Levanto la mano y la freno antes de que me cuente todos los gustos de pizza que comió el marido y en qué orden.
–Entiendo. ¿Y exactamente qué fue lo que tomó?
Él la mira y ella pone el pie en el acelerador:
(+)
(-)
–Busc@pina, Sert@l, Myl@nta, Hepat@lgina, el antibiótico que le dieron la otra vez para la diarrea, que creo que era “Ploxacina”, Ibu, Aspirin@...
–Era en serio lo de “de todo”, veo –acoto.
(+)
(-)
–Sí, yo le dije. Él siempre toma la Busc@ y le calma, pero esta vez no, y fue sumando.
–¿Y tuvo fiebre?
–Sí, mucha –contesta él.
–¿Cuánta?
–Como cuarenta.
–No se puso el termómetro –interrumpe la mujer con la boca para un costado y ya me cae bien.
(+)
(-)
–Igual –dice él.
Ella se ríe y le acaricia la frente. Yo me acuerdo de mi papá que asegura que su mano es un termómetro infalible. Me muero por darle un abrazo, o, por lo menos, cenar cada uno en una punta de su living y charlar viéndonos las caras.
(+)
(-)
Le pongo el termómetro al hombre mientras sigo con el interrogatorio. Tuvo vómitos y asegura que no llegó a tener diarrea porque se tomó a tiempo el antibiótico. El dolor dice que es “de vesícula, pero para abajo”y, por donde se agarra, parece más el apéndice. (+)
(-) Me quedo mirándolo, con ganas de largarle que la vesícula no es la causa de todos los males, pero me muerdo la lengua y procedo a revisarlo, no sin antes colocarme un par de guantes de esos que no solía usar para cuadros abdominales. Está taquicárdico y el termómetro (+)
(-) marca treinta y seis con ocho. La presión tan mal no debe andar porque tiene pulso (no tengo un tensiómetro que funcione a mano). En cuanto a su panza, le duele ya por todos lados, aunque sobre todo a la derecha, sí, pero bastante más abajo que la vesícula. Aprieto (+)
(-) y suelto de golpe. Grita, y no es nada bueno. Miro su piel en busca de cicatrices. Sus pelos blancos no me dejan ver bien. Le pregunto si está operado de algo y contesta que “de hernia y garganta”. Asiento.
(+)
(-)
–Mire –arranco–, yo entiendo que tenía que cuidar a sus hijos, pero la cuestión es que pasó bastante desde el inicio del cuadro y su panza no está linda la verdad. Voy a indicar que le pongan un suero, que le saquen sangre, y vamos a hacer una tomografía.
(+)
(-)
No le cuento las opciones que barajo: una apendicitis complicada, pasada en días y difícil de solucionar, o un tumor de intestino perforado; no me gustaría tener ninguna de las dos y no quiero preocuparlo hasta no estar segura.
Hago las órdenes de laboratorio y de la vía (+)
(-) y se las entrego a la enfermera que está vestida casi tan de astronauta como el camillero: tiene cofia, antiparras, barbijo, guantes y camisolín, solo que este último es de los comunachos a diferencia del que tenía el camillero que era más pro.
(+)
(-)
–¿Pero es sospechoso? –me pregunta y se nota el miedo que emerge desde lo más profundo de su disfraz.
–No –le contesto y caigo en que no le pregunté al hombre si tuvo tos o dolor de garganta.
–Igual le pusiste un barbijo, ¿no?
(+)
(-)
Me trago el contestarle que normalmente nos dan de a uno y solo para nosotros con recambio cada cuatro horas, que a los únicos pacientes que se les pone es a los respiratorios y que si ella consigue uno que se lo coloque. Le digo, en cambio, que en (+)
(-) breve consigo uno, y ruego porque el jefe suplente sea tan buena onda como parece.
Vuelvo al consultorio y e interrogo al hombre acerca de síntomas respiratorios, dolor de garganta e incluso la diarrea que ya me contó que no tuvo. Dice que no a todo y recién (+)
(-) ahí, respiro. Busco al jefe. Le explico la situación y me da cinco barbijos “para que yo administre con prudencia” acompañados de un “confío en usted”. Bajo la cabeza y le sonrío, aunque no lo vea, para después enfilar hacia el primer consultorio y ponerle el (+)
(-) barbijo al señor.
Sigo para tomografía a pedir el contraste y solicitar el estudio. Me atiende otro astronauta desde adentro de la consola que no logro dilucidar cuál de los técnicos es, y me pregunto para qué necesita antiparras, máscara, camisolín y cofia si va a estar (+)
(-)ahí atrás (porque últimamente ni se acercan a los pacientes y nos hacen a nosotros meterlos al tomógrafo), aunque decido no hacer comentario alguno al respecto. Yo le hablo desde mi barbijo como único escudo.
(+)
(-)
–Buenas. ¿Cómo estás? Necesito hacer un abdomen y pelvis con oral y endovenoso –le pido tratando de contener el escalofrío que me recorre por la nuca y rogando para adentro que no me salte con una guarrada como que le chupe la pija para conseguirlo.
(+)
(-)
Se levanta de su asiento y se me acerca.
–Hola. ¿Cómo estás? –me pregunta y me da un codazo amigable.
Después pasa por al lado mío hacia donde guardan los contrastes.
Su voz es femenina y recién cuando pasa junto a mí noto que tiene tetas. (+)
(-)
No le veo el pelo por la cofia, pero estoy casi segura de que es la mujer del pelo carré. Saca tres frascos y me los muestra, son los de contraste endovenoso. Dice que son los únicos que tiene para toda la guardia y me pregunta si es imprescindible hacérselo. (+)
(-) Le explico por qué me resulta importante y le propongo, si le parece, que se lo consultemos a los médicos de imágenes.
–No, doc. No hace falta. Si considerás que es necesario, se lo hacemos –responde mientras me entrega el contraste oral.
(+)
(-)
Separo los brazos para abrazarla y freno cuando caigo en el covid y en su traje de astronauta. Le doy un codazo en vez de eso y vuelvo a la guardia.
Paso por el consultorio uno y le pido a la mujer forzuda que compre una botella de agua mineral. (+)
(-) Vuelvo al rato y la encuentro con la botella en la mano mirando a la paciente de los ansiolíticos que ronca, hace un ruido raro con la boca, gira hacia el lado opuesto de la camilla y vuelve a roncar. Agarro la botella, diluyo ahí el contraste y le explico al paciente cómo(+)
(-) tomarlo. Le indico a la enfermera que le administre por la vía algo para que no vomite y voy para el consultorio dos a ver cómo sigue el de la gastroenteritis que quedó de anoche.
–Es todo mentira. Es un invento de los norteamericanos para desestabilizar nuestra (+)
(-) economía –escucho que le dice a la chica que se agarraba la cabeza en la sala de espera y que alguien ubicó enfrente de él.
Ella lo mira con los ojos entrecerrados.
(+)
(-)
–Tanto del virus asesino y que si no nos mata nos vuelve zombies y fijate los números, es menos que una gripe –sigue.
La chica no dice nada. Lo mira, me mira, apoya su mochila contra la pared, se recuesta y cierra los ojos del todo.
(+)
(-)
–Veo que ya está mejor –le digo al hombre mientras le cierro la chapita de la vía.
–Sí. Es que necesitaba el suero –contesta.
–En realidad no, lo que tiene es que tomar lo que le voy a indicar ahora y hacer dieta. Por el suero (+)
(-) le pasaron algo para los vómitos no más, que podría haberlo tomado por boca y no exponerse a contagiarse cualquier cosa acá… –le retruco. No logro contenerme.
–No me venga usted también con el virus mutante –me previene.
(+)
(-)
–No se preocupe, no estoy para discutir sobre si es mortal o no, solo sepa que hay muchas cosas que uno se puede contagiar en un hospital por concurrir, y que eso pase por una gastroenteritis que se trata en su casa con dieta y algo para los vómitos, sería una pena. (+)
(-)
Resopla. Yo bajo la vista y le hago las recetas correspondientes y le escribo la dieta y cómo tomar los medicamentos. Le entrego los papeles, le saco la vía, abro la puerta y extiendo la mano para que salga.
–Siga luchando contra virus inexistentes –me larga mientras se va+
(-)
Yo cierro la puerta atrás de él y veo a la chica de la cefalea que se muerde el labio de abajo y sacude la cabeza en dirección al hombre que se acaba de ir. Le sonrío sin pensar en el barbijo y le pregunto si se siente algo mejor, aunque su cara ya me dice que sí. (+)
(-)
Me cuenta que tiene migrañas y que, con todos encerrados en su casa que es chica, con las luces prendidas y los ruidos de los dibujitos y videojuegos de sus hermanos menores, le estallaba la cabeza. Le digo que duerma y que cuando se termine el suero seguro (+)
(-) que va a estar mejor del todo, y veo a la Flaca con el rubio que está de suplente que avanzan hacia la parte de los respiratorios con unas cuantas cosas en los brazos.
–Llegó Papá Noel –se ríe la Flaca y me muestra los tan codiciados camisolines (+)
(-) repelentes a fluidos.
–Al fin –le respondo y ellos siguen su camino.
–Santos. Santitos míos. Vengan a buscarme. Los estoy esperando –escucho que murmura una voz femenina.
–Santos míos, vengan. Sé que ustedes me van a liberar –continúa.
(+)
(-)
Sigo su voz hasta el consultorio tres. Es la mujer de salud mental, la que antes gritaba lo de los ángeles. Me mira fijo. Me recorre con los ojos de arriba abajo y de abajo arriba, para después ignorarme y volver a su rumiación. El rubio, que no estuvo en el pase porque (+)
(-) llegó tarde, se asoma a la puerta del consultorio y me pregunta si se algo de un paciente con sospecha de covid que haya quedado esperando cama.
–Tu compañera dice que cree que no había nadie, pero al fondo hay un hombre durmiendo, y alguien hasta le puso un barbijo.
(+)
(-)
Le digo que no y lo sigo hasta la puerta del área de respiratorios sin entrar. El hombre ahora está tapado hasta la frente con un camisolín de los buenos que ni sé de dónde lo sacó. La Flaca, ya vestida de astronauta, avanza y lo destapa. El señor protesta que lo (+)
(-) dejemos dormir. Recién cuando lo veo entero, con su pierna amputada y su mano vendada lo reconozco. Es uno de los que solían vivir en la sala de espera, a los que supuestamente se habían llevado a un hogar. Mi compañera lo sacude.
(+)
(-)
–Amigo, vamos, que acá no puede estar –le dice.
–¿Y a dónde quiere que vaya? –contesta él y desde la puerta huelo su aliento a alcohol.
–Al hogar al que lo llevaron, no sé, pero acá no puede quedarse. Se puede enfermar –sigue la Flaca.
(+)
(-)
–Pero yo ya estoy enfermo. Si me echaron porque tenía fiebre. Y también tengo tos, seguro que es el covi –lo dice así, sin la “D” final.
Con la Flaca nos miramos. Las dos sabemos que miente y que seguro lo echaron porque ahí está prohibido emborracharse. (+)
(-)
También sabemos que así no lo van a dejar entrar de nuevo ni lo van a venir a buscar.
–¿Pasó toda la noche acá? –le pregunto al hombre.
–Tanto no. Después de que se llevaron al último nomás.
–¿Y por dónde entró?
–Por la puerta –contesta como si fuera obvio.
(+)
(-)
La Flaca camina hasta ahí. No está rota y tiene la traba puesta desde adentro.
–¿Por esta puerta? –le pregunta.
–No. Al lado. Los otros empujaron y se abrió. Se llevaron el alcohol y se fueron, y yo me quedé para cuidar.
(+)
(-)
Me río por atrás del barbijo y voy al consultorio de al lado en el que, efectivamente, el picaporte está falseado. Alguien colocó una camilla trabando la puerta, pero no se percató del polizonte, o hasta le puso barbijo pensando que era un paciente.
(+)
(-)
Vuelvo a donde mis compañeros discuten qué hacer con él.
–Le abrimos la puerta y lo invitamos a irse. Simple –sentencia la Flaca.
–Pero dice que tuvo tos y fiebre –la frena el rubio.
–¿Vos le creés?
–No sé. Pero si tuvo vamos a exponer a mucha gente al hacerlo volver (+)
(-)al hogar –sigue él.
–Al hogar no lo van a dejar entrar borracho –le aclaro–. Igualmente, miente. Lo hace siempre. El tema es que pasó toda la noche acá sin que nadie limpie y durmió en la camilla donde estuvo un paciente que internaron, no sé… –miro a la Flaca.
(+)
(-)
–¿Vos decís que lo suba? –me pregunta ella.
–Que se yo… acá debe haber tocado todo… y no sabemos si era positivo el otro. Además, él dice que tiene tos y que tuvo fiebre, y no lo vamos a hacer toser para comprobar si es mentira…
(+)
(-)
La Flaca me mira. Me conoce hace bastante y estoy segura de que sospecha que no pasa solo por ahí sino, también, por no mandarlo a la calle hoy que está fresco. Levanto los hombros.
–¿No tendrán un café con leche? –pregunta el señor–. ¿Y unas galletitas?
(+)
(-)
Me río con ruido. La Flaca me mira, mira al rubio, al hombre hambriento y de nuevo a nosotros.
–Está bien, pero vos le conseguís el desayuno –me dice.
Voy para el estar. Agarro unas galletitas, preparo un té en uno de nuestros vasos de plástico y (+)
(-) me voy antes de que me reten por llevármelo para un paciente (no tenemos muchos). Vuelvo y se lo dejo a la Flaca sobre la mesada para que ella con su traje de astronauta se lo alcance. Cierro los ojos, respiro hondo y enfilo a ver cómo va tomando el contraste el señor (+)
(-) descendiente del prócer, que ya estoy segura de que CB no tiene nada. Me pongo los guantes por las dudas en la puerta del consultorio y lo encuentro discutiendo con su mujer.
–Yo no me quedo ni un minuto más acá –sentencia él–, no tendríamos que haber venido.
(+)
(-)
–¿Y qué vamos a hacer? ¿Irnos a que tus hijos te vean como se te pudre la vesícula y te morís? –le grita la mujer.
La paciente de los ansiolíticos abre un ojo, la mira y vuelve a dormirse.
(+)
(-)
–¿Pero no ves que acá nos vamos a infestar? –le dice él así, infestar, con “S” en vez de “C”.
–Prefiero eso a que te mueras –sigue ella y se larga a llorar.
Me siento una porquería por mis prejuicios de hace un rato.
(+)
(-)
–Es que si nos quedamos el virus nos va a matar a los dos –pronuncia él mientras trata de incorporarse.
Enseguida vuelve a acostarse del dolor. Los interrumpo:
–Disculpe –me dirijo a él–, entiendo su miedo, porque sí, esta situación nos da miedo hasta a nosotros, (+)
(-) pero lo que tiene usted no es de la vesícula, eso se lo aseguro, y es algo que hasta es posible que requiera que lo operen hoy mismo.
El hombre abre grandes los ojos. La mujer le agarra la mano entre las suyas y me mira también.
(+)
(-)
–Créame que irse no es una opción, si lo fuera yo misma lo invitaría a retirarse, en serio –sigo–. Yo no quiero que nadie se exponga si no es necesario, incluso le diría a su mujer que se vaya a su casa y que nosotros nos ocupamos de usted, pero la veo y sé que no lo va a (+)
(-) hacer.
–Nosotros hacemos todo lo posible para no transmitir el virus, eso se lo aseguro –me saco los guantes y le muestro mis manos destruidas –. Esto es de tanto lavarme.
La esposa pone cara de espanto.
(+)
(-)
–En serio le digo, usted se tiene que quedar y dejar que lo curemos. El virus ese en este momento no tiene que espantarlo del hospital.
Ella aplaude despacito, lo mira y le larga un “nos quedamos”. Él cierra los ojos resignado, los abre y vuelve a tomar el contraste. (+)
(-) Yo voy para el pasillo y recorro la lista. A unos pasos a mi derecha el traumatólogo le presenta a mi compañero alto un paciente.
–Me lo pasaron como una lumbalgia, pero el chabón mea rojo –escucho que le dice.
(+)
(-)
Atrás de ellos veo al hombre que el orientador aseguraba que era para traumatología, tiene cara de querer matar a alguien y está igual de inquieto. Hago una nota mental para comentarle al orientador el tema del pis que seguro tiene sangre e insistirle en que le (+)
(-) ponga ganas al interrogatorio.
Se me acerca uno de los policías que está con el paciente golpeado no sé si por los vecinos o por ellos y me pregunta si ya se lo pueden llevar. Pienso que nos olvidamos de verlo y siento que empalidezco. (+)
(-) Justo aparece la otra suplente, una rubia que se maquilla un poco mucho y se para al lado nuestro. Le toca el hombro al policía desde su metro cincuenta –con la mano enguantada, por supuesto– y se lo queda mirando. (+)
(-)
–Ya te dije que no se lo pueden llevar, que falta que lo vea cirugía. ¿Para qué molestás a mi compañera? –le larga.
–Ah. No. Perdón. No entendí. No sabía.
–Sí sabías, solo no tenés ganas de esperar, pero otra no te queda –le dice ella y sé que (+)
(-) desde atrás del barbijo seguro que está sonriendo–. Ninguno de mis compañeros te va a hacer un papel de alta, porque al paciente lo estoy viendo yo, ¿sabés? Así que por favor no los molestes más que están trabajando igual que vos.
(+)
(-)
El oficial se queda callado. Baja la cabeza y vuelve al consultorio. Probablemente, apenas vea a algún otro de nuestros compañeros, le vuelva a pedir el alta; siempre pasa eso.
El jefe nuevo pasa con un par de antiparras copadas y máscaras rojas que parecen de bombero.
(+)
(-)
–Son un préstamo –escucho y veo que se las entrega a mis compañeros que ven los respiratorios.
Espero que, para cuando llegue mi turno, no se haya terminado el préstamo.
Los chicos aplauden, se las prueban y se sacan un par de fotos. Después se ponen el resto (+)
(-) del equipo y le informan al jefe que ya no tienen más de los camisolines power y la Flaca le pregunta si se dejan el mismo para seguir viendo a los pacientes siguientes.
–Eso nunca. No podemos convertirnos en fuentes de contagio. Vean a este paciente con (+)
(-) esos –les dice haciendo referencia a los que se acaban de poner–, después se los sacan, los tiran como corresponde, se lavan las manos las setecientas veces que indica el protocolo y me esperan. No se les ocurra llamar a otro paciente hasta que les haya traído (+)
(-) las cosas.
El jefe se aleja y mis compañeros chocan pies y codos en señal de festejo. Yo lo quiero raptar para el resto de nuestras guardias.
Atiendo a una mujer con un forúnculo en el traste, a un hombre con una uña encarnada infectada y a una chica que se desmayó (+)
(-) en un colectivo –al que nunca se tendría que haber subido por no tener permiso de circulación– y después llevo al ex señor CB (que sigue siendo descendiente del prócer) al tomógrafo junto con el camillero vestido de astronauta que me cuidó más temprano. (+)
(-) La técnica ayuda al paciente a acostarse, lo acomoda y me dan ganas de abrazarla otra vez, sobre todo cuando me ofrece un asiento. Hace el estudio y por lo que veo tiene un tumor de ciego (la primera porción del intestino grueso) perforado, aunque, por suerte, parece (+)
(-) no tener metástasis. El camillero se lleva al hombre al consultorio mientras yo hablo con los médicos de imágenes y espero el informe que corrobora lo que sospechaba.
Vuelvo al consultorio. Me pongo un par de guantes en la puerta y entro. (+)
(-) La mujer está junto a la cabecera y le acaricia la cabeza y le masajea los hombros. Yo me acerco al hombre y le tomo la mano.
–Bueno –arranco y pienso que de bueno no tiene nada–, la cosa parece ser bastante más compleja que un dolor de vesícula… –hago una pausa y sigo(+)
(-) –Parece ser un tumor.
La mujer casi que se toca la frente con las pestañas y su marido cierra los ojos y los mantiene así. Le aprieto la mano.
–Los tumores de intestino a veces se perforan y eso sería lo que le da tanto dolor. Lo bueno es que los cirujanos de acá son (+)
(-) excelentes y ya les escribí para que bajen a verlo apenas terminen de operar –trato de darle confianza –. Hizo bien en venir, y, sobre todo, en quedarse –sigo.
Me cuesta parar de hablar. Quiero decirle que todo va a estar bien, pero tardó tanto en consultar que no puedo (+)
(-) asegurárselo. En vez de eso le aprieto la mano una vez más y le pregunto si tiene alguna duda.
–¿Voy a tener que hacer quimio después? Porque esto es un cáncer, ¿no? –me larga.
–Vamos de a poco. Paso a paso –le contesto.
(+)
(-)
Trato de no pensar en si estarán atendiendo con regularidad o no en los consultorios de oncología y si estarán llegando las drogas.
Él hace que sí con la cabeza mientras cierra los ojos una vez más. La mujer lo abraza y yo salgo para dejarlos solos.
(+)
(-)
Veo pasar al jefe suplente con dos kits de EPP más. Sigue con la nariz por encima del barbijo y me trago las ganas de corregirlo. Camino hasta la entrada. Estoy a punto de prenderme un pucho cuando se me acerca la mujer forzuda bañada en lágrimas.
(+)
(-)
–Necesito pedirle un favor –empieza.
–Dígame.
–Necesito que ponga a mi marido lejos de los infectados –ruega.
Me reto a mí misma por notar que ella sí que lo pronunció bien.
(+)
(-)
–Si se contagia no va a poder empezar la quimio. Yo sé que la va a tener que hacer y que enfermo no se puede –sigue–. Él no se puede contagiar, por favor.
La miro. Me olvido del covid y le doy el abrazo que sé que necesita. Después me alejo, (+)
(-) la mando a lavarse bien las manos y le prometo que voy a hacer todo lo posible.
Llamo al R1 de cirugía que sé que no subió a quirófano.
–¿Cómo andás? –digo a modo de saludo–. ¿Te hago una pregunta?
–Dígame, doc –contesta y en realidad dice “digamé”.
(+)
(-)
–En la sala de ustedes, ¿están internando covid? –lo pregunto con los dedos cruzados y el alma fruncida.
Contengo la respiración hasta su respuesta.
–Ya casi no es nuestra sala. Son la mayoría sospechas de covid y unos cuantos confirmados.
(+)
(-)
Le doy las gracias y corto mientras aprieto las muelas, los músculos de los hombros y el cuello, las pantorrillas, los glúteos y luego los puños. Respiro hondo y me alejo a tomar un poco de aire. Me prendo un pucho y dejo que se resbalen solo un par de lágrimas. (+)
(-) Veo que alguien se acerca y me las seco sin abandonar mi cigarrillo. La figura que se aproxima se vuelve más nítida. Es nuestro jefe. Miro la hora: se hicieron las dos de la tarde y ni hambre me dio.
(+)
(-)
–¿No hay trabajo? –pregunta a modo de chicaneo.
Le regalo mi sonrisa falsa y doy otra pitada.
–Cuando termines vení que vamos a tener una reunión acerca de los covid. Parece que no nos quieren dar los camisolines buenos –me larga mientras se aleja.
(+)
(-)
Le hago que sí con la cabeza y lo miro hacerse más chiquito hasta desaparecer. Llamo a mi viejo. Me cuenta que está harto de la cuarentena, que ya no sabe qué hacer. Me hace un chiste sobre el sexo virtual que aconsejaron tener por la tele y fuerzo una carcajada. (+)
(-) Le digo que lo quiero mucho y responde que él también. Cuelgo y, recién ahí, lloro fuerte.
Missing some Tweet in this thread? You can try to force a refresh.

Enjoying this thread?

Keep Current with Anónima me hicieron

Profile picture

Stay in touch and get notified when new unrolls are available from this author!

Read all threads

This Thread may be Removed Anytime!

Twitter may remove this content at anytime, convert it as a PDF, save and print for later use!

Try unrolling a thread yourself!

how to unroll video

1) Follow Thread Reader App on Twitter so you can easily mention us!

2) Go to a Twitter thread (series of Tweets by the same owner) and mention us with a keyword "unroll" @threadreaderapp unroll

You can practice here first or read more on our help page!

Follow Us on Twitter!

Did Thread Reader help you today?

Support us! We are indie developers!


This site is made by just two indie developers on a laptop doing marketing, support and development! Read more about the story.

Become a Premium Member ($3.00/month or $30.00/year) and get exclusive features!

Become Premium

Too expensive? Make a small donation by buying us coffee ($5) or help with server cost ($10)

Donate via Paypal Become our Patreon

Thank you for your support!