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Vamos para nuestro estar y esperamos al jefe para la reunión matutina sobre cómo vamos a trabajar; las normas cambian día a día. Dos compañeros volvieron de aislamiento y, por suerte, ambos dieron negativos y están sanos. Nos damos codazos, aunque, en realidad, (+)
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Tiro los mocos para arriba. La Flaca se aprieta la nariz por encima del barbijo, levanta la mano, se la mira, maldice y se la lava. Busco para hacer café. Queda poco y es del barato ese que no tiene mucho gusto, pero ir al supermercado con el ambo no es una opción, y (+)
–¿Andamos codito hoy? –me pregunta el pediatra de los anteojos cuadrados mientras señala lo poco que le serví.
–Es lo que hay –le respondo y sigo la ronda.
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–Es como con los EPP: no pidas más porque no te van a dar nada –le dice el pediatra más grande haciéndose el gracioso.
Me río para no llorar.
(Los EPP son los Equipos de Protección Personal que el personal de salud debe usar para (+)
Se abre la puerta y entra el emergentólogo seguido por un médico añoso –con la cara desprovista de barbijo– que creo haber visto un par de veces en la guardia, (+)
–Les traigo al jefe suplente –sonríe el emergentólogo y le palmea la espalda al otro médico.
Yo me muerdo la mejilla por dentro porque solo le guardé café al primero. (+)
–Olfa –se burla el pediatra de los anteojos cuadrados en medio de una tos falsa.
No le hago caso y miro al jefe tratando de dilucidar de dónde me suena. (+)
–Para los que no me conocen, soy de los martes. Hice obstetricia, la amé, la odié y circunstancias de la vida me hicieron alejarme. Ahora me dedico a mi segundo amor, la emergencia, y a veces juego a ser jefe. Hoy me toca con (+)
Me gustan su presentación, su sonrisa y su franqueza.
–No sé cómo estén acostumbrados a trabajar, pero en mi guardia trabajamos en equipo y no espero menos acá.
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Los clínicos se miran con algo de miedo. Mis ojos se cruzan con los del emergentólogo que se nota que están sonriendo. Yo también sonrío por detrás del barbijo. El orientador entra y nos informa que hay dos pacientes con sospecha de covid esperando para ser atendidos. (+)
Estoy a punto de pedirle al jefe los EPP cuando él recorre al orientador de arriba abajo y le larga:
–Soy el jefe de guardia de hoy, mucho gusto. ¿Usted quién es?
–El orientador –contesta el chico con las cejas juntas.
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–Bueno. Infórmeles, si es tan amable, que van a tener que aguardar un momento hasta que tengamos el equipamiento adecuado para examinarlos –le indica el jefe con voz suave, pero firme y le hace con la mano que vaya yendo.
El orientador gira y (+)
–Ni que fueran de oro –se queja mientras nos muestra dos barbijos N95 y dice que, por ahora, no le quieren dar nada más.
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Nos hace anotarnos en una lista a todos con nuestro puesto respectivo y el material que necesitamos y aclara que, sin eso, no se trabaja. Además, y pide un par de manos que lo ayuden. El emergentólogo va con él y pregunta si va a ligar caramelos de premio.
(+)
Yo enfilo para los consultorios y arranco a atender lo que no es respiratorio. El primero en la lista está anotado como CB, una sigla nueva que no sé qué significa. Voy para el sucucho del orientador.
–¿Qué pasa ahora? –me larga antes de que le diga nada.
(+)
–Tus abreviaturas de siempre pasan. Tiraste una nueva…
–¿Una nueva?
–CB –le contesto mientras bajo y subo la cabeza lento, casi cual rebote.
–Cólico biliar, obvio. No es nueva esa.
(Un cólico biliar es el dolor por piedras en la vesícula)
(+)
–Sí que es nueva. Siempre ponés DA que ya aprendí que es dolor abdominal, o si tenés muchas ganas le agregás un HD, pero hasta ahí llegué…
(HD es de hipocondrio derecho, que es el lugar donde se ubica la vesícula, es donde duele cuando la gente (+)
–Bueno, CB es un clásico mío. Se ve que no prestás atención.
Me dan ganas de decirle que no se va a herniar por escribir las palabras completas y que nosotros no tenemos que aprendernos (+)
Voy para los consultorios y llamo al señor CB. Mientras camina hacia mí acompañado por una mujer unos veinte o, por lo menos, quince años menor –que le tomó la mano (+)
–Usté no está protegida, doqui. Déjeme a mí –me dice el camillero mientras acomoda al hombre en la silla de ruedas y lo entra al consultorio uno.
(+)
–Se me tiene que cuidar, dotorcita. Usté tiene que estar bien sana para atenderme si me enfermo –agrega una vez depositado el paciente sobre la camilla de enfrente de la mujer de los ansiolíticos.
(+)
–Todos son covid hasta que se demuestre lo contrario –sentencia el orientador repitiendo la frase que unas guardias atrás dijo uno de los clínicos. La usa, esta vez, a modo de reto hacia mi persona.
No sé si agradecerle o cachetearlo, pero sí, es cierto, casi me pongo a (+)
(+)
–Parece un cólico renal –le informo.
Él asegura que no, que el tipo tiene un tirón y que es para tráumato. Le digo que entonces busque a los traumatólogos y lentamente se aleja de mi vista.
(+)
Paso a interrogar al señor CB y a la mujer forzuda que se presenta como su esposa. Les calculo unos cincuenta y cinco años a él y treinta y cinco a ella, y suelo ser bastante buena con el tema de las edades. Me pregunto cómo resultará la pareja cuando ella tenga sesenta (+)
–¿Con qué le puedo ayudar? –arranco.
–Me duele la vesícula –responde sosteniendo su abdomen del lado derecho.
(+)
–¿Tiene piedras? –le pregunto.
–Dos muy grandes –se mete la mujer forzuda.
Lo dice con ímpetu, como si el tamaño las volviera peores. Le regalo un “Ahá” y sigo con el marido.
–¿Y desde cuándo está así? –indago.
(+)
–¿Una semana? –mira a su mujer.
–Cinco días –lo corrige ella.
–¿Y tomó algo en esos días para calmar el dolor? –le pregunto esta vez a ambos.
–De todo. Yo te voy a explicar –comienza la mujer–. Te puedo tutear, ¿no? Tenés cara de buena… –sigue sin esperar respuesta. (+)
–Resulta que su ex se cree que, porque es enfermera, no tiene responsabilidades. Porque es cierto que nosotros no estamos yendo al negocio, sí, es verdad, porque está cerrado, pero también necesitamos paz. Y no, no tuvimos paz, ni un poco. Y a él se le irrita (+)
Levanto la mano y la freno antes de que me cuente todos los gustos de pizza que comió el marido y en qué orden.
–Entiendo. ¿Y exactamente qué fue lo que tomó?
Él la mira y ella pone el pie en el acelerador:
(+)
–Busc@pina, Sert@l, Myl@nta, Hepat@lgina, el antibiótico que le dieron la otra vez para la diarrea, que creo que era “Ploxacina”, Ibu, Aspirin@...
–Era en serio lo de “de todo”, veo –acoto.
(+)
–Sí, yo le dije. Él siempre toma la Busc@ y le calma, pero esta vez no, y fue sumando.
–¿Y tuvo fiebre?
–Sí, mucha –contesta él.
–¿Cuánta?
–Como cuarenta.
–No se puso el termómetro –interrumpe la mujer con la boca para un costado y ya me cae bien.
(+)
–Igual –dice él.
Ella se ríe y le acaricia la frente. Yo me acuerdo de mi papá que asegura que su mano es un termómetro infalible. Me muero por darle un abrazo, o, por lo menos, cenar cada uno en una punta de su living y charlar viéndonos las caras.
(+)
Le pongo el termómetro al hombre mientras sigo con el interrogatorio. Tuvo vómitos y asegura que no llegó a tener diarrea porque se tomó a tiempo el antibiótico. El dolor dice que es “de vesícula, pero para abajo”y, por donde se agarra, parece más el apéndice. (+)
(+)
–Mire –arranco–, yo entiendo que tenía que cuidar a sus hijos, pero la cuestión es que pasó bastante desde el inicio del cuadro y su panza no está linda la verdad. Voy a indicar que le pongan un suero, que le saquen sangre, y vamos a hacer una tomografía.
(+)
No le cuento las opciones que barajo: una apendicitis complicada, pasada en días y difícil de solucionar, o un tumor de intestino perforado; no me gustaría tener ninguna de las dos y no quiero preocuparlo hasta no estar segura.
Hago las órdenes de laboratorio y de la vía (+)
(+)
–¿Pero es sospechoso? –me pregunta y se nota el miedo que emerge desde lo más profundo de su disfraz.
–No –le contesto y caigo en que no le pregunté al hombre si tuvo tos o dolor de garganta.
–Igual le pusiste un barbijo, ¿no?
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Me trago el contestarle que normalmente nos dan de a uno y solo para nosotros con recambio cada cuatro horas, que a los únicos pacientes que se les pone es a los respiratorios y que si ella consigue uno que se lo coloque. Le digo, en cambio, que en (+)
Vuelvo al consultorio y e interrogo al hombre acerca de síntomas respiratorios, dolor de garganta e incluso la diarrea que ya me contó que no tuvo. Dice que no a todo y recién (+)
Sigo para tomografía a pedir el contraste y solicitar el estudio. Me atiende otro astronauta desde adentro de la consola que no logro dilucidar cuál de los técnicos es, y me pregunto para qué necesita antiparras, máscara, camisolín y cofia si va a estar (+)
(+)
–Buenas. ¿Cómo estás? Necesito hacer un abdomen y pelvis con oral y endovenoso –le pido tratando de contener el escalofrío que me recorre por la nuca y rogando para adentro que no me salte con una guarrada como que le chupe la pija para conseguirlo.
(+)
Se levanta de su asiento y se me acerca.
–Hola. ¿Cómo estás? –me pregunta y me da un codazo amigable.
Después pasa por al lado mío hacia donde guardan los contrastes.
Su voz es femenina y recién cuando pasa junto a mí noto que tiene tetas. (+)
No le veo el pelo por la cofia, pero estoy casi segura de que es la mujer del pelo carré. Saca tres frascos y me los muestra, son los de contraste endovenoso. Dice que son los únicos que tiene para toda la guardia y me pregunta si es imprescindible hacérselo. (+)
–No, doc. No hace falta. Si considerás que es necesario, se lo hacemos –responde mientras me entrega el contraste oral.
(+)
Separo los brazos para abrazarla y freno cuando caigo en el covid y en su traje de astronauta. Le doy un codazo en vez de eso y vuelvo a la guardia.
Paso por el consultorio uno y le pido a la mujer forzuda que compre una botella de agua mineral. (+)
–Es todo mentira. Es un invento de los norteamericanos para desestabilizar nuestra (+)
Ella lo mira con los ojos entrecerrados.
(+)
–Tanto del virus asesino y que si no nos mata nos vuelve zombies y fijate los números, es menos que una gripe –sigue.
La chica no dice nada. Lo mira, me mira, apoya su mochila contra la pared, se recuesta y cierra los ojos del todo.
(+)
–Veo que ya está mejor –le digo al hombre mientras le cierro la chapita de la vía.
–Sí. Es que necesitaba el suero –contesta.
–En realidad no, lo que tiene es que tomar lo que le voy a indicar ahora y hacer dieta. Por el suero (+)
–No me venga usted también con el virus mutante –me previene.
(+)
–No se preocupe, no estoy para discutir sobre si es mortal o no, solo sepa que hay muchas cosas que uno se puede contagiar en un hospital por concurrir, y que eso pase por una gastroenteritis que se trata en su casa con dieta y algo para los vómitos, sería una pena. (+)
Resopla. Yo bajo la vista y le hago las recetas correspondientes y le escribo la dieta y cómo tomar los medicamentos. Le entrego los papeles, le saco la vía, abro la puerta y extiendo la mano para que salga.
–Siga luchando contra virus inexistentes –me larga mientras se va+
Yo cierro la puerta atrás de él y veo a la chica de la cefalea que se muerde el labio de abajo y sacude la cabeza en dirección al hombre que se acaba de ir. Le sonrío sin pensar en el barbijo y le pregunto si se siente algo mejor, aunque su cara ya me dice que sí. (+)
Me cuenta que tiene migrañas y que, con todos encerrados en su casa que es chica, con las luces prendidas y los ruidos de los dibujitos y videojuegos de sus hermanos menores, le estallaba la cabeza. Le digo que duerma y que cuando se termine el suero seguro (+)
–Llegó Papá Noel –se ríe la Flaca y me muestra los tan codiciados camisolines (+)
–Al fin –le respondo y ellos siguen su camino.
–Santos. Santitos míos. Vengan a buscarme. Los estoy esperando –escucho que murmura una voz femenina.
–Santos míos, vengan. Sé que ustedes me van a liberar –continúa.
(+)
Sigo su voz hasta el consultorio tres. Es la mujer de salud mental, la que antes gritaba lo de los ángeles. Me mira fijo. Me recorre con los ojos de arriba abajo y de abajo arriba, para después ignorarme y volver a su rumiación. El rubio, que no estuvo en el pase porque (+)
–Tu compañera dice que cree que no había nadie, pero al fondo hay un hombre durmiendo, y alguien hasta le puso un barbijo.
(+)
Le digo que no y lo sigo hasta la puerta del área de respiratorios sin entrar. El hombre ahora está tapado hasta la frente con un camisolín de los buenos que ni sé de dónde lo sacó. La Flaca, ya vestida de astronauta, avanza y lo destapa. El señor protesta que lo (+)
(+)
–Amigo, vamos, que acá no puede estar –le dice.
–¿Y a dónde quiere que vaya? –contesta él y desde la puerta huelo su aliento a alcohol.
–Al hogar al que lo llevaron, no sé, pero acá no puede quedarse. Se puede enfermar –sigue la Flaca.
(+)
–Pero yo ya estoy enfermo. Si me echaron porque tenía fiebre. Y también tengo tos, seguro que es el covi –lo dice así, sin la “D” final.
Con la Flaca nos miramos. Las dos sabemos que miente y que seguro lo echaron porque ahí está prohibido emborracharse. (+)
También sabemos que así no lo van a dejar entrar de nuevo ni lo van a venir a buscar.
–¿Pasó toda la noche acá? –le pregunto al hombre.
–Tanto no. Después de que se llevaron al último nomás.
–¿Y por dónde entró?
–Por la puerta –contesta como si fuera obvio.
(+)
La Flaca camina hasta ahí. No está rota y tiene la traba puesta desde adentro.
–¿Por esta puerta? –le pregunta.
–No. Al lado. Los otros empujaron y se abrió. Se llevaron el alcohol y se fueron, y yo me quedé para cuidar.
(+)
Me río por atrás del barbijo y voy al consultorio de al lado en el que, efectivamente, el picaporte está falseado. Alguien colocó una camilla trabando la puerta, pero no se percató del polizonte, o hasta le puso barbijo pensando que era un paciente.
(+)
Vuelvo a donde mis compañeros discuten qué hacer con él.
–Le abrimos la puerta y lo invitamos a irse. Simple –sentencia la Flaca.
–Pero dice que tuvo tos y fiebre –la frena el rubio.
–¿Vos le creés?
–No sé. Pero si tuvo vamos a exponer a mucha gente al hacerlo volver (+)
–Al hogar no lo van a dejar entrar borracho –le aclaro–. Igualmente, miente. Lo hace siempre. El tema es que pasó toda la noche acá sin que nadie limpie y durmió en la camilla donde estuvo un paciente que internaron, no sé… –miro a la Flaca.
(+)
–¿Vos decís que lo suba? –me pregunta ella.
–Que se yo… acá debe haber tocado todo… y no sabemos si era positivo el otro. Además, él dice que tiene tos y que tuvo fiebre, y no lo vamos a hacer toser para comprobar si es mentira…
(+)
La Flaca me mira. Me conoce hace bastante y estoy segura de que sospecha que no pasa solo por ahí sino, también, por no mandarlo a la calle hoy que está fresco. Levanto los hombros.
–¿No tendrán un café con leche? –pregunta el señor–. ¿Y unas galletitas?
(+)
Me río con ruido. La Flaca me mira, mira al rubio, al hombre hambriento y de nuevo a nosotros.
–Está bien, pero vos le conseguís el desayuno –me dice.
Voy para el estar. Agarro unas galletitas, preparo un té en uno de nuestros vasos de plástico y (+)
–Yo no me quedo ni un minuto más acá –sentencia él–, no tendríamos que haber venido.
(+)
–¿Y qué vamos a hacer? ¿Irnos a que tus hijos te vean como se te pudre la vesícula y te morís? –le grita la mujer.
La paciente de los ansiolíticos abre un ojo, la mira y vuelve a dormirse.
(+)
–¿Pero no ves que acá nos vamos a infestar? –le dice él así, infestar, con “S” en vez de “C”.
–Prefiero eso a que te mueras –sigue ella y se larga a llorar.
Me siento una porquería por mis prejuicios de hace un rato.
(+)
–Es que si nos quedamos el virus nos va a matar a los dos –pronuncia él mientras trata de incorporarse.
Enseguida vuelve a acostarse del dolor. Los interrumpo:
–Disculpe –me dirijo a él–, entiendo su miedo, porque sí, esta situación nos da miedo hasta a nosotros, (+)
El hombre abre grandes los ojos. La mujer le agarra la mano entre las suyas y me mira también.
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–Créame que irse no es una opción, si lo fuera yo misma lo invitaría a retirarse, en serio –sigo–. Yo no quiero que nadie se exponga si no es necesario, incluso le diría a su mujer que se vaya a su casa y que nosotros nos ocupamos de usted, pero la veo y sé que no lo va a (+)
–Nosotros hacemos todo lo posible para no transmitir el virus, eso se lo aseguro –me saco los guantes y le muestro mis manos destruidas –. Esto es de tanto lavarme.
La esposa pone cara de espanto.
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–En serio le digo, usted se tiene que quedar y dejar que lo curemos. El virus ese en este momento no tiene que espantarlo del hospital.
Ella aplaude despacito, lo mira y le larga un “nos quedamos”. Él cierra los ojos resignado, los abre y vuelve a tomar el contraste. (+)
–Me lo pasaron como una lumbalgia, pero el chabón mea rojo –escucho que le dice.
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Atrás de ellos veo al hombre que el orientador aseguraba que era para traumatología, tiene cara de querer matar a alguien y está igual de inquieto. Hago una nota mental para comentarle al orientador el tema del pis que seguro tiene sangre e insistirle en que le (+)
Se me acerca uno de los policías que está con el paciente golpeado no sé si por los vecinos o por ellos y me pregunta si ya se lo pueden llevar. Pienso que nos olvidamos de verlo y siento que empalidezco. (+)
–Ya te dije que no se lo pueden llevar, que falta que lo vea cirugía. ¿Para qué molestás a mi compañera? –le larga.
–Ah. No. Perdón. No entendí. No sabía.
–Sí sabías, solo no tenés ganas de esperar, pero otra no te queda –le dice ella y sé que (+)
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El oficial se queda callado. Baja la cabeza y vuelve al consultorio. Probablemente, apenas vea a algún otro de nuestros compañeros, le vuelva a pedir el alta; siempre pasa eso.
El jefe nuevo pasa con un par de antiparras copadas y máscaras rojas que parecen de bombero.
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–Son un préstamo –escucho y veo que se las entrega a mis compañeros que ven los respiratorios.
Espero que, para cuando llegue mi turno, no se haya terminado el préstamo.
Los chicos aplauden, se las prueban y se sacan un par de fotos. Después se ponen el resto (+)
–Eso nunca. No podemos convertirnos en fuentes de contagio. Vean a este paciente con (+)
El jefe se aleja y mis compañeros chocan pies y codos en señal de festejo. Yo lo quiero raptar para el resto de nuestras guardias.
Atiendo a una mujer con un forúnculo en el traste, a un hombre con una uña encarnada infectada y a una chica que se desmayó (+)
Vuelvo al consultorio. Me pongo un par de guantes en la puerta y entro. (+)
–Bueno –arranco y pienso que de bueno no tiene nada–, la cosa parece ser bastante más compleja que un dolor de vesícula… –hago una pausa y sigo(+)
La mujer casi que se toca la frente con las pestañas y su marido cierra los ojos y los mantiene así. Le aprieto la mano.
–Los tumores de intestino a veces se perforan y eso sería lo que le da tanto dolor. Lo bueno es que los cirujanos de acá son (+)
Me cuesta parar de hablar. Quiero decirle que todo va a estar bien, pero tardó tanto en consultar que no puedo (+)
–¿Voy a tener que hacer quimio después? Porque esto es un cáncer, ¿no? –me larga.
–Vamos de a poco. Paso a paso –le contesto.
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Trato de no pensar en si estarán atendiendo con regularidad o no en los consultorios de oncología y si estarán llegando las drogas.
Él hace que sí con la cabeza mientras cierra los ojos una vez más. La mujer lo abraza y yo salgo para dejarlos solos.
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Veo pasar al jefe suplente con dos kits de EPP más. Sigue con la nariz por encima del barbijo y me trago las ganas de corregirlo. Camino hasta la entrada. Estoy a punto de prenderme un pucho cuando se me acerca la mujer forzuda bañada en lágrimas.
(+)
–Necesito pedirle un favor –empieza.
–Dígame.
–Necesito que ponga a mi marido lejos de los infectados –ruega.
Me reto a mí misma por notar que ella sí que lo pronunció bien.
(+)
–Si se contagia no va a poder empezar la quimio. Yo sé que la va a tener que hacer y que enfermo no se puede –sigue–. Él no se puede contagiar, por favor.
La miro. Me olvido del covid y le doy el abrazo que sé que necesita. Después me alejo, (+)
Llamo al R1 de cirugía que sé que no subió a quirófano.
–¿Cómo andás? –digo a modo de saludo–. ¿Te hago una pregunta?
–Dígame, doc –contesta y en realidad dice “digamé”.
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–En la sala de ustedes, ¿están internando covid? –lo pregunto con los dedos cruzados y el alma fruncida.
Contengo la respiración hasta su respuesta.
–Ya casi no es nuestra sala. Son la mayoría sospechas de covid y unos cuantos confirmados.
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Le doy las gracias y corto mientras aprieto las muelas, los músculos de los hombros y el cuello, las pantorrillas, los glúteos y luego los puños. Respiro hondo y me alejo a tomar un poco de aire. Me prendo un pucho y dejo que se resbalen solo un par de lágrimas. (+)
(+)
–¿No hay trabajo? –pregunta a modo de chicaneo.
Le regalo mi sonrisa falsa y doy otra pitada.
–Cuando termines vení que vamos a tener una reunión acerca de los covid. Parece que no nos quieren dar los camisolines buenos –me larga mientras se aleja.
(+)
Le hago que sí con la cabeza y lo miro hacerse más chiquito hasta desaparecer. Llamo a mi viejo. Me cuenta que está harto de la cuarentena, que ya no sabe qué hacer. Me hace un chiste sobre el sexo virtual que aconsejaron tener por la tele y fuerzo una carcajada. (+)