Me siento detrás de la computadora, pongo mi usuario, contraseña (+)
(+)
–¿No quiere que trepe al obelisco también? –se ríe fuerte mientras la señala.
Noto que sigue igual de alta que la vez pasada –pese a que dijeron que iban a arreglarlas–, abro la puerta y le pido al enfermero morocho –al que sacaron de su puesto para ponerlo (+)
–La fiebre, dotorcita. Es que me está matando –contesta y se pasa el dorso del antebrazo por la frente en un intento de secarse la transpiración.
–¿Cuánto tuvo? –indago.
(+)
–No sé, pero seguro que mucha porque ando tirado.
–¿No se la tomó entonces? –insisto
–Es que no tengo termómetro –se ataja–, pero sé que fue mucha, seguro. Véame cómo ando nomás…
(+)
–Claro, entiendo, el tema es que, si no la constatamos con un termómetro, no sería fiebre –le explico mientras una gota fría se resbala por mi frente. El equipo de protección ya está surtiendo efecto.
Pienso la última vez que mi papá me llamó seguro de que tenía neumonía (+)
–Bueno, si usted me regala uno, yo me lo pongo –larga una carcajada.
–Regalárselo no puedo, pero se lo presto –me río yo también, aunque el barbijo se robe mi sonrisa, y le entrego el que tengo para usar acá.
(+
Él lo prende, se lo pone en la axila y me mira.
–¿Y un trajecito de esos no tiene para mí? Que yo no me quiero pescar nada más–sus ojos reflejan cierto miedo que antes no había notado.
(+)
–No se preocupe que acá limpian todo muy bien, así que mientras no venga de paseo todos los días, no pasa nada –intento calmarlo.
–Mire, salir y ver el cielo no le voy a decir que no me gusta –se sincera–, y ver mujeres tan hermosas y amables como (+)
Yo me alegro y le señalo el termómetro que acaba de sonar mientras le contesto que mejor, y que espero que pronto (+)
–Yo jugaba al ajedrez con unos amigos ahí, ¿sabe? Se extraña… –casi que suspira.
Pienso en las veces que me iba a escribir a la plaza o a tomar mate con (+)
–¿Tiene algún otro síntoma más? –le pregunto al hombre.
(+)
–Solo la cabeza. Está que revienta –dice mientras se la agarra con ambas manos.
Le pongo el saturómetro por las dudas y sigo interrogándolo.
–¿Seguro que no tiene tos ni le falta el aire? –insisto.
–Solo lo de siempre –niega con la cabeza dolorida.
(+)
–¿Cómo es lo de siempre?
–Es que yo trabajaba en una fábrica, ¿sabe? Y eso me reventó los pulmones así que de a días me nebulizo y me hago vapor y vuelvo a estar bien.
–¿Pero ahora está bien o mal?
(+)
–Bien, bien. Lo que molesta es la fiebre nomás –se pone la palma de la mano sobre la frente y hace como si se la midiera.
–Pero ahora no tiene fiebre… Y tampoco se la tomó… –remarco.
–Pero yo sé que tengo, doctorcita. Ese aparato seguro que anda mal.
(+)
Estoy a punto de decirle que va a tener que comprarse un termómetro cuando se larga a toser. Lo hace una, dos, cinco veces seguidas y hasta me hace doler a mí la garganta de lo seco que suena. Me quedo mirándolo. Tiene puesto un tapabocas negro del que (+)
(+)
–Tranquila, doctorcita, tranquila que es lo de siempre –echa otra carcajada.
Yo le informo que igual le quiero escuchar la espalda. Dice que está bien, pero que después le dé algo para su “fiebre interna”. Hago que sí con la cabeza y le pido que gire (+)
Me saco el segundo par de guantes –mientras el hombre se acomoda la ropa–, los tiro, me pongo otros y escribo todo en la computadora. (+)
–¿Cómo que no corresponde hisoparme? ¿Vos quién te crees que sos para negármelo, pedazo de idiota? –dice prepotente.
me llama la atención.
–¿Cómo que no corresponde hisoparme? ¿Vos quién te crees que sos+
–Nada de nena. Soy la médica que conoce las indicaciones, y su caso no entra en ellas –le retruca ella también con la voz elevada.
–¿Cómo que no entra? Si te dije que viajé con él en el ascensor –sigue el hombre.
(+)
–Viajar con un médico en un ascensor no es un criterio de hisopado, señor –afirma mi compañera.
Yo me río y sacudo la cabeza para los costados mientras levanto las cejas.
–Vos porque sos como él, que no te importa nada –arremete el hombre. Su voz suena a unos cuarenta y (+)
Estoy a punto de salir a defender a mi compañera cuando caigo en que estoy sucia (así se dice cuando ya revisamos al paciente con el equipo de protección que tenemos puesto) y no puedo.
(+)
–No me gusta nada lo que estoy escuchando acá –larga apenas abre la puerta y agrega un –¿A usted le parece que esas son formas de tratar a la médica que se desloma acá por ingratos de su calaña? (+)
Mi paciente sube el antebrazo a la vez que cierra el puño y murmura un “bien” que me hace reír. Justo llega el camillero copado a buscarlo para llevarlo a hacerse la placa y le hago señas para que se asome al consultorio de al lado.
–¿Vos qué te metés, muñeco de (+)
Mi paciente escupe un “no” prolongado y alza los puños cual boxeador. Le hago con la mano que se calme, y agrega que si necesitamos él le explica cómo portarse en un hospital. (+)
Me dan ganas de abrazarlo. En lugar de eso, le regalo dos pulgares para arriba y una sonrisa que no le llega por los barbijos.
–A mis compañeros se los trata con respeto –sentencia el camillero que se ve que abrió la puerta de al lado.
(+)
–¿Y a vos quién te invitó al baile? –sigue el paciente prepotente.
–Mis amigos a los que usté está tratando mal, y a mí no me gusta eso, así que le voy a pedir que se vaya –le contesta mi camillero amigo y también quiero abrazarlo a él.
(+)
–Yo no me voy hasta que me hagan la prueba. Mejor ándate vos que acá sobrás.
–Si no se va, voy a tener que llamar a la policía –se mete el enfermero petiso.
–Llamá a quien quieras, muñeco –le contesta el prepotente.
(+)
Mi paciente se baja de la camilla y, sin que yo logre frenarlo, se va para al lado.
–Por maleducados como usted el país está como está –escucho que dice.
–Otro mamerto para el trío "Los Panchos" –le responde el paciente que cada vez me cae peor.
(+)
En esa escucho un golpe y bastante revuelo. Me muero de ganas de ir a ver qué está pasando.
–Ahora sí que no vino a la guardia por nada –escucho la voz de mi paciente.
–¿Qué hiciste, animal? –se queja el hombre prepotente–. Yo te voy a demandar. Me rompiste la (+)
–No sé de qué habla –le retruca el camillero–. Yo solo lo vi tropezarse y golpearse usté solo contra el suelo.
–Yo igual –se suma el enfermero.
–¿Y vos? ¿No me quisiste hisopar y ahora vas a mentir también? –asumo que el prepotente se dirige a (+)
–Yo solo soy una “nena” que no sabe bien qué pasó acá… –es la respuesta de ella.
No puedo contenerme y aplaudo. Otras manos se suman. Escucho que el hombre prepotente sale al grito de que los va a demandar a todos (+)
–Así no nos levantamos a nadie –protesta.
–Vamos a morir vírgenes –me burlo.
–Eso ni del orto –contesta jocosa.
Yo estallo en risas.
(+)
Casi llego a relajarme cuando el enfermero petiso nos informa que hay otra paciente y pregunta quién la ve. Mi compañera dice que ella y yo le digo que ni loca, que descanse después de lo de recién. Me tomo el té rápido y vuelvo al ataque. Esta vez me visto más (+)
rápido que nunca y la mujer del flequillo lacio me reta porque me puse el segundo barbijo antes de la cofia. Levanto los hombros y sigo por las antiparras y la máscara. Una vez lista, y ya transpirando de nuevo, llamo a la paciente, una chica de veinte que respira (+)
–Es que están caros y yo todavía no cobré –pronuncia bajo.
Se nota que le da vergüenza. Meto la mano en el bolsillo, saco lo que tengo, que no supera los trescientos pesos, y se los doy. (+)
–La abrazaría, doctorcita, pero sé que no se puede –me dice con los ojos húmedos.
(+)
Los míos también se humedecen y, por unos segundos, mis músculos dejan de estar acalambrados.
Lo veo alejarse y voy para adentro. Son las ocho y media y el pase ya terminó. Me cambio. Estoy empapada y mi cara casi que da miedo. (+)
–Al fin llegaste –me dice–. Te estaba esperando.
–Al fin llegaste –me dice ella–. Te estaba esperando.
Me pregunto si se sentirá (+)
–Te hice milanesas de esas que dijiste que te gustaron. Y de postre te tengo mousse de chocolate.
(+)
Me siento una hija de puta por haber pensado mal. El perro se me prende a la pierna como castigo. Me lo saco de encima con disimulo y él vuelve a ladrar.
Me acerco para abrazarla y me olvido del coronavirus. Ella retrocede y me lo recuerda.
(+)
–Ya nos vamos a poder abrazar –dice mientras desaparece.
Me quedo con el perro que ladra, salta y ladra de nuevo. Vuelve a los segundos con dos tuppers:
–Ahora comé. Comé y ponete fuerte para cuidarnos como siempre –me los entrega.
(+)
Le doy las gracias y entro a comer sus delicias. Las devoro en cinco minutos, pongo la ropa a lavar y me voy a la cama. Esta vez no necesito prender ningún pucho.