(+)
–Es el “péndix”, dotora, toy segura. Se lo tienen que sacar, dotora, por favor. Yo no quiero que termine como mi hijo, el más grande de los dos, que casi se me muere de la “peritonitis complicada” –la voz le sale aguda, chillona diría. Sus chillidos están llenos de miedo.
(+)
Sus raíces castañas asoman por encima del pelo teñido de rubio tirando a anaranjado. No tiene más de cuarenta años y me pregunto a qué edad habrá comenzado a formar una familia. Pienso en mis óvulos tirando a añejos, en mi menstruación que, ciclo a ciclo, (+)
–Otra vez lo mismo. Usté al final es como los que atendieron a mi hijo, que me dijeron lo mismo, mismo, (+)
Miro hacia el pasillo. La guardia parece calma.
(+)
–Mire, yo no estuve en el caso de su hijo como para saber qué fue lo que pasó –arranco–, pero estoy acá y lo de su hija es una inflamación del estómago y del intestino que nada tiene que ver con el apéndice.
–Claro. Sí. Seguro. Igualito, igualito –casi que me ladra.
(+)
–Vamos, ma –la hija le tironea del sweater mientras hace que no con la cabeza. También se la ve preocupada.
Levanto la mano con los dedos extendidos y las freno.
–Les ofrezco una cosa si les parece –las miro como pidiendo permiso.
Ellas posan sus ojos algo más abiertos (+)
–Lo que puedo hacer es pedirle un análisis de orina y otro de sangre –me dirijo a la madre–. Vos te comerías un pinchazo que en realidad no necesitás –giro hacia la hija–, pero que, si las deja más tranquilas, lo podemos hacer, si les parece, eso y una placa.+
La mujer me abraza. Recién ahí caigo en que no me puse la máscara facial ni las antiparras, y ruego que ninguna de ellas vaya a tener covid. En cuanto al abrazo, como ya me lo dio, lo continúo y hasta lo agradezco para adentro. Les hago las órdenes para todo (+)
Llamo a una mujer con una parálisis facial que se pegó el ojo cerrado con cinta de papel. Cuenta que su vecina ya tuvo y le dijo que tenía que mantener cerrado el ojo. Le explico acerca de lo que le está pasando, los remedios a tomar y cómo hacer con su ojo. Agradece y se va+
Llegan los resultados de sangre de la paciente. Son normales, así que asumo que tanto no vomitó. Se los muestro a ambas y le pregunto si tolera el agua. Contesta que sí, que solo la comida le da asco, y me pregunto si habrá vomitado realmente en algún momento. (+)
Escribo la medicación que tiene que tomar y cómo hacerlo, y le hago otro papel con la dieta a seguir. Les doy pautas de alarma y remarco en qué casos sería importante que vuelvan pronto. Se van ya sin caras de enojo y casi que parecen contentas o, por los menos, conformes.+
Llamo al último en la lista. Es un hombre que viene para un control de dengue. Tiene las plaquetas de anteayer algo bajas y le mandaron controles cada cuarenta y ocho horas. Le pido el laboratorio con hemograma (para ver sus glóbulos blancos, rojos y plaquetas) y (+)
–Desayuná tranqui. Es un control de dengue que puede esperar unos minutos.
(+)
Baja la cabeza y se come un bizcocho de grasa. Me ofrece y me lavo las manos para agarrar uno. Termino llevándome tres para el estar y le doy uno a la colombiana y otro al petiso. Hablamos sobre un señor que llegó muy mal y que falleció hace una semana; (+)
Hago pasar al paciente del dengue mientras pienso en que quiero más pacientes como ellas. Le explico que hubo un problema con la muestra y que le van a tener que sacar(+)
–Suerte que no le tengo miedo a las agujas –se ríe.
Lo dejo en manos del enfermero alto –al que le indico que después venga si quiere facturas– y voy para el estar. No queda nadie en la lista y varios de mis compañeros están ahí. (+)
(+)
La charla resulta amena, casi que feliz. Nos sacamos por un momento los barbijos, comemos –yo dos cañoncitos de dulce de leche, la colombiana dos medialunas de grasa, la pelirroja solo una que parece bizcochuelo y el petiso tres facturas variadas–, tomamos ese elixir de (+)
–¿Te estás comiendo a una jovata? –lo gasta el pediatra.
–A una cachorra, será –se ríe el emergentólogo (+)
Cuenta que apareció una caja con varios gatitos en la puerta de lo de una vecina del barrio cerrado al que se mudó hace no tanto, y él adoptó a esta.
(+)
–En realidad se suponía que era macho –explica–. Eso me verseó el hijo de la vecina que se hizo el que sabía, pero ahora internet dice que no, que es piba. Beba, bah.
–Una bebota –pronuncia el pediatra proyectando los labios en trompa y prolongando la “o”.
(+)
El emergentólogo se ríe.
–¿Y cómo le pusiste? –se mete la cardióloga.
–¿Covid? –se mete el petiso.
–Pobre bicho –acota la colombiana.
–Mi sobrino le había puesto Virus. Se lo mostré por video-llamada y, como está full aprendiendo sobre el “bicho que es un virus”, quedó. Pero+
–Si lo eligió tu sobrino, se lo tenés que dejar –lo reto.
–Sí, se va a poner triste si se lo cambiás –insiste la colombiana.
(+)
La charla se prolonga en torno a nombres posibles (Corona, Stella, Nube, Pelusa, Pandemia, Bola y otros tantos) y sobre si es válido o no cambiárselo. Me fijo la hora en el celular. Vamos por lo menos treinta minutos de charla sin que hayan llegado pacientes. Miro al (+)
(+)
Con la pelirroja y la colombiana atendemos a dos pacientes que llegaron. Son consultas cortas que incluyen un bicho dentro de un oído que no sale al colocarle vaselina líquida (mandamos al paciente al otorrino) y un hombre con algo que le pica que parece ser sarna.
(+)
Cuando se lo comunicamos, se enoja y se retira negándose a recibir el tratamiento correspondiente porque “él no es ningún sucio”.
Volvemos al estar. Justo entra el petiso y nos reúne.
–Aislaron a mi compañero de la clínica –empieza.
(+)
Nos quedamos calladas y lo miramos a la espera de más información.
–Tiene tos y odinofagia y atendió hace una semana, sin EPP completo, a una mujer con cefalea que terminaron hisopando para covid dos días después, no sé bien por qué, y dio positiva.
(+)
–¿Y a tu compañero lo hisoparon? –pregunta la colombiana.
–Parece que ayer a última hora –dice él –. Me llamó a la noche y yo estaba torrando y no atendí.
–Menos mal que ahora sí lo atendiste –acota la pelirroja.
(+)
–Es que no era él. Era de infecto de la clínica, dicen que tengo que aislame por las dudas hasta que esté el resultado. Allá tarda –aclara.
–Y bueno. Hablá con el jefe y andate –le larga la pelirroja dando por cerrado el asunto.
–Y avisanos cómo sigue todo –agrego.
(+)
–Es que ese es el tema… –nos frena él–. Ya hablé con el jefe y con infecto de acá. No me quieren aislar hasta que no de positivo, dicen que lo de mi compañero puede ser cualquier cosa, que no tuvo fiebre y yo que sé que más.
–Pero tal vez recién esté arrancando –digo casi(+)
–Eso dije yo, pero me sacaron cagando… y si me voy en contra de su orden, me pueden hacer un acta o rajarme.
–Tranquilos. Seguro que no es nada. Vamos a estar todos bien –se mete la colombiana y yo envidio su optimismo.
(+)
Hago que sí con la cabeza.
–¿Vos tuviste contacto estrecho con él? –pregunta la pelirroja.
–Dormimos en la misma habitación –pronuncia el petiso y su voz resuena a una mezcla de miedo con culpa.
(+)
–Bueno, vos tranquilo. No durmieron en la misma cama. Vas a estar bien –trato de calmarlo y de calmarme–. Acá tendremos más cuidado para que no nos pase eso, y listo.
Pienso en las habitaciones en las que dormimos de a varios, en el estar médico que es (+)
choferes está en eso. Le pido uno y me dice que era el último. Me ofrece una pitada y casi que acepto hasta que me acuerdo del covid y, unos segundos después, de que estoy tratando de dejar. Tomo aire hondo, lejos de su humo, y le mangueo un chicle en lugar del cigarrillo.