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La alimentación cambiará mucho en las próximas décadas, como todo en la actual y constante aceleración cultural. El riesgo de #pandemias, por ejemplo, requiere cierta desglobalización que reduzca el transporte y favorezca la autonomía alimentaria y los productos de proximidad.
Además, buena parte del consumo de carne será sustituido por proteínas fabricadas industrialmente y la ingeniería genética tendrá un impacto creciente en lo que comemos.
También la adaptación al cambio climático afecta, pues obligará a modificar la distribución territorial de muchos cultivos y esto afectará a muchas poblaciones rurales, que tendrán que cambiar de vida y, en algún caso, incluso, de país.
Sin embargo, no se pueda entender nuestra ecología sin tener presente que está muy condicionada la mente, que genera productos inventados que nos organizan el comportamiento, las relaciones sociales e individuales y las interacciones con el entorno físico y biológico.
Muchos mitos se relacionan con ello. La comida, escasa y valiosa, era una oferta digna. Pero no era a cambio de nada, se esperaban recompensas: buenas cosechas, muchas crías de ganado, victorias guerreras o calmar las iras del cielo.
Las ofertas sacrificiales estaban en consonancia con la red trófica de los humanos: se ofrecía lo que se valoraba. Cuando las proteínas eran muy escasas, como ocurría entre los aztecas (que no tenían animales domésticos productores de carne), se podían hacer sacrificios humanos.
El canibalismo permitía superar las carencias de proteínas (Harris, 1991), y los mitos lo justificaban: al comer la carne, el corazón o el cerebro de los enemigos, se adquiría la fuerza, el valor y la sabiduría de ellos.
Los sacrificios fueron desapareciendo en las grandes religiones, pero aún hay una relación trófica simbólica, por ej., en la misa. Ingerir la hostia, presentada como cuerpo de la divinidad, requiere que el creyente se haya purificado por la confesión y el perdón de los pecados.
En culturas de todo el mundo es habitual creer que las plantas presentan “signaturas” (en formas, color, disposición de los órganos, hábitat, etc.) con las que las divinidades indicaron a los humanos cuáles eran las virtudes de estas plantas para curar afecciones.
Todos nuestros naturalistas deberían leer la extraordinaria introducción de Las plantas medicinales, de P. Font Quer, donde este tema es desarrollado con tanta erudición como gracia. Allí encontrarán ejemplos magníficos: nueces para sanar el cerebro, por su forma parecida.
Lo que sí es cierto es que los organismos naturales contienen muchos principios activos que la química a menudo extrae o sintetiza en el laboratorio. Es una de las razones para proteger la biodiversidad, su potencial curativo, del cual aún queda mucho por descubrir.
El tema se aprovechó en un film de 1992, Los últimos días del edén, dirigida por McTiernan, con Sean Connery. Un científico y su ayudante buscan un principio activo en una planta que vive en un bosque lluvioso, con cuyos extractos se han obtenido buenos resultados contra cánceres
Desgraciadamente, el principio activo no se halla en la planta, sino en unos insectos que viven en la misma y que ellos no han detectado. El bosque en cuestión es destruido por un incendio provocado en el afán de cambiar el uso del suelo. Una buena moraleja.
En ciencia, el mito más conocido es el de la manzana que cae sobre la cabeza de Newton y le hace descubrir la ley de la gravedad. Hay un árbol, un fruto y el conocimiento en el Génesis, un árbol, un hombre a su sombra y la Iluminación en el budismo.
También la complejidad de los ciclos estacionales, los calendarios para los trabajos, la germinación y el crecimiento de las plantas, los utensilios para arar y trillar, etc., han sido asociados a intervenciones divinas favorables (el sol, lluvia) o adversas (la sequía, el rayo).
Pero tomemos un ejemplo más moderno: a finales del s. XIX, la comunicación con los muertos hizo furor con el espiritismo. A. Russell Wallace, codescubridor con Darwin de la evolución por selección natural, fue espiritista. También Victor Hugo, Charles Dickens o Camille Flammarion
El médium Francisco I. Madero fue elegido presidente de México en 1911 con casi el 90% de votos, un hombre educado que estudió técnicas agrícolas en Estados Unidos. Con él se inició la revolución mejicana porque algunos no aceptaron el resultado y murió asesinado dos años después
En esa guerra, Emiliano Zapata luchó en defensa de los campesinos y siempre exigió la restitución a los agricultores de las tierras que los grandes latifundistas les habían arrebatado anteriormente, hasta que él mismo fue asesinado en 1919.
Así cogió fuerza el concepto de “la tierra es de quien la trabaja” de los revolucionarios mejicanos. La historia está llena de luchas épicas para defender la tierra, en unos casos de las manos de reyes o feudales y en otros por el expolio de los espacios.
Seguramente, Brasil es ahora mismo el principal escenario: las poblaciones indígenas de la Amazonia defienden, en clara inferioridad de condiciones, sus selvas, que a todos nos convendría que siguieran siéndolo.
También los comics han participado de esta unión divina con la naturaleza. Astérix y Obélix han hecho popular la figura del druida, sabio y adivino, con el roble y el muérdago sagrados y la guadaña de oro para cosecharlo. ¡El secreto de la poción se encontraba en los robles!
Con la Ilustración, Occidente empezó a deshacerse de los viejos mitos religiosos… para construir otros nuevos sobre la base del individuo y del libre albedrío, dos inventos más de nuestra mente (Harari, 2016).
En la primera declaración de los derechos del hombre los autores se sintieron obligados a decir que “…la religión o los deberes que pesen para con nuestro creador y la manera de cumplirlos, sólo pueden regirse por la razón y la convicción, no por la fuerza o la violencia…”.
Sonaba bien, pero las nuevas religiones no eran menos guerreras y se ocupaban más de las masas que de la ciudadanía. El marxismo y el liberalismo comparten con las grandes religiones monoteístas el mito de la caída inicial de la Humanidad y la promesa de un futuro edénico.
El mito de que la Pureza Racial Aria haría un mundo mejor llevó al Holocausto de los “diferentes” (judíos, gitanos, discapacitados, objetores, etc.) y a que las élites nazis se apropiasen de sus bienes.
Del mismo modo, existe el mito del Mercado “que todo lo regula”, cuando la economía “real” es una pequeña parte frente a la especulativa. Y ahora, las masas, antes necesarias para fabricar y guerrear, parece que estorban y piden techo y comida a cambio de nada.
Creencias, intereses económicos, relaciones de poder, estructuras de organización social que dependen de los recursos alimentarios pero, a la vez, conforman la gestión y el consumo. Basta mirar la publicidad para verlos hoy asociados a la “salud y belleza”.
El éxito de la “medicina” homeopática o del movimiento anti-vacunas demuestra que la voz de la ciencia queda a menudo sumergida por mitos sin fundamento pero que mueven el pensamiento mágico del que no podemos desprendernos.
Nada atemoriza más que una muchedumbre que cree en “seres” fruto de nuestra imaginación y los convierte en signos de identidad contra los no creyentes. Pero hay que tratar de entender mejor cómo nos relacionamos con nuestro entorno y porqué lo hacemos como lo hacemos.
Puede que al final el miedo al desastre provoque un freno a la expansión brutal contra la naturaleza. La #COVID19 es un aviso serio. No será suficiente, pero vendrán otros avisos. Y en este juego, no podemos apostar a ciegas.
Este hilo proviene del último artículo de Jaume Terradas "Alimentos, mitos y ecología humana" en nuestro blog. Puedes leerlo al completo:

👉en castellano bit.ly/2NTKVzC
👉en català bit.ly/38mmFiW
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