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#CosasQuePasanEnLaGuardia #106. El cielo está sobrepoblado de nubes espesas que no me dejan adivinar bien la hora. Mi espalda agarrotada, los hombros rígidos y los pies entumecidos –que unos meses atrás habrían marcado las cinco de la tarde por lo menos– ya no me permiten (+)
(-) calcularla tampoco. Ellas avanzan juntas hacia mi consultorio de la UFU, pese a que llamé solo a una. Fue con el índice el llamado, un “vení vos” muy claro a la de la derecha, que era la primera. Hablaban al lado, a mucho menos de un metro y medio, pese a los (+)
(-) reiterados pedidos de la coordinadora. El asunto parecía un baile en el que se alejaban, se acercaban y se volvían a separar. Llegan. Tienen edades similares que rozan los veinticinco. La que anteriormente estaba de la izquierda, que ahora pasó adelante, abre la boca:
(+)
(-)
–Vinimos juntas. Mejor pasamos las dos, digo… –prolonga la I de esta última palabra.
Respondo que no, que se interroga y revisa de a un paciente salvo que alguno sea menor de edad.
–No seas mala vuelta –insiste mientras sacude la cabeza.
(+)
(-)
Sus bucles impolutos –salvo por lo amarillo pato desteñido de la tintura– acompañan el movimiento. Cuando cesa, se mantienen así, como resortes perfectos. Mi pelo llovido se carga de envidia y le repite que no.
Invito a pasar a la otra, la lacia, morocha, (+)
(-) que parece no conocer lo que es el frizz pese a las nubes. Desde mi cabeza descuajeringada quiero hablarle sobre lo que usa para el pelo en vez de tocar el tema covid. La de los resortes se queda junto a la puerta y me mira con cara de adolescente contrariada. Le señalo (+)
(-) dónde tiene que esperar (en la fila, que ya hizo bastante mal), pero no se mueve. Me agoto, cierro la puerta y la dejo ahí. Escucho su taconeo y me pregunto quién se pone tacos para venir a hisoparse. Ella sigue, traquetea en torno a la puerta que no puedo evitar mirar fijo.+
(-)
–Eu, cuchá –me llama la lacia–, dejala que está al pedo, y el ruido lo hace de jodida nomás, si le decís que se pire, peor que peor.
Asiento y me alisto para interrogarla.
–Aunque vos también… si nos dejabas entrar a las dos, en un pedo estábamos afuera… –hace ruido a (+)
(-)chicle.
Estoy segura de que, si no fuera por su tapaboca, estaría reventando un globo.
No le contesto y disparo una pregunta tras otra mientras anoto. Hace cinco días que perdió el olfato. Pensó que era por los mocos –refiere ser alérgica aunque no sabe a qué– y no le (+)
(-) dio importancia. Hoy sumó dolor de garganta y corporal.
–Una gripe fuerte, parece. Ando volteada –pronuncia mientras se lleva la mano a la cabeza como para medirse la temperatura.
–¿Fiebre tuviste? –indago.
–Me sentí así como con calor…
–¿Te pusiste un termómetro?
(+)
(-)
–Es que no tenía. Los hijos de mi marido ya tiraron dos al fuego y desarmaron otro para ver lo de adentro. Recién hoy compré…
Abre la cartera y me lo muestra, digital, parecido al mío, todavía a salvo, dentro del cartón. Me pregunto si alguno de los quemados habrá sido de(+)
(-)mercurio mientras le alcanzo el de acá para que se lo ponga. Hago lo mismo con el saturómetro y la sigo interrogando. No le falta el aire ni tiene tos y sí le siente el gusto a la comida. Se queja de que la cabeza le pesa y le aprieta a la vez.
–Y me cago –agrega–. Re…
(+)
(-)
No tiene factores de riesgo salvo que fumaba; aclara que dejó hace cinco años. Al final tiene veintitrés y me pregunto a qué edad habrá arrancado, aunque ni lo pronuncio. Vive con el marido, los dos hijos de él con la mujer anterior –que “se rajó con uno forrado” y (+)
(-) no la vieron más–, una nena de ella con el ex –que cada tanto aparece, pero no les pasa un mango– y un bebé de los dos. Los suegros viven a cinco cuadras, él está internado, y ella en la casa, pero en cama con covid.
–Y alguien tiene que cuidarla porque tiene casi sesenta(+)
(-) pero está como de ochenta y a la casa la fletaron igual… –remata.
–¿Y vos la venís cuidando entonces? –pregunto con miedo.
(+)
(-)
–Mi marido, yo, la jodida… –se ríe mientras señala la puerta–. Es mi cuñada. Ah, también iba a veces la otra hermana, pero menos porque vive más lejos ella… y el hermanito no ayudaba, pero iba a comer igual que el más grande.
(+)
(-)
Las antiparras y la máscara me tapan los ojos repletos de terror mientras mi cerebro ruega para que no estén todos contagiados.
Le pregunto los datos de cada uno y los números de teléfono. No sabe ni el de su marido.
(+)
(-)
–Es que me robaron el celular –aclara–. La jodida los tiene –señala la puerta como antes.
Recién ahí caigo en el taconeo que persiste. Mis neuronas habían logrado apagarlo. Abro.
–Necesitamos ayuda con unos datos –le explico resignada mientras estiro la mano en señal de (+)
(-) que pase.
–¿Viste que te dije que mejor entrábamos juntas? Cuestión que no me hiciste caso y te pusiste la gorra al pedo…
No contesto. Se sienta junto a la cuñada que la calla de un codazo. Yo sigo recabando datos y consigo hasta el celular de los incendiarios de (+)
(-) termómetros. Hay cinco más con síntomas en la familia y les aclaro que van a tener que venir.
–Qué tole tole –comenta la de los resortes patito.
El saturómetro que tiene puesto la lacia marca noventa y seis de saturación de oxígeno, (+)
(-) (que no es terrible, pero es algo bajo para una persona joven en reposo) y apenas un poco de taquicardia. Tiene lo que antes no era fiebre y ahora sí para el protocolo de Covid: treinta y siete y medio clavados. El aire le entra bien, por suerte, y la presión resulta (+)
(-) normal. Limpio todo con alcohol y se lo pongo a la cuñada. Tiene veinticuatro y cinco hijos, el más grande de ocho. Pienso en que se embarazó cuando yo recién me había dado mi primer beso y apenas empezaba a ir a bailar a noche, en lo mucho que costó que mi (+)
(-) viejo me dejara ir, en las veces que lloré porque mis compañeras ya iban y que grité que ya no era una nenita, en las que me refugié en los abrazos de mamá llorando por un chico que ni me miraba, como la nena que sí era, en mi primera vez, cuidada por forro, pastillas, (+)
(-) y aun así con miedo, en las siguientes con la misma cautela y todavía con bastante pánico a un embarazo, en mis compañeras con sus panzas en quinto año a las que invitaron a cambiarse de colegio, en que sus hijos ya van a la facultad y yo todavía no tengo ninguno (+)
(-) y en si en algún momento llegaré a tenerlo.
–Recatate con esos ojos –me larga.
–Me tildé, perdón –sacudo la cabeza.
Pido perdón por mi intrusión, por mi desconcierto, por mi vida privilegiada, porque a ella no la cuidaron como a mí. Me trago el nudo que se me forma en (+)
(-) la garganta y procedo con el interrogatorio. Ella sí tuvo fiebre alta según refiere; eso, tos seca y falta de aire al pasear al bebé. Ni le pregunto la edad del crío; lo dejo para el final y paso a los factores de riesgo.
(+)
(-)
–Nada de eso, nunca fumé y me testié para el HIV hace unos meses también y no tengo.
–¿Cuándo? –la interrumpe la lacia.
–Porque al quetejedi le agarró –contesta–, por eso lo eché esa vez.
(+)
(-)
–No te la puedo… –prolonga la E–. Pero cuchame una cosa… ¿de dónde lo sacó?
–Me huampeó a todo culo el muy mierda… pero ya está, se la devolví con el mejor amigo y aprendió.
–Yo ni en pedo lo perdono a tu hermano si me la hace… Le corto la japi mientras duerme, posta.
(+)
(-)
–¿Y la guita después? Son cinco bocas sin contar la mía…
Me quedo callada y miro la pared, el formulario y luego la puerta. La lacia no pregunta en ningún momento si el hombre está bien y yo me muerdo la lengua para no meterme, total es de los que tienen que venir a (+)
(-) hisoparse.
–Qué novelita le trajimos para cambiarle la onda a la doqui mala vuelta… –se ríe finalmente la de los resortes y concluye–. Pero bueno, usamos globito así que yo soy sana…
(+)
(-)
–¿Usan preservativo todo el tiempo? ¿Siempre desde el inicio y también para el sexo oral? –indago con los labios apretados para adentro ocultos por mis barbijos.
–No sea más papista que el papa, doqui mala vuelta –se ríe de nuevo.
(+)
(-)
Respiro hondo, cuento hasta cinco y ruego porque haya tenido suerte.
Miro el saturómetro: marca noventa y siete. Fiebre no tiene y en los pulmones no se escucha nada raro. Me invade una pizca de alivio. Igual cae la saturación cuando la hago caminar.
(+)
(-)
Anoto los datos faltantes, pido que les coloquen barbijos en lugar de los tapabocas, las mando a hisopar y les indico las placas. La de la lacia resulta bastante fea, pero la de los resortes, para nada. Me acerco al pasillo donde las dejamos esperando juntas –ahora los (+)
(-) pasillos también son áreas de sospecha de covid– y les hablo.
–Te voy a tener que internar –me dirijo a la lacia–, esto de acá de tu placa no está lindo –le muestro los manchones a ambos lados con cuidado de que no la toque.
(+)
(-)
La chica empieza a moquear y se le resbalan unas cuantas lágrimas
–Lo bueno es que sos joven y no tenés factores de riesgo –intento tranquilizarla.
–¿Y mi bebé? ¿Qué hago con mi bebé? –pregunta en un grito.
–¿Cómo que no? ¿Y su sangre de plasticola? –larga la de bucles (+)
(-)pato al mismo tiempo.
Mis ojos van de una a la otra.
–¿Cómo que sangre de plasticola? –es lo único que atino a contestar.
–A mí solo me importa mi bebé –responde la lacia.
–Contale –la codea la cuñada.
–Eso fue solo en los embarazos –la calla la otra.
(+)
(-)
–A ver, a ver –las freno–. Necesito que me cuentes dos cosas: primero que nada, si querés, decime cuánto tiene tu bebé –me dirijo a la lacia– y después hablamos de lo de la sangre en los embarazos, ¿Sí?
(+)
(-)
Ella asiente mientras se baja el barbijo y se suena los mocos. Yo doy un paso largo atrás por miedo a que mi N95 –que ya lleva tres semanas de uso– no me proteja lo suficiente.
–Dos añitos y medio tiene. Pero no aguanta sin la teta él… –pronuncia finalmente (+)
(-) con el barbijo ya en su lugar.
Exhalo largo todo el aire que venía conteniendo por si la respuesta era un número mucho más bajo y la miro.
–No te preocupes, se va a acostumbrar como todos los nenes. Pensá que hay muchos que al año ya la dejaron –intento convencerla y me (+)
(-) trago mis prejuicios sobre los nenes con la dentadura completa que siguen tomando teta hasta que casi van al colegio–. Ahora contame lo otro –agrego.
–No es nada. Fue en los embarazos.
–No importa, vos decime, ¿qué pasó en los embarazos?
(+)
(-)
–Que me ponía las inyecciones esas porque se me hizo trombofilia, pero nacieron ellos y ya está, no me hicieron darme más.
(La trombofilia es una alteración en la coagulación, y el coronavirus también puede traer problemas en esta esfera)
–¿Y te estudiaste después?
(+)
(-)
–Qué se va a estudiar… Si vive de vaca lechera, esta… –interrumpe la de los resortes pseudo-rubios.
Ya no les miro el pelo, ni los ojos sin una gota de miedo del que yo estaría cargada. Les pido que esperen y me apuro a buscar a los clínicos.
(+)
(-)
–¿Ya me puedo ir yo? –grita la de los resortes a mi espalda.
Pienso en que como mínimo quiero hacerle una tomografía y un laboratorio que incluya un test rápido de HIV y lo único que me sale es regalarle la palma de mi mano en posición vertical como un pedido de espera.
(+)
(-)
Corro al estar. Encuentro al clínico más viejo que me cuenta que quedó solo porque su compañero empezó con falta de aire y algo de tos, así que lo hisopó y se fue.
–Qué cagada, che –le contesto mientras miro al techo y ruego porque de negativo.
(+)
(-)
–¿Y vos qué me traés? –me pregunta resignado.
–Una con neumonía bilateral sin tos ni disnea pero que seguro es covid y que para el moño tiene una trombofilia sin estudiar y otra probable covid con disnea de esfuerzo, tos, fiebre y cha chan cha chan –hago un (+)
(-) dedoble de tambores–: posible HIV y un bebé que me olvidé de preguntarle de cuánto.
Sacude la cabeza hacia los costados mientras resopla. No le hablo por ahora del marido con HIV que está viniendo y que también tiene tos.
(+)
(-)
–Dejame los datos –larga finalmente mientras se deja caer en la silla para escribirlos.
–Yo apenas se calme la cosa en la UFU te doy una mano –le ofrezco mientras se los paso.
–O sea, nunca –sacude la cabeza otra vez.
(+)
(-)
Avanzo hacia la puerta del estar mientras le deseo suerte. Antes de salir giro y le pregunto la hora.
–Las tres –contesta sin dejar de escribir.
Camino de vuelta a la UFU. Me meto un chicle en la boca y lo masco con ganas unas ganas enormes de prenderme un pucho.
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