En los consultorios queda una paciente con covid confirmado esperando (+)
Le exijo al paciente (+)
–Esos me tienen más miedo que vos –contesta con la boca ladeada hacia la derecha.
Da otra pitada honda, traga el humo, tose de nuevo, apaga el pucho contra la pared, (+)
El ruludo revisa mientras –apenas desde la puerta porque no está cambiado del todo– el consultorio dos en el que ronca una mujer (+)
–¿No había nadie acá? –mira al suplente que ya no sé si se llama Juan, Pedro o Jorge.
No hay respuesta.
–¿No había un sospechoso? –me mira a mí.
Me señalo con los índices enguantados (+)
–Mi pase está en el bolsillo… –respondo cerrando los ojos e intentando hacer memoria–. No sé. No estoy segura. Creo que sí… –resoplo.
–Sacate eso y te fijás. Ya estamos –me contesta.
Voy para el fondo como si esa fuera el área sucia
(+)
–Dale, yo te tiro alcohol –propone y sé que detrás del barbijo está sonriendo.(+)
No entiendo por qué; yo solo quiero gritar y patear la pared.
Me dispara a los guantes de arriba que me saco en bloque con el camisolín. Se me sale uno de los de abajo, algo que no tenía que pasar.
–La re putísima… –largo.
(+)
–No pasa nada. Vamos con el alcohol y te pones un guante nuevo –sigue con su optimismo.
Casi que quiero pegarle más a él que a la pared.
Hacemos eso. Me saco la máscara ya bastante rayada (espero que aguante unas guardias, porque donaciones ya no llegan (+)
–Esperame acá–me ordena.
Tengo los pies entumecidos, calambres en las pantorrillas
y el culo hecho piedra, igual(+)
El ruludo pulverizándome alcohol en sobre el ambo me saca de mi recuento.
–¿Qué hacés? –le largo.
–A falta de agua bendita… –se mata de risa y sigue.
Le tiro una patada y levanto las manos (+)
Saco las hojas del bolsillo y chequeo la recorrida de la noche.+
Los recién llegados se cambian y nos juntamos para el pase. Recorremos consultorio por consultorio, puerta por puerta. (+)
–Nos acabamos de enterar –lo frena el ruludo con el pecho inflado.
El otro médico se calla. Una de las de hoy protesta porque hay tres esperando en la UFU. Yo le juro que hace veinte minutos, antes de nuestra recorrida, no estaban.
(+)
–Seguro… –larga el más viejo por lo bajo.
Aprieto las muelas para no ladrarle.
–Vienen todo el tiempo. Si nos vamos a pelear por esto, nos amargamos todos –le larga el Ruludo.
–Sí, está bien, solo que pasa seguido –insiste la que se quejó antes.
–A todos –le escupe mi (+)
–Vayan nomás –interrumpe la tercera que siempre me pareció la más coherente. Se enrosca en el dedo una mecha violeta que me dan ganas de copiarle.
No espero ni un segundo para hacerle caso. Me cambio entre acrobacias en el baño y meto el ambo sucio en la bolsa que,(+
Salgo sin despedirme. El cielo está celeste y el sol me abraza. Saco el celular y pongo la alarma al mediodía, decidida a que no sea otro domingo desaprovechado. Guardo el teléfono y avanzo hacia la parada de colectivo. (+)
–¿Apurada?
–Quiero llegar YA a mi cama.
–¿Tan mal te paga?
Hundo la cabeza entre mis hombros levantados, meto los labios para adentro por detrás del barbijo quirúrgico –que el jefe me regaló para la vuelta– y aprieto brevemente los ojos. (+)
–Esperá. No te vayas. Un segundo… –grita mientras corre hacia la UFU.
Lo miro hasta que desaparece y me fijo si viene el colectivo. Sé que, si lo dejo pasar, el próximo va a tardar veinte minutos mínimo. A lo lejos se acerca uno. No leo el número.
Los colores me dicen que(+
–No subas. Te doy para un taxi, en serio.
(+)
Lo miro dubitativa. No tiene idea de dónde vivo ni de lo caro que es un taxi a mi casa.
–No subas, dale. Te prometo que lo vale –insiste.
La mano que frenaba al colectivo mientras lo señalaba baja, gira y le hace al choffer que se vaya. Yo ni lo pienso, me dejo arrastrar.
(+
El Ruludo me agarra el brazo envuelto en el sweater verde nuevo que ya empieza a tener bolitas de tanto lavarlo al volver del hospital. Está limpio igual, pero lavo todo lo que pasea por la calle, apenas ingresa a mi casa. Me guía hacia un rincón en la entrada (+)
–No entiendo –le digo con las cejas en alto y los hombros que apenas las acompañan.
–Ponete –me dice.
–Ni en pedo. ¿Quién faltó? Me voy a casa –gruño.
–No va por ahí. Vos ponete.
(+)
–¿No entendés que estoy harta de estas mierdas? –se me escapa con un par de lágrimas.
–Ya sé. Yo también, pero vamos a cambiarlo.
Me quedo mirándolo sin abrir la bolsa. Él me la saca, la desata, saca el camisolín, sostiene las dos bolsas entre las piernas y (+)
(+)
–Las botas no hacen falta –dice mientras deja mi bolsa con su mochila y abre la suya.
Se viste. Yo lo veo hacerlo, lo espero. La mufa fue reemplazada en parte por intriga.
–Vení –murmura una vez listo.
Yo me quedo mirándolo con la cabeza ladeada.
(+)
–Vení –repite ahora con ambas manos a ambos lados del cuerpo y hacia adelante, con los dedos extendidos en conjunto que se flexionan y extienden.
Doy un paso hacia él mientras me pregunto si piensa chaparme con el barbijo puesto y me río para adentro (+)
–Pensé que lo necesitabas –dice mientras me apretuja la espalda.
Dejo que mi cabeza (+)
–El EPP mejor usado del año –se ríe.
Yo asiento para adentro. Quiero gritar que sí, pero las palabras no salen.