My Authors
Read all threads
#CosasQuePasanEnLaGuardia #109. PRE-COVID. Siete de la tarde. El ser en cuestión se aparece por la entrada de ambulancias en cuero y el de seguridad, por primera vez en siglos, lo frena sin notar el charco de sangre que se forma a los pies del paciente. Estoy (+)
(-) fumándome un pucho que anhelaba desde la mañana cuando lo veo. Es petiso y morrudo. Tiene la panza cervecera salpicada de sangre formando un puntillado digno de un asesinato. Sobre eso está su pelo negro grueso formando rulos chiquitos –pelo de concha, (+)
(-) como dice la mamá de mi mejor amiga– bastante abundante en el pecho, también manchado. Bajo la vista y choco con una camisa a rayas que solían ser de colores, ahora impregnadas en su mayoría de un líquido espeso, viscoso, entre rojo oscuro y amarronado, (+)
(-) que definitivamente es sangre. Está hecha un bollo que hace de tapón sin lograrlo. El hombre, que vino con la cara color café con leche, ahora tira más a lágrima. Emana un olor entre áspero y rancio, olor a sudor, a pánico. Apoya su hombro en la puerta y el de (+)
(-) seguridad, que recién ahora notó un miligramo de la gravedad del cuadro, le informa que va a pedir un camillero. Apago el cigarrillo contra la pared –no le di más que dos pitadas–, lo guardo y me acerco. Saco un par de guantes –entre blancos y amarillentos– que me (+)
(-)quedaron en el bolsillo y me los pongo.
–Ayudame –le indico al de seguridad.
Él me mira con las cejas en alto y recorre con sus ojos al ensangrentado. Tira la cabeza y los hombros para atrás.
–Dale, ayudame. No puede esperar un camillero –insisto mientras paso un brazo del(+)
(-) paciente por encima de mis hombros y trato de lograr que avance. Pesa demasiado.
Escucho el chirrido tenue de un paso temeroso. Uno solo. El guardia, que avanzó su pie derecho, se quedó ahí. Casi que se le huelen la duda y el asco mezclados con su olor a (+)
(-) desodorante en exceso de una marca que me recuerda a mi ex.
–Si no lo llevamos se va a desmayar acá –presiono–. ¿Lo querés desplomado al lado tuyo?
Recién ahí el chirrido se repite de forma repetida hasta que se ubica del otro lado del paciente al que agarra por la (+)
(-) cintura. Mira a cada rato el uniforme –no se le vaya a manchar demasiado– y yo me trago el grito que quiero escupirle.
Llegamos a una camilla en el pasillo –la única que hay libre– y lo subimos. Agradezco al de seguridad que ya se evaporó.
(+)
(-)
El paciente ya está más blanco que la leche sola que mi abuela me calentaba de chica todas las tardes y que yo me quejaba porque no tenía chocolate (Así hace mejor, decía ella y yo me la tomaba solo para que me dejara irme a jugar). Le busco el pulso en la (+)
(-) muñeca mientras se aprieta con la otra mano la camisa contra la pelvis; no tiene.
Grito que necesito un enfermero. Uno diez años más chico que yo, que siempre sonríe –un buenazo total– aparece enseguida con un “¿Con qué te ayudo?”. Quiero abrazarlo, no (+)
(-) solo por lo rápido de su respuesta y su buena onda, sino por tutearme y no hacerme sentir vieja.
–Necesito dos vías cortas y gruesas con fisio a chorro y un laboratorio con coágulo urgente –pronuncio.
(Son las vías necesarias para pasarle rápido mucha cantidad de líquido (+)
(-) que le levante la presión)
Todavía no sé qué hay ahí abajo, pero estoy segura de que nada bueno.
Asiente y se va a buscar las cosas. Yo le indico al paciente que se apriete la camisa mientras consigo apósitos, gasas y demás. Corro. En menos de (+)
(-) un minuto estoy de vuelta. Miro la camilla. La sangre se extendió bajo la camisa abollada y llegó al piso. Me pongo un camisolín –no sé bien para qué si mi ambo ya está impregnado en sangre ajena–, antiparras, un par de guantes limpios y descubro el área. (+)
(-) Un chorro de sangre sale cual manguerazo de verano. Comprimo de nuevo de forma refleja. El enfermero vuelve con todo lo necesario acompañado de la rubia copada. Él me da una mano abriendo gasas –mientras yo trato de evitar el sangrado– y ella arranca con la primera vía. (+)
(-) El hombre está transparente ya. Le busco el pulso en la ingle con mi mano libre (vino con el jean con el cierre y el botón abiertos, por suerte). Apenas se siente. La piel resulta fría, húmeda, en partes resbaladiza y, en otras –las ensangrentadas– pegajosa. Con ayuda (+)
(-) del enfermero, logro mirar. Miro y desearía no haber visto eso. Él lleva una de sus manos hacia abajo y estoy segura de que se está agarrando el huevo izquierdo. Llamá a cirugía, le indico. Yo comprimo, ahora de forma más dirigida, la fuente del sangrado. Es su pene, (+)
(-) o lo que queda de él. El fragmento restante cae de entre medio de la camisa que acabo de retirar y rueda hacia la camilla en que queda pegado a la sangre de su dueño. Analizo el corte. Es limpio, demasiado, como si lo hubieran agarrado con una tijera de podar. (+)
(-) El fragmento caído tiene restos de mugre pegados, además de sangre.
El enfermero me avisa que ya vienen los cirujanos. Asiento y sigo apretando el medio miembro del señor que nunca pensé que iba a agarrar con tanto ímpetu. Las vías ya están colocadas, metiéndole líquido a (+)
(-) chorro. El enfermero genio hace las órdenes de laboratorio como las que tantas veces leyó.
–Completo, ¿no? –pregunta.
Subo y bajo la cabeza sin dejar de mirar el remanente de pene teñido de rojo oscuro.
Recuerdo el cuento de la mano sangrienta que me contaron en(+)
(-) el jardín y que terminaba con una curita. Ojalá este caso fuera así.
–¿El sello? –me saca del limbo.
Le señalo el bolsillo derecho de la chaqueta del ambo –que ya no es blanco– bajo el camisolín.
–Sacalo y hacé un gancho –le indico–. Y por favor pedile sangre urgente.
(+)
(-)
Me pide los datos y recién ahí caigo en que ni sé cómo se llama el amputado. Lo sacudo. Nada. Le pido al enfermero que comprima él y aprieto esternón del paciente con mi puño cerrado que gira para un lado y para el otro durante la maniobra.
(+)
(-)
–¿É pasa? –larga desde su estratósfera.
–Me puede decir su nombre y apellido –le grito como si fuera sordo.
–Juan…
–¿Juan cuánto?
–Juan… –repite y cierra los ojos.
Insisto sin éxito. No consigo su apellido, menos que menos el DNI ni un teléfono para llamar a un familiar.
+
(-)
–Mandalo como NN “alias Juan” –le indico al enfermero mientras lo relevo en la compresión.
Él anota y se aleja. La rubia se queda conmigo. Aprieta los sueros para que bajen más rápido y en unos minutos el hombre parece estar un poco más en este mundo que en el (+)
(-) otro. Lo llamo primero suave y después más fuerte:
–Juan. Juan –prolongo la A la segunda vez.
Mira al techo.
–Señor –digo igual de fuerte.
Ahora sí que desvía los ojos hacia mí.
–¿Qué pasa? –pronuncia ahora entero.
Le pregunto qué le sucedió, quién le hizo eso. (+)
(-) Dice que nada, que no es nada. Me pregunto si está en shock o si estará borracho; no huele a alcohol. Trato una vez más.
–Fui yo con la amoladora –vuelve a mirar al techo.
Que estaba trabajando y “se le fue”. Miente, estoy segura. Los cortes que vi de (+)
(-) amoladoras –siempre de manos, jamás de penes– fueron anárquicos, destrozos. Esta es una sección limpia, de tijera o cuchillo. Indago en si está seguro, que si alguien le hizo eso podemos hacer la denuncia.
–Nada de eso. Fui yo nomás. Ahora ustedes me lo arreglan y estamos.(+)
(-)
Le informo que no es tan fácil, que necesita un urólogo y de guardia no tenemos, que van a venir los cirujanos, pero que no es lo mismo.
–Y llévenme a donde hay… –responde como si fuera tan fácil.
No hay en ningún lado de la municipalidad.
(+)
(-)
Hago llamar al jefe a ver si logra un traslado al Clínicas como excepción. Es el único lugar que se me ocurre. Contesta que lo ve difícil y cuando quiero insistir, ya no está.
Aparece el residente de cirugía. Es de primero. Le muestro y se pone casi tan transparente (+)
(-) como el paciente hace un rato.
–Necesita un urólogo –sentencia.
–Ya sé, pero no hay.
–Es que es lo que necesita. Nosotros no podemos arreglarle eso –señala el área espantado.
Le pido que llame a un superior mientras la sangre sigue empapando las gasas que recambio de (+)
(-)forma constante. Una silla de ruedas avanza a lo lejos con el taca-taca habitual de la rueda descuajeringada. El R1 se va a un costado y yo paro la oreja. “Partido al medio, sí”, escucho. “Yo ya le dije”… “Claro, bueno, hacemos eso”.
Cuelga y vuelve.
Que de arriba dicen (+)
(-)que necesita un urólogo, que el jefe se haga cargo, que va a venir el residente superior a ligarle lo que pueda (la arteria, las esponjas de sangre que tiene el pene, qué se yo qué va a poder hacer), pero hasta ahí llegan.
(+)
(-)
–Me lo van a salvar, ¿no? –pregunta el hombre–. Me queda mucho amor para dar –se ríe regalándonos sus dientes amarronados con una funda metálica sobre la paleta derecha.
El residente de cirugía abre la boca. Temo por lo que pueda largarle y lo freno.
(+)
(-)
–Voy a hacer todo lo posible por conseguirle un urólogo –le informo mientras rezo para adentro por lograrlo.
El hombre me aprieta la mano.
Estoy a punto de alejarme cuando escucho que el enfermero le sugiere al de cirugía que pida intervención policial. (+)
(-) Se lo dice lo suficientemente bajo como para que el paciente no escuche. “Es raro el corte”, agrega. Me siento una idiota por no haberlo pensado. Igual, ahora prefiero ocuparme del urólogo.
Llamo al jefe de residentes de Uro. No atiende. (+)
(-) Sigo por los otros, de cuarto a primero. El único que contesta es el último –con voz de dormido– y me informa que ellos no hacen guardias y que no puede solucionarme nada. Les mando a todos un mensaje contándoles el caso y rogando, sí, realmente rogando, por su ayuda. (+)
(-) A los minutos la de cuarto me llama que perdón, que estaba hablando, que no, que ellos no tienen guardia pasiva, pero que igual el caso le parece divertido, que si su jefe de residentes se lo permite puede ir a intentar darles una mano a los de cirugía, pero que no (+)
(-) mucho más, que ya le escribió y está esperando respuesta. Le digo que gracias, que ya es un montón y cuelgo para matar a llamados al jefe de residentes.
–Ya vi los mensajes –atiende al quinto intento–. Me revolucionaste a la banda –pronuncia (+)
(-) entre risa y puteada–. El caso está buenísimo, el tema es que, si vamos, nos matan los de arriba.
–¿Los matan por reconstruir un pene?
–Pasa que no nos quieren pagar guardias porque no somos necesarios supuestamente, y les revienta. Nos revienta.
(+)
(-)
Trato de convencerlo con que hagamos que no se enteren, con que le pida a los de cirugía que en el parte figuren ellos, con que si no hablo con el jefe para que convenza a los de planta, lo que sea…
–Es que se van a enterar… de esto se habla, se va a saber.
(+)
(-)
–Hablo con el jefe –insisto–, te prometo que hasta convenzo al tuyo, pero vengan, por favor.
Cuelga con un “bueno” no demasiado convencido.
Me acerco a los de cirugía que están tirando puntos a lo loco. El enfermero copado pasa delante de mí con un frasco de urocultivo. (+)
(-) El extremo distal del pene –la punta y un poco más– del que ya me había olvidado, nada, ya limpio, en lo que parece ser solución fisiológica. Se lo lleva a la heladera.
El orientador me llama por un hombre que dice que tomó lavandina. Estaba en una botella (+)
(-) en la que suelen poner agua, sobre la mesada, sin rotular (pienso que @bromencasa se haría un festín). ¿Pura? No sabe. Me alejo reticente de la escena del medio pene. El emergentólogo aparece cuando di dos pasos y dice que después me cuenta.
(+)
(-)
Me acerco al de la lavandina. No sabe quién la puso ahí, pero sí, tenía gusto a lavandina, y dio un trago largo. Dos tal vez. ¿No olió la lavandina? ¿No se le ocurrió escupirla?, indago. Se refugia en el silencio. ¿Con quién vive? Con su mujer e hijos que fueron a la (+)
(-) plaza y todavía no volvieron. La mujer no contesta, para variar. No sabe para qué le compro un teléfono de alta gama. ¿Tiene síntomas? Le pica la garganta y está seguro de que en cualquier momento se va a empezar a ahogar. Lo reviso y da todo completamente (+)
(-) normal salvo la garganta que está apenas roja, tal vez por el intento de tos y carraspera que emite cada no más de dos minutos. Le instruyo que no lo haga más, que es peor, y refunfuña que no es fácil. Le tomo los datos, le pido una placa y que me dé el número de (+)
(-) su mujer. Es cierto, no contesta. Le dejo un mensaje y lo llevo a rayos caminando, no sin antes darle a tomar un vaso de agua (para lavar la lavandina) y pedirle un laboratorio. La placa no muestra nada raro.
Cuando volvemos aparecen los de uro, la residencia completa. (+)
(-) Aplaudo sin poder creerlo.
–¿El paciente? –pregunta el jefe de residentes.
Dejo al hombre en uno de los consultorios a la espera de su laboratorio y los guío al pasillo en el que hace nada los cirujanos estaban remendando el medio pene. Me encuentro con el charco, con la (+)
(-)camilla ensangrentada, con los sueros colgando… Del paciente no queda ni la camisa.
Llamo a los residentes de cirugía. Lo dejaron ahí esperando a la cana para la denuncia. Sí, le informaron que venían los de uro y que iban a tratar de arreglarle el asunto. (+)
(-)
Busco al enfermero copado y le pregunto si lo vio.
–Estaba mejor, menos pálido. Hacía chistes de que igual con media pija era un toro…
Mira la camilla, los sueros, el charco.
–Seguro que se rajó por lo de la cana. El R1 llamó ahí mismo… menos carpa… –agrega.
(+)
(-)
Miro a los de Uro. Sus caras son un combo de ira y desilusión. Les ofrezco invitarles unas pizzas, un poco en agradecimiento por haber venido, y, otro poco, para que no me maten.
–Yo me las tomo –contesta el jefe de residentes–. No es tu culpa, relajá –me tira.
(+)
(-)
Sus súbditos saludan y lo siguen, arrastrando sus ánimas hacia la entrada de ambulancias. Yo llamo a los de limpieza mientras el enfermero descuelga los sueros y los tira al tacho.
–¿Y la punta? –pregunto antes de que se aleje demasiado.
(+)
(-)Me mira con las cejas al medio y la cabeza ladeada, sin saber de qué hablo.
–El pedazo del frasco –aclaro.
Se acerca a la heladera. La abre y me lo muestra con un “¿Lo tiro?”. Le indico que lo guarde un rato, por si vuelve.
–Ese no viene más. Por algo se la cortaron… –larga.+
(-)
Yo levanto los hombros. Trato de no pensar. Me lavo las manos, me paso agua oxigenada por la sangre del ambo y enfilo hacia la entrada de ambulancias, deseosa del pucho que dejé apenas empezado. Llega un mensaje de la mujer del de la lavandina: “Lavé con (+)
(-) lavandina el coso ese que estaba con hongos, pero lo enjuagué. Es un exagerado, mis disculpas”. Pienso en que tengo que ir a darle el alta al marido, freno, giro y guardo el cigarrillo. A mitad de camino me arrepiento. Vuelvo sobre mis pasos, salgo y me prendo (+)
(-) el bendito pucho. A lo lejos se escucha la silla de ruedas con su taca-taca de la rueda mocha.
Missing some Tweet in this thread? You can try to force a refresh.

Keep Current with Anónima me hicieron

Profile picture

Stay in touch and get notified when new unrolls are available from this author!

Read all threads

This Thread may be Removed Anytime!

Twitter may remove this content at anytime, convert it as a PDF, save and print for later use!

Try unrolling a thread yourself!

how to unroll video

1) Follow Thread Reader App on Twitter so you can easily mention us!

2) Go to a Twitter thread (series of Tweets by the same owner) and mention us with a keyword "unroll" @threadreaderapp unroll

You can practice here first or read more on our help page!

Follow Us on Twitter!

Did Thread Reader help you today?

Support us! We are indie developers!


This site is made by just two indie developers on a laptop doing marketing, support and development! Read more about the story.

Become a Premium Member ($3.00/month or $30.00/year) and get exclusive features!

Become Premium

Too expensive? Make a small donation by buying us coffee ($5) or help with server cost ($10)

Donate via Paypal Become our Patreon

Thank you for your support!