Como les contaba, cuando entramos a casa, tita Carmen decidió que nos hiciéramos un retrato de familia en el patio. Nos fuimos situando según sus órdenes y cuando dijo toda orgullosa: «Y aquí, a mi lado, mi querido esposo», nos dimos cuenta de que nos faltaba el novio. Va hilo👇
Entre la conversación y las risas se me había olvidado liberarlo de la silla. Al verse solo en el jardín y como tiene esa vocecita tan fina, no oímos sus grititos. Así que intentó levantarse. Pero como el correaje estaba bien sujeto a los travesaños, perdió el equilibro y se cayó
El pobrecito, con toda su buena voluntad y haciendo un esfuerzo infinito, consiguió ponerse a cuatro patas y avanzaba gateando muy despacito hacia el porche. Entre Antonio y yo lo incorporamos, le desatamos el correaje de la silla, lo cepillamos un poquito y lo entramos en casa.
-Ya ha llegado mi marido. Fernando, haznos una foto que sea como un cuadro de Goya.
-A ver si vamos a parecer «La familia de Carlos IV».
Mi padre. No se puede callar. Menos mal que Willy está un poco sordo por lo del obús -según tita Carmen- y ella está tan feliz que ni se entera
Cuando dejaron de relampaguear los flashes, tita Carmen aplaudió emocionada. Normal. Después de más de ochenta años buscando novio, es lógico que le ilusione gritar a los cuatro vientos que ya lo ha conseguido. Y encima, todo un Capitán General con su sable y su casco de plumas…
Según contaba mi abuela, con cuatro o cinco años cantaba los tangos de Gardel con un gusto -aún tiene buena voz- y una devoción absoluta. Hasta el punto de que le contaba a todo el mundo que ella era la, atención, «novia cordobesa, pero cordobesa de España, de Carlos Gardel».
Así que cuando llegó el ABC con la triste noticia de la muerte del Rey del Tango, mis abuelos no le dieron mayor importancia -tenía seis años mal contados- pero aquella niña pizpireta que era tita Carmen se acabó enterando un día al escuchar a la modista comentarlo con mi abuela.
Al principio se puso muy seria y en un arranque tragiquísimo muy ruizalmodovariano le preguntó a mi abuela si tenía que llorar y vestirse de luto. Entonces era una costumbre muy habitual y extendida. De hecho, mi abuela lo llevaba aún por sus padres. Cinco años vistió de negro.
-No hace falta, hija.
Y la niña suspiró.
-Entonces puedo echarme otro novio para casarme. Este es muy guapo. Y señaló en una revista a José Nieto que aparecía en «Tango Bar», la última película de Gardel.
-Esta nena no pierde el tiempo, doña Carmen, le dijo la modista a mi abuela
Y es que ella siempre fue muy de echarse novio sin contar con el elegido, como le recordaba mi padre. Yo creo que esta vez el asunto ha llegado a buen puerto porque fue Willy el que se decidió al verla en el funeral de Petri, -su esposa- y dos días después le pidió matrimonio.
Volviendo al día de la tan esperada boda, les contaré que cuando los novios hicieron su entrada triunfal en el comedor a los sones del «Hymne a l'Amour» en la tersa voz de Édith Piaf, mi padre comentó en voz alta: «Qué bonito, el gorrión de París cantándole al colibrí de Córdoba»
En esta ocasión éramos catorce para almorzar: los novios, la familia de Mariloli, mis padres, Amalia, Conchita, tío Fernando, don Ramiro y yo mismo. La mesa superaba muchísimo en elegancia a la del pasado miércoles. A tita Carmen no le faltan lindas mantelerías bordadas por ella.
Una blanquísima e impoluta. Con una vainica delicada y exquisita. La vajilla de Vista Alegre era esta vez blanca con un filo dorado, aunque para las fuentes había decidido usar unas de Bordallo Pinheiro muy originales que compraron mis abuelos en uno de sus veraneos en Estoril.
Pero el punto emotivo fue la cristalería de Bohemia que tía Adelita le regaló cuando tita Carmen decidió que iba a casarse con Baldomero, el que profesó como cartujo, y cuyo desamor fue la causa de que casi nos envenenara con aquellas torrijas el Domingo de Resurrección del 78.
Al entrar,tomamos asiento en la mesa. Cada uno en el lugar que le había señalado tita Carmen. O eso creíamos, porque Amalia decidió sentarse en mi sitio,a la derecha de Willy y como por poco la pilla el maître acabó poniendo los cartelitos como Dios le dio a entender en un pispas
En el centro, los novios y frente a ellos mis padres. Conchita junto a tita Carmen y Amalia al lado de Willy. Don Ramiro a la derecha de mi padre, la familia de Mariloli y tío Fernando salteados sin orden ni concierto y Alvarito y yo -los niños, según Amalia- en los extremos.
Antes de que los camareros empezaran a servir, mi padre se levantó con intención de hacer un brindis. Cogió una copa de agua y la golpeó con su cuchara. Como el murmullo no cesaba, la levantó, le asestó un golpe más fuerte y la rompió. Sin inmutarse lo más mínimo empezó a hablar:
-Carmencita, ya tienes la cristalería igual que la mantelería de hilo. Le falta una pieza. Pero piensa que era una pieza inservible. ¿Qué sentido tiene, para qué sirve una copa de agua? Y sí, has perdido una copa pero has ganado un marido que es lo que tú querías desde niña.
Así que brindemos todos. Alzo mi copa por mi querida cuñada y por quien ya es su marido. No creo que celebréis las Bodas de Plata pero pido al Altísimo que al menos te dure hasta la Candelaria. Queridos míos: Que Dios bendiga a los novios y a disfrutar el festín. Brindemos.
Y brindamos. Como no podía ser menos, esta casa es más cordobesa que la montera de Manolete, lo primero que se sirvió fue un salmorejo. Willy, al tomar la cuchara vio que los cubiertos tienen grabados en el mango un monograma en relieve dorado en el que una amplia C abraza una X.
-Qué elegante, querida. Son tus iniciales, ¿verdad? Carmen Ximénez-Portocarrero…
-No, son las nuestras Willy. Como no sabía como se iba a llamar mi marido le pedí a mi padre cuando me la regaló que pusieran una equis y ya, entre el tiempo y yo despejaríamos la incógnita.
-Se la regalaron por su mayoría de edad, le dice mi madre.
-Y tú, Willy, eras la incógnita. Apostilla mi padre
Se levanta e improvisa: «Después de cinco mujeres, a ti el turno te tocó. Carmencita has despejado, por fin aquella ecuación»
Tita Carmen se levanta y saluda con su copa
El primer plato resultó una exquisitez: parmentier de bogavante con salsa trufa. Hay que reconocer el buen gusto de tita Carmen. Tres se pidió mi padre. Menos mal que pensábamos que íbamos a ser unos veinte, pues contábamos con mis otras primas, y había comida más que de sobra.
Al pedir el cuarto, mi madre le recordó que había pato -le chifla- así que le indicó al camarero que sólo le trajera el bogavante, sin el puré de patata ni la salsa que aportan calorías innecesarias. Es un pozo sin fondo. Aunque don Ramiro tampoco se quedó atrás. Se liquidó dos.
Mientras retiraban los servicios empezó a sonar un móvil. Como la sintonía era el «God save the Queen» de los Sex Pistols, todo el mundo volvió la cara hacia Alvarito que apunta maneras a sus dieciséis años y se estaba sirviendo subrepticiamente una copa de vino como un florero.
El pobre balbuceó e intentó justificarse, creyendo que le iban a recriminar por el porte de vino -la familia de Antonio es de esa gente sana de gimnasio y dieta que no cumplen los setenta- pero ni su padre dijo nada al respecto cuando vimos a don Ramiro sacar el móvil y contestar
-Dígame… Vaya por Dios… ¿Y no puede esperar? Es que estoy en una celebración…La boda de doña Carmen… Sí. Las Golondrinas… Claro. Doña Carmen, que me dice Fuensanta que le dé su enhorabuena… Que muchas gracias de su parte. Dígale que espere tranquila. A las cinco voy. Cuelga
-Disculpen. Doña Antonia, que se está muriendo y quiere la extremaunción. Para las cinco habremos terminado ¿no?
-Del almuerzo, sí. Pero se va a perder las copas y el baile, don Ramiro.
-Pues ya es mala suerte, don Luis.
-Si se tiene que ir ya le envío yo una botella y unos puros
-Si es que dice Fuensanta que está muy mal, pero como se está muriendo desde hace veinte años, igual se puede esperar un rato. Que no se come así en todas las bodas, doña Carmen.
-Ni se bebe, páter. Es mi padre. Que Carmencita ha tirado de la cartera de Jacobo con munificencia.
-Gracias cuñado. Además, Antoñita siempre ha sido una niña muy envidiosa. Desde que jugábamos juntas a la rayuela en verano. Y siempre quería saltar a la cuerda ella sola. Y claro, como se ha quedado mocita pues le habrá dado un parraque. No soporta mi felicidad, don Ramiro.
El sorbete de champaña con yerbabuena se le atragantó a don Ramiro. Otra vez suena el «God save the Queen». Lo corta. Y vuelve a sonar. Y lo vuelve a cortar. Hasta que a la tercera no tuvo más remedio que contestar. Era el médico de doña Antonia. El asunto parecía muy grave.
-Pues nada, iré. Pero menudo médico está usted hecho si no es capaz de aguantar viva a doña Antonia un par de horas. Me van a tener que disculpar.
Mi madre, que es muy suya, le dice al maître que le prepare dos o tres magret de pato para que se los lleve.
-Mejor tres, doña Pilar.
-Don Ramiro, usted debió profesar en una orden mendicante. Que estilo pidiendo.
-Lo pensé, don Luis, lo pensé. Pero al final, capuchino me quiso Dios.
-Como el café, dice Alvarito.
Este niño es un Ruiz de Almodóvar como un castillo.
Vuelve mi madre con una chica del catering.
Lleva don Ramiro para que cene una familia una semana. Se despide en la puerta del comedor, nos bendice y, al terminar, se vuelve para recordarle a mi padre lo de los puros. Así que mi padre se levanta, va a su despacho y vuelve con una caja de Lanceros y una botella de ginebra.
-Al volver a la mesa, ve a Willy mirando a todo el mundo, nervioso y más blanco que el uniforme de príncipe Danilo cuando se lo puso por la mañana
-¿Qué te pasa, Willy? Es tita Carmen preocupada.
-Llamad a don Ramiro que tiene aquí otra extremaunción.
-Papá… un poquito de tacto.
Alvarito sale corriendo y vuelve con el páter. Willy murmura algo. Don Ramiro se acerca, le hace la señal de la Cruz y le dice que si quiere confesar. Tita Carmen frunce el ceño. Mi padre saca la libreta para calcular la porra. Alvarito hace foros con el móvil y Mariloli llora.
-Trece, don Ramiro, si se va hay trece en la mesa. Musita Willy.
-¿Y qué pasa?
-Que trae mala suerte. En una mesa con trece siempre hay un Judas. ¡Quédese, páter!
-Ya quisiera yo con la pinta que tiene el pato, pero no puede ser. Doña Antonia se ha empeñado en morirse ¿qué hago?
-Eso está arreglado. Sale la tita Carmen resuelta. Tú -llama a uno de los camareros- siéntate ahí y sustituyes al cura.
-¿Y no me puedo sentar al lado de la chica rubia?
-De cual, son gemelas.
-Pues en medio de las dos.
-Si es que todos los jóvenes pensamos en lo mismo, perillán.
Don Ramiro sale cabizbajo. Él hubiera preferido quedarse y no ir a escuchar la última confesión de doña Antonia. Pero el ministerio es el ministerio, doña Carmen.
-Dígale de mi parte que se muera bien, don Ramiro y que nosotros todavía nos quedamos unos días para ir a su entierro
-Todo un detalle, Carmencita. Willy le besa la mano.
-Hay que ser magnánimos, querido.
El camarero se lo pasa pipa. Entre estar sirviendo platos y que te sirvan sentado entre dos jovencitas veinteañeras y monísimas va un mundo. Aunque Antonio y Mariloli no le quiten ojo de encima
Mi padre liquida sus cuatro magrets y llega el momento del postre que fue, razonablemente relajado. En un momento, y a su orden, se apagan las luces, y dos camareros entran con un enorme florero de plata repujada llena de hielo sobre la que descansa una sopera de porcelana.
Es el momento del discurso del padrino que se pone en pie. Alvarito, que está coordinado con él, pone «Land of hope and glory» en su móvil mientras mi padre se enciende un habano. Mi madre se emociona y llora. Mariloli es un mar de lágrimas. Las gemelas hacen ojitos al camarero.
-Amigos, romanos, compatriotas, escuchadme: -a mi padre le encanta iniciar sus discursos con el de Marco Antonio de Shakespeare- hemos venido a casar a Willy, no a enterrarlo. Hoy es día de alegría. Carmencita ha cumplido su objetivo. Casi en la foto finish pero lo ha conseguido.
Ha dicho don Ramiro que os desea felicidad y amor. Yo sólo os pido que la adornéis con austeridad para que Jacobo pueda recuperar en su herencia el tajo que le habéis dado hoy a su patrimonio. Perdonadme. Pero es mi hijo y debe cuidar por su futuro y hoy no ha habido porra.
Cuñada, -concluye mi padre- sobre esa montaña de hielo se venera la «Piel incorrupta y profética de las nupcias de Carmencita», la piel íntegra de aquella manzana -sí, Willy fue ese símbolo de la lujuria lo que consiguió pelar en una sola pieza este verano. La profecía se cumplió
Como sabrán, la tradición dice que si una mujer consigue quitar la piel a una manzana en una sola pieza y sin que se rompa, se casa en el mismo año. Tita Carmen la peló con el pulso de un cirujano cardiovascular y mi padre la convenció para conservarla en un tupper del congelador
Que corra el champaña, que los jóvenes se besen -¡Vosotras no, niñas! le grita Mariloli a las gemelas- que los novios troquen su amor en locura y esta noche vean amanecer abrazados colgados de la polea del alero como dos gaviotas embriagadas. Alegrémonos mientras seamos jóvenes.
Bebamos sin mesura. Bailemos hasta el amanecer. Pensad, queridos todos que tras esta alegre juventud, nos llegará la incómoda vejez y como a cualquier archiduque austríaco -y lo digo especialmente por ti, Willy- nos recibirá la tierra.
A beber, a bailar y a cantar.
(Continuará…)

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14 Oct
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