Empezó como una joda. #Susto se tenía que operar, y pensamos que no la contaba. Entonces le hice una promesa. Y las promesas hay que cumplirlas.
(ABRO HILO)
Comprar un cajón es una experiencia intransferible. Me refiero al cajón donde se meten los muertos. Te lo cuento: entrás a la casa velatoria, y alguien con cara sin gesto te asesora. A nosotros nos tocó un señor muy empático. Primero nos dijo que lo sentía mucho.
Yo estaba con mi amigo el Perro. Tuvimos que estimar el peso y la altura del fallecido. Nos miramos. A él se le escapó una mueca indetectable para el mundo, excepto para mí. Alzamos los hombros pero algo contestamos. No pude evitar sonreírme.
Luego, el señor abrió un catálogo y nos preguntó preferencias sobre el material. Había muchas calidades de madera. El Perro se adelantó y dijo que quería alguno que prendiera rápido. El hombre no se inmutó. Estaría acostumbrado a recibir cualquier tipo de comentarios.
No queríamos el ataúd para cremar a un muerto. Eso no se lo aclaramos, no queríamos bajar a detalle. Hicimos el encargo con celeridad, el Perro pagó con Ahora 12 una montaña de guita y nos fuimos. Algunas promesas son tan caras que es mejor pagarlas en cuotas.
#Susto nos contó sobre el diagnóstico y la intervención en una videollamada. Juntó a sus amigos más cercanos y prefirió dar la noticia de una sola vez, y recibir y contestar todo junto. Estaba triste y serio. Lo explicó lento y puntillosamente, y de un tirón.
El Coya se tentó. Se suele tentar cuando hay malas noticias. No sé. Se ríe. Y no puede parar. Si intenta frenar, aspira el aire por la nariz y a continuación sobreviene un quejido de chancho. Y ese ruido es peor. Porque vuelve a empezar.
Pobre Coya, después lo carcome la culpa. Cada uno reacciona como puede. Coco lloró un poco. Con disimulo, en silencio. El Coya seguía riéndose, y tuvo que silenciarse. Lo veíamos todo rojo, tapándose la boca y pidiendo disculpas al mismo tiempo.
Franco le hizo algunas preguntas a #Susto. Concretas, directas. Fecha de la intervención, pronósticos, post-operatorio. Todos escuchamos con atención. Menos mal que está Franco para conducir esos momentos. Es el capitán de nuestro barco.
El Coya otra vez había vuelto a su cara natural. Se le había pasado su reacción tan típica. Lo conocemos bien, a esta altura nadie lo juzga. Le resulta imposible evitar la carcajada nerviosa.
#Susto tiene dos nenas re lindas. Salen a la mamá. ¿Por qué el apodo? Porque con solo verlo te saca el hipo. No le estoy haciendo bullying, hay evidencia empírica. Un verano en Gesell, Hernán anduvo con el diafragma asomando por la boca durante dos días. Llegó #Susto y se le fue.
A mí se me ocurrió decirle, en la videollamada, que no sea tan pelotudo de morirse. Logré hacerlo reír un poco. Al final, se encargó de decirme que no era una decisión que dependiera de él. Igual, insistí: ya era un año bastante de mierda para que encima abandonara este planeta.
Quizás porque la reunión virtual agonizaba, le prometí a #Susto que tratara de sobrevivir. Y que si no moría, íbamos a hacerle una linda fiesta. Me respondió con una cara ambigua.
#Susto no murió. De hecho, creo que fue una ventaja ser tan feo: ninguna cosa -por más horrible que fuera- quiso seguir siendo parte de su cuerpo. Y se recuperó muy rápido, contra todas las estadísticas. La misma ciencia que aseguraba que iba a morir virgen.
Armamos un grupo de whatsapp sin #Susto para debatir el proyecto. El grupo se llamaba “Sátira Velorio”. Alguien tenía que encargarse del cajón. Alguien del café. Designamos un jefe de sánguches de miga. ¿Dónde se vio un velorio sin comida saladita para levantar a los desanimados?
El Coya tiró la idea de contratar unas lloronas, o mejor, unas reidoras escotadas. Enseguida agregó un sticker de tetas grandes. Nos pareció excesivo.
Estuvimos a punto de contratar cuatro negros danzantes para entrar con el cajón vacío ante la mirada de atónita de #Susto, pero la cuarentena no colaboraba.
Franco pasó a buscar a #Susto, que ya sospechaba algo. Mientras tanto, en mi casa, el Perro hacía malabares para meter el ataúd en la parrilla. Estaba empecinado en que teníamos que hacer el asado con esa madera. Que no sé si era quebracho, o algo así.
Tengo un fondo grande, con una especie de pérgola. Nos tocó una noche linda, estrellada. Ahí mismo armamos la mesa con café y sanguchitos. Al costado, dos caballetes para sostener el cajón. A pesar de que era una sátira de un velorio, nos tomamos las costumbres bastante en serio.
Lo único que no podía pasar es que el “muerto” esperara pacientemente a los invitados, como sucede habitualmente cuando una persona se muere. Para lograr el efecto que buscábamos, teníamos que llegar todos antes que #Susto.
La mujer de susto fue cómplice nuestra en todo momento. No era un cumple sorpresa, era su no-funeral sorpresa disfrazado de un encuentro al aire libre con distancia social.
Nos escondimos detrás de un ficus gigante y despeinado. Estábamos impacientes. Éramos ocho monos inmaduros esperando al hombre podría haber transformado el Cielo en un lugar más feo con solo poner un pie.
Franco siguió el guión y lo llevó hasta mi jardín. Entonces encendimos las luces y salimos corriendo hacia #Susto, que descubría un cajón con su nombre y a sus amigos de toda la vida.
Y cuando íbamos a decirle lo mucho que nos alegrábamos de que estuviera bien, todo fluyó como si fuera un encuentro más. Sin palabras solemnes ni abrazos estridentes.
El Perro manifestó estar cagado de hambre y alzó el ataúd con su fuerza bestial. Quiso encajarlo en la parrilla pero no entraba. Entonces se acercó #Susto, rengueando todavía por la operación, y descubrió un hacha que estaba cerca de la leña.
Con determinación, llanto contenido, risas desbordadas, y excesiva pasión, destrozó el cajón ante la mirada de todos. Respiraba agitado cuando terminó, y todos lo aplaudimos. Hizo una reverencia hacia el público y se sentó.
La comida estuvo buenísima. Había muchas Coronas que no eran de flores. Y hubo anécdotas, las de siempre, las que quizás contaríamos en un velorio real. #Susto estaba feliz, con esa sonrisa chueca horrible que lo caracteriza.
Todavía no entiendo cómo pudo tener hijos. ¿Les dije que la mujer es hermosa y tiene dos nenitas preciosas? Es increíble. En el brindis, nos contó que espera un varón. Ojalá también salga a la mamá.
*** FIN DEL HILO ***
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Un tiempo después, me enteré que tocaba el bajo. No sé si tiene relación porque no entiendo mucho de música. Un amigo bajista dice que es el instrumento que sostiene la canción. Que marca el tiempo, como la batería, pero con la libertad y color de la guitarra.
La semana siguiente conocí a sus amigos. #Nat era parte de la aristocracia del sur. Colegio bilingüe, en los que los alumnos pasan todo el día juntos en doble escolaridad. Y los fines de semana, también. En la casa de alguno, o en los clubes.
Al menos en esa época, era muy común el maridaje entre jugadoras de hockey y rugbiers. Su grupo era bastante cerrado, y todos sabemos lo que pasa cuando hay mujeres y varones y confianza y hormonas adolescentes.
A #Nat la conocí en el tren. Y ahora, muchos años después, la reconozco en el supermercado, detrás del barbijo. Sí, es ella. Le voy a hablar y reconocer que fui un inmaduro.
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Fue en otra vida. Yo iba a trabajar al centro. Ella subió en la estación de Lomas de Zamora. Era media mañana, había espacio en el vagón. Se paró a un metro de mí. Yo bajé mi libro para mirarla, y noté que ella me prestó atención.
El tren Roca es una fuente de enamoramiento constante. Los que viajan con frecuencia sabrán entenderlo. Son trayectos largos en un espacio chico, donde los ojos también viajan y la mente es una locomotora. Pocas historias llegan a buen puerto, mejor dicho, a buena estación.
“Si algo muy grave pasara, nos encontramos en la cancha a las 8 ⚽️”.
Así decía el mensaje, y le puse una estrellita.
(Abro hilo)
Hace muchos meses, alguien mandó esa invitación al grupo de #fútbol de los miércoles. Tal vez fuera en joda. O quizás, producto de una mente brillante y previsora.
Este apocalipsis no se parece a ninguna película. No hay jinetes. No hay lluvia ácida. No hay bomba atómica. Es un virus que se lleva todo.
Tengo poca batería. Tengo frío. Y creo que voy a necesitar un abogado.
Todo lo que voy a contar está mal.
Abro hilo.
Está mal boludear en Tinder en cuarentena. Es como ir a un shopping sin plata. Bueno, lo hice. Pegué la ñata contra el vidrio, y alguien la pegó del otro lado.
Empezamos a chatear con frases medio tontas. #LaPiba es actriz y contadora. Yo tengo un oficio muy raro de explicar. A veces digo que soy contador.
Creo que voy a tener que cambiar a mi hijo de colegio. Pedir disculpas, minga.
Abro hilo.
Mi hijo está en primer grado. Todos los días tiene una clase por zoom con la seño, que se ocupa de hacer juegos para mantenerlos entretenidos. Hoy, hizo un bingo. La dinámica está buena y le valoro las ganas de enseñar a través del juego. A Mateo le gusta.
Ayer mandó 4 modelos de cartones por email. Cada nene elige uno antes de jugar, y ella saca las bolillas. A veces canta el número, y a veces dice “24 menos 4” para que aprendan operaciones