¡Sí! El autor de esta semana era #JacintoBenavente, de manera que tarta para todos. Obtuvo el Nobel de Literatura en 1922 por su contribución al largo legado del teatro español, pero a día de hoy, 66 años tras su muerte, es poco representado y menos leído. ¿Ha envejecido tanto?
Lo cierto es que sí: su apuesta por reflejar en sus obras la realidad, cambiante a un ritmo vertiginoso, le pasó una factura enorme. Sus 172 obras cubren medio siglo de sociedad española, el paso de la monarquía del XIX a una república y a una dictadura, una guerra civil, dos
mundiales, una revolución comunista... pero el teatro Benavente permanecía en muchos sentidos inmutable, con algunos cambios superficiales que lo anclaban a la actualidad: el paso del coche de caballos al de Ford, la implantación del teléfono, los deportes, el voto femenino o el
divorcio. Las proverbiales marquesas de Benavente eran tan populares como sus criadas, que hablaban en un protocheli cómico. Frente a Arniches, Echegaray o Tamayo, frente al melodrama, ya anticuado, o un costumbrismo más ramplón, Benavente introducía un aire moderno y chispeante.
En muchos sentidos, era el Wilde español, con frases míticas y ocurrencias un poco snob. Pero Wilde murió en 1900, con una obra ya consolidada, y Benavente arrancaba su teatro en 1894. Difícilmente puede hablarse de algo rupturista, salvo si se tiene en cuenta que esto era España
donde las luces iluminaban por igual a espectadores y actores. Por mucho que Benavente acompasara su obra al ritmo del cine, que le interesaba sobremanera, el público burgués demandaba esas obras de suave ironía y algún pellizco puntual. Sus obras se acercan a las series actuales
en cuanto a su inmediatez: pero por desgracia, también respecto a su falta de relevancia. Aquello que Valle (con el que acabó tarifando) y ese ser extraño que era Lorca consiguieron, captar las profundidades del alma humana, no era sino un guiño, a veces de denuncia, en Jacinto.
En su juventud fue empresario circense: y mantuvo ese espíritu de espectáculo, de juego y de trucos sacados de la chistera. Hábil dialoguista, buen conocedor de su público y contradictorio en sus ideas políticas, esto último ha condicionado también su consideración de clásico.
Yo me quedo con un detalle curioso: este incansable escritor, este prolífico autor, nunca entregó el discurso de acceso a la RAE. Lo fue dejando, lo fue dejando y al final ingresó como miembro de honor. ¿Una procrastinación ad aeternum? ¿Sentimiento de inferioridad? ¿Inseguridad?
Benavente fue un escritor con una enorme facilidad para escribir: casi no corregía. Nunca presumió de ser un estilista, y escribía sobre todo teatro, donde la retórica formal estorba, y más en aquel momento de fotografía borrosa de un mundo móvil. Sería interesante ese discurso
que nunca escribió, la reflexión seria de un dandy: ¿Qué escogería? Podría hablar del cambio de la tramoya, aligerada por influjo del cine: la simplificación de los personajes, debido al costo de las compañías. El peso del Real como eje de un teatro más ornamental que artístico,
o la admiración por Quevedo, o, quién sabe, el paso del tiempo, imposible de aprehender, como comprobamos quienes ahora intentamos reflejar lo que ocurre antes de que envejezca, tecnología, ideas, inventos, referencias, tendencias. La literatura fija ¿cómo saber qué perdurará?
El día de Reyes de 1893 Benavente visitó la Alhambra con un amigo, quizás su novio, la belleza de los jardines granadinos inmóviles bajo el frío de Enero. En el libro de firmas, además de la suya, aparece, solitaria en la página anterior, la de la emperatriz de Austria, Sissi.
Iluminaron la Alhambra para ella, que viajaba por España en un incógnito bastante poco eficaz. Imagino a un joven Benavente, enamorado y clandestino, admirado ante las luces que no eran para él pero sí eran también para él, unas candilejas de un espectáculo deslumbrante.
Lo imagino años más tarde, ya anciano, con un recuerdo a esa emperatriz asesinada, a los imperios desaparecidos, al mundo del XIX enterrado bajo la bomba atómica, el miedo al comunismo, la gris manta del franquismo, el fracaso del progreso. No era Ibsen, no era O'Neill, ni Brecht
ni Ionesco. El tiempo, un parricida, mata a sus hijos sin piedad. Salva poco de lo que dejamos: este es uno de los casos en los que lo que fue meritorio, divertido, brillante, interesante y rico perece en el naufragio. A casi todos nos ocurrirá lo mismo. Muchas gracias por leer.
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Con motivo del Día del #OrgulloBarroco he creído imprescindible añadir un trazo de tinta a tanto óleo y tanto mármol. ¿Crees que no te gusta el #Barroco? Estás en un tremendo error. Veamos ahora cómo tuiteas, y descubrirás qué autor entre 1580/1750 (aprox) sería perfecto para ti.
Sobrevives de crisis en crisis: el tiempo pasa demasiado velozmente, y y siempre para peor. (Ubi sunt?) Tus días van de desengaño en desenpeor. Eres un pesimista crítico, invadido por la sensación de vértigo, de haber perdido el control. Como resultado, solo queda apostar por dos
salidas. La evasión a todo trapo, a mí déjame en paz, y una postrera esperanza en la educación y el conocimiento (si no cambiamos esto, las siguientes generaciones lo repetirán). Sea como sea, te sientes más solo que la una, y aflora en ti una leve, levísima tendencia al drama.
#EnigmaLiterario. Muahahahahaha, era Shakespeare, era Shakespeare. Qué feliz me hace ser tan, tan malvada y jugar con vuestras frágiles esperanzas. Ay. Esperad que me seque las maquiavélicas lágrimas, y os hablo de Shakespeare como poeta... no olvidéis que le llamaban "El Bardo".
El del retrato no es Shakespeare: en realidad, no conocemos su aspecto a ciencia cierta, y gran parte de su vida ofrece huecos en los que podemos colar todo tipo de teorías y fantasías. Convenimos, en cambio, que un veinteañero y decidido Shaky llegó a Londres en torno a 1585.
En ese momento la escena teatral londinense consumía y demandaba obras nuevas de manera voraz: un joven autor podía abrirse camino si aprendía el tono y encajaba en el gusto general. Le pagarían por obra. Aún faltan décadas para que se convierta en un empresario con The Globe.
#Odiseoysusamigos. ¿Me referiré a la Ilíada, donde destaca entre los reyes griegos, sus iguales, por su legendaria astucia? ¿O a la Odisea, donde poco a poco pierde a sus hombres, hasta regresar solo, cuando ya nadie le espera, a Ítaca? A ambas, y a muchas otras versiones: en
realidad, los autores que me interesan han escrito o mencionado a este hombre que marca el fin de los héroes de fuerza para introducir el elemento de la inteligencia, la estrategia, y la negociación: los héroes marciales comparten espacio y lo ceden poco a poco a los mercurianos.
Odiseo será pionero en muchas cuestiones, y como tal admirado y requerido: pero no encontrará amigos. Tampoco los buscará. Infinitamente humano en sus cambios, sus decisiones y sus intereses, contradictorio y atractivo, estará condenado al desasosiego y a la insatisfacción.
Muy breve introd. al autor: A. #Camus 1913-1960. Nació en Argelia en una familia humilde, Nobel de Literatura en 1957. Filósofo: renegó del #existencialimo al que se le suele asociar (en realidad, renegó de casi todo). Huérfano desde niño; tuberculoso. Miembro de la Resistencia.
Camus, que eres tuberculoso, hijo. No fumes. (Por cierto, no le mató ni la enfermedad ni el tabaco: murió en un accidente de tráfico).