Lo de hoy se llama jajaganda.
Esos que renunciaron a ser críticos, a juzgar con dureza y certeza, a exigir, a evidenciar, a exhibir, y pasaron a ser porristas, zalameros, paleros. Propagandistas. Publirrelacionistas.
CÓMPLICES del régimen.
Esos.
La risa, constituida en burla, ejercida como ejercicio de denuesto por parte del PODER, es una forma de cooptar y atacar.
Ante la audiencia correcta la humillación, trasvestida de risa mediante la burla, "salta" resistencias cognitivas y la recibe sin repelar. Sin oponerse.
El efecto pernicioso de la burla como ejercicio de escarnio, denostación y humillación, dirigido a objetivos específicos es parte del constante ejercicio de “combate” ideológico que busca ridiculizar y burlarse de quienes no comparten la afinidad o simpatía. Los "adversarios".
El fenómeno es poderoso, porque vestido de humor se puede justificar casi cualquier cosa, incluso la agresión, y configura un ejercicio de poder e influencia: la burla.
Sólo que, la diferencia abismal es que hoy es el poder el que se burla, ergo, es un ataque asimétrico.
Ejercer burla como poder es una forma de influencia, donde se segmenta señalando de manera exagerada rasgos distintivos entre grupos por afinidad o simpatía.
En este caso la audiencia genera afinidad mediante la narrativa presentada identificándose de manera colateral.
Asi, el desplante de hoy de donde se usó al jajagandista es más que obvio que no es más que la pataleta de un pequeño hombre, siniestro, chiquitito, ínfimo, pero perverso como pocos hemos visto en la historia de este pobre país.
Un hombre tan insignificante, tan traumado, que se tiene que hacer a sí mismo una imagen sustentada en los demás y a partir de eso sostener su ego. Recordarlo siempre, los más perversos narcisos no siempre lo son porque tengan una exacerbada imagen de sí mismos. Al contrario.
Con frecuencia los narcisos más siniestros, los que tienden a la tetrada oscura, lo son porque son personas perversas, nocivas, tóxicas, con una autoestima tan menguada, tan pobre, que necesitan de este tipo de desplantes precisamente como el aire que respiran.
Y los jajagandistas se creen agraciados por ser usados para que el narciso megalomano sustente su dañado y perverso ego. Pobres tontos. Esos que por iniciativa propia renunciaron a criticar hoy no son mas que el papel de baño que usa el tartufo de palacio nacional.
Al poder, el que sea, se le exigen cuentas y resultados.
Se le observa, se le critica, se le acota.
Al poder, quien quiera puede reconocerle lo que haga bien, pero quien quiera también tiene la posibilidad, prácticamente obligación, de criticar todo de lo que carezca y haga mal.
Esa es la diferencia totalmente diametral, que esta pobre gente no entiende. Ellos también llevan en su espalda los muertos, la violencia, la destrucción, todo el inmenso saldo que este infausto régimen sigue acumulando.
Cada muerto. Cada bala que atine un inocente. Cada medicamento no aplicado en un enfermo. Cada peso robado por los actuales funcionarios. Cada familia que pierda aun el poco bienestar que tenía. Cada uno de los destrozos que este régimen nefasto acarrea, lo es de ellos también.
Porque de la misma, exactamente de la misma manera que en su momento fueron combativos contra el poder y ejercieron su critica, exigencia, su burla, y fue justificada y necesaria, hoy su servilismo los pone exactamente en el lado opuesto. Hoy ellos son parte del problema.
No se les puede llamar de otra forma. Son jajagandistas complices del poder. Justo se volvieron lo que criticaron. Se volvieron aliados de a quienes le exigieron. Hoy en su propaganda defienden lo que antes combatieron.
De hecho, hoy se exhiben como lo que siempre fueron.
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Desgraciada la hora donde se dio por válida la narrativa que presentó como punitivas las medidas sanitarias requeridas para contención de la propagación de un virus.
Son necesarias para preservar la salud y la vida, no para castigar a uno u otro grupo.
Más bien, cuidado ahí en aquellos que insistan en hacer creer que las medidas que se necesitan, nunca perfectas, siempre perfectibles, para aminorar la propagación de una enfermedad, tienen como motivación algún interés oculto y siniestro.
Porque más bien, entonces, el interés oculto y siniestro sea de esos que justamente llevan todo y cualquier cosa al campo de lo político. Kudos sí además es por intentar defender o justificar la voz de un sólo hombre.
"Nosotros" y "Ellos" es el fraseo de la división, de la polarización, de la radicalización. La agravante es cuando uno de esos polos defiende a rajatabla al establishment, al regimen.
Creen que el poder emanado de “nosotros” es bueno, justo, digno y honroso.
El poder encarnado en el líder, siempre que ha sido elegido por “nosotros”, es porque tiene, o recibe, las virtudes, méritos, que “nos” representa, que “nos” transfiere el poder como ente colectivo que “lo hemos” puesto en “nuestra” representación y ejecute “nuestra” voluntad.
Es tal, la capacidad de esa transferencia, que “nosotros” no pueden ver cuando el líder llegó usándolos y ahora sólo la afinidad la refuerza ofreciendo el exacerbado culto a la propia imagen como una forma de culto a “nosotros”.
Porque para ella los reclamos no son reales.
Las exigencias no son reales.
Las criticas no son reales.
El hartazgo que ha causado en quienes se han visto afectados de una u otra forma y se lo manifiestan, no son reales.
Tiene prisa de entender "ellos" como "usuarios robotizados"
Porque ella desconoce como personas a quienes le reclaman, le exigen, la critican, le expresan su enojo, su hartazgo.
Porque en su inmensa soberbia no cabe la posibilidad que la ira manifiesta que recibe tenga alguna causa real y válida.
No puede ver en "ellos" a un prójimo.
La soberbia es el más pesado velo que ciega a este ente disforme que exige llamarse gobierno. La prepotencia y la soberbia de la estupidez y la ignorancia.
Ese siniestro discurso recurrente, tener que poner todo en términos de "nosotros" y "ellos".
Cuando el hombre que vive en el palacio virreinal es el primero y mayor agente de polarización del país.
El hombre que se asume voz y presencia de aquel ente abstracto que llama pueblo, pero que realmente no son todos a quienes, se supone, gobierna.
Cuando el hombre que vive en el palacio virreinal puede hacer esa distinción es porque está exhibiendo la forma en que ve el ejercicio de lo que cree es el poder, el gobernar, "gobernar"; sólo para quienes concuerdan con él. Y ya.
Cuando recita esa retahíla de adjetivos anula la identidad de quienes no concuerdan con él, de quienes no simpatizan con él, de quienes le critican, exigen, denuncian. Y marca la diferencia entre grupos sociales. Divide. Polariza.