Si ha habido dos figuras que condensen el devenir antagónica y radicalmente diferente de buena parte del siglo XX europeo y mundial, esas han sido, desde luego, Lenin y Mussolini. El balance histórico y el cruce de ambos personajes arrojan conclusiones muy valiosas. ¡Dentro hilo!
Dejando a un lado las historietas de esa pacata historiografía positivista que tanto denunciaron los Carr o Vilar en su momento, el estudio de la evolución histórica —y antagónica— de ambos personajes constituye un precioso ejemplo de muchas verdades del marxismo, hoy enterradas.
Todas las citas que use, salvo que indique otra cosa, están extraídas del reciente libro de Emilio Gentile, que, aunque peca de lo señalado más arriba, es seguramente uno de los mejores conocedores del mundo, junto con Renzo de Felice, del fascismo y la figura de Mussolini.
De donde saqué, por cierto, este fragmento de 𝐼𝑙 𝑃𝑜𝑝𝑜𝑙𝑜 𝑑'𝐼𝑡𝑎𝑙𝑖𝑎:
. Por si alguien tiene interés, aquí (digiteca.bsmc.it/?l=periodici&t…) se puede leer el periódico en italiano desde 1914 hasta 1943.
Para no repetirme demasiado, refloto este hilo sobre la fermentación del fascismo italiano en un contexto de recrudecimiento de las contradicciones de la sociedad burguesa italiana de la época y, en particular, del socialismo:
En cierta medida como en el caso de Lenin y otros revolucionarios de Rusia, en Mussolini fue determinante el paso por Suiza, donde, en contacto con un gran número de emigrados y refugiados, comenzó a profundizar su peculiar acercamiento al marxismo.
Porque sí, Mussolini fue una figura destacada del socialismo italiano. Gentile señala muy pronto cómo con el estallido de la Gran Guerra Mussolini se pasa al campo del socialpatriotismo, del «intervencionismo». Pero no queramos correr tanto.
Antes de eso, Mussolini, como relata en su propia autobiografía juvenil, termina incluso en prisión por participar en una algarada en protesta por la guerra colonial imperialista de Italia contra Libia. Y antes aun, el histriónico personaje ya ha leído a Marx.
Gentile, de nuevo, acerca de la importancia de Suiza en la evolución ideológica y política del futuro Duce. Lo resaltado en negrita (siempre mío, a no ser que especifique lo contrario) es clave a nivel filosófico y político.
Como miembro del Partido Socialista Italiano, Mussolini comienza a hacer una defensa cada vez más entusiasta del marxismo.
Y no solo eso, sino que empieza a descollar como figura destacada contra la corriente más derechista del PSI. Sin tener conocimiento del personaje, Lenin (imagen derecha) saluda el camino tomado por el partido italiano, en buena medida a causa de la intervención de Mussolini.
De hecho, antes de la Gran Guerra, el italiano es un implacable enemigo del reformismo y el revisionismo marxistas. Causa rubor decir que incluso hace denuncias más a la izquierda que las posiciones de muchos comunistas actuales, aunque ya se observa cierto eclecticismo teórico.
Por ejemplo, en un mismo fragmento conjuga la crítica del economicismo con una doctrina voluntarista que cada vez se irá exacerbando más, conforme vaya evolucionando hacia posiciones más marcadamente (social)nacionalistas y, por tanto, antimarxistas.
No obstante, todavía se sitúa en un terreno, a su modo, de clase, en medio de una atmósfera cada vez más nacionalista y chovinista a lo largo y ancho de Europa.
La fórmula de Mussolini es muy diferente de la tesis leninista de transformar la guerra mundial imperialista en guerra civil revolucionaria, pero es curioso que, pocos días después de comenzada la guerra, el de Predappio exclame que los obreros italianos deben rebelarse:
Pese a ello, como se le puede leer a Gentile al final del último párrafo, Mussolini abandona pronto esa posición. Empieza a madurar en él la idea de salvaguardar la democracia como catalizador revolucionario. Ya tiene un pie y medio dentro de la charca del socialpatriotismo.
Usando argumentos que recuerdan a nuestros entrañables socialchovinistas de hoy, Mussolini desarrolla la tesis de que hay que aunar las categorías de clase y nación, que «el viejo antipatriotismo es cosa trasnochada». Obviamente, lo hace apelando a la autoridad de Marx y Engels.
Al apoyarse en Engels y Marx, el futuro Duce llega incluso a justificar su chovinismo tildando a los dos revolucionarios de nacionalistas fanáticos, agentes pangermanistas, etc.
Gentile —que, por cierto, no esconde su antileninismo— demuestra muy bien cómo muchas de las fuentes que utilizará Mussolini en 𝐼𝑙 𝑃𝑜𝑝𝑜𝑙𝑜 𝑑'𝐼𝑡𝑎𝑙𝑖𝑎, sobre todo para arremeter contra los bolcheviques, serán antiguos bolcheviques, eseritas o mencheviques, entre otros.
Benito Mussolini saluda con entusiasmo, a la manera socialpatriota, la Revolución de Febrero de 1917 en Rusia. Ya no queda ni rastro de perspectiva clasista; ahora la dialéctica es entre naciones o Estados. Los germanófilos son el enemigo principal.
Ahora la tarea es aplastar a los Imperios centrales, apoyar y «civilizar» a la atrasada y bárbara Rusia. Algo en lo que coincide, a grandes rasgos, la luminaria del marxismo socialpatriota ruso, Plejánov.
Como se ve, no faltaban, por supuesto, las acusaciones de bakuninismo y anarquismo contra los genuinos internacionalistas. ¡Exactamente igual que hoy! «Ha nacido un nuevo Lenin, Lenin el anarquista». Todo un orgullo ser ese tipo de «anarquista», sin duda.
Por cierto, lo de infravalorar la amenaza que representan en ese momento Lenin y los bolcheviques es históricamente muy cómico. Gentile resalta que solo el entonces ministro de Justicia avisa: «Lenin está a punto de llegar. ¡Entonces empezará en serio!» (p. 85).
No me resisto, lo siento, a compartir esta alusión de Podrecca sobre el Lenin catedrático y profesor.
Aún me sigue fascinando que se acuse de dogmatismo (!) a Lenin. Pero volvamos al tema. Gentile expone muy bien la posición de Mussolini y su periódico respecto a la guerra imperialista, tanto en Rusia como en la propia Italia.
Mussolini empieza a coquetear cada vez más con la idea de salida, por decirlo así, excepcional a la crisis italiana y la guerra, cuyo carácter define abiertamente como antialemán.
Aunque por motivos obvios (meme de Yoda al acecho) no puedo explayarme, quisiera decir que en el libro de Gentile hay múltiples fragmentos de 𝐼𝑙 𝑃𝑜𝑝𝑜𝑙𝑜 𝑑'𝐼𝑡𝑎𝑙𝑖𝑎 que demuestran el enorme interés que despertaron los acontecimientos rusos entre Mussolini y los suyos.
Solo resaltaré los que más relación tienen con Lenin, los bolcheviques y su apuesta por transformar la guerra imperialista en guerra civil revolucionaria. Como este, donde ya se observa algo que está en el ADN ideológico del fascismo: la apelación permanente a la conspiración.
O este otro: Lenin y los bolcheviques revolucionarios están a sueldo del káiser alemán. Esta acusación irá teniendo cada vez más protagonismo.
Hay que decir y reivindicar que, en ese momento y mientras Mussolini sigue propalando su chovinismo intervencionista allí donde puede, en el mismo país hay socialistas revolucionarios consecuentes que se solidarizan con Lenin y el resto de bolcheviques.
Y es que la guerra de Mussolini contra Lenin y los bolcheviques de Rusia es la guerra contra los revolucionarios italianos:
Gentile recuerda lo que hoy algunos parecen haber olvidado: todos los oportunistas y socialreformistas de Rusia, desde el eserita Kerenski hasta el anarquista Kropotkin, se sientan en una misma mesa para combatir al Partido Bolchevique en general y a Lenin en particular.
A pocos días del triunfo de la Revolución de Octubre, Polverelli vuelve a incidir en 𝐼𝑙 𝑃𝑜𝑝𝑜𝑙𝑜 𝑑'𝐼𝑡𝑎𝑙𝑖𝑎 en la tesis de que Lenin y los que ellos consideran como leninistas son un instrumento al servicio del imperialismo alemán.
Un ejemplo más (y con esto detengo el hilo para terminarlo en un ratito con la segunda y última parte): la línea de Lenin, que representa a la contrarrevolución, es una «marca tedesca», alemana.
Decía que Mussolini, con la guerra imperialista mundial en marcha, bosqueja el boceto que anuncia en parte la doctrina fascista posterior. En esta declaración lo deja más claro: no solo hay que proseguir la guerra; hay que acabar con la «conducción democrática» de la misma.
De modo muy ilustrativo, en 𝐼𝑙 𝑃𝑜𝑝𝑜𝑙𝑜 𝑑'𝐼𝑡𝑎𝑙𝑖𝑎 se insiste desde el triunfo de Octubre en la idea, de la que participará a coro toda la burguesía mundial (oportunismo inclusive), de que la joven República soviética es una autocracia basada en la política del terror.
Para lo cual, como dije antes, se apoyarán en todas las figuras políticas prominentes en Rusia que de un modo u otro han militado en el campo del defensismo imperialista, de la contrarrevolución, como el ácrata Kropotkin.
En 𝐼𝑙 𝑃𝑜𝑝𝑜𝑙𝑜 𝑑'𝐼𝑡𝑎𝑙𝑖𝑎 se plantea la siguiente disyuntiva: o Wilson o Lenin, o civilización universal o salvaje barbarie asiática. Desde el periódico también se da espacio a Kerenski, quien pide el 29 de junio de 1918 que la Entente aplaste a la Rusia soviética.
Vale la pena insistir en la colusión de intereses entre el embrionario fascismo y todo el arco del oportunismo socialpatriota contra la «tiranía bolchevique», porque en la publicación mussoliniana se da amplia cobertura a este último. Gentile se refiere a ello una y otra vez.
También se valen, como no podía ser de otra manera, de la fracción más derechista y chovinista del socialismo militante italiano.
No en vano, el argumentario de Mussolini contra la revolución bolchevique repite casi punto por punto las acusaciones de renegados como Plejánov y Cía. ¡La historia no os ha dado permiso aún para la revolución, bolcheviques!
En octubre de 1918, Mussolini y sus adeptos continúan reproduciendo la propaganda contrarrevolucionaria burguesa que todavía se sigue repitiendo hoy de forma machacona: el régimen bolchevique es una tiranía peor aún que el Estado zarista.
Ironías de la historia, el futuro Duce se pronuncia en contra de cualquier forma de dictadura y exige erradicar toda influencia «tártara» o «moscovita» de su «revolución»:
Pide, además, «[e]xtender un cordón sanitario para evitar que toda Europa, en los próximos meses veraniegos, se vea devastada por miríadas de no microscópicos bolcheviques que pululan en el bello paraíso de Lenin» [Mussolini, 𝑂𝑝𝑒𝑟𝑎 𝑜𝑚𝑛𝑖𝑎, XIV, pp. 455-457] (p. 201).
En Italia ha comenzado la campaña de terror blanco, contrarrevolucionario, mientras Mussolini reitera que «el régimen de Lenin» no es «la realización del socialismo, sino la edificación de una dictadura de partido» que repite lo peor «de los Estados burgueses» (Gentile, p. 207).
Rescatando su interpretación pasada de la revolución como voluntad de conquista, Mussolini aprovecha el momento de la guerra polaco-soviética (1919-1921) para denunciar al bolchevismo como «imperialista»:
Una muestra del carácter ecléctico, inconsistente y errático de las ideas de Mussolini la expone Gentile respecto al problema judío. Primero, emulando, entre otros, a la ANI (
), dice que los bolcheviques están a sueldo de la plutocracia judía internacional.
Pero, con posterioridad, afirma exactamente lo contrario: que el bolchevismo no es un fenómeno judío y que, de hecho, perjudica a los judíos.
Aunque no profundizaré en el tema porque ya hablé de ello en el hilo enlazado más arriba, conviene no perder de vista el proceso de fascistización que se vive en esos momentos en Italia, que Gentile resume igualmente en el libro sobre Mussolini y Lenin.
Pero más interesante aún es traer a colación la evolución del pensamiento de Mussolini en lo relativo a la firme defensa del modo de producción capitalista. ¡Para este viaje no hacían falta alforjas!
«Declina el mito absurdo del comunismo y surge, entre inenarrables miserias y dolores, la nueva realidad del mañana. Que será —repitámoslo por enésima vez— capitalista» [Mussolini, 𝑂𝑝𝑒𝑟𝑎 𝑜𝑚𝑛𝑖𝑎, XVII, pp. 76-78] (p. 239).
Naturalmente, Mussolini responsabiliza al bolchevismo y al «viejo dualismo» de haber contribuido a la pretendida derrota del marxismo.
Como los Noske en Alemania, Mussolini denuncia al PSI como un partido antiitaliano, enemigo de la nación italiana, y reivindica la necesidad de una guerra civil, pero no contra la burguesía, sino contra los leninistas.
Con el PCI constituido en 1921 como sección italiana de la Internacional Comunista, el nivel de enfrentamiento con los fascistas y el conjunto de la burguesía asciende ya al de guerra abierta:
Hace tiempo que Mussolini ha roto por completo con el marxismo. Gentile sitúa el hito formal definitivo de la ruptura el 1 de agosto de 1918, cuando 𝐼𝑙 𝑃𝑜𝑝𝑜𝑙𝑜 𝑑'𝐼𝑡𝑎𝑙𝑖𝑎 ya no se autodenomina «diario socialista», sino «diario de los combatientes y productores».
Otro ejemplo de la inconsistencia doctrinal de Mussolini: dejando a un lado el absurdo esencialismo nacionalista italiano, es ilustrativo cómo denuncia el bolchevismo apelando a lo que describe como individualismo, como «crítica corrosiva» de los «iconos rusos».
El oriundo de la Emilia-Romaña¹ ha pasado de considerar a Marx como un maestro inmortal a detestar su «cristianismo». Ahora lo que toca es enaltecer el culto de la fuerza y de la audacia.
¹La histórica Emilia-Romaña roja, ¡otra ironía de la historia!
Para el Duce, el comunismo ya no puede ser más una ciencia, ni siquiera una fábula mítica; el ciclo abierto por Octubre se ha agotado y, por descontado, la idea misma de revolución social se ha convertido en una mera fantasía.
Consciente del peso de la realpolitik internacional, Mussolini reconoce al Estado soviético, pero advierte, antes de celebrarse la Conferencia de Génova (1922), que el Partido Nacional Fascista tomará represalias si se expresan simpatías públicas hacia los delegados soviéticos.
Mussolini, «𝑑𝑢𝑐𝑒 antibolchevique, defensor del capitalismo, paladín de la burguesía», interpreta la posterior firma del tratado entre Italia y la República soviética como un triunfo frente al comunismo y a Lenin, convertidos para el italiano en mitos o, peor aún, cadáveres.
A lo largo de todo 1921 se completa el proceso de conversión de lo que Gentile llama «fascismo libertario y antiestatalista» en «fascismo antidemocrático y estatalista». El camino para aplastar al bolchevismo pasa ahora por liquidar la democracia burguesa.
Merece la pena compartir este pasaje de Mussolini, y prometo que ya voy terminando, escrito en abril de 1920, cuando el italiano reivindica el «alma de desesperados individualistas» e insta a una rebelión anarquizante contra el «Moloch [estatal] de semblante terrorífico».
Poco después, anuncia que el siglo XX será el siglo de las restauraciones; el fascismo, que «no conoce ídolos, no adora fetiches: ya ha pasado y, si es necesario, volverá a pasar tranquilamente sobre el cuerpo más o menos descompuesto de la Diosa Libertad» (en Gentile, p. 294).
Si el «golpe revolucionario de Mussolini» ha dado «de nuevo a Italia el prestigio internacional perdido» (Polverelli), la recién creada Milizia Volontaria per la Sicurezza Nazionale debe «proteger los inevitables (...) desarrollos de la revolución de octubre» (Mussolini).
Ello constituye una prueba del carácter inequívocamente contrarrevolucionario del fascismo en boca de un personaje que es capaz de sostener esto (lo cual, a su modo casi esquizoide y ultrarreaccionario, impugna el paradigma espontaneísta-insurreccionalista de revolución)...
... y al mismo tiempo esto otro, que no hará falta recordar cómo coincide en esencia con lo más granado del socialchovinismo pasado y presente. Creo que es un buen colofón para terminar este extenso relato. Las conclusiones están muy claras. ¡Salud!
Si se me permite una adenda final, a partir de aquí (
) comienza un breve hilo que explica de modo conciso las bases históricas de la formación socioeconómica italiana, con similitudes respecto a la española, en la que germina el fascismo italiano.
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Interesante escrito sobre el derecho penal del enemigo. Aunque el autor parte de una filosofía burguesa del derecho, aporta elementos valiosos para la crítica radical de la deriva corporativizadora de la ley y lo penal en los Estados imperialistas.
Una deriva corporativizadora y antiliberal, por cierto, de la que participa también de modo entusiasta, desde hace varias décadas, el feminismo, aunque todavía un importante sector de la vanguardia se niegue a verlo. Ya se sabe, los tabús burgueses son muy poderosos.
Más allá de las ilusiones del autor respecto a una suerte de derecho penal liberal puro (imposible en las condiciones imperantes de corporativización creciente del régimen capitalista actual), es ilustrativo el hecho de perseguir peligros/enemigos y no hechos/bienes jurídicos.
Espero que no moleste que, para no repetirme ni alargar en exceso los comentarios, a lo largo del hilo me autocite para intercalar el trabajo de Aizpuru con otros escritos donde se tratan cuestiones relevantes respecto al problema nacional en la formación socioeconómica española.
Intentaré ser esta vez más telegráfico, pues son temas más que tratados. ¡Dentro hilo!
Una primera queja: la escasez de fuentes sobre el nacionalismo español en contraste con los tres grandes nacionalismos periféricos del Estado español: el catalán, el vasco y el gallego.
No lo saben, pero lo hacen... los principios nacionalistas que formuló el austromarxista O. Bauer hace más de un siglo constituyen los cimientos político-ideológicos de la casa común de la burguesía, incluyendo a una buena parte del marxismo revisionista, en el problema nacional.
Dicho sea de paso, es corriente establecer en un fascista español como Ledesma Ramos la paternidad de la tesis socialpatriota de que los obreros son los auténticos depositarios de la nación. En realidad es una idea expresada antes y con mayor profundidad por el austriaco.
«[E]sta política evolucionista nacional es la política de la moderna clase obrera (…) A este fin sirve ya la política democrática del proletariado (...) [la] creciente diferenciación espiritual de las naciones, ése es el sentido del socialismo». Ibíd.
Voy a compartir algunos títulos de sumo interés para profundizar en el estudio del problema nacional desde la óptica del marxismo revolucionario. Los de las citillas apócrifas de Lenin también pueden tomar buena nota, si es que no es mucho texto para sus masas encefálicas, claro.
Vamos con algunos más:
Más material de ese que queda un poco grande a todos los nacionalistas disfrazados de rojo, de nación grande, mediana o pequeña:
Lo lamento por los «comunistas de sindicato y fronteras estatales» (@__pandemiurg dixit): ni durante el periodo de conformación histórica de la clase obrera como clase en sí, cuando la espontaneidad era palanca de revolución, jugó lo sindical un rol destacado para Marx y Engels.
Poco se recuerdan ambos hechos interrelacionados: la AIT de Marx y Engels, pese a que se constituye en un momento en que lo sindical sí es un escalón de conformación de la clase como sujeto independiente, va mucho más allá de los estrechos intereses económicos o sindicales...
... y también de la pequeñez de espíritu de una o varias naciones, demostrando ya desde el principio que la lucha obrera revolucionaria es forzosamente internacional y que debe incorporar como parte de su programa la lucha contra la opresión nacional y contra todo nacionalismo.
Tendría que releerlo, pero este trabajo, aun viniendo de donde viene, aporta pistas muy interesantes sobre la extremadamente heterogénea ultrarreacción norteamericana. Por la fecha, claro, lamentablemente no aparecen QAnon ni los Boogaloos ni Proud Boys.
Por ser aún la primera potencia imperialista del orbe, aunque en franco declive, y por la onda expansiva que pudiera generar, yo estaría muy pendiente de lo que en este sentido se está incubando en esa gigantesca y especialmente siniestra dictadura capitalista.
Si a veces una imagen vale más que mis palabras, no me imagino las piruetas verbales que tendrán que dar los activistas de izquierda de los microrrelatos identitarios cuando se enteren de que la cabeza política de los Proud Boys, y dirigente de Latinos For Trump, es un mulato.