Mi opinión sobre la crisis del Liverpool:
Cuando se lesionó Van Dijk en octubre, el Liverpool dio una respuesta de equipo campeón. La estructura colectiva sostuvo al equipo en defensa y la irrupción de Diogo Jota lo espoleó en ataque, dejando 7 victorias y 3 empates en los siguientes 10 partidos de Premier.
Diogo Jota había absorbido todo lo negativo del varapalo para convertirse en el alma de un equipo al que hacía creer a golpe de goles decisivos. El portugués era optimismo, intensidad, determinación, racha. El Liverpool había fichado un ganador y se estaba mirando en él.
En el transcurso de este tramo de 10 encuentros, Joe Gomez había dicho adiós a la temporada, Matip se perdía 4 partidos (aparecían debuts de canteranos y reconversiones a central), Arnold y Fabinho 2 cada uno, Salah y Keita pasaban el Covid… Pero el Liverpool era acero.
Además, la incertidumbre por el resultado que daría la mezcla contracultural entre el Liverpool y Thiago seguiría a la espera por la lesión de rodilla del español. Así que, a la espera de que las desgracias amainaran, el Liverpool seguía siendo el Liverpool, más Diogo Jota.
La lesión de Diogo Jota es un jarro de agua fría para un vestuario golpeado durante toda la campaña, representado en la rabia desatada de Firmino tras marcar en el descuento ante el Tottenham. El Liverpool es líder en solitario. Diogo Jota está fuera, vuelve Thiago.
El escenario para Thiago no era el soñado. Sin ritmo competitivo (135 minutos en 4 meses), con necesidad de acoplarse rápido por las bajas, acompañado de suplentes (Fabinho y Henderson suplen a los centrales) y en un equipo que no reconoce su figura porque no tuvo nada similar.
El fútbol de Thiago es una gota negra en el blanco del Liverpool. Su rendimiento ha sido notable desde el inicio, pero su juego lo impregna todo. Si está Thiago, se juega a lo que quiere Thiago. El equipo necesita tiempo para entenderlo y el estado de necesidad lo complica todo.
Tener a Thiago en el campo supone buscarlo a él como opción casi prioritaria en un conjunto que sólo usaba el medio del campo cuando no quedaba más remedio (en ataque posicional). Thiago es un foco en un equipo que no tenía más foco que la portería rival.
Y esto no tiene que ver con una intención táctica, sino con el tic mental del compañero que antes compartía responsabilidad sobre el funcionamiento del mediocampo y ahora se siente un secundario que no debe fallar a ese líder. O sea, entre arriesgar o pasar a Thiago, lo segundo.
La inconsistencia de piezas clave como Arnold o Firmino, el goteo de bajas y la falta de gol que costaba puntos que merecían, fueron erosionando la moral del equipo hasta acabar alternando malos partidos ante modestos que replegaban con reivindicaciones ante West Ham o Tottenham.
El Liverpool que (como el Atlético) siempre vino desde atrás, desde esa comodidad de que la responsabilidad de salir campeón era de otros, de repente se ve no sólo con esa presión desconocida sino con la imposibilidad de colmar expectativas. Lo que era ilusión ahora es ansiedad.
Muestra clara. Minuto 73, partido igualado ante el mejor conjunto de Europa y Alisson comete un error impropio de él, que sólo se entiende desde la espiral depresiva del equipo. La dinámica negativa rompe el partido y crea una distancia entre resultado (1-4) y realidad del juego.
Una cosa es la realidad que se ve desde fuera (1-1 en el ’73 y vengo de ganarle bien a West Ham y Tottenham) y otra la percepción de la realidad que tienes los de adentro (1-4 en casa que multiplica la bola de nieve de lo que traigo de antes). Estos resultados hacen daño.
El Liverpool debe reajustar expectativas de acuerdo a las bajas, porque exigirle como si fuera el mejor equipo del mundo es injusto en el contexto que vive. La Champions puede ser luz que limpie su mente, porque el fútbol lo tiene. Lo que tantas veces le pasó al Madrid.
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