Brasil pidió a los organizadores del Mundial México 86 que su grupo jugara sus partidos eliminatorios en Guadalajara. Brasil había jugado el mundial del 70 en estas ciudad sintiéndose en casa.
De hecho, hay una escultura brasileña agradeciendo ello frente al Estadio Jalisco.
De hecho, hay una escultura brasileña agradeciendo ello frente al Estadio Jalisco.
Es 1986. El adolescente Chavira termina el segundo grado de secundaria.
Salíamos a las ocho de la noche del plantel y retornábamos a casa en camión un grupo de amigos que vivíamos por el mismo rumbo.
A veces retornábamos en la camioneta del novio de una de las compañeras.
Salíamos a las ocho de la noche del plantel y retornábamos a casa en camión un grupo de amigos que vivíamos por el mismo rumbo.
A veces retornábamos en la camioneta del novio de una de las compañeras.
Algún día contaré la historia de esa pareja, a la cual yo los presenté. Drama shakesperiano juvenil.
El punto es que, durante el mundial nos íbamos en su camioneta a las afueras del Estadio Jalisco a esperar la salida de la afición.
Una de esas veces fue in partido de Brasil.
El punto es que, durante el mundial nos íbamos en su camioneta a las afueras del Estadio Jalisco a esperar la salida de la afición.
Una de esas veces fue in partido de Brasil.
Brasil ganaba su partido y los asistentes se unían con aquellos que esperábamos el contingente. Pero cuando jugaba Brasil, el tumulto era mayor y se convertía en un río humano que tomaba rumbo al centro de la ciudad paralizando la Calzada Independencia.
Cada triunfo de Brasil en el Jalisco, durante el mundial México 86, era desfile de batucadas, mariachis, brasileños, tapatíos y extranjeros.
Desfile que terminaba en fiesta en el centro de Guadalajara.
A eso íbamos, a participar de la algarabía que producía el futbol.
Desfile que terminaba en fiesta en el centro de Guadalajara.
A eso íbamos, a participar de la algarabía que producía el futbol.
Aun me recuerdo, cantando con mis amigos, empapados todos con el uniforma príncipe de gales de la secundaria, adolescentes metidos en un río humano sin temor al mañana. Siendo partícipes de un festejo ajeno convertido en propio.
Éramos inmensamente felices, caray.
Éramos inmensamente felices, caray.
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