Las mujeres de nuestra historia siempre han demostrado no tener nada que envidiarles a los hombres. La vida de Catalina de Erauso fue toda una aventura, se fugó de su convento para alistarse en el ejército de Felipe III, ascendiendo por méritos al grado de alférez. Hilo.
Catalina de Erauso y Pérez de Galarraga nació en San Sebastián, según citan algunas fuentes incluyendo su autobiografía, en 1585, aunque su partida de bautismo es del 10 de febrero de 1592; sin embargo, no era raro en aquella época bautizar a los niños más tarde.
Se crió siendo hija del capitán Miguel de Erauso y de María Pérez de Galarraga, ambos provenientes de familias hidalgas de la entonces villa de San Sebastián. Su padre llegó a ostentar el mando militar de la provincia durante el reinado de Felipe III.
La infancia de Catalina se caracterizó por instruirse en las artes de la milicia junto a sus hermanos, lo que sin duda marcó el devenir de la niña. Sin embargo, a los 4 años de edad fue internada junto a sus hermanas Isabel y María para instruirse en un convento.
El convento pertenecía a la parroquia de San Sebastián el Antiguo, y allí era priora la prima de su madre. Su carácter indómito enseguida produjo tiranteces con las religiosas, que no pudieron controlarla, decidiendo la priora trasladarla al monasterio de San Bartolomé.
Durante estos años de reclusión Catalina descubrió que no tenía vocación religiosa y rechazó profesar los votos. La noche del 18 de marzo de 1600, se hizo con las llaves del convento y se escapó de su celda, donde estaba recluida por haber llegado a las manos con otra novicia.
Consiguió hacerse con ropa de hombre (se desconoce si se la cosió utilizando su hábito o si la halló en el convento), se cortó el cabello y se fugó. Tenía 15 años. Luego vagabundeó como prófuga de pueblo en pueblo alimentándose de hierbas y manzanas que encontraba por el camino.
Así consiguió llegar hasta las inmediaciones de lo que hoy es Vitoria. Conoció entonces al doctor y catedrático Francisco de Cerralta, cansado con otra prima de su madre, y éste le dio techo y vestido. Se instruyó en casa del catedrático durante unos 3 meses, aprendiendo latín.
Tras un altercado con el doctor se hizo con algo de dinero y volvió a fugarse. Por los caminos se encontró a un arriero que la llevó a Valladolid, lugar donde se encontraba en aquel momento la corte de Felipe III por la influencia urbanística de su valido el duque de Lerma.
No se sabe cómo, pero entró a trabajar como paje del secretario del rey, don Juan de Idiáquez, todo ello vestida de varón y bajo el falso nombre de Francisco de Loyola. Tras 7 meses en la corte se vio obligada a huir apresuradamente de Valladolid al llegar a la ciudad su padre.
Miguel de Erauso, había ido en busca del secretario real, puesto que eran buenos amigos. Cuenta Catalina en su autobiografía de 1626 que quiso la fortuna de que su padre no la reconociera al ir buscando a don Juan de Idiáquez, a pesar de que habló brevemente con ella.
Puso camino a Bilbao donde desgraciadamente no encontró techo ni señor al que servir, y es más, recibió un asalto de unos jóvenes, defendiéndose e hiriendo a uno de ellos de una pedrada. En el altercado terminó detenida con los asaltantes y permaneció en prisión un mes.
Una vez libre se fue a Estella, Navarra, donde halló trabajo como paje del señor Alonso de Arellano, y en su casa sirvió durante dos años, aproximadamente entre inicios de 1602 y finales de 1603, siendo siempre bien tratada y vestida.
Se cansó de esta vida y decidió regresar a San Sebastián, viviendo como varón y tratándose ocasionalmente con sus familiares, aunque o se sabe si sabían que era ella o no. Tras un tiempo allí se fue al puerto de Pasajes y se enroló en la tripulación del capitán Miguel de Berróiz.
Llegó a Sevilla con el capitán y dos días más tarde partió hacia Sanlúcar de Barrameda ganando plaza como grumete en el galeón del capitán Esteban Eguino, que resultó ser primo de su madre. Y el lunes santo del año de 1603 puso rumbo a América.
Todo el tiempo estuvo disfrazada de varón, con el cabello corto y variando de nombres: Francisco de Loyola, Ramírez de Guzmán o Antonio de Erauso, posiblemente haciéndose pasar por un hermano o primo. Parece ser que era poco agraciada en belleza lo que ayudaba a pasar por hombre.
Al llegar a Punta de Araya, Venezuela, tuvo que tomar parte en un combate contra una flotilla pirata holandesa, a la que derrotaron y de allí prosiguieron hasta Cartagena de Indias. Pusieron rumbo más tarde hacia Nombre de Dios, Panamá, donde anclaron durante 9 días.
Durante este viaje murieron varios marinos debidos al clima y las enfermedades. Tras embarcar la plata de indias, estaba a punto de partir el galeón cuando acaeció un incidente donde Catalina mató de un disparo a un hombre, cogiendo 500 pesos y fugándose a tierra.
Algunas fuentes dicen el hombre era su tío y otras que al capitán, aunque sin saber muy bien el motivo. Con el pretexto de que le habían encargado un importante negocio en el puerto desembarcó y una hora más tarde el galeón zarpaba sin ella rumbo a España.
Se estableció en Panamá varios meses trabajando para Juan de Urquiza, mercader de Trujillo, con el que partió después hacia Paita, Perú, para recibir un cargamento. A la altura de Manta, Ecuador, un gran temporal echó a pique la nave y tuvo que nadar hasta el puerto para salvarse
Tras un par de aventuras en Paita se va a Zaña, que era una villa comercial con importante ganado, grano y frutas. Allí se estableció bajo el amparo de Juan de Urquiza que le proporcionó. Desgraciadamente durante su estancia en Zaña tiene un altercando en un corral de comedias.
Se produce un cruce de aceros, terminando el duelo con el joven hidalgo al cortarle la cara y teniendo que salir Catalina de la villa con prisas. Es dada presa y llevada a la cárcel, aunque liberada prontamente por mediación de su señor y del obispo.
Si bien se le puso la condición que abandonara las pendencias y casara con doña Beatriz de Cárdenas, dama de buena posición y tía del mozo. Para evitar dar al traste con su fachada, se niega a los esponsales y se marcha a la ciudad peruana de Trujillo, donde su señor la ayuda.
Allí pone una tienda y vive en paz hasta que la hallan el mozo cortado y dos de sus amigos para retarla de nuevo. En la propia puerta de la tienda intercambia acero, auxiliada por un amigo, contra los tres hombres. Cae muerto en el duelo uno de ellos por una estocada de Catalina.
Vuelve a ser encarcelada y como en la ocasión anterior, es su señor quien utiliza sus influencias para ponerla en libertad, pero decide mandarla con buena bolsa y recomendación a Lima, capital del Virreinato del Perú. Allí se presenta al cónsul mayor Diego de Solarte.
El consul le entrega una casa para que instale allí una tienda pero el negocio no triunfa y tras 9 meses es despedida, debiendo buscándose el sustento de otra forma. Quiere la fortuna que se necesitaran hombres y estuviera el reclutador en la ciudad para las campañas de conquista
Catalina se alista en la compañía del capitán Gonzalo Rodríguez para la campaña de Chile, siendo una de los 1600 hombres reclutados en Lima parte hacia la ciudad de Concepción. Llega a Chile el ejército para conquistar las tierras mapuches entre los años 1612 y 1617.
Es acogida por el secretario del gobernador, que no era otro que su hermano mayor Miguel de Erauso, que tampoco la reconoce. Sirve en los ejércitos del rey durante 3 años hasta que tiene una disputa con su hermano, posiblemente un paradójico lío de faldas, y es desterrada.
Durante la guerra contra los mapuches gana fama de valiente y diestra con las armas, ascendiendo al empleo de alférez tras la batalla de Valdivia. En la siguiente batalla, de Purén, su capitán muere y asume ella el mando de forma interina, ganándose la batalla.
Podría haber sido su carrera militar en los Tercios meteórica, pero se elevan varias quejas contra ella por su excesivo celo en la conquista y no es ascendida a capitán de su compañía, lo que la enfurece. Se suceden entonces las desdichas en la vida de Catalina.
Mata en Concepción al auditor general de la ciudad, aunque no se conoce el motivo, y es encerrada en una iglesia durante 6 meses. Y tras ser puesta en libertad mata a su hermano don Miguel de Erauso en otro duelo, siendo nuevamente encarcelada 8 meses.
Cabe decir que en el siglo XVII intercambiar estocadas era tan frecuente que eran pocos hombres, sobre todo los hidalgos, los que no tenían una cicatriz o habían matado a un hombre, razón por la que en diversos motivos se prohibieron los duelos al menguar las clases nobles.
Decide huir al punto más lejano de la corona y cruza los Andes por una ruta difícil en dirección a Argentina. Llega moribunda y es llevaba por un indígena hasta Tucumán, donde le van tan bien las cosas que llega a prometerse con no una sino dos jóvenes damas de buena posición.
Por diversos motivos, posiblemente más pendencias, termina dejando a ambas plantadas en el altar y huyendo con no más riqueza que las dotes y las prendas de vestir de Holanda que le había regalado la sobrina del canónigo como señal de amor.
Tras su precipitada salida, llega a Potosí, sirviendo allí como ayudante de un sargento mayor en las luchas contra los indios, y distinguiéndose en la batalla de Chuncos. En La Plata es acusada de un delito que no cometió, torturada y posteriormente puesta en libertad.
Se dedica entonces a negocios de poco lustre a las órdenes de Juan López de Arquijo viéndose obligada a acogerse a sagrado y refugiarse en una iglesia por otro pleito. En Piscobamba, mata a otro hombre por asuntos de juego, naipes o dados, siendo condenada a muerte.
Salvada en el último momento por la deposición de otro condenado, pide asilo a la Iglesia otros 5 meses tras un duelo con un marido celoso, se dice, y posteriormente se traslada a La Paz, donde vuelve a verse envuelta en más pendencias y con pesando sobre ella otra pena capital.
Antes de ser ejecutada en el cadalso, finge confesarse y huye a Cuzco. No es hasta 1623 cuando es detenida en Huamanga, Perú, a causa de un pleito y con el agua al cuello lista para sentencia pide clemencia al obispo confesando ser mujer y haber servido a Dios como novicia.
Se forma un tribunal médico y varias matronas la examinan confirmando que efectivamente es una mujer y que además está intacta. Decide el obispo acogerla y enviarla de vuelta a España, donde sus andanzas son tales que llegan hasta el propio rey Felipe IV que la recibe.
La recompensa el rey manteniéndole su graduación militar y se la apoda como la monja-alférez, permitiendo también adoptar su nombre masculino si así lo desea y dándole una pensión propia de su rango por sus servicios prestados en Chile.
Las aventuras de Catalina corren como la pólvora por las cortes europeas y viaja hasta Roma, recibiendo audiencia del papa Urbano VIII, que le da bula para poder seguir vistiendo de hombre, cosa que hasta ese momento no sólo era ilegal, sino que además era perseguido.
Tras esta breve gira europea, vuelve a América con su pensión y en 1630 se instala en Nueva España, probablemente en la ciudad de Orizaba, estableciendo allí un negocio de arriería entre Ciudad de México y Veracruz.
Continúa viviendo en paz hasta que, se dice, fallece en 1650 llevando una carga pesada en un bote, aunque otros localizan su fallecimiento en los altos de Orizaba, sola y con sus burros de carga. Doña Catalina recibe cristiana sepultura en la Iglesia de San Juan de Dios.
Esta es la prueba que las mujeres españolas han sido de armas tomar, y respetadas y admiradas por los hombres y los reyes.

Láminas de Ferrer-Dalmau, Parrilla, Delfín Salas y otros; fotogramas de la película La monja alférez.

¡Feliz Día de la Mujer!

Gracias por leer.

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