Lugares Comunes, parte 2. Otro lugar común del progresismo se resume en la frase “crecimiento no es lo mismo que desarrollo”. Va hilo.
La frase contiene cierta cuota de verdad. Se pueden identificar países donde el PBI per cápita es comparativamente elevado y el indice de desarrollo humano no lo es tanto, o donde otros indicadores socialmente deseables no dan demasiado bien.
Otro elemento a tener en cuenta es que las economías poco complejas y diversificadas suelen perder posiciones con el paso del tiempo, aunque en determinado momento puedan exhibir elevadas tasas de crecimiento.
Es lo que suele observarse en países que dependen de la exportación de unos pocos productos de precios internacionales volátiles. El PBI per cápita (nominal) de Arabia Saudita, por ejemplo, es menor que en la década de 1970.
Igualmente, Brunei nunca volvió a tener el mismo nivel de PBI per cápita que tuvo en el pico petrolero de 1979 (a raíz de la Revolución Islámica en Irán).
Quizás haya algo de esto en los casos de Argentina y Uruguay, países que a principios del siglo XX se ubicaban entre los de mayor PBI per cápita del mundo (ampliaremos). Los términos de intercambio argentinos, pj, tuvieron su pico pocos años antes de la primera guerra mundial.
Pero es aquí donde debemos mirar con más cuidado, ¿podemos concluir lo contrario? Es decir, ¿podemos imaginar el desarrollo sin crecimiento?
Un ejercicio ilustrativo para quienes intuyen una respuesta positiva a esta pregunta sería que traten de identificar países a los que consideran desarrollados con PBIs per cápita inferiores a los 30 mil dólares (PPP).
Por debajo de los 20 mil no van a encontrar ninguno, incluso con la mayor voluntad. Entre cierto progresismo ecolochantista incluso se puso de moda cuestionar la necesidad de aumentar la productividad para mejorar condiciones de vida porque sería un planteo “economicista” (?).
Conclusión que debería ser obvia, pero que ya no lo es en estos tiempos post-materialistas: el crecimiento es una condición absolutamente necesaria, aunque no siempre suficiente, del desarrollo.
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En el progresismo argentino suele ser un lugar común decir “el país es rico, pero la riqueza está mal distribuida”. Más recientemente, pos-modernismo ecolochanta mediante, a este lugar común comienzan a agregarle un adagio preocupante: “no hace falta crecer”. Va hilo.
Sorprende que no adviertan la contradicción en decir que somos ‘ricos’ y al mismo tiempo sostener que nuestra estructura productiva es ‘primaria’, ‘extractivista’, etc.
No somos ricos, ningún país de la región lo es. Con suerte estamos a mitad de tabla. Es comprensible que no se enteren teniendo en cuenta que el post-estructuralismo detesta los números y desconfía de la ciencia.
En ciencias sociales es difícil realizar experimentos. Si algo positivo nos deja el Covid-19, es que al impactar simultáneamente sobre todo el planeta funciona como un experimento natural para evaluar comportamientos sociales y capacidades estatales. Va hilo.
Aunque estas comparaciones no sean controlables como en un laboratorio, nos brindan una aproximación imperfecta a un tubo de ensayos para pensar las condiciones que facilitan o dificultan el desarrollo económico.
La mayoría de los países desarrollados ya eran desarrollados cuando se completó la Segunda Revolución Industrial (grosso modo 1870-1914). Los que llegaron a esa meta después fueron casos excepcionales.
Aclaración, como bien me apunta @ArielDvoskin, en este caso efectivamente la exclusión es imposible, pero con más de un factor no se puede definir en forma inequívoca en cual sector se tiene ventaja competitiva y en cual no. Es decir, ni siquiera es un concepto preciso.
Paul Krugman ha fustigado contra la idea de competitividad y la noción de que los países compiten unos con otros. Critica a los autores que defienden estas posiciones por incurrir en razonamientos falaces y descuidos aritméticos elementales.
Para Krugman siempre los países podrán especializarse en el comercio internacional en concordancia con sus ventajas comparativas. Quedar excluido del comercio sería imposible. Todo argumento proteccionista, para él, está flojo de papeles.
El Diego era mucho más que un jugador de fútbol. Los goles a Inglaterra y los pases a Caniggia y Burruchaga no alcanzan para explicar su magnetismo y trascendencia simbólica. La explicación debe buscarse por otro lado.
Se distinguió por dos rasgos inconfundibles: nunca olvidó sus orígenes y en toda grieta se inclinó por aquellos a quienes veía como más débiles.
Dicho de otro modo, tenía conciencia de clase (los que dicen que esta categoría está en desuso pues… en palabras del Diez “que la chupen y la sigan chupando”).