Thread by @Blayasensat

Lo que ha pasado hoy en el congreso cuando @ierrejon hablaba sobre la salud mental es para que nos caiga la cara de vergüenza a todos. No podemos tolerar este tipo de respuestas, por decencia y respeto.

Os voy a contar una historia.

En 2018 en España murieron 3.539 personas por suicidio. Esa es la cifra oficial, pero detrás se esconde un número mayor. El suicidio es la principal causa de muerte violenta en el país, superando por mucho los accidentes de tráfico.

El pasado año decidí hacer mi TFG sobre el suicidio. Me interesaba hablar con las familias, que se hacen llamar supervivientes, porque cuando el suicidio te golpea ya no puedes volver a vivir igual. Es imposible.

Ellos son los representantes más visibles, pero son solo la punta de un iceberg que es tan monstruoso que verlo entero requeriría de un estudio inmenso. La salud mental lo es todo, pero es cara, es estigmatizante, es dolorosa, nadie la quiere afrontar. Nos da miedo.

A lo largo del trabajo conocí a gente maravillosa. Aprendí tantísimo de todas aquellas personas... es impresionante la dignidad con la que soportan esta herida, que nunca puede sanar.

Os hablaré de Cinto. Él es un padre que perdió a su hijo y que no sabe cómo avanzar.

Cinto se acababa de jubilar cuando su hijo se suicidó. Llevaba muchos años diagnosticado de un trastorno mental, una patología que, según los tantísimos psicólogos que lo atendieron, no le impediría hacer vida normal.

Era muy joven cuando fue diagnosticado.

Cuando ves que tu hijo, a los 22 años, le dicen que tiene un trastorno de personalidad con toques esquizoides uno se queda plano. Es un nombre bamboleante que asusta, estimgatiza. ¿Mi hijo podrá ser feliz? Claro, le dicen.

Los padres confían. Están solos.

Durante muchos años, Marc sufrió mucho. Había etapas en las que no podía hacer nada, no salía de casa, dejaba los estudios... una rueda cíclica que le trituraba. Pero los distintos psicólogos seguían con lo mismo. Medicación y todo irá bien. Marc no se reconocía.

La medicación le dejaba KO, aturdido. No era él. Era otro que, a coste de no pensar mucho, seguía funcionando.

Un día les dijo a sus padres que estaba feliz. Había dejado la medicación y se sentía muy bien. Trabajaba, sonreía. Vivía.

Esta ilusión duró unos meses. Al cabo de poco, Marc empezó a estar muy mal. Mucho más que anteriormente. En un intento desesperado acudió a la psiquiatra para que le recetara otra medicación.

Esta psiquiatra no dejaba que Marc acudiese con su madre.

Los padres de Marc quisieron quedar con la psiquiatra. Querían saber qué podían hacer por su hijo. ¿Qué iban a hacer si no tenían ningún tipo de ayuda?

La psiquiatra se negó. No quiso verles, les negó su ayuda ante un sufrimiento evidente, desesperado.

Esta nueva medicación aumentaba los pensamientos suicidas como efecto secundario. Era terriblemente potente. Marc estaba hundido.

Una noche de junio, se quitó la vida. Eso fue hace 3 años.

Tenía 28 años. Era un chico joven, que vivía cuando podía. Nadie les ayudó. Nadie les hizo puñetero caso. Y ahora esa familia debe reconstruirse desde el dolor, uno inmenso y ciego.

Y como Cinto y su mujer, conocí a muchas familias. Muchas historias.

Lo peor es que son miles de muertes, miles de intento de suicidio, miles de vidas quebradas, miles de personas que sufren ahora mismo en silencio y nuestra respuesta institucional son risas, "vete al médico", silencios cómplices.

Me da asco, me repugna.

Por todas estas familias y toda la gente que sufre y no sabe pedir ayuda, no puede o no quiere. Debemos hacerlo por ellos. Y quien esté en el congreso más que ninguna otra persona. Cualquier otra cosa es un insulto.

Si alguien que lo lee pasa por algo similar que me escriba.

Os dejo mi reportaje sobre el suicidio, donde está la historia de Cinto y Marc, y muchas otras.

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