Lugares comunes, parte 3. Discutiendo con ambientalistas es frecuente encontrarse con frases del tipo “no podemos seguir analizando estos asuntos con miradas economicistas… La obsesión por la productividad y el crecimiento nos lleva a la catástrofe” Va hilo.
Aunque todos los ambientalistas no piensan así, no tengo dudas de que la frase representa a unos cuantos. Lo que voy a decir es bastante obvio, pero vale la pena insistir.
Primero una definición de productividad. La productividad es la relación entre todo lo producido (neto de insumos) y el monto de recursos que se precisa para producir (Producto/Recursos).
Pensemos en una actividad cuyas técnicas son cada vez más objeto de polémicas: la agricultura contemporánea.
Para muchos ambientalistas una agricultura basada en agroquímicos (a los que en forma acrítica denominan ‘agrotóxicos’) es más dañina para el ambiente que las agriculturas alternativas que (presuntamente) prescinden de los mismos.
La veracidad de esta conclusión, no obstante, no puede prescindir de un análisis que tenga en cuenta la productividad.
Las agriculturas alternativas, por ejemplo, aquellas que prescinden del demonizado glifosato, ¿son más o menos productivas que la agricultura que quieren prohibir o sustituir?
¿Por qué es relevante la productividad? Pensemos en la producción de alimentos por hectárea cultivada. Supongamos que la agricultura alternativa produce un 50% menos por hectárea que aquella basada en agroquímicos.
Esto significa que para producir la misma cantidad de alimentos se necesitará el doble de tierras… ¿Podemos seguir confiando en que esta agricultura será más amigable con el ambiente?
Es importante tener en cuenta que la tierra tiene usos alternativos. Como lo apuntó siglos atrás uno de los mayores economistas de la historia, David Ricardo, la tierra no se puede reproducir a voluntad.
Si una determinada agricultura requiere más tierra que otra, dejará menos tierra disponible para bosques, fauna, producción forestal, esparcimiento, etc.
Igualmente, una agricultura de menor productividad ofrecerá productos más caros. La posibilidad de producir y demandar otros bienes será inevitablemente menor. Pensemos en la productividad por persona ocupada en la agricultura.
Si 10 agricultores producen alimentos para 100 personas, 90 podrán dedicarse a otros menesteres, vivir en ciudades, dedicarse a la enseñanza, militar causas ambientalistas, etc.
Si ahora adoptamos una agricultura donde se necesitan 50 agricultores para alimentar a 100 personas, 40 deberán abandonar sus antiguas actividades para dedicarse al cultivar y criar animales.
Alguno con razón podrá objetar “pero en tu razonamiento no estás considerando externalidades. La agricultura basada en agroquímicos contamina ríos, deteriora suelos, etc.”
Es verdad, pero aún así el saldo no es necesariamente favorable a agriculturas alternativas. Téngase en cuenta que a menor productividad se requerirán más tierras y también más trabajo para combatir hierbas, plagas, hongos, erosión, parásitos, etc.
Algunos ambientalistas dicen que las agriculturas que promueven son más (y no menos) productivas que las agriculturas vigentes. Esta conclusión es inaceptable. Si fueran más productivas serian más rentables. ¿Por qué los empresarios no las adoptan?
Lo que pasa desapercibido en estas discusiones es el aumento de la población ocurrido en los últimos 200 años. El crecimiento realmente insostenible es el demográfico.
Por un lado, la productividad en la elaboración de alimentos creció en forma sostenida con la industrialización de la agricultura y la introducción de agroquímicos.
Por otro, la población mundial pasó de unos 1000 millones cuando comenzaba la revolución industrial, a casi 8000 millones en la actualidad.
La única forma civilizada de afrontar los gravísimos problemas ambientales pasará por aumentar la productividad en base a la inversión creciente en ciencia, coordinación internacional (sí, planificación) y tecnologías mucho más productivas que las actuales.
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Lugares Comunes, parte 2. Otro lugar común del progresismo se resume en la frase “crecimiento no es lo mismo que desarrollo”. Va hilo.
La frase contiene cierta cuota de verdad. Se pueden identificar países donde el PBI per cápita es comparativamente elevado y el indice de desarrollo humano no lo es tanto, o donde otros indicadores socialmente deseables no dan demasiado bien.
Otro elemento a tener en cuenta es que las economías poco complejas y diversificadas suelen perder posiciones con el paso del tiempo, aunque en determinado momento puedan exhibir elevadas tasas de crecimiento.
En el progresismo argentino suele ser un lugar común decir “el país es rico, pero la riqueza está mal distribuida”. Más recientemente, pos-modernismo ecolochanta mediante, a este lugar común comienzan a agregarle un adagio preocupante: “no hace falta crecer”. Va hilo.
Sorprende que no adviertan la contradicción en decir que somos ‘ricos’ y al mismo tiempo sostener que nuestra estructura productiva es ‘primaria’, ‘extractivista’, etc.
No somos ricos, ningún país de la región lo es. Con suerte estamos a mitad de tabla. Es comprensible que no se enteren teniendo en cuenta que el post-estructuralismo detesta los números y desconfía de la ciencia.
En ciencias sociales es difícil realizar experimentos. Si algo positivo nos deja el Covid-19, es que al impactar simultáneamente sobre todo el planeta funciona como un experimento natural para evaluar comportamientos sociales y capacidades estatales. Va hilo.
Aunque estas comparaciones no sean controlables como en un laboratorio, nos brindan una aproximación imperfecta a un tubo de ensayos para pensar las condiciones que facilitan o dificultan el desarrollo económico.
La mayoría de los países desarrollados ya eran desarrollados cuando se completó la Segunda Revolución Industrial (grosso modo 1870-1914). Los que llegaron a esa meta después fueron casos excepcionales.
Aclaración, como bien me apunta @ArielDvoskin, en este caso efectivamente la exclusión es imposible, pero con más de un factor no se puede definir en forma inequívoca en cual sector se tiene ventaja competitiva y en cual no. Es decir, ni siquiera es un concepto preciso.
Paul Krugman ha fustigado contra la idea de competitividad y la noción de que los países compiten unos con otros. Critica a los autores que defienden estas posiciones por incurrir en razonamientos falaces y descuidos aritméticos elementales.
Para Krugman siempre los países podrán especializarse en el comercio internacional en concordancia con sus ventajas comparativas. Quedar excluido del comercio sería imposible. Todo argumento proteccionista, para él, está flojo de papeles.