Portugal se había aliado con Inglaterra para sentar en el trono de Castilla a un rey extranjero, pero la Marina castellana defendería la corona. Una brillantez táctica de Tovar con la que capturaría a toda la flota portuguesa. La batalla que ganaron los remeros de Castilla. Hilo.
El rey Fernando I de Portugal sostuvo, tras la muerte de Pedro I, causada por Enrique II, una serie de tres conflictos contra Castilla por cuestiones políticas y dinásticas, pues era pretendiente al trono castellano; estos conflictos se conocen como las Guerras Fernandinas.
En 1381 el rey portugués violó el humillante tratado de Santarém, de 1373, al que había sido sometido tras perder su encuadra naval en la bahía de Lisboa a manos de las galeras castellanas del almirante Bocanegra, que había puesto paz a la Segunda Guerra Fernandina.
Decidió desquitarse de la ofensa Fernando I atacando de nuevo Castilla y dando inicio así a la tercera. Tras unas fructíferas negociaciones con Inglaterra, logró atraerse a su bando al joven rey Ricardo II, hijo del ya fallecido Eduardo de Woodstock.
A su vez, el duque de Lancaster, Juan de Gante, que era el tercer hijo superviviente de Eduardo III, también tenía pretensiones al trono castellano desde 1371. Los ingleses se comprometieron a armar una fuerza de 2000 hombres, la mitad de los cuales eran sus arqueros largos.
El objetivo era desembarcarlos en Lisboa para unirse a las tropas de Fernando I y marchar juntos sobre Castilla. El mando de la fuerza recayó sobre Edmundo de Langley, conde de Cambridge, al que se le había prometido la mano de la infanta portuguesa si la campaña triunfaba.
El principal impedimento para el éxito del plan era que la flota inglesa fuera interceptada en alta mar, bien en el Cantábrico o en el litoral gallego o portugués, por la armada de Castilla y que no llegara a producirse el desembarco, pues Portugal sola no tenía tantas tropas.
Esto sumado a que una marcha de los caballeros y peones castellanos sobre Portugal volvería a hacer temblar las pretensiones del rey portugués. Por ello, Fernando I proyectó realizar un bloqueo naval sobre la desembocadura del río Guadalquivir.
Era parte necesaria del plan pues esta zona fluvial era por donde debía salir necesariamente la escuadra castellana para dirigirse a la costa portuguesa. Sus espías le habían confirmado que la escuadra castellana del almirante Fernando Sánchez de Tovar anclaba en Sevilla.
Por lo que decidió el monarca portugués armar una fuerza de 23 galeras (Tovar tenía 17) en Lisboa. Al mando de la imponente fuerza puso a su cuñado Juan Alfonso Tello (João Afonso Telo), conde de Barcelos. A mediados de julio de 1381, la escuadra portuguesa partía de Lisboa.
Todo con la certeza de que tomaban la iniciativa en busca del combate. Desgraciadamente para los planes portugueses, los castellanos también estaban al tanto de estos movimientos, y casi al mismo tiempo, partía la escuadra castellana de Sánchez de Tovar de Sevilla.
Y siguiendo el curso del Guadalquivir salió a mar abierto con la proa hacia el noroeste. El día 17 de julio, se avistan mutuamente ambas escuadras frente a las costas del Algarve portugués y, contando velas, coinciden los castellanos en las pocas posibilidades de victoria.
En un combate directo contaban con clara inferioridad numérica. Ordenó entonces Tovar una virada en redondo y poner rumbo a los puertos francos castellanos de Sevilla. El almirante portugués al ver este movimiento de los castellanos, da la orden de largar velas e iniciar la caza.
Y así hacen apresuradamente las naves portuguesas. El almirante castellano ve esto y ordena a sus hombres subir el ritmo de los remeros, sacando clara ventaja a los portugueses a pesar de que estos también se vieron obligados a coger un fuerte ritmo de remos para no perderlos.
Tal como lo había previsto el táctico de Tovar, la distancia entre ambas flotas iba aumentando con cada remada, donde la disciplina castellana mantenía la formación prieta y en buen orden. Sin embargo, los distintos ritmos de los portugueses hacían que su formación se alargara.
Esto hizo perder la consistencia de la formación portuguesa, quedando algunas galeras rezagadas en la persecución. Tras más de 2 horas de remar a pleno rendimiento, el agotamiento, la sed y el calor estival quebrantaron la moral de los remeros portugueses.
Muchos ya no remaban con un ritmo constante, quedando algunas naves cada vez más rezagadas. Al pasar por la pequeña isla de Saltés, frente a la costa de Hueva, 8 galeras lusas se detuvieron para descansar y aprovecharon para saquear a los pescadores andaluces que estaban faenando
En el castillo de popa de su galera, con la vista permanentemente sobre la armada portuguesa, Tovar ordenó detener los remos. Mientras unos remeros castellanos descansaban, otros iniciaban la virada en dirección a donde venían los portugueses.
Tras esperar a que se acercaran las galeras portuguesas los suficiente, ya sin resuello, ordenó Tovar a sus descansados remeros retomar un fuerte ritmo. En formación cerrada y compacta, las galeras castellanas embistieron a las portuguesas.
La aislada vanguardia portuguesa sufrió la acometida y tuvo que encajar el duro asalto de los infantes castellanos, rindiéndose tras un breve combate. Posteriormente, según llegaban desordenadamente, una tras otra, los castellanos fueron rindiendo las galeras portuguesas.
Los oficiales portugueses de la retaguardia ordenaron a sus remeros dar los palos al agua con la mayor fuerza para intentar auxiliar al grueso de su escuadra, pero al llegar éstos ya estaban cansados, y no eran rival para los veteranos soldados castellanos.
De las 23 galeras portuguesas sólo una se salvó al no llegar a tiempo al combate y poner rumbo a Lisboa antes de ser apresada. Poco después, entraba Fernando Sánchez de Tovar en Sevilla con 22 galeras portuguesas de presa, y sus dotaciones lusas con grilletes.
Las dotaciones castellanas apenas sufrieron bajas. La victoria de la flota castellana fue tan decisiva que quebrantó casi totalmente la ofensiva naval de Portugal, que no pudo armar más escuadras, impidió que Lisboa y otros puertos fueran auxiliados y suministrados.
En definitiva finalizó con la parte marítima de la Tercera Guerra Fernandina. Poco después, Portugal capitulaba ante Castilla con la Paz de Elvas, aceptando la supremacía militar castellana en la península ibérica y la hegemonía naval de Castilla en el Atlántico.
Esta hegemonía naval duraría casi 400 años más y desde entonces el Atlántico fue el mar de Castilla, al ejercer ésta el dominio y control efectivo de esas aguas, sólo discutido en contadas ocasiones por Portugal en el siglo XV y hasta el comienzo del poderío inglés en el XVIII.
Espero que les haya gustado, la semana que viene continuamos con la biografía de Bocanegra y Tovar y alguna batalla más.
Bibliografía en la obra de Fernández Duro.
Láminas de Giuseppe Rava, Peter Dennis, y cuadros y grabados de época.
Una persecución a lo largo de 3 meses y cientos de millas náuticas, del Atlántico hasta Finisterre y el sur de Portugal, 5 batallas, 4 navíos de línea, 6 fragatas y 2 bergatines ingleses contra un navío español, y una escuadra contra un solo capitán. ¿Quién venció? El Glorioso.
El Glorioso era el nombre de un navío de línea de 70 cañones y dos puentes, cuya advocación religiosa era San Ignacio de Loyola. Había sido construido en los astilleros de La Tenaza (La Habana) junto a su gemelo el Invencible entre 1738 y 1741. Uno de los mejores de su época.
Las órdenes que había recibido comandante, Pedro Messía de la Cerda, eran partir de Veracruz y transportar una carga de oro, plata, especias, canela y diversa carga de valor, que estaba valorada en 4.502.631 de pesos fuertes y 7 maravedís de plata, al puerto gallego de Corcubión.
“Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve”. Esas fueron las palabras del capitán español Julio León Fandiño tras mutilar una oreja como escarmiento al contrabandista y pirata inglés Robert Jenkins en 1738, la acción desencadenaría la Guerra del Asiento.
En aquellos tiempos, España mantenía un monopolio comercial con sus colonias en América, lo que produjo graves tensiones comerciales con Gran Bretaña. La escalada de tensiones acabó en una guerra abierta entre ambas potencias llamada la Guerra del Asiento (1739-1748).
La tensión explotó cuando el guardacostas español “La Isabela” del capitán Fandiño apresó en las costas de Florida al navío británico Rebecca, capitaneado por Robert Jenkins, que hacía contrabando por aquellas aguas y estaba penado por las leyes españolas, en 1731.
¿Sabían que la primera circunnavegación del mundo de la expedición de Magallanes-Elcano fue un hito tan importante en la navegación que sin él no podría haber avanzado la tecnología naval? Desde el punto de vista naval supuso un antes y un después en la navegación. ¿Pero por qué?
En el siglo XVI la navegación era eminentemente de litoral o costa, llamada de cabotaje, pues se seguía la costa como referencia para el rumbo. Esto era por varias razones: de posicionamiento y orientación; por logística, pues era posible aprovisionarse y realizar reparaciones;
Y por cuestión de seguridad, pues si asomaba marejada o tormenta era posible resguardarse en puerto o anclar en una bahía a la espera de mejoría del tiempo. Esto fue así hasta prácticamente mediados del siglo XIX, y sigue ocurriendo en la navegación a vela hoy en día.
Ante la orden de Napoleón de salir a buscar a los británicos, el almirante Villeneuve convocó a consejo de guerra a los oficiales de ambas escuadras, franceses y españoles, para exponer sus planes. La reunión a bordo de su insignia, el navío Bucentaure, casi acaba en duelo.
En la reunión de oficiales, la opinión general de los españoles, argumentada de forma razonada por el sereno mayor general Escaño, se mostró contraria a la apresurada salida de la escuadra combinada francoespañola basándose en la mala mar y condiciones meteorológicas.
El comandante en jefe de la escuadra española, el teniente general Gravina escuchaba atento, y los brigadieres Churruca y Alcalá-Galiano asentían respetuosos, éste último como comandante del Cuerpo de Pilotos de la Real Armada y de los autores del informe que expresaba Escaño.
Batalla del cabo Trafalgar. La división de vanguardia, mandada por el contralmirante francés Dumanoir, se alejaba sin trabar combate mientras varios navíos británicos batían a los buques insignia Santísima Trinidad y Buceantaure. El Neptuno vira en redondo y se dirige al combate.
Cuando el Neptuno de don Cayetano Valdés, estaba destinado en esta vanguardia, pasó por la banda del Formidable de Dumanoir, éste gritó al español:
-¡¿Adónde se dirige usted?!
~¡AL FUEGO! Contestó don Cayetano, alejándose de los navíos de su división.
“No estará en su puesto el capitán que no esté en el fuego”, habían sido las órdenes. Y así se lanzó Valdés contra los británicos, aunque no logró salvar al Santísima Trinidad ni al Bucentaure. Recibió una herida grave, negándose a abandonar su puesto y perdió el conocimiento.
¿Sabían que la bandera de España es de las pocas del mundo que proceden de un pabellón naval? ¿Que se hizo tan popular que empezó a utilizarse de forma oficiosa años antes de ser oficial? ¿Que agrupó a marinos, pescadores, campesinos y soldados durante la Guerra de Independencia?
Aunque podríamos considerar los vexilla romanos (singular: vexillum) de las legiones como las banderas más primigenias que llegaron a España, entonces provincia romana de Hispania, no fue hasta los visigodos cuando se utilizaron más allá del reconocimiento de una hueste militar.
Con la invasión islámica del a península se produjo una evolución de estos estandartes rígidos de paño y tomaron la forma y los tejidos que actualmente asociamos a las banderas, seguramente gracias a las ricas telas de Oriente como la seda y los bordados.