Cuánto bien nos haría, como país, una actitud «slow tech» en las políticas de digitalización que despliegan nuestras instituciones. Como en el «slow food» o el «slow life», se trata de modular las expectativas para racionalizar los riesgos.
Voy a intentar explicarlo.
La tecnología es un instrumento; no un fin en sí mismo. Un proyecto tecnológico no puede ser nunca un objetivo, sino uno de los mecanismos para mitigar un problema humano.
Y la palabra más importante de este hilo y de cualquier política de digitalización es justo esa: «humano».
De la perversión de este principio de utilidad surgen fiascos como «Alcantarilla Smart City» o «Smart Turismo Lepe»: iniciativas públicas bienintencionadas en origen pero que nacen con el pecado original de servir no a las personas sino al mero alarde tecnológico.
Porque «una smart city» o «una app de realidad aumentada» no pueden ser un objetivo. Y los ciudadanos tenemos que estar alerta y alzar la voz ante el empleo político de la tecnología para resolver problemas inexistentes. Las personas, no las máquinas, hemos de estar en el centro.
El mejor detector de esta utilización torticera de la tecnología, el canario en la jaula de la mina de grisú, son las justificaciones vagas:
— «Mejorar el bienestar social y económico»
— «Ofrecer servicios públicos más eficaces»
— «Promover la participación de los ciudadanos»
Todo esto son meras vaguedades que demuestran que no hay un verdadero problema, tangible y específico, que atajar. Se dispone de una solución —una línea millonaria para desarrollar «ciudades inteligentes»— y luego se buscan los problemas a resolver.
Y si no existen, se inventan.
Cuando desde los organismos públicos se ha empuñado el martillo de las «smart cities», todos los municipios se tornan repentinamente clavos.
Lo mismo sucede ahora con la inteligencia artificial o los destinos turísticos inteligentes: «hay dinero, vamos a ver en qué lo gastamos».
Es una enfermedad común creer la tecnología ha de estar presente en toda iniciativa humana, que cualquier problema mejora con tecnología. Vivimos en esa era de la constante sobreingeniería.
Lo hemos visto en Alcantarilla y en Lepe: gestores locales enfermos de tecnosolucionismo.
Pero la historia de la tecnología es una de prueba y error. Sus arcenes están colmados de cadáveres: del Betamax al CD-i o de las páginas WAP a Google Glass.
Cuando hablamos de políticas públicas, se olvida que la tecnología es tanto un riesgo como una responsabilidad.
#slowtech es asumir que simplemente no hace falta cabalgar cada nueva ola tecnológica que llega a estas orillas. Como país, simplemente no necesitamos subirnos a cada nuevo tren. Todos prometen ser «the next big thing» pero muchos tienen incierto destino y algunos descarrilan.
Y es que contrariamente a lo mil veces repetido, la tecnología, en el fondo, avanza despacio. El correo electrónico de hoy, por ejemplo, no es muy diferente del que se define en este RFC (una propuesta de estandarización, para entendernos) de 1989.
Y advenimientos aparentemente actuales como la realidad virtual o la realidad aumentada ya eran conocidos cuando veíamos —yo lo recuerdo— «The Lawnmower Man» en la tele a principios de los 90.
Han hecho falta 30 años para que se materialicen en posibilidades reales y viables.
Del drama de «Smart Turismo Lepe» nuestros gestores públicos deberían extraer algunas lecciones colectivas.
1⃣ La primera es que las inversiones TIC que no resuelven el problema de nadie, a nadie le importan.
Solo así se entiende que en cuatro años nadie en el municipio se haya dado cuenta de los flagrantes defectos de un proyecto que anunciaron como «imprescindible»: uno oferta turística invisible en internet, un buscador que no funciona y una «app» que nadie descarga.
«Smart Turismo Lepe» es un fracaso porque no surte de las necesidades reales del tejido económico de la ciudad y de sus vecinos, sino de un despacho en Madrid con 13,1 millones de euros que invertir.
Sé que no estoy haciendo amigos en la SEDIA ni en Redpuntoes al decir esto.
2⃣ Una iniciativa de digitalización es una responsabilidad que mantener en el tiempo. Los proyectos tecnológicos tienen un ciclo de vida. Y la vida de la «ciudad inteligente» de Alcantarilla o de Lepe terminó tan pronto como concluyó el convenio o se agotó la subvención.
Pero es preciso mirarse al espejo de la realidad: las «apps» móviles de estos proyectos fallidos siguen en línea. Ni siquiera han desmantelado los restos de unas iniciativas públicas fracasadas: siguen publicados, rotos o desfasados, provocando frustración en quien los encuentre.
3⃣ El modelo de desarrollo de estos servicios digitales públicos es dañino para la industria española del software. Proyectos que podrían ser acometidos por pymes locales, muchas veces con promotores de gran talento, solo son accesibles a grandes consultoras máster en burocracia.
Basta conocer un poco el sector TIC nacional y observar los licitadores de «Smart Turismo Lepe»: Vodafone, Guadaltel, Sermicro, Gmv y Tecopy. La empresa pública que articula esta convocatoria erige una barrera de entrada que impide a muchas (µ)pymes participar de estos contratos.
El alud burocrático y los riesgos comerciales simplemente excluyen a una (µ)pyme local perfectamente válida de acceder a estas convocatorias públicas, con las que podría desarrollarse y crecer. No se prima la excelencia tecnológica, sino la excelencia en escribir ofertas.
¿Y la solución que llega desde estos mismos poderes públicos? Crear un observatorio.
A nivel estatal es preciso reinventar el modelo de desarrollo de los servicios públicos digitales, especialmente de la administración electrónica. Y desburocratizarlo y hacerlo viable para las pymes de la economía real. Es un esfuerzo ingente, que ha de implicar a las CCAA.
Y en los municipios, promover una visión #slowtech: soluciones mínimas y eficientes con la menor complejidad posible. Surgidas no en despachos sino de necesidades humanas reales y concretas. Y mantenidas a lo largo de todo su ciclo de vida.
En resumen, las políticas públicas de digitalización no pueden correr al ritmo frenético del cuadrante mágico de Gartner. Ayer «smart city y geovisor smart», hoy «destino inteligente y realidad aumentada» y mañana sabe $DEITY.
#slowtech es asumir que como país es un fraude pretender subirnos a cada tren que promete el futuro. Es asumir que la historia de la tecnología es prueba y error. Es «the joy of missing out» y es decir «no» a muchas cosas para poder decir «sí» a las que de verdad importan.
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Pero hay que reconocerle un hito al portal «Smart Turismo» de Lepe que ha financiado @redpuntoes con 200.000 pavos de fondos europeos:
🎉 ¡No sale en Google!
Ni en DuckDuckGo, ni en Bing, ni en ningún otro.
¡Es un portal de turismo invisible a los buscadores!
La razón es que en el fichero «robots.txt» —que es el lugar donde el administrador del portal «habla» a los robots de los buscadores como Google— están pidiendo expresamente que el buscador no aparezca en las páginas de resultados. 😂🔫
Hoy se cumplen cuatro años de la presentación pública de «Smart Turismo y Gobernanza en Lepe». Un proyecto de 200.000 € cofinanciado con los fondos FEDER europeos.
El proyecto arranca con toda la charlatanería en tecnolengua propia de los vendedores de crecepelo digital: «smart turismo», «ciudad inteligente», «geovisor smart», «agenda digital», «plataforma tecnológica» y una digna de los libros de Stephen King: «administración electrónica».
¿Los objetivos?
— «mejorar el bienestar social y económico de los ciudadanos de Lepe»
— «ofrecerles mejores servicios» públicos
— «una ciudad más eficiente y sostenible»
— «mejorar la participación y comunicación entre ciudadanos» y el ayuntamiento
El contrato del proyecto requiere la realización de un «análisis de marca» y la creación de «un Manual de Identidad Visual Corporativa Smart City Lepe» (sic) y un «Logotipo Smart City Lepe».
De este singular matrimonio nace «Alcantarilla Smart City»: una app «innovadora y moderna» y un «ejemplo de transparencia y participación», según sus promotores municipales.
Una foto del alcalde y la oportuna nota de prensa inmortalizan la gesta.
Hoy he cumplido dos semanas trabajando en mi próximo proyecto: una auditoría independiente de las «apps» que desarrollan los organismos públicos de España.
✅ Ya he catalogado 1.425 «apps»
✅ De 285 organismos públicos
✅ Y descargado 238.359 comentarios de usuarios
Estos días estoy programando el informe para presentar públicamente todos estos datos y mi análisis.
Uno de mis intereses es que el resultado sea totalmente dinámico, de forma que no sea preciso reescribir el informe cuando aparezcan nuevas «apps». Que esté siempre actualizado.
¿Con una API REST y GraphQL? ¿Mediante funciones lambda en algún PaaS? En la profesión tecnológica es habitual encontrarse con una complejidad artificial. Pero una de las ideas esenciales de la ingeniería es justamente la economía de los esfuerzos: hacer más con menos.
Todos en el sector tecnológico hemos visto alguna vez ofertas laborales como estas:
👉 Analista de software por 1050 €/mes, brutos
👉 Programadores por 900 €
👉 Contratos de 6 meses
Vamos a ver uno de los porqués. 👇
Estas ofertas son para puestos de prácticas y fueron publicadas en 2014, días después de que la empresa fuera contratada por el ayuntamiento de la aldea para desarrollar un servicio digital público: un portal de datos abiertos («open data»).
El pliego tiene de todo. De todo lo chungo:
👉 Procedimiento negociado sin publicidad: solo las empresas invitadas pueden ofertar
👉 Plazo para ofertar: ¡del 20 al 30 de diciembre! 🥳
👉 Iniciativa «singular» de empleo (¡y tanto!)
👉 Un «observatorio» municipal 😂