No dejan de tener razón quienes hoy dicen que para Venezuela no hay futuro posible. Es verdad, mientras los que tienen responsabilidades de dirección estén obsesionados con la negociación imposible, mientras sigan canjeando el coraje por la connivencia, no hay ruta de salida.
En política los discursos prefiguran cursos de acción. Ya sabemos que la obsesión es una negociación que deja fuera al país, así lo invoque. Un aggiornamento que tiene como finalidad dejarlos vivir a ellos, pero también dejando fuera a los ciudadanos.
El error de fondo es confundir la propia prosperidad y el que pueda sobrevivir la empresa propia (gracias a las transacciones propias del capitalismo de compinches) con la salud social y el bien común. Ese error es demostración de que más que discursos tendremos que ver acciones.
Y les voy a anticipar cuáles acciones vamos a ver: un silencio perruno, un olvido del país que sufre persecución y miseria, un enfocarse en el detalle microeconómico y un dejar hacer. Por eso es que todo termina siendo una vil usurpación de las viejas instituciones republicanas.
Lo mismo pasó con el gremio de los comerciantes. Palabras, simulaciones, discursos de efectos, y decidir ir por la pendiente de la complacencia y la condescendencia. Son expertos en “agárrenme que lo mato”, y en decirle a cada uno lo que quiere oír.
Por ultimo, este país, en boca de ellos, se ha reducido al mínimo empresarial y productivo. ¿Cual es el empleo formal que todavía queda? ¿Cuantas empresas sobreviven? ¿Qué tipo de empresas? ¿Cuantas de ellas están asociadas a esos gremios? ¿Cuanto ha crecido el sector informal?
Un país vaciado en el que no se puede contar ni siquiera con la decencia del eufemismo. ¿Por cuenta de quien van a negociar? ¿Cuál es la agenda? ¿Tanta hambre les provoca el cementerio de empresas mixtas? ¿Tanta plata tienen para invertir? Arendt tenía razón: El mal es banal.
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