Este General del Viejo Mundo que participó en el escape de Lafayette, comandó ejércitos de Napoleón y fue contratado por Bolívar sabía —creo— de qué hablaba cuando escribió los dos tomos de sus Memorias de S. Bolívar y sus Principales Generales: «El general Bolívar ocupa muy
poco tiempo al estudio de la artes militares. No entiende la teoría y rara vez hace una pregunta o mantiene una conversación sobre ello. Tampoco habla de administración civil, a menos que caiga entre los asuntos del momento. Varias veces me esforcé en tener una conversación
seria sobre estos temas, pero siempre me interrumpía diciendo “Sí, sí, mon cher ami, yo lo sé, eso es muy bueno. Pero, a propósito:…” e inmediatamente dirigía la conversación a un tema diferente. Su lectura, que es bien escasa, consiste de historia simple y algunos cuentos.
No tiene biblioteca o colección de libros que sea apropiada al rango que viene ocupando los últimos quince años. [...] Debido [...] a su amor [por la compañía de varias mujeres] deja que los asuntos oficiales se acumulen en manos de su secretario, como sucedió con su decreto
del 8 de marzo de 1827, modificando los impuestos de la aduana de Venezuela, atribuido a Ravenga y con el cual destruyó el comercio del país. Cuando de repente se acuerda de que tiene asuntos pendientes, llama a su secretario y le da instrucciones para que redacte una carta o
un decreto. Con esto él se acuerda de otros asuntos pendientes y se pone a despachar a la carrera el trabajo atrasado de quince o veinte días: con el resultado frecuente de que los decretos del mismo día estén en oposición el uno con el otro. Cuando Bolívar era dictador
de Venezuela, ordenó la ejecución de 1.253 españoles e isleños, prisioneros de guerra, y otros, en febrero de 1814. Esto fue un hecho a sangre fría, y ninguna súplica pudo salvarlos. Yo mismo pude presenciar su falta de corazón en el Puerto de Juan Griego en mayo de 1814,
y otro en el combate naval un poco antes. El primero estuvo acompañado de una circunstancia adicional de crueldad, que fue que a los prisioneros se les obligó a cavar sus propias tumbas. El almirante Briones estaba en tierra a causa de su herida y tan pronto supo de esta
ejecución, envió órdenes absolutas de que ningún prisionero más debería ser llevado a tierra, aun si Bolívar mismo lo ordenada. Así fueron salvadas cerca de 120 vidas.
«El hecho siguiente me lo relató un testigo respetable, de quien daría su nombre de no ser por el peligro de
exponerlo a la venganza del dictador libertador. Durante una pequeña escaramuza que el general Bolívar tuvo con un destacamento español en 1814, no lejos de Araure, uno de sus oficiales llegó a todo galope y le informó que una compañía separada fue atacada en una colina tupida
de arbustos, a una milla de su cuartel, y que estaban en necesidad de cartuchos. Doce soldados que escucharon este informe, inmediatamente se ofrecieron para levar los cartuchos. Bolívar ordenó a su jefe de plana mayor, Tomás Montilla, enviar con cada uno de estos soldados una
caja de cartuchos. Pero como no había ningún camino, se vieron obligados a buscar un atajo para poder subir a la colina a través de un espeso matorral lleno de zarzas y espinas. Después de haber hecho todo lo posible para continuar, se dieron cuenta de que no había posibilidad de
seguir adelante y se vieron obligados a regresar al cuartel con las cajas de cartuchos. Los tres primeros que llegaron le explicaron al dictador que les fue imposible seguir adelante y le mostraron sus ropas rasgadas en pedazos y sus cuerpos cubiertos desangre y heridas. Bolívar,
lleno de ira, los llamó cobardes, granjas, traidores, etc., y ordenó que fueran fusilados. Tomás Mantilla, uno de sus grandes favoritos, José Collot, su jefe de artillería, y varios otros oficiales de la plana mayor presentes, le suplicaron que revocara esta orden. Los hombres
cayeron sobre sus rodillas con conmovedoras lamentaciones pidiendo que les perdonara la vida ya que eran inocentes y padres de grandes familias. Todo fue en vano. Cuando llegaron los otros, en grupos de dos o tres, les tocó la misma suerte, fueron amarrados y fusilados».
Si el General Henri Ducoudray Holstein, autor de estas líneas, fuese un patán, seguramente Bolívar no lo hubiese contratado; pero este ha sido precisamente el infundado ritornello de la historiografía bolivarista en defensa del «Napoleón de las retiradas», apodo —recogido por
Ducoudray— con que Piar y no pocos revolucionarios se referían a Bolívar. Incapaces de desmentir el testimonio de Ducoudray, los historiadores venezolanos se han visto reducidos a la injuria, al ataque ad hominem contra este autor, cuando fueron justamente sus méritos los que le
permitieron proporcionarle al futuro —a nosotros— un testimonio de primera mano. Lo mismo han hecho con el ilustre mulato y realista criollo, el Dr José Domingo Díaz, cuyo libro Recuerdos Sobre la Rebelión de Caracas fue virtualmente suprimido de la historia nacional por
doscientos años, y de quien no tienen otro argumento en su contra que el hecho, en sí mismo incómodo y revelador, de que había sido nombrado por la Corona «Inspector General de los Hospitales de Caracas» y «Secretario de Gobierno», así como «Caballero de la Orden de Isabel la
Católica», lo cual echa por tierra el mito de que los criollos —y menos aun los mulatos e «impuros»— carecían bajo la monarquía de acceso a cargos políticos y administrativos. Pero los historiadores venezolanos, bolivaristas de probeta, usan estos cargos supuestamente imposibles
como argumento contra quien los obtuvo. Y a ello se reduce todo el ataque contra su persona de que fueron capaces los vencedores para escribir «su» historia. Más les valía pues ocultar su libro que hablar demasiado sobre este «detractor» de la causa independentista. Pero peor
aun fue con Ducoudray Holstein y sus dos tomos sobre Bolívar y sus Principales Generales, un mercenario que ni siquiera era realista sino un firme defensor, como buen teutón franco-estadounidense, de las «independencias americanas». Menudo bache…
X. P.
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«La generosidad de Bolívar: muy fácil es ser pródigo de lo ajeno. Bolívar dispone del tesoro público con escándalo y sin responsabilidad. Sus coquetas, sus favoritos, sus aduladores están sostenidos de las arcas nacionales, y sin embargo, no tiene que dar cuentas, ni hay quien
diga que estos son robos. Cuando vino al Perú no trajo ningún equipaje, y cuando salió de él, llevó multitud de carros llenos de equipaje, valiosas alhajas, vajillas de oro y plata, y multitud de cajones con oro amonedado. Esto es notorio.
«Hallándose Bolívar en el Perú, trataba un día en su mesa a tiempo de la comida, acerca de cierta señora casada con un general, expresándose sobre las cualidades de ésta, y diciendo en alta voz que en la noche anterior la había tenido de visita. A tiempo de la algazara que
«Qué hizo [Bolívar] en el Perú? Destruyó la libertad y la independencia allí, tal como en Colombia. [Nota al pie de página: Las dos batallas peleadas en el Perú, fueron ganadas en su ausencia. En una estaba a cien millas del campo de acción, en la otra estaba enfermo en Ayacucho.
El general Sucre ganó ambas, y Bolívar se llevó el crédito y honor]. Su protectorado ahí responde exactamente a su dictadura en Colombia y sacó a los mejores habitantes de ambos países. El general Bolívar nunca ha comandado un regimiento en persona y ni siquiera a cuatro
soldados. Nunca ha participado en un ataque de caballería ni en uno con bayoneta. Por el contrario, siempre ha sido bien cuidadoso de mantenerse fuera del peligro. Siempre ha tenido la precaución de proveerse de caballos excelentes y de buenos guías.
Vzla CREÓ al chavismo. Esta desgracia ha sido nuestra mayor y más notable producción. Fue Vzla, fuimos nosotros. Nadie más. En alguna parte debe estarnos esperando nuestra medalla de mierda. ¿Nos duele? Ojalá nos doliera: ya hubiéramos divulgado #ElManifiesto, o todos pedido la
intervención (que sigue siendo la única salida, que tanto se niega), y nuestros políticos y personas públicas hubieran hecho algo más que dar entrevistas; algo más que convertirse ellos mismos en virtuales periodistas, en cronistas de la desgracia, en fin de cuentas. Pero nuestra
clase política, ese gran cero a la IZQUIERDA, creció al calor de un paradigma de Estado que no la capacitó para auto transformarse y contradecir, frente a la adversidad, su propia naturaleza. Estaba condenada a reproducirla. Había en Vzla, en lo que se ha dado en llamar la «4ta
Y sí, también en el ANIVERSARIO de su natalicio, sigamos conociendo al «Libertador»:
«Lejos de encontrar los jefes de la revolución costumbres e ideas que contrariasen sus instintos, la revolución francesa con sus crímenes fue el modelo que se propusieron. […] Ningún decreto
conocemos que autorizase las visitas domiciliarias [allanamientos]. Una tarde, sin embargo (9 de febrero de 1814), ya al ponerse el sol, Caracas aparece circuida de soledad y espanto [la población no lo sabía pero parecía intuirlo: un día antes Bolívar había dado la orden de
ejecución de todos los españoles prisioneros y de los que se encontrasen libres]: nadie en las calles; puertas y ventanas cerradas; en todas las alcabalas el quien vive y la vigilancia; a las puertas de muchas casas grupos de muchachos y centinelas... Se encontraron nuevos
El 21 de agosto de 1813 ordena a Ribas: «Mérida solamente, aunque desolada por el terremoto y por las tiranías de los gobernantes españoles, ha entregado treinta mil pesos y ochocientas caballerías para el sostenimiento del Estado.
Los habitantes
de Caracas se han comportado de diverso modo. Ya no hay esperanzas de que se modelen voluntariamente por aquella provincia, y aun por otras, y se necesitan medidas correctivas para hacerles entender su deber. Por consecuencia el general en jefe dispone que se exijan desde luego
en esa capital donativos forzados a proporción de los haberes de cada uno; entrando además bajo el mismo respecto todo americano cuyas opiniones políticas hubiesen sido contrarias al sistema republicano de Venezuela. La imposibilidad solamente podrá eximir a unos y a otros de
Amerigo Vespucci jamás escribió el diminutivo «Venezziola» en su supuesta carta de 18/7/1500 a Lorenzo de Medicis (carta que ni siquiera es de su propia mano y cuya «copia» sólo fue publicada por primera vez 245 años más tarde, en 1745, por el abate florentino Angelo Maria
Bandini). Esto es todo lo que dice en ella del lugar: «...encontramos una grandísima población que tenía sus casas edificadas en el mar como Venecia, con mucho arte; y maravillados de tal cosa, acordamos ir a verlas, y al llegar a sus casas, quisieron impedir que entrásemos en
ellas....». En Suma de Geographia (Sevilla, 1519), primer libro impreso sobre el Nuevo Mundo, se habla de un poblado indio sobre una meseta con casas llamado «Veneçiuela» donde «es la gente bien apuesta y hay más gentiles mujeres que en otras partes de aquella tierra». Un siglo