Hoy es 11-S. Hace 20 años yo acababa de terminar la carrera y ni siquiera sabía lo que me gustaban las Torres Gemelas. Nadie me las había enseñado de verdad.
Sirva este pequeño hilo como homenaje a lo magníficas que eran.
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En la escuela de arquitectura no nos contaban bien las Torres Gemelas. No eran el rascacielos más alto, no eran el rascacielos más bonito y ni siquiera eran el rascacielos más bonito de Nueva York.
Los buenos eran el Seagram y la Lever House.
Pero a mí me gustaban. Eran un paisaje.
De hecho, eran un paisaje emocional: el centro del mundo.
Las Torres Gemelas significaban ese lugar al que todo queríamos ir. Significaban el cine y la tele. Significaban Woody Allen y Friends y Canción Triste de Hill Street y Seinfeld.
Torres Gemelas ERAN Nueva York.
Tiempo después, supe que, para construirlas, Nueva York derribó 25 manzanas del Bajo Manhattan en un proceso descomunal y, aunque Nueva York se había derribado y reconstruido muchas veces, algo traumático.
Y aunque se había derribado medio barrio, enseguida se supo, desde los primeros croquis de Yamasaki, que lo que se iba a construir iba a ser algo más importante.
Una silueta. Un símbolo.
También supe que quizá no eran el rascacielos más bonito y Minoru Yamasaki no era uno de los grandes (no era ni Mies van de Rohe y SOM), pero los edificios que había proyectado eran MUY inteligentes.
Eran la definición de buena arquitectura: sencillos Y complejos.
Sencillos porque su significado, su lógica se entendía de un plumazo: dos primas esbeltos separados en tres franjas por dos plantas intermedias de instalaciones.
110 plantas, 417 metros resumidos en gesto. En una linea dibujada contra el cielo.
Pero también, y a la vez, eran edificios complejos, porque 110 plantas y 461 metros significaban dos desafíos dificilísimos:
Uno, mover diariamente a 200.000 personas.
Y dos, sujetar dos juncos contra el viento. Dos juncos de 300 000 toneladas.
Para mover a esas 200.000 personas cada día, Yamasaki ideó un sistema enormemente eficaz: cada uno de los tres sectores en los que se dividía cada torre funcionaría de forma independiente.
Como tres "pequeños" rascacielos de 36 plantas, puestos uno encima del otro.
¿Y cómo funcionaban de forma independiente? Pues con un sistema de turboascensores y ascensores locales.
Los turboascensores te subían a cada una de las dos entreplantas públicas llamadas "sky lobbies", mientras los locales solo se movían dentro de las 36 plantas de tu sector.
Pero estaba el otro problema, el estructural. Porque si conocéis la historia del CitiCorp (guiño), sabréis que la carga más importante que tiene que resistir un rascacielos no es el peso del edificio sino el empuje horizontal de viento.
Y 417 metros de altura son MUCHO viento.
La solución de Yamasaki y el ingeniero Leslie Robertson fue igualmente ingeniosa.
Las fachadas de los rascacielos solían servir solo como cerramiento (ventanas, muro-cortina...etc.) En cambio, en las Torres Gemelas, la fachada era estructura. La fachada SUJETABA el edificio
La estructura era de tipo tube-in-tube. Es decir, que se componía de un núcleo central de hormigón armado —donde estaban los ascensores—, y una parrilla exterior de acero de alta resistencia que funcionaba como pantalla para repartir las cargas y llevarlas a la cimentación.
Para que ese entramado de acero funcionase como una única unidad, la distancia entre soportes era MUY pequeña. Apenas 45 cm.
Fue una decisión ingenieril muy aplaudida por Yamasaki porque tenía acrofobia y, con esas ventanas tan estrechas, se minimizaba mucho el miedo al asomarse
Las ventanas eran realmente estrechas pero desde ellas se contemplaba el mundo.
Y además, una vez forrada con paneles de aleación de aluminio, la fachada adquiría esa imagen hipervertical tan característica y tan simbólica de las Torres Gemelas.
Esa fachada que habíamos visto tantas veces.
Esa fachada dorada al atardecer.
Plomiza cuando la cruzó Philippe Petit.
Blanca al mediodía.
Y parpadeante y eléctrica bajo la luz púrpura de la hora mágica.
Sí, quizá las Torres Gemelas no eran el rascacielos más alto ni el más bonito; y Yamasaki no era Mies ni SOM pero eran unos edificios magníficos. Elegantes e inteligentes.
Yo llevo 20 años echándolas de menos.
(Fin del hilo ⏸️)
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Hace casi cien años hubo en Francia un edificio que medía 40 metros de largo, pesaba 100 toneladas y GIRABA a 12 metros de altura para orientarse hacia el sol.
Estos meses de pandemia (que parece que ya remite) nos han dejado unas cuantas propuestas arquitectónicas y urbanísticas un poco chiripitifláuticas florecidas como respuesta al abrasador sol de los confinamientos.
Ya sabéis: huidas al pueblo, huidas al campo, romantizaciones diversas de la España vaciada, lamentos por haber cerrado la terraza con carpintería de aluminio, balcones de quita y pon con escaso respeto por las normativas estructurales...
Esta foto es real. La hizo Marilynn K. Yee para el @nytimes el 17 de julio de 1983.
A finales de los 70 y principios de los 80 hubo una playa en Battery Park, y los neoyorquinos iban allí a tomar el sol.
(Estoy realizando una investigación muy exhaustiva sobre el Nueva York de finales de los 70 para una cosa #unacosa 😬)
Como dice @angeljimenez, no era una playa-playa, era un movimiento de tierras. Literalmente el desmonte de toda la operación urbanística que se estaba haciendo allí.
El 14 de octubre de 1989, el capataz llamo a los obreros que estaban trabajando en la obra de un edificio de 21 plantas y 65 metros de alto en Fort Mill, Carolina del Sur.
Les dijo, sencillamente, que debían irse a casa.
El edificio no iba a terminarse.
Los cerca de treinta trabajadores que estaban en la obra soltaron literalmente sus herramientas y se largaron.
Era el abrupto fin de una historia que había durado casi 30 años.
Una ciudad flotante hecha de caña. La iglesia inundada que guardó el Santo Grial. Una casa volante para un tetrapléjico, un museo plastificado y una piscina a 40 metros bajo tierra.
Todos las cadenas de radio y televisión están anunciando sus novedades para la próxima temporada y aquí no vamos a ser menos. Después de dos temporadas en las que nos lo hemos pasado fenomenal, este tercer año nos lo vamos a pasar igual de bien.
O incluso mejor.
Vamos a viajar a Disneylandia para darnos cuenta de que, aunque es una ciudad falsa, en realidad es la más real del mundo.
Oporto es una ciudad preciosa con un montón de sitios chulos para visitar.
Por ejemplo, el puente Don Luis I mola muchísimo con sus dos tableros que cruzan la desembocadura del Duero a distintas alturas.
También es muy bonita la Torre dos Clérigos, con sus 75 metros de granito barroco. O la Casa da Música, que es un hipermoderno diamante de hormigón facetado, una de las últimas obras buenas de Rem Koolhaas.