Esta foto es real. La hizo Marilynn K. Yee para el @nytimes el 17 de julio de 1983.
A finales de los 70 y principios de los 80 hubo una playa en Battery Park, y los neoyorquinos iban allí a tomar el sol.
(Estoy realizando una investigación muy exhaustiva sobre el Nueva York de finales de los 70 para una cosa #unacosa 😬)
Como dice @angeljimenez, no era una playa-playa, era un movimiento de tierras. Literalmente el desmonte de toda la operación urbanística que se estaba haciendo allí.
Esta otra foto es de Fred Conrad de mayo del 77.
Nadie se atrevía a bañarse en el Hudson, pero la peña se colaba en la zona y hacía cosas playeras. Se acuñó un lema muy gracioso: "It's a beach if we say so".
Esta también es de Fred Conrad del 77.
Y esta, que quizá es la más irreal, es de Robin Holland, del 82. Es un grupo de bailarines de danza contemporánea.
No es un montaje.
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Hace casi cien años hubo en Francia un edificio que medía 40 metros de largo, pesaba 100 toneladas y GIRABA a 12 metros de altura para orientarse hacia el sol.
Estos meses de pandemia (que parece que ya remite) nos han dejado unas cuantas propuestas arquitectónicas y urbanísticas un poco chiripitifláuticas florecidas como respuesta al abrasador sol de los confinamientos.
Ya sabéis: huidas al pueblo, huidas al campo, romantizaciones diversas de la España vaciada, lamentos por haber cerrado la terraza con carpintería de aluminio, balcones de quita y pon con escaso respeto por las normativas estructurales...
Hoy es 11-S. Hace 20 años yo acababa de terminar la carrera y ni siquiera sabía lo que me gustaban las Torres Gemelas. Nadie me las había enseñado de verdad.
Sirva este pequeño hilo como homenaje a lo magníficas que eran.
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En la escuela de arquitectura no nos contaban bien las Torres Gemelas. No eran el rascacielos más alto, no eran el rascacielos más bonito y ni siquiera eran el rascacielos más bonito de Nueva York.
Los buenos eran el Seagram y la Lever House.
Pero a mí me gustaban. Eran un paisaje.
De hecho, eran un paisaje emocional: el centro del mundo.
El 14 de octubre de 1989, el capataz llamo a los obreros que estaban trabajando en la obra de un edificio de 21 plantas y 65 metros de alto en Fort Mill, Carolina del Sur.
Les dijo, sencillamente, que debían irse a casa.
El edificio no iba a terminarse.
Los cerca de treinta trabajadores que estaban en la obra soltaron literalmente sus herramientas y se largaron.
Era el abrupto fin de una historia que había durado casi 30 años.
Una ciudad flotante hecha de caña. La iglesia inundada que guardó el Santo Grial. Una casa volante para un tetrapléjico, un museo plastificado y una piscina a 40 metros bajo tierra.
Todos las cadenas de radio y televisión están anunciando sus novedades para la próxima temporada y aquí no vamos a ser menos. Después de dos temporadas en las que nos lo hemos pasado fenomenal, este tercer año nos lo vamos a pasar igual de bien.
O incluso mejor.
Vamos a viajar a Disneylandia para darnos cuenta de que, aunque es una ciudad falsa, en realidad es la más real del mundo.
Oporto es una ciudad preciosa con un montón de sitios chulos para visitar.
Por ejemplo, el puente Don Luis I mola muchísimo con sus dos tableros que cruzan la desembocadura del Duero a distintas alturas.
También es muy bonita la Torre dos Clérigos, con sus 75 metros de granito barroco. O la Casa da Música, que es un hipermoderno diamante de hormigón facetado, una de las últimas obras buenas de Rem Koolhaas.