Thread by @Navegaciones

𝗙𝗲𝗹𝗶𝗽𝗲 𝗩𝗜, 𝗿𝗲𝘆 𝗱𝗲 𝗱𝗼𝗯𝗹𝗲 𝗺𝗼𝗿𝗮𝗹 / I

Con el pretexto de que los judíos conversos habían vuelto en secreto a su antigua religión, y bajo la presión del inquisidor Tomás de Torquemada, el 31 de marzo de 1492 los Reyes Católicos firmaron el Edicto de Granada.

En él pusieron a los hebreos ante la disyuntiva final de optar por el bautismo o el exilio.
Por “pérfidos”, “leprosos” y “abominables circuncisos”, se ordenó la expulsión de “todos los judíos y judías de nuestros reinos y que jamás tornen ni vuelvan a ellos ni alguno de ellos”

La orden no hizo excepción alguna en razón de edad, residencia o lugar de nacimiento. Simplemente daba a los hebreos un plazo de 4 meses para que vendan sus posesiones y se vayan, con la salvedad de que tienen prohibido llevar consigo oro, armas o caballos.

Quienes no acataran los términos del edicto serían castigados con la pena de muerte y la confiscación de sus propiedades. Se sancionaría también a quienes encubrieran o protegieran de alguna forma a los practicantes de la fe judía.

El éxodo ocurrió en circunstancias angustiosas. La mayor parte de los judíos perdieron su patrimonio y muchos de los que lograron rescatar algo fueron asaltados o asesinados durante el viaje a otras tierras.

Los que se convirtieron para poder permanecer en España fueron llamados “marranos”, y en los siglos posteriores muchos de ellos y sus descendientes fueron acusados –con verdad o sin ella– de seguir fieles a la Ley Mosaica, lo que los expuso a la furia homicida del Santo Oficio.

Décadas más tarde, cuando el Estado español estaba ya más consolidado, tuvo lugar en América un etnocidio mucho más extendido. La invasión española aniquiló a muchas naciones que, aunque enfrentadas entre ellas, compartían una cosmovisión: la de la civilización mesoamericana.

Más allá de las grandes masacres perpetradas durante las fases propiamente militares de la Conquista, las ciudades y los templos fueron demolidos, las antiguas prácticas religiosas fueron sometidas a una implacable persecución, bajo el pretexto de que eran “idólatras”…

… y la fe católica fue impuesta a todos los sobrevivientes. Las grandes bibliotecas (“amoxcalli”) que resguardaban decenas de miles de códices fueron incendiadas, porque los documentos que contenían habían sido hechos “bajo inspiración diabólica”.

Antes y después de la caída de Tenochtitlan, los invasores sembraron el terror, la muerte y la destrucción por todo el territorio del México actual, y más allá. Saquearon, avasallaron y masacraron, entre otros, a los huaxtecas, a los purépechas, a los mixtecas, a los zapotecas...

... a los pueblos mayas y nahuas de Chiapas, Yucatán y Guatemala, a los pipiles salvadoreños, y en todos los casos arrasaron sus ciudades, persiguieron sus costumbres, les impusieron religión e idioma y redujeron a la inmensa mayoría de los pobladores de Mesoamérica...

... a una condición que no se llamaba esclavitud, pero que lo era para todo efecto práctico.
Lo admite la Cédula de Granada de 1526:

"... muchas personas de los que tienen pueblos encomendados en esa tierra piden a los indios y a los caciques y señores de ellos indios para su servicio, y después que los tienen en su poder los hierran por esclavos, no lo siendo".

En efecto, era práctica habitual de los encomenderos marcar a “sus” indios en la cara con hierros candentes, como si fueran ganado, para imponerles el sello de su propiedad.
Carlos V reguló la práctica y ordenó que fuesen marcados sólo en las piernas.

En la región conocida como Aridoamérica la conquista española fue incluso más atroz, pues se basó en el exterminio. Es ilustrativo el hecho de que en entidades como Nuevo León, ni siquiera se conservó una denominación para los pueblos prehispánicos que las habitaron...

... ni el idioma o los idiomas que hablaron, ni las deidades que pudieron adorar. La invasión española los borró lisa y llanamente de la historia.

El imperio español no envió contingentes militares a América con el propósito de liberar a nadie sino de sojuzgar a todos sus habitantes o de asesinarlos, allí donde no pudiera encontrar manera de organizar su explotación, como en el caso de muchos pueblos chichimecas.

Su propósito no fue la civilización sino la depredación pura y dura, el saqueo, la sed de oro y la reducción de incontables mujeres a la condición de esclavas sexuales. Impuso, sí, las instituciones de su cultura, pero sobre las ruinas humeantes de las culturas derrotadas.

El 24 de junio de 2015 el rey Felipe VI de España promulgó la Ley 12/2015 en materia de concesión de la nacionalidad española a los sefardíes originarios de España.
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En el preámbulo reconoció “las persecuciones y padecimientos que inicuamente sufrieron” los antepasados de ese pueblo hebreo “hasta su expulsión en 1492 de Castilla y Aragón y, poco tiempo después, en 1498, del reino de Navarra”.

El monarca agregó que “la España de hoy (...) quiere dar un paso firme para lograr el reencuentro de la definitiva reconciliación con las comunidades sefardíes”.

Felipe VI elogió también los precedentes que buscaron “un proceso de concordia” entre el Estado español y las comunidades judías sefardíes cuyos ancestros fueron expulsados de la Península Ibérica.

Así, el jefe del Estado español reconoció, y buscó saldar, la deuda histórica por la infame campaña antisemita de cinco siglos atrás, evocada por Jorge Luis Borges en el soneto “Una llave en Salónica”:

(Sigue segunda parte)