Dear Twitter Friends: me está gustando mucho Midnight Mass.
Y me está gustando mucho por varias razones, pero la principal es que
no
ha
renunciado
al
ritmo.
Casi toda la producción audiovisual occidental (y, según parece, también la oriental) responde a un mismo ritmo. Es como si la cantidad de información solo pudiese administrarse de una manera única y (más o menos) consensuada por las productoras.
Flanagan desecha esa manera en favor de algo que es bastante infrecuente tanto en cines como en plataformas: darle a todo el tiempo necesario.
A todo: escenas, conversaciones, monólogos o secuencias.
Por eso, aunque haya diálogos que duran 15 minutos que, en realidad, son encadenamientos de monólogos, la serie nunca parece que ha sido artificialmente extendida (como sabemos que pasa en más de un caso).
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En California hay un pueblo congelado en el tiempo. Platos en las mesas, cuadernos en los pupitres y pianos a media canción. Todo idéntico al día en que se abandonó.
Siempre que pensamos en Granada pensamos en algo único. En algo que ha hecho de la ciudad nazarí un destino universal, un emblema de la civilización, una cima en la comprensión del mundo:
A mediados del XIX, Chicago instaló su alcantarillado y, para ello, tuvo que elevar su trazado urbano. Sus calles y sus aceras. Y TAMBIÉN SUS EDIFICIOS.
En 1978, el arquitecto italiano Aldo Rossi comenzó la construcción de la que, para muchos, sería su obra maestra: el cementerio de San Cataldo.
En San Cataldo, Rossi formalizaba un edificio que daría la vuelta al mundo: un bloque cúbico de significado perfectamente hermético. Un hexaedro hiératico, inconsiderable, inmarcesible y todos los adjetivos pomposos del posmodernismo que se os apetezcan...