La vestimenta de Cristo o por qué todos los detalles son importantes
Los capítulos del Éxodo en los que se describe cómo se debía construir el tabernáculo tienen muchos detalles.
Tantos detalles que en muchas ocasiones tendemos a leerlos rápidamente y sin prestar atención.
Sucede algo parecido con las genealogías.
Ahora bien, esto nos puede llevar a perder ciertas cosas que, en el Nuevo Testamento, cobran sentido y nos pueden ayudar a comprender mejor el texto, revelando la extraordinaria delicadeza con la que se compuso.
Aquí un ejemplo.
Los sacerdotes en el templo debían llevar ciertas vestimentas. En el capítulo 28 se nos dice que:
"Y harás vestidos sagrados á Aarón tu hermano, para honra y hermosura". Éxodo 28, 2
Sobre el pecho, el sumo sacerdote llevaba la placa que veis en la ilustración.
Sobre esta placa había doce piedras que representaban a las tribus de Israel.
¿Por qué?
Porque el sacerdote al entrar en el Templo, entraba en el cielo y llevaba con él al pueblo. El sacerdote reunía simbólicamente a las tribus de Israel para llevarlas a la presencia de Dios.
Por esta razón Cristo eligió doce discípulos.
Pero no me quiero centrar en esto, sino en otra cosa.
En Éxodo 28, 31 se nos dice que el sumo sacerdote debía cubrir su cuerpo con el efod, un manto que os he destacado en la ilustración.
Ahora viene lo importante. Sobre el efod, el versículo 32 nos da los detalles que son la clave:
"Llevará en el centro una abertura para la cabeza, con un dobladillo alrededor, como la abertura de un 𝐜𝐨𝐬𝐞𝐥𝐞𝐭𝐞, 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐪𝐮𝐞 𝐧𝐨 𝐬𝐞 𝐫𝐚𝐬𝐠𝐮𝐞".
Es decir, la vestimenta del sumo sacerdote no debía rasgarse. Y, como si fuera un coselete, no debía tener costuras.
Recordad lo que ocurrió en el juicio de Cristo frente al Sanedrín. Cuando el sumo sacerdote le preguntó:
«¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Bendito?».
Jesús contestó: «Yo soy. Y veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Poder y que viene entre las nubes del cielo».
¿Qué hizo el sumo sacerdote?
El sumo sacerdote, 𝐫𝐚𝐬𝐠𝐚́𝐧𝐝𝐨𝐬𝐞 𝐥𝐚𝐬 𝐯𝐞𝐬𝐭𝐢𝐝𝐮𝐫𝐚𝐬, dice: «¿Qué necesidad tenemos ya de testigos?»
Ahora bien, cuando Cristo se dirige a la cruz, y lo desnudan, ocurre algo interesante:
"Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica.
𝐄𝐫𝐚 𝐮𝐧𝐚 𝐭𝐮́𝐧𝐢𝐜𝐚 𝐬𝐢𝐧 𝐜𝐨𝐬𝐭𝐮𝐫𝐚, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron: «𝐍𝐨 𝐥𝐚 𝐫𝐚𝐬𝐠𝐮𝐞𝐦𝐨𝐬, sino echémosla a suerte, a ver a quién le toca». Juan 19, 23-24
¿Recordáis que el efod no se desbía rasgar y no tenía costuras?
¿Por qué San Juan nos dice que la túnica de Cristo no había de rasgarse y no tenía costuras?
Porque Caifás, que rasgó su vestidura, ya no era el sacerdote de Israel.
Ahora el sumo sacerdote es Cristo.
Os dejo aquí el Telegram donde cuelgo todos los hilos
Este es el primero de una serie de hilos en los que voy a intentar exponer cómo Cristo, en su ministerio, muerte y resurrección, constituye el cumplimiento de las festividades judías que prefiguraban su llegada.
Aunque lo voy a exponer desde un punto de vista católico, creo que los protestantes que me leen también pueden disfrutar esta serie.
En cualquier caso, lo intentaré redactar de la forma más ecuménica posible.
Empezamos.
Dice el Catecismo de la Iglesia Católica:
"Un mejor conocimiento de la fe y la vida religiosa del pueblo judío tal como son profesadas y vividas aún hoy, puede ayudar a comprender mejor ciertos aspectos de la liturgia cristiana (…).
Estoy estudiando el Evangelio de Marcos, y he descubierto algo que me ha llamado la atención.
Como sabéis, en Marcos 1, 23-26 se narra el primer exorcismo de Cristo en Cafarnaúm.
Investigando un poco sobre este tema, me he topado con el trabajo de E. F. Kirschner, sobre los exorcismos en el mundo antiguo.
En él dice cosas muy interesantes, pero me quiero centrar en dos de ellas:
1.Según su análisis de las fuentes, la única figura a la cual se atribuyen exorcismos y se relatan con detalle es precisamente a Cristo, en los Evangelios (en especial Marcos).
2.A diferencia de otras figuras de la época, los exorcismos de Cristo se caracterizan por dos notas:
Hoy en la Iglesia Católica se ha leído parte del capítulo 2 del Evangelio de San Juan.
Como es uno de mis episodios favoritos, y como he hablado de él en varias ocasiones, aprovecho para recordar los importantes acentos marianos que hay en él.
La reflexión gira en torno a estas palabras que Cristo dirige a su madre:
Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo?
¿Por qué se dirige a ella en términos que a primera vista parecen despectivos?
Espero que al final del hilo alcancemos siquiera ligeramente una respuesta.
Pero vayamos por partes. Empecemos desde el principio, y nunca mejor dicho. El capítulo comienza así:
Hace un tiempo comenté el episodio en el que Cristo 𝐜𝐚𝐥𝐦𝐚𝐛𝐚 𝐥𝐚𝐬 𝐚𝐠𝐮𝐚𝐬, y cómo esto era una señal de su divinidad.
Aunque lo mencioné de pasada, me gustaría tratar con un poco más de detalle un paralelismo que hay entre el Dios del AT y el Cristo del NT.
Antes de empezar, creo que es provechoso recordar estas palabras del Señor:
Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre.
Juan 10, 37-38
Es decir, la naturaleza de Cristo se revela no sólo a través de lo que 𝐝𝐢𝐜𝐞, sino que también, y puede que más importante, a través de lo que 𝐡𝐚𝐜𝐞.
Pero, ¿qué hizo Cristo en el episodio de la tormenta?
Quiero empezar este nuevo año con un pequeño hilo sobre las palabras de Cristo en la cruz, que también marcaron el comienzo de un tiempo nuevo.
"Jesús clamó con gran voz: Eloí Eloí, lemá sabaqtaní (que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?)".
Marcos 15, 34
"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?".
Con estas palabras empieza el Salmo 22.
Incluso en la cruz, Cristo citaba la Escritura. Es decir, seguía enseñando. No estamos, así, contemplando solamente el grito de desesperación de una persona que se siente abandonada.
Para comprender qué está ocurriendo aquí, tenemos que tener en cuenta que, en el judaísmo antiguo, citar el comienzo de un salmo significaba invocar el salmo entero.
Así, en la Mishnah Taanit se recogen una serie de bendiciones que los judíos debían recitar en Rosh Hashana.