Ahora lean el verbo directo con que el más lúcido venezolano de su tiempo se dirige a Bolívar el 2 de mayo de 1815 en la Gaceta de Caracas, donde logró publicar la correspondencia interna del genocidio perpetrado 14 meses antes por el «libertador» y que éste negara apenas 6 meses
después de ocurrido, en carta al Secretario de la guerra del Gobierno General en Cartagena, de donde le llegó un reclamo. A esta negación José Domingo Díaz le contesta en la Gaceta:
«Venezolanos: en muestro idioma no hay una palabra capaz de expresar suficienfemente
esta especie de descaro. Vosotros que fuisteis testigos de sus bárbaras atrocidades, juzgadle.
Cuando toda la superficie de Venezuela está manchada con la sangre de hombres inocentes y pacíficos sacrificados a su insensata y desmesurada ambición; cuando centenares de familias
lloran en la horfandad y la miseria la muerte injusta de sus padres, o de sus esposos; cuando todavía se oyen con lágrimas los nombres de Iparraguirre, Sánchez, Arizurrieta, Madariaga y otros muchos que merecieron el aprecio universal por la bondad y dulzura de sus costumbres,
¿te atreves, Inhumano, a decir a la faz del mundo que: jamás en Venezuela se ha cometido un acto tan chocante y reprehensible, ni sido sacrificados los españoles ilegal e injustamente?
¿Te has olvidado acaso de la inmensa y horrible serie de crímenes con que llenaste los
once meses de tu usurpacion, e hiciste desaparecer a tantos hombres dignos de mejor suerte? ¿No eres tú mismo aquel a quien dije desde la isla de Curazao en 30 de sep-
tiembre de 1813 “Sí: has cumplido con exactitud ese convenio insolente. Desde vuestras pobres y ensangrentadas
sepulturas en que ya descansáis, hablad vosotras cenizas raspetables de más de cuatrocientas víctimas que habéis sido sacrificadas a la ambicion más desenfrenada, en medio de los insultos más atrevidos. Hablad vosotros innumerables españoles que gemís en las bóvedas de La Guayra,
después de haber sido públicamente robados por el depositario de vuestra libertad. Y vosotros que ya descansáis para siempre de vuestros males, después de la agonía de una muerte pérfida conducidos al hospital de aquel puerlo, cuya santidad e inmunidad jamás vio pueblo alguno,
hablad también y publicad cuáles fueron vuestras últimas agonías.”?
¿No eres tú mismo a quien dije en 24 de diciembre del mismo año: “Tú sí, hombre cruel, que en el furor de tu desenfrenada ambición has ejercido por medio de tus más crueles ministros cuantos actos de
inhumanidad han podido inventar la rabia, el temor y la venganza. Vuelve los ojos a esas estrechas prisiones de La-Guayra, en donde tienes sepultados todos los europeos y canarios que se libertaron del asesinato con que señalaste tu entrada, y todas las tropas que entregaron las
armas bajo la salvaguardia de un tratado. Mira a cada dos con un par de grillos: con ese nuevo e inaudito género de tormento, en donde las incomodidades del uno se hacen comunes al otro, y en donde se ha visto ya tener un cadáver por compañero inseparable de muchas horas.
Mira esa multitud de hombres venerables, cuyas costumbres y beneficencia han honrado a nuestra patria, desnudos, desollados por el calor, respirando una atmósfera ya pestilencial, traspasados de hambre, cubiertos de miseria. Mira ese alimento que les franqueas: ese groserísimo
alimento de pocas onzas de legumbres, y otras pocas de plátanos. Mira comerlo mezclado con sus elocuentes lágrimas a esos mismos que en otro tiempo franquearon sus caudales para que vuestros colegas fuesen tratados con abundancia en esas propias prisiones. Mira esa multitud de
honrados, cuyas espaldas has despedazado con azotes, bañados en llanto, más por esta ingratitud que por sus dolores. Mira, en fin, ese crecido número de cadáveres que diariamente salen de las mazmorras, llevando en sus negros y desfigurados semblantes la verdadera imagen del
criminal que los ha sacrifcado. ¡0h compatriotas, cuya probidad y rubor todavía existen a pesar de tan funestos ejemplos, volved también vuestros ojos para
compadecer a las víctimas, y maldecir al tirano!”?
¿Qué respondiste entonces? ¿Qué respondieron tus
bajísimos aduladores? Dí. Ni tú hiciste, ni ellos hiciéron otra cosa que llenar tu miserable gaceta con calunnias e injurias las más atroces e indecentes. Se dirigieron a mi persona, y se desentendieron aun de poner en duda los crímenes que para que fuesen tú y ellos conocidos,
yo presentaba a todo el mundo. Los confesaste con tu silencio; aunque no podías negarlos delante de un pueblo que los miraba.
¿Qué ejecutaste cuando las victoriosas tropas de Boves hicieron desaparecer por la primera vez en La-Puerta las que mandaba Campo Elías? ¿Qué hiciste?
Dí. ¿Te has olvidado acaso de tu famosa orden de 8 de febrero? ¿De aquel rasgo de cobarde ferocidad a que no igualaron Tiberio ni Calígula? ¿Vives tranquilo, o a todas horas no se presenta a tu memoria esa orden del asesinato universal?
Inhumano, que ahora lleno de una
grosera hipocresía te presentas entre los pueblos de Santafé negando las maldades con que desolaste nuestra patria: tú fuiste quien presentó al universo las sangrientísimas escenas de febrero. Tú fuiste, tú que ahora ło niegas, quien hizo morir de los modos más inauditos y
escandalosos tantos centenares de hombres inocentes: a nuestros amigos, a nuestros conocidos, nuestros más apreciados. Tú quien dejaste tantas viudas y huérfanos miserables y desconsolados. Tú quien hizo a
Venezuela el objeto de abominación de todos los hombres.
Bárbaro: yo he nacido como tú en este suelo desgraciado: siento todos sus males como quien más puede sentirlos: y siendo tu conocimiento uno de sus principales remedios, no descansaré mientras no te conozcan todos.
Pueblos sencillos de Santafé, que abrigáis el más cruel
de todos los hombres, leed en los siguientes documentos su corazón, la verdad que merecen sus palabras, y la suerte que os espera».
[Aquí publica la correspondencia interna de la masacre y prosigue]
«Cruel, esta es tu obra, estas tus hazañas, tus glorias militares. Huyes
en el campo entregando tus soldados al arbitrio de tus vencedores, y asesinas fríamente en los pueblos a los hombres indefensos y pacíficos. Allí sacrificas a tu ambición tus sencillos compatriotas, y aquí a tu temor y a tu codicia los que por tantos años han sido tus
conciudadanos. Esta es tu obra: la obra de tu brutal y detestable política. Jamás en Venezuela, dices, se ha visto. Impudente: responde. ¿A qué fin publicó por tu orden tu ministro Muñoz Tébar su manifiesto de febrero de 1814? ¿Qué contenía? ¿Qué procuraba justificar con sus
pueriles, falsas e insignificantes razones? ¿Te has olvidado acaso de este escrito que pubicaste, y que todo el mundo ha visto? Acuérdate. Pensaste con él dar algún colorido de racionalidad a tus bárbaras atrocidades.
¿Qué fin tuvieron los infelices enfermos y heridos,
que a su retirada de Bocachico dejó el valiente Boves en los hospitales de la villa de Cura? Acuérdate. Un oficial tuyo los asesinó en sus mismas camas, sin que su situación fuese bastante a detener el brazo de aquel digno compañero de tus maldades.
¿Dónde están los
desgraciados que después de muchos meses de las más horribles prisiones, sufridas contra tus palabras y juramentos, y en desprecio de solemnes tratados y promesas mandaste que fuesen conducidos a la plaza de Puerto Cabello para ser allí cangeados? ¿Qué se hicieron? ¿Cuántos se
cangeáron? Acuérdate: veintidos: los demás, o fueron asesinados en los caminos, o perecieron de hambre, de insultos y fatigas.
¿Qué se hicieron 200 enfermos que se hallaban el 28 de enero último en los hospitales de Guasdualito, cuando tus agentes estuvieron pocas horas
apoderados de aquel pueblo? Acuérdate: sus cabezas fueron conducidas a Pore. Por ellas hubo regocijos y fiestas públicas: y aquel nefando asesinato que solo tú y tus viles aduladores pudieron aprobar, fue celebrado como el triunfo del valor.
Has desolado nuestra patria: has hecho degollar, o degollado la juventud de Venezuela: se han destruido sus pueblos, quemado sus campos, y aniquilado su comercio. Esta es tu obra. Ve aquí tus proezas: no lo niegas : tú mismo la llamas ‘nuestra espantosa revolución’. Sí: tuya
es; glóriate de ver los caminos públicos cubiertos de esqueletos, y familias enteras desaparecidas, o en la indigencia. Algún día cuando la eterna sabiduría que te conserva para castigo de los pueblos haya llenado sus incomprehensibles designios, entonces cayendo sobre ti
todo el peso de su justicia expiaras tus horribles crímenes, como han expiado los suyos muchos de tus cólegas. Tiembla: ese día terrible ya se acerca: e ¡infeliz de ti si entre tanto vives tranquilo sin que la sombra de tus innumerables víctimas no te persiga a todas horas!
Esos desgraciados pueblos de Santafé que Dios ciega para que no te comozcan, ni recuerden tu primitiva conducta hacia ellos, digna por lo menos de su desprecio; esos pueblos comienzan a ser la presa de tu ambición. Les das ya en recompensa de su credulidad los males que te
son inseparables, y muy en breve toda la superficie de su territorio presentaría el mismo espectáculo a que has reducido nuestra patria, si el mejor de todos los reyes no hubiese dado una ojeada de compasion sobre ellos, y nosotros. Doce mil hombres de los que vencieron
Napoleón Bonaparte en tantas batallas, y de quienes cuando los desprecias, tiemblas, y algunos otros miles de aquellos cuya ferocidad ya conoces, van a arrancar de tus manos parricidas esa incauta presa que devoras, y con cuya sangre te saboreas. Se ha pasado ya el tiempo de tus
imposturas: poco importa tu hipocresía, menos tu descaro, aun menos tu desesperación. Sabes que la sangre inocente que derramaste, va a ser vengada dignamente.
Sábelo; y cuando veas los leones que despedazaron las águilas de Bonaparte: cruel, tiembla.

Caracas abril 30 de 1815. —José Domingo Díaz».

X. P.

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PD: para ampliar el tema:👇

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