Lo que trae al pueblo la ambición de poder de los caudillos, de los vengadores disfrazados de políticos, es la división, como sabemos; pero no sólo una división que consista en la acentuación de los diversos pareceres existentes, los cuales pueden convivir y auto equilibrarse en
toda comunidad, sino una división que consista en subvertir el orden natural. Rasgándose las vestiduras por el pueblo, en realidad es al corazón mismo del pueblo el que rasgan: la unidad de sus familias. La unidad familiar es el corazón del pueblo, y en nombre de causas
adulteradas y de cuantas excusas inventadas su imaginación les provee, estos monstruos inyectan en dicho corazón el germen fatal que quiebra a la sociedad en dos, mientras llegan al poder sobre lo que pronto será sólo un valle de lágrimas. Lean la siguiente semblanza, escrita por
Juan Vicente González, que vivió esta circunstancia siendo niño, de lo que fue nuestra sociedad, envenenada por la excusa secesionista de la muy minoritaria conjura mantuana, durante la guerra civil venezolana, en 1814, mal llamada de «independencia»; y piensen en cuán alertas
tenemos que estar hoy, para salir de la actual tiranía, frente a los discursos de quienes ignoran que todo comenzó hace 200 años, y creen que basta con borrar sólo unos 20 para regresar a la unidad nacional, y no a la misma ilusión de país que duró 30-40 años, cuyo regreso nos
zumbaría de vuelta a este mismo sepulcro:
«Piénsese un momento en la situación contradictoria de las familias: españoles y criollos habían constituido hasta allí una misma nación; los que seguían una bandera eran hermanos, deudos, de los que seguían la bandera contraria.
De pronto es preciso, no separarse con prudencia y lentamente, sino romper con violencia, desgarrar antiguas ligaduras, convertirse en delator o verdugo, conspirar contra el que fue su compañero y alzar sobre su pecho el puñal homicida. La madre, junto al esposo oculto, lloraba
la ingratitud del hijo, que murmuraba canciones patrióticas, y respiraba en el hogar el aire de la plaza pública; tal vez lloraba a un hijo muerto, o le seguía con el corazón por los peligros de la campaña. En las horas tranquilas de la noche, alrededor de la mesa doméstica, los
hermanos, divididos y enconados, se lanzaban miradas furtivas llenas de rabia, se provocaban a veces, rompían en insultos, sin respeto a las canas de sus ancianos padres, que se afligían y lloraban. De cuando en cuando, frenética por el dolor, una viuda sombría cerraba las
puertas a su hijo, y Vicente Linares llamaba en vano, largo tiempo, a su inflexible madre.
«Contribuía a exacerbar los espíritus la pálida hambre, que extendía sus dedos lívidos sobre todas las familias: los Llanos estaban cerrados; cruzaban el Tuy feroces facciones; Aragua
era teatro de la guerra: desde muy temprano, multitud de mujeres se iban por los escombros, disputándoles a los animales el triste alimento de algunas hierbas. Y en medio de tantas desgracias, este diálogo, repetido a cada instante: “¿Qué traes?” “Se ha descubierto el sitio en
que estaba mi señor.” “¿Cómo?, dime.” “Un amigo le vendió; amarrado con otros marcha ya para La Guaira.”
«Contaba otro en tanto las escenas del camino, los golpes dados al que se cansaba, las amenazas sangrientas, las diarias ejecuciones. Con frecuencia, por la noche,
alguna amiga piadosa llegaba en silencio, se sentaba muda, en el hogar, y suspiraba, mientras la madre dormía, sollozando, al más pequeño de sus hijos, y jugaban los otros, ignorantes de la muerte de su padre.
Sí, la mortalidad de niños causó espanto en esos meses; los envenenaban las madres con la leche de sus pechos. Cuéntase de una, modelo de paciencia y santidad, que
vestida de modesta gala, y colocando a su hija, muerta, en un cojín desnudo de flores, le dirigió estos adioses,
en un éxtasis piadoso: “Feliz tú; Josefa María, que huyes de este mundo para ir a gozar de tu Dios.”»
(Juan Vicente González, 1810-1866)
X. P.
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«El 25 de este mes y año [25 de enero de 1814] BOLÍVAR declara que toda propiedad pertenece al Estado.
«En 18 de diciembre de 1813 Bolívar había dicho a Ribas : “Ha tenido a bien disponer el general Libertador que imponga U. S. al español procurador Gaspar Ascanio la cantidad
de diez mil pesos de multa, y de no verificarlo, lo haga U. S. pasar por las armas. También ha acordado el mismo general que exija U. S. igual multa de diez mil pesos a don Francisco Antonio Carrasco, bajo la misma pena; y por último deberá exhibir la propia cantidad la viuda de
don Manuel Rodríguez (alias Puerto Escondido) entendiéndose con su padre don Lorenzo Sosa para que inmediatamente los entregue y de lo contrario apremiará a esta rigurosamente”.
«Hemos citado los decretos del 17 de septiembre y 15 de octubre del año de 13. Después de la
Ahora lean el verbo directo con que el más lúcido venezolano de su tiempo se dirige a Bolívar el 2 de mayo de 1815 en la Gaceta de Caracas, donde logró publicar la correspondencia interna del genocidio perpetrado 14 meses antes por el «libertador» y que éste negara apenas 6 meses
después de ocurrido, en carta al Secretario de la guerra del Gobierno General en Cartagena, de donde le llegó un reclamo. A esta negación José Domingo Díaz le contesta en la Gaceta:
«Venezolanos: en muestro idioma no hay una palabra capaz de expresar suficienfemente
esta especie de descaro. Vosotros que fuisteis testigos de sus bárbaras atrocidades, juzgadle.
Cuando toda la superficie de Venezuela está manchada con la sangre de hombres inocentes y pacíficos sacrificados a su insensata y desmesurada ambición; cuando centenares de familias
Los venezolanos no tenemos una eternidad por delante, estamos al borde de la extinción como país y tenemos que ingeniárnoslas para llamar la atención de EEUU y PERSUADIRLO… ¿Pero es posible semejante cosa? Lo es, contrariamente a lo que se piensa. Lo es, si todos masivamente
convertirnos nuestra solicitud en una OFERTA. No lograremos la intervención sin seducción, sin enamoramiento.
La clave del éxito es ofrecer algo a cambio de ella, de manera pública, explícita y multitudinaria. Lo cual es inútil de intentar siquiera por dentro de las
instituciones. Hay que hacerlo POR FUERA de ellas (“out of the box”) porque todas están podridas y se interponen entre las multitudes y el poder real de los gobiernos. Los gobernantes en ciertos casos tienen que recibir el mensaje directamente de las multitudes para poder actuar,
En 1800, a 300 años de la conquista, el imperio español había cristalizado la obra civilizadora más grande de la historia y su preeminencia mundial desataba la envidia de los reinos de Europa. Este odio noroccidental contra él adquiría
unos ribetes de frustración absolutamente singulares: España era retrógrada y por ende indigna de tal poderío ya que en el proceso de colonización devenía mestiza. ¡Osaba mezclarse con salvajes, fundar familias impuras! Y ello como política de Estado, por voluntad Real explícita.
¡Así no se coloniza a una especie inferior, así se barbariza a una superior!
Buena parte de la propaganda anti española se basada en dicho verso. Con lo cual es muy curioso que hoy los hijos de la mentada mezcla, los hispanoamericanos, defiendan la tesis del atraso español.
En 1800, todos los venezolanos éramos españoles. Decir «venezolanos» era como decir margariteños o falconianos. En otras palabras, provincianos. ¿Pero quién si no algunos engreídos muchachitos afrancesados podían sentirse disminuidos por ello?
Venezuela era una decentísima y próspera provincia española que, justo en los 27 años previos a la atroz revolución bolivariana (la original), había triplicado su economía gracias al libre comercio de sus puertos, decretado por el rey Carlos III.
Nada justificaba la retórica
independentista, sólo la resentida ambición de un oportunismo mantuano (muy minoritario, valga subrayarlo).
En 1810, con esta revolución pseudo-patriota nuestra envidiable prosperidad se detuvo por completo. Venezuela, que no era una colonia sino una provincia del reino,
Algunos se preguntan por qué Iberoamérica es tan pendeja que teniéndolo todo sólo termina produciendo tiranillos y miseria. Y enumeran muy bien los ejemplos. Pero se quedan en la pregunta, no nos dan la respuesta. Les diré algo, me pueden linchar por inmodesto, pero creo saberla:
nuestra «independencia» del imperio español (del cual éramos parte y no precisamente como colonias, sino como dignísimas provincias) fue una farsa injustificable, montada por potencias rivales como Gran Bretaña, Francia, Holanda, etc. a partir de una propaganda anti española con
la cual fueron armando una leyenda negra y captando ricos hacendados a quienes se les hizo ver que el continente les pertenecería tras una revolución. Hoy llamamos a dichos criollos libertadores, pero es gracias a ellos que el continente dejó de ser un imperio para convertirse