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Alex Riveiro @alex_riveiro
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Una de las grandes preguntas de la ciencia es si estamos solos en el universo. ¿Hay vida en otros mundos? Pero, para poder responder a esta pregunta con propiedad, quizá haya que hacerse otra primero: ¿seríamos capaces de reconocer vida extraterrestre si la viésemos?
Hay una media docena de naves en Marte. Algunas están explorando su superficie y otras en su órbita. Toman imágenes del planeta rojo, recogen datos y, tras más de 15 años de exploración robótica continúa, lo conocemos mejor que cualquier otro lugar del Sistema Solar.
Todo esto ha permitido que los científicos puedan tener una respuesta bastante prometedora para una de las preguntas más fascinantes sobre el planeta. ¿Es posible que Marte tuviese vida en algún punto de su historia? Lo cierto es que hay motivos para pensar que pudo ser así.
Quizá la conserve incluso hoy en día. En 2013, por ejemplo, el rover Curiosity tocó superficie marciana sobre el lecho de un lago, al que conocemos como el Cráter Gale. Del cráter se llegó a decir que se trata de un entorno habitable. No en la actualidad, pero sí en el pasado.
Había motivos para creer que, hace miles de millones de años, debió haber cantidades considerables de agua. Los lagos y las corrientes de agua pudieron perdurar en el planeta durante largos períodos. Quizá incluso millones de años. Pero, ¿queda allí algo de ese agua?
En septiembre de 2015 se anunció que el agua todavía fluía en la superficie. Se creyó, durante un tiempo, que se habían encontrado señales de que, durante el verano marciano, podía llegar a fluir agua muy salada por algunas pendientes de la superficie de Marte.
A decir verdad, no está muy claro que realmente sea agua. Es una posibilidad, pero se han planteado otras hipótesis para explicar este fenómeno. Una en particular, es la que goza de mayor popularidad a día de hoy: probablemente se trata de granos de arena secos.
Pero, aunque el hallazgo no fue tan importante como podría parecer, sirve para ilustrar que la estrategia, a la hora de buscar vida en Marte, es seguir las huellas del agua. El razonamiento no es exclusivo de la agencia norteamericana: allá donde haya agua, podría haber vida.
No podemos olvidar, a fin de cuentas, que fue en el océano donde comenzó la vida en la Tierra. Las agencias espaciales están trabajando en próximas misiones que tienen como objetivo buscar señales de biología en Marte y es posible que alguna de esas misiones sea un éxito.
En la década de los 60, los científicos ya se enfrentaron a esta cuestión. Trabajaron en el diseño de los instrumentos que formarían parte de las naves Viking en la década de los 70. El objetivo era responder, de manera definitiva, a la existencia de vida en Marte.
No lograron encontrar nada, pero quizá el problema fuese que, simplemente, estemos buscando vida de una manera incorrecta. Es decir, que quizá estemos pasando por alto formas extrañas de vida. Lo cierto es que conocemos algunos ejemplos bastante llamativos en la Tierra.
Hasta mediados del siglo XX, la definición de un ser vivo venía a ser todo aquello capaz de metabolizar (es decir, consumir nutrientes y eliminar desperdicios) y de reproducirse sexualmente. Eso cambió el siglo pasado, cuando se descubrió el ADN y cambió nuestra perspectiva.
Los científicos comenzaron a entender que la forma de vida predominante en la Tierra es el organismo unicelular. De hecho, la vida compleja multicelular no aparece en el registro fósil hasta hace menos de mil millones de años. Mucho tiempo después de la aparición de la vida.
Muchas criaturas unicelulares desafían ese concepto del metabolismo y la reproducción. Algunos no consumen ningún tipo de nutriente orgánico. Un tipo extraño de microbio llamado Shewanella, por ejemplo, consigue su energía metabólica extrayendo electrones de las rocas.
Algunos organismos no necesitan el sexo para reproducirse. Se fragmentan directamente de sus progenitores. Otros a veces actúan como si estuviesen vivos, a veces como si estuviesen muertos. Los virus, por ejemplo, pueden permanecer durmientes durante siglos en estado cristalino.
En las últimas décadas, los científicos han encontrado muchos organismos extremófilos. El osito de agua es el más conocido. Sobreviven con soltura en entornos que se creían letales: en géiseres, glaciares antárticos y en la aplastante oscuridad de las profundidades del océano.
Si la vida terrestre ha resultado ser más extraña y más adaptable de lo que creíamos, ¿cómo de extraña podría ser en una biosfera alienígena como la que podemos encontrar en Marte? La verdad es que hay motivos para esperar que también encontremos organismos familiares.
Según algunos investigadores, Marte es un lugar que debería ser propicio para la vida basada en agua y carbono. Es posible que la vida pueda tener un soporte diferente al agua, pero en el Sistema Solar solo se plantea que podría ser el caso de Titán:
Aunque no se puede negar la posibilidad de que haya formas de vida extrañas basadas en otro elemento, el agua es el más probable en Marte. Porque el entorno de la Tierra, que sí tiene agua, ha sido más similar al del planeta rojo que al de otros planetas del Sistema Solar.
Hay que comenzar la búsqueda de vida por algún lugar, y tiene sentido hacerlo por la forma de vida basada en agua y carbono. Ya habrá tiempo de preocuparse de formas de vida que no conozcamos. Además, la exploración de Marte nos ha dejado varios dilemas desde hace décadas.
El 20 de julio de 1976, la nave Viking 1 de la NASA puso pie cerca del ecuador del planeta rojo. Fue la primera en alcanzar la superficie del planeta con éxito. Seis semanas después, su gemela, la nave Viking 2, aterrizó un poco más al norte en el extremo opuesto.
Las imágenes panorámicas enviadas por las dos naves confirmaron la presencia de un terreno desértico sin ninguna señal de vida. Cada nave Viking estaba equipada con una pala para cavar pequeñas zanjas en el regolito marciano, algo así como una arenilla que recubre la superficie.
Eso sí, hay que decir que tiene poco parecido con la arenilla que encontramos en la parte superior de la superficie de la Tierra. Con esa pala se quería obtener muestras para tres experimentos que tenían como objetivo encontrar señales de actividad biológica.
En el primer experimento, se alimentaban las muestras con nutrientes y agua. Se buscaban señales de organismos que consumiesen o liberasen algún nutriente. En el segundo, se trabajaba con la arenilla recogida, manipulándola para ver si había algún rastro de carbono-14.
El carbono-14 es uno de los vehículos de la fotosíntesis. El tercer y último experimento era, quizá, el más prometedor. Las muestras se alimentaban con nutrientes orgánicos y se analizaba el aire a su alrededor en busca de dióxido de carbono, que procedería de microorganismos.
Los resultados, sin embargo, fueron poco esperanzadores. En el caso del primer experimento, el resultado era negativo, pero sí que se sugería que el terreno de Marte tiene compuestos químicamente muy reactivos. En el segundo experimento pasó algo muy parecido.
Una de las muestras de ese segundo experimento fue positiva, pero también lo fue una muestra de control que había sido esterilizado. Es decir, el motivo no era biológico, sino alguna otra cosa. El tercer experimento sí que detectó dióxido de carbono en un primer intento.
Sin embargo, en los intentos que se llevaron a cabo en las semanas posteriores, no volvieron a verse señales del dióxido de carbono. Además, un instrumento daba señales de que no había rastro alguno de material orgánico en el regolito marciano. Algo un tanto desconcertante.
Porque las moléculas orgánicas son comunes en los meteoritos que caen en la Tierra. Eso incluye las rocas que hemos encontrado en nuestro planeta y cuya procedencia es Marte. El veredicto de los investigadores de las naves Viking fue claro: no había vida en el planeta rojo.
O, por lo menos, no en los lugares de aterrizaje. Pero, ¿cómo explicarlo? ¿Habían funcionado bien los experimentos? ¿Era posible que se hubiesen dañado o que estuviesen mal diseñados porque se habían fabricado teniendo en cuenta suposiciones de la vida en la Tierra?
Quizá los nutrientes y el agua de nuestro planeta fuesen venenosos para los organismos de Marte, que estarían adaptados a un entorno muy árido y poco parecido al de la Tierra. Los resultados de las sondas Viking han sido objeto de debate durante décadas entre los científicos.
De hecho, se llegó a plantear que, en realidad, las naves Viking sí habían encontrado evidencias de vida en Marte. En 2008, la nave Phoenix aterrizó cerca del polo norte de Marte. Hizo un hallazgo muy interesante: el suelo de Marte puede destruir el material orgánico.
Así que, de repente, los experimentos de las sondas Viking parecían cobrar sentido. El culpable podría ser la sal de perclorato. En las bajas temperaturas de Marte no deberían reaccionar con la materia orgánica. Pero la radiación que recibe el planeta puede desencadenarlo.
En 2013, un grupo de científicos intentó simular esos resultados. Llevaron a cabo varios experimentos en los que los percloratos, expuestos a una gran cantidad de radiación, parecían producir los mismos resultados que se habían observado en el último experimento de las Viking.
Así que podemos descartar la posibilidad de la vida en la superficie. Pero, ¿y debajo de ella? ¿y en el interior de las rocas? En 2015 se descubrieron dos moléculas orgánicas complejas en Marte, en el cráter Gale. Una de ellas, incluso, se parecía a un ácido graso.
Uno que se encuentra en los muros celulares de los organismos terrestres. Esto no es una evidencia de que haya vida en Marte. Pero sí es una señal de que, bajo ciertas circunstancias, es posible que las moléculas orgánicas puedan sobrevivir en el planeta rojo.
En estas décadas hemos ampliado nuestro conocimiento sobre Marte. Se han encontrado muchas evidencias de que tuvo agua en el pasado, probablemente poco después de su formación. Y no era un océano precisamente pequeño, podría tener más agua que el Océano Ártico.
Todo esto, así como la posible presencia de agua salada, en la superficie marciana durante el verano, abren la posibilidad de que la vida llegase a desarrollarse en el planeta rojo. Si fue así, quizá se adaptase a las duras condiciones que se dan en la actualidad.
Se ha llegado a plantear que quizá la idea extraordinaria no es proponer que Marte tenga vida. Sino proponer que nunca la tuvo. En los próximos años veremos algunas misiones con rumbo al planeta rojo con ese objetivo. Por eso se están buscando lugares de aterrizaje apropiados.
Se trata de lugares que tengan rocas sedimentarias, como arcilla, que se formaron en presencia de agua, en el antiguo lecho de un lago. La roca ideal para la muestra sería muy antigua, unos 4.000 millones de años, que ha permanecido enterrada la mayor parte del tiempo.
Solo habría estado expuesta recientemente a las duras condiciones de la superficie de Marte por la erosión o por algún deslizamiento de tierras. También se quiere recoger muestras y enviarlas de vuelta a nuestro planeta. Algo que quizá se pueda llevar a cabo en 2020.
Pero encontrar vida en Marte es más complicado de lo que parece. También hay que respetar los requisitos de protección planetaria. Por acuerdo internacional, las naves que aterricen en Marte, allí donde pueda haber agua, tienen que estar limpias de organismos terrestres.
Es la forma de evitar exponer a esos posibles organismos marcianos a la contaminación de nuestro planeta. O, también, correr el riesgo de encontrar algún organismo vivo que, finalmente, resulta que procedió de la Tierra. Porque, en realidad, lo que se busca no es solo vida.
Es posible que la vida en Marte esté basada en carbono y, aun así, ser completamente extraña en comparación a la de nuestro planeta. La auténtica esperanza, en realidad, es encontrar una segunda génesis. Es decir, evidencias de vida que no tiene que ver con la de la Tierra.
Así que no evolucionaron de la misma forma que lo hicieron los organismos de la Tierra. Esto puede parecer un punto irrelevante, pero no es el caso. Si hay meteoritos de Marte en nuestro planeta, cabe suponer que, probablemente, también se ha dado la situación inversa.
El material orgánico de la Tierra podría haber llegado a Marte. Si fuese así, querría decir que los microbios que encontrásemos allí, de haberlos, serían algo así como nuestros primos lejanos. Por lo que quizá haya que buscar ácidos nucleicos como los que podemos encontrar aquí.
Para que te hagas una idea, la biología terrestre está basada en 20 aminoácidos. Sin embargo, en la naturaleza existen más de 500. Si se descubriesen formas de vida marcianas, y estuviesen basadas en otros aminoácidos, sería una señal de que estamos ante una segunda génesis.
O, lo mismo sucedería si esos microorganismos, aun utilizando los mismos aminoácidos que los de la vida en la tierra, tuviesen una quiralidad de mano derecha. Esto de la quiralidad puede que te suene incomprensible, pero es bastante más sencillo de lo que parece.
Fíjate en tus manos, no puedes poner una encima de otra y hacer que sean simétricas a menos que gires una de las dos. Eso es la quiralidad y los aminoácidos son quirales. Pueden existir en forma izquierda o en forma derecha. Todos los de la vida en la tierra son de izquierda.
Así que encontrar vida en Marte que, aunque tuviese los mismos aminoácidos, estuviese compuesta por aminoácidos en forma derecha, sería muy llamativo. Estaríamos ante la señal de que la vida en el planeta rojo nació de forma independiente a la de la Tierra. No llegó desde aquí.
Tampoco podemos olvidarnos de la detección de gas metano. Se ha repetido a lo largo de los años, desde que lo hiciese la sonda Mariner en 1969. Incluso el rover Curiosity ha detectado pequeñas emisiones breves de metano en la superficie del cráter Gale. ¿Qué las provoca?
El metano no debería estar ahí; si se originó en el pasado lejano, se habría disipado en la atmósfera de Marte en solo unos cientos de años. Las detecciones sugieren que debe haber alguna fuente que lo reabastece. Pero aún no se sabe si esa fuente sería geológica o biológica.
Hay dos hipótesis: el metano podría ser debido a la química entre el gas, el agua y la roca, o por microbios que exhalen metano. Lo primero implicaría la existencia de entornos que ofrezcan agua líquida y fuentes químicas de energía, así que sería una gran noticia.
Lo segundo sería incluso muchísimo mejor, porque tendríamos confirmación directa de que existe vida en Marte. A pesar de que se ha analizado ese metano, no se puede determinar si su origen es biológico. Quizá pase mucho tiempo y hagan falta más avances tecnológicos para ello.
La idea de que haya organismos marcianos vivos que puedan estar exhalando metano, ahora mismo, es intrigante. Pero no hay que centrarse tanto en encontrar algo vivo en Marte como para pasar por alto algo que fuese evidencia de que en el pasado hubo vida en el planeta rojo.
Encontrar un conejo muerto sería una evidencia potente de vida en Marte. Pero también lo sería el descubrimiento de una molécula de clorofila, porque aunque esa molécula no está viva no se puede llegar a la clorofila sin la vida. Lo ideal sería encontrar fósiles reconocibles.
Es más, durante los años 90, algunos científicos creyeron haber encontrado antiguos fósiles de bacterias marcianas en un meteorito que cayó en la Antártida. Sin embargo, la mayor parte de esas supuestas evidencias se pueden explicar sin recurrir a la biología.
Porque reconocer vida pasada no es fácil. Nos ha pasado incluso en la Tierra, con la vida que ya conocemos. En los años 80, se creyó que se había descubierto, en Australia, el fósil más viejo del mundo, con una edad de 3.600 millones de años. Hubo que esperar casi 30 años...
Con tecnología más avanzada y sofisticada, se pudo comprobar que esos supuestos fósiles eran, simplemente, minerales. Así que encontrar vida en Marte, si es que la hay, seguramente no dependerá de una única imagen o un único dato. Harán falta múltiples evidencias.
Aún con todo, desde la NASA se ha dicho en varias ocasiones que se cree que descubrir que hay vida más allá de la Tierra es algo que sucederá en los próximos 20 o 30 años. Habrá que ver si el tiempo da la razón a la agencia norteamericana. Quizá estén en lo cierto.
Pero todo esto, espero, viene a ilustrar algo de lo que he hablado en varias ocasiones. En este caso he hablado exclusivamente de Marte. A lo largo de los años ha habido diferentes momentos en los que se ha creído que se podía haber dado con señales de que había vida.
Y, sin embargo, seguimos casi en el mismo punto. Se cree que debió haberla, pero no se puede concluir de manera definitiva. Esto solo aplicado a la vida en el planeta rojo. Ni siquiera se ha comenzado a hablar de vida en lugares como Encélado:
Además, esto se aplica solo a la vida microbiana que podríamos encontrar, como quien dice, a la vuelta de la esquina. La búsqueda de vida extraterrestre es mucho más complicada de lo que podríamos creer, en gran parte por el desconocimiento:
¿Dónde nos deja esto respecto a la vida inteligente extraterrestre? En realidad, aproximadamente, nos deja en el mismo sitio. Quizá, en el pasado, llegó un mensaje a nuestro planeta, que no iba enviado a nosotros, y nuestra tecnología todavía no estaba preparada.
Es algo que nos podría pasar a nosotros mismos. El mensaje de Arecibo fue, en realidad, una demostración tecnológica. Pero no deja de ser, también, un intento de contactar con una civilización extraterrestre. Si la hubiese, ¿reconocerían que es un mensaje?
Puede que las civilizaciones extraterrestres, si es que las hay, sean mucho más avanzadas que la nuestra. Quizá tanto que ni siquiera seríamos capaces de reconocer su acción. ¿Reconoceríamos una civilización que pudiese usar toda la energía del universo?
Quizá solo sea cuestión de tiempo. Es posible que la vida esté presente en muchos lugares y no la hayamos detectado. O puede que, aunque parezca difícil, solo exista en la Tierra. Pero para salir de dudas tendremos que seguir observando, explorando y aprendiendo…
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